David Becerra: «Debemos exigir que las novelas de la Guerra Civil trasciendan la función de entretener»

lamarea.com | Jesús Rocamora | 10-3-2015

Desde 1989 hasta 2011 se publicaron en España 181 novelas sobre la Guerra Civil. ¿Cabe alguna más en las estanterías? ¿Cuál es la imagen del pasado que nos transmiten? ¿Y qué dicen del presente que vivimos? David Becerra se ha enfrentado a ellas y el resultado es La Guerra Civil como moda literaria(Clave Intelectual), un análisis crítico de este fenómeno editorial desde la lógica del capitalismo avanzado, en el que el pasado se ha convertido en una mercancía más: algo blandito, dulce y que promete desde su envoltorio una experiencia única al consumidor. Un adelanto de la tesis del libro: hablamos de una novela histórica que se centra en los conflictos personales pero que se olvida del contexto político, que usa la guerra como escenario para aventuras y romances pero que asume la versión heredada por la propaganda franquista y la Transición sin cuestionarla, sin terminar de romper con ella. Best-sellers que presentan la Guerra Civil como algo aislado, lejano, casi exótico, como una época superada gracias a la comodidad de la democracia, lo que produce la desactivación política del lector. Todo esto lleva, en última instancia, a “una novela histórica sin Historia”.

Por estas páginas pasan Javier Cercas, Almudena Grandes, Javier Marías, Dulce Chacón, Andrés Trapiello, María Dueñas, Eduardo Mendoza, Rosa Regàs e Isaac Rosa, entre otros autores. ¿Un ejemplo ilustrativo? Antonio Muñoz Molina y El jinete polaco, una novela donde “nunca vemos a nadie haciendo la guerra, sólo hablando de ella, construyendo relatos” pero no para cuestionar un presente que es heredero de aquel conflicto, “sino para negar todo intento de contar la Historia: para darnos a entender que todo intento de reconstrucción de la Historia no será sino una forma de construir una ficción. Muñoz Molina en El jinete polaco confunde intencionadamente la Historia y la ficción, los iguala, rechaza que haya una forma de aprehender la Historia en su totalidad”, se lamenta Becerra Mayor, que es Doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid, autor del ensayo La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013) y fundador y director de Revista de crítica literaria marxista.

La primera pregunta que creo que te haría un escritor (enfurecido) sería por qué la novela debe ser fiel al pasado y a la realidad, si para eso están los historiadores y el ensayo. Hemos asumido la idea de que la novela es un artefacto libérrimo y que no debe ajustarse a ningún control. Es decir, ¿por qué debe ser útil la novela sobre la Guerra Civil? ¿A quién?

Me encantaría debatir con los autores, enfurecidos o no, que analizo en el libro. Sería muy beneficioso para la salud semántica de este país que pudiera existir un debate serio sobre literatura sin caer en tópicos o verter en él acusaciones de tipo personal. Y es muy posible que, como señalas, algún autor llegara al debate esgrimiendo ese discurso: la literatura sólo debe responder ante la misma literatura, y no ante la Historia. Es un argumento legítimo y es legítimo que se defienda con él. Ahora bien, creo que los lectores tenemos que exigirle algo más a la literatura; tenemos que exigirle a la literatura en general –y a estas novelas sobre la Guerra Civil en particular– que no se conformen con entretener a los lectores por medio de aventuras pasionales ambientadas en la Guerra Civil; tenemos que exigirles, como le exigimos a todo ciudadano que participa en lo público, que cuando intervengan en lo público lo hagan con la verdad y desde el rigor; que con su literatura trasciendan la función que les confiere el mercado (vender y entretener) y que participen en la construcción de una esfera pública discursiva donde se pueda debatir, razonar, argumentar, etc., no sólo ofrecer y recibir entretenimiento. No necesitamos niñeras ni cuentos para conciliar el sueño, queremos discursos y queremos interlocutores.

Creo que la literatura debería trabajar en la construcción de ese escenario, de un escenario donde la literatura se pusiera al servicio de la ciudadanía y no del mercado. Y, concretamente, las novelas sobre la Guerra Civil deberían contribuir a romper con un pasado que vive en nuestro presente, porque nuestro presente está hecho de ese pasado que ganó la guerra y del que hoy es heredera nuestra democracia y sus instituciones. Las novelas sobre la Guerra Civil deberían servir para establecer una ruptura con aquel pasado; lejos de eso, fortalecen la relación de continuidad.

