Culpables aunque se demuestre lo contrario

Ahora que este sufrido año ya va peinando canas, es hora de recordar que inició su tiempo con una efeméride, la de los 70 años de la muerte de George Orwell, el 21 de enero de 1950. Un par de novelas gráficas y una biografía reeditada han podido resolver, en parte, el olvido.

Chema Álvarez Rodríguez / 20 oct 2020 11:30

La celebración del aniversario, si la hubo, pasó de puntillas por el escenario de una actualidad mediática demasiado ocupada en montar mentiras dirigidas a los “proles”, el conjunto común de la clase trabajadora definida así por Orwell en su 1984. Tales mentiras, convertidas en falsas verdades de tanto repetirlas, son producto cómplice de otra de las clases más criticadas por el escritor inglés, la de los llamados intelectuales, encargados de ir de plató en plató de televisión vendiendo el humo de sus chismes o de tuitear “doblepensamientos”, la definición orwelliana de aquellas falsas creencias sostenidas en la mente del individuo a pesar de que han sido refutadas por la evidencia.

Dos novelas gráficas y la reedición de una biografía han venido a salvar de ese olvido, nada fortuito, al inglés que vino a España a matar fascistas en 1936. George Orwell, Homenaje a Cataluña, de Andrea Lucio y Jordi de Miguel, con traducción del catalán de Miguel Temprano, publicada por la editorial Debate en marzo de 2019, es una excelente adaptación del libro homónimo que sigue viñeta a viñeta los pasos de Orwell por el frente de Aragón y la Barcelona de aquellos días, con numerosas referencias a nuestro presente. El comic incluye en su página 121 un código QR que conduce a la visualización y seguimiento de la “Ruta Orwell”, excursión que se celebra en Barcelona todos los años durante el mes de junio con ocasión de la celebración del “Día Orwell”. Las viñetas dedicadas a la intervención de Miguel Berga, profesor de Literatura inglesa de la Universitat Pompeu Fabra y tal vez el mayor experto en España sobre Orwell, ilustran a las mil maravillas una novela que supera en lo documental a lo gráfico y para cuya elaboración se ha partido de archivos como los de la FAL (Fundación Anselmo Lorenzo), el Arxiu Sant Feliú de Guíxols, el University College London College Archive y el Centro Documental de la Memoria Histórica.

La otra novela gráfica es Orwell, de Christin y Verdier, publicada por Norma Editorial en 2020. El subtítulo que aparece en la portada, rojinegra, lo dice todo sobre el carácter biográfico de la obra: “Orwell, etoniano, poli, proletario, dandi, miliciano, periodista, rebelde, novelista, excéntrico, socialista, patriota, jardinero, ermitaño, visionario”.

La fuente mayoritaria de esta novela gráfica, en la que participan maestros de la talla de Enki Bilal, se encuentra en George Orwell, una vida de Bernard Crick, una de las mejores –si no la mejor- biografías del autor cuyo nombre era Eric Blair y que, según parece, adoptó un seudónimo para no incomodar a sus padres en la firma de sus escritos: George por el patrón de Inglaterra; Orwell por un río muy significado en el condado de Suffolk, donde residía.

George Orwell. La biografía, de Crick, original de 1980, ha sido reeditada ahora por Ediciones El Salmón [que estos días publica también Somos revolucionarios a nuestro pesar, La vida en la tierra y El virus está desnudo. Crónica de una pandemia política] ,con traducción de Salvador Cobos y Sebastián Miras. Sin quitar valor a la obra de Crick, lo más interesante de esta nueva edición es que incluye como apéndice el texto George Orwell ante sus calumniadores, el opúsculo que esta misma editorial publicó en 2014 en coedición con DDT Banaketak.

Aquel librito que ahora se incluye como texto a la biografía de Crick era un intento más para desmontar la mentira lanzada por el periódico The Guardian, que en 1996 publicó una supuesta colaboración de George Orwell con los servicios de espionaje británicos para denunciar comunistas. Numerosos periódicos del resto del planeta se hicieron eco de esta falsa noticia, tratada de modo torticero con ambigüedades muy elaboradas. A día de hoy, y a pesar de que dichas mentiras fueron desmontadas inicialmente por los editores franceses de The Collected Essays, Journalism and Letters de Orwell, en la editorial Éditions de L’Encyclopédie des Nuisances y Éditions Ivrea, y otros autores como Christopher Hitchens, siguen pululando por los medios, y basta con un sencillo rastreo en Internet para encontrar a quienes todavía dan pábulo a semejante fábula: difama que algo queda.

En “George Orwell ante sus calumniadores” se retrata esta época en la que, frente a la mentira, habrá que tratar de probar lo contrario (como hizo falta probar la existencia de las cámaras de gas) y justificar la verdad ante un tribunal de mentirosos y amnésicos

 
Entre los editores de L’Encyclopédie des Nuisances se encontraba Jaime Semprún intelectual comprometido y honrado donde los haya, fallecido en 2010. La editorial Pepitas de calabaza publicó en diciembre de 2016 una edición en español de su obra El abismo se repuebla, con traducción de Miguel Amorós y Tomás González López, que parte de la mentira acerca de Orwell aireada por los periódicos europeos para desarrollar la idea de un abismo cada vez más poblado por la ignorancia, la mentira y la indolencia frente a estas últimas.