“Becerra emplea a fondo las armas de la crítica marxista”, escribe Isaac Rosa en el prólogo de tu libro. El contexto en el que te mueves es el mercado-mundo nacido en 1989, donde se han asumido “el fin de la Historia” y donde el capital inunda todas las parcelas de la vida. También citas a Walter Benjamin para hablar de un presente en el que “los vencedores no cesan de vencer”. ¿En qué consiste la crítica literaria marxista?

La crítica literaria marxista analiza, entre otras cosas, cómo la literatura opera en la reproducción ideológica. Y de eso me ocupo en el libro, de observar cómo estas novelas sobre la Guerra Civil están legitimando una forma de concebir el pasado, pero también el presente. Son novelas –y por eso arranco en 1989, fecha en que cae el muro de Berlín y el capitalismo empieza a constituirse como mercado-mundo– que han asumido la ideología propia del capitalismo avanzado, que han interiorizado que vivimos en el mejor de los mundos posibles, sin conflictos ni contradicciones, y que la Historia ya ha alcanzado a su fin.

Decía Bajtin que sin conflicto no hay novela, y si nuestros novelistas han asumido que vivimos tiempos a-conflictivos, ¿cómo escriben una novela? La Guerra Civil constituye para ellos un escenario idóneo, ya que es un pasado conflictivo donde sí es posible armar una buena trama novelística. Esta vuelta al pasado es doblemente ideológica: por un lado, su vuelta al pasado nos dice que vivimos en un presente perfecto, sin conflictos, que les obliga a acudir a un pasado conflictivo, y por otro lado, como decíamos antes, nos dice que ese pasado no tiene nada que ver con el presente, que es algo lejano, un escenario casi mítico, que no nos pertenece, que no tiene nada que ver con nosotros.

Hablemos de Javier Cercas. ¿Hasta qué punto su Soldados de Salamina es el paradigma de este tipo de novela tanto en su forma (posmoderna y despolitizada) como en la manera de presentar la Guerra Civil (desde la equidistancia y como un conflicto superado) y por su intención por “humanizar” a un falangista como Sánchez Mazas? Quería preguntarte al respecto por dos artículos: un reciente del propio Cercas, en el que él mismo decía que “el problema de la memoria histórica es que se convirtió en un negocio”, lo que le supuso críticas por cínico. Y otro de Vicenç Navarro, que exponía aquí sus problemas con la última novela de Cercas, El impostor, y con que el escritor no refleje sino la visión heredada del “establishment político mediático español”: todos somos iguales, todos somos responsables en igual medida de aquel conflicto.

Soldados de Salamina es el paradigma de estas novelas por los tres puntos que señalas. Pero, además, en ella se le da voz al enemigo, al falangista Sánchez Mazas, y al darle voz, al humanizarlo o subjetivizarlo, deja de ser percibido por el lector como enemigo. Cuando damos voz al enemigo empezamos a concebirle no como el “otro”, sino como alguien que es igual que nosotros, como una persona con sus conflictos interiores, sus contradicciones, e incluso con sus razones. Al darle voz al enemigo, le carga de motivos, y nos hace escuchar esos motivos, los de un intelectual del régimen franquista, los de un escritor que legitimó el régimen. Le escuchamos y le comprendemos. Se difumina, según esta estrategia literaria e ideológica, la barrera que separa a las víctimas de los verdugos. Le escuchamos y le comprendemos. Ya no le vemos como un verdugo, sino como una víctima más, ya despolitizada, de la guerra, como un hombre que como tantos otros sufrió las consecuencias de la contienda. Porque, además, el falangista nos cuenta lo mal que lo pasó cuando sobrevivió a un fusilamiento, y nos compadecemos de él. De repente sentimos lástima por un fascista.

Javier Cercas ha puesto su literatura al servicio de la redención de un fascista. Y al compadecernos de él, de ver cuánto sufrió un falangista, no podemos sino asumir lo que se ha convertido en el discurso dominante, y que tú señalas: en este país se mató por igual, todos sufrieron y todos mataron, todos son responsables. Pero, ¿seguro? ¿Tiene el mismo nivel de responsabilidad quien defendió un sistema democrático, legítimo, como fue la República, que quien se levantó en armas contra él? Según nuestros novelistas, sí. Y esto, entre otras cosas, es lo que se denuncia en el libro.