Los hechos que estamos viviendo, tales como la necesidad de que un grupo de historiadores e historiadoras tengan que salir a la palestra con un informe técnico para desmontar las mentiras acerca de Largo Caballero e Indalecio Prieto, mientras se destruye a martillazos en Madrid su memoria, vienen a confirmar todo lo que Jaime Semprún, editor también del pasquín inicial en defensa de Orwell (y a ciencia cierta su autor, a pesar de la autoría anónima), dejó escrito: “si la escuela estalinista de la falsificación sigue siendo un modelo para nuestra época es por su objetivo principal, antes que por sus procedimientos particulares. En efecto, es sabido que la propaganda totalitaria no necesita convencer para triunfar y que ni siquiera es ese su objetivo. El objetivo de la propaganda es causar el desaliento de los espíritus, persuadir a todo el mundo de su impotencia en restablecer la verdad a su alrededor y de la inutilidad de cualquier intento de oponerse a la difusión de la mentira”.

En efecto, es sabido que la propaganda totalitaria no necesita convencer para triunfar y que ni siquiera es ese su objetivo. El objetivo de la propaganda es causar el desaliento de los espíritus, persuadir a todo el mundo de su impotencia en restablecer la verdad a su alrededor y de la inutilidad de cualquier intento de oponerse a la difusión de la mentira

En George Orwell ante sus calumniadores se retrata esta época en la que, frente a la mentira, habrá que tratar de probar lo contrario (como hizo falta probar la existencia de las cámaras de gas) y justificar la verdad ante un tribunal de mentirosos y amnésicos (cita textual).

Semprún no deja títere con cabeza en este oficio de la falsificación, refiriéndose a los “proles” (el populacho que se alía provisionalmente con la élite, en palabras de Hannah Arendt) como “estos lisiados de la percepción, mutilados por las máquinas del consumo, inválidos de la guerra comercial, que lucen sus estigmas como condecoraciones, su enfermedad como uniforme, y su insensibilidad como bandera”.

La libertad es la libertad de decir que dos más dos son cuatro”. Lo dejó escrito Orwell, como tantas otras cosas. Animal farm (Rebelión en la granja) sigue siendo libro de lectura casi obligatoria en el inglés de Bachillerato, sin que su significado parezca dejar huella en una juventud que vive ajena a la Historia, diletantes junto a la gran masa de proles de una placentera misología, lo que Unamuno definió como “el odio al pensamiento”. En un artículo suyo de 1916, publicado en La Nación el 20 de diciembre de ese año, en plena Guerra Mundial y bajo el título Horror a la Historia, Unamuno escribía:

“Dícese que hay salvajes que no cuentan arriba de seis y que si se les quiere obligar a contar por encima de esa cifra sufren materialmente. Les da mareos: acaso jaquecas. Y si en un pueblo de esos salvajes cayera un civilizado que se empeñase en enseñarles la tabla de multiplicar, acabarían, si pudieran, por darle muerte, por ser un perturbador, y de la peor especie. Y si esos salvajes fuesen capaces de formular un sentimiento misólogo, dirían que no hay derecho a turbar la siesta de un pensamiento amodorrado”.

En enero de 2017, Kellyanne Conway, consejera de Donald Trump, en referencia a falsedades lanzadas por su partido que habían sido contrastadas con hechos verdaderos, dijo: “No son mentiras. Son hechos alternativos”.

“Ver lo que tiene uno delante de las narices precisa una lucha constante”, afirmaba Orwell en un artículo del Tribune en marzo de 1946, en una crítica al “doblepensar” de la gente y a las mentiras convertidas en “hechos alternativos” por el Poder y la intelectualidad que le besa el culo, si bien en una crítica a un libro sobre la España de Franco, publicada en el New English Weekly en junio de 1938, también dijo: “Es difícil que las personas inteligentes elogien las dictaduras, por la sencilla razón de que cuando una dictadura se pone en marcha lo primero que liquida es a la persona inteligente”.

Orwell no conoció personalmente a Antonio Machado, aunque ambos estuvieron en Barcelona y siguieron, prácticamente, los mismos pasos en su exilio: Orwell huyendo de los comunistas; Machado huyendo de los fascistas. Huían no sólo de la guerra, sino de una ignorancia sembrada a cañonazo limpio, cultivada como abrojo en el erial donde se marchitaba la razón, jaleada con orgullo hoy día por quienes ondean la bandera de España o la llevan tatuada en la mascarilla después de haberla paseado por el estercolero de la Historia.

El porquero de Agamenón, el último de sus sirvientes, se ha aliado con su señor y la verdad ya no es la verdad, la diga quien la diga, convencidos ambos e incluso conformes con la falta de ella.

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