Respecto a la segunda parte de la pregunta, coincido con lo que expuso Vicenç Navarro en su artículo. Me pareció muy acertado. Y, contrariamente, coincido también con Javier Cercas con eso de que la memoria se ha convertido en una industria; ahora bien, lo que me separa de Cercas es que yo critico que la memoria se haya convertido en una industria, mientras que él se beneficia de ella.

Hablas también de vivimos un revival fascista que empuja a reeditar clásicos de autores falangistas. “La frase de Trapiello –ganaron la guerra, pero perdieron las páginas de los manuales de la literatura– se ha convertido en el buque insignia de los redentores por la vía de la estética que defienden la pervivencia del valor literario de los textos fascistas por encima de la Historia y las ideologías”, escribes. Y también te refieres al caso concreto de Jordi Gracia, para quien “la ideología no se tiene en cuenta, solo vale el genio”. ¿Debemos revisar la coartada de la “genialidad” y del “arte”, que aniquila cualquier lectura política, algo también propio de la posmodernidad? En este sentido, parece que “arte” y “política” son hoy conceptos opuestos.

Sin ninguna duda. Reivindico una lectura histórica y materialista de la literatura. Nociones idealistas, y estáticas, como es la de genio, entendido como un individuo que es capaz de trascender su momento histórico, y asimismo la noción de arte como un discurso autónomo, neutral e independiente de la coyuntura histórica en que se produce, no me interesan en absoluto. No creo en la lectura como una comunión de dos almas que, aunque alejadas en el tiempo, se encuentran en el momento de la lectura. Creo que un lector activo y crítico tiene que saber leer históricamente los textos, cuánta historia hay en un texto, incluso en un poema de amor. Si solamente nos detenemos a medir la calidad literaria de un texto –que alguien tendrá que explicar en algún momento cómo se mide–, perdemos buena parte del sentido de ese texto. Por lo tanto, tratar de redimir a escritores fascistas poniendo en valor sólo su supuesta calidad literaria, y olvidando lo que esos textos dicen y legitiman, me parece un ejercicio intelectualmente muy pobre y poco honesto. Yo creo que hay que leer a los escritores fascistas, pero sin desfascistarlos, sin desplazar de la lectura su sentido histórico y político, viendo cómo opera la literatura en la legitimación de un golpe de Estado. Si me paro sólo a contar metáforas, a celebrar el estilo, perderé buena parte del sentido del texto.

Enlazado con lo anterior: sí que reconoces que una parte de las novelas sobre la Guerra Civil aspiran a funcionar como “novelas de memoria histórica”, pretenden dar voz a los olvidados e impedir la segunda muerte: “la muerte hermenéutica, esto es, la que además de quitarle la vida borra su nombre de la Historia y con ello toda posibilidad de ser recordado”. ¿Consideras más válido este tipo de novela sobre la Guerra Civil que aquella “donde lo individual y lo humano ocupan la centralidad del discurso en detrimento de lo político y lo social”? ¿A qué autores y obras “salvarías” por su función de memoria histórica en este sentido de la masa de historias sobre la Guerra Civil?

No es la primera vez que me hacen una pregunta de este tipo y en ella se emplea el verbo “salvar”. De pronto me siento como un inquisidor o como el cura y el barbero de El Quijote en el escrutinio del capítulo VI. Pero no me incomoda. En realidad, todo crítico, cuando selecciona sobre qué habla y sobre qué calla cuando escribe, participa en un escrutinio. Te respondo: cuando establezco esa diferencia entre las novelas que abiertamente reproducen los mitos de la cruzada de Franco, que las hay, de otras que simplemente desplazan lo político a favor de una lectura individualizada del pasado, y de aquellas otras que sí buscan rescatar del olvido algunos episodios silenciados de nuestra Historia, no lo hago tanto para “salvar” algunas novelas, sino para matizar y señalar también que no todas las novelas que se analizan en el libro se pueden analizar de la misma manera.

En este sentido hay novelas que, como Inés y la alegría de Almudena Grandes o La voz dormida de Dulce Chacón, por señalar sólo dos ejemplos muy claros, parten de la loable intención de evitar la muerte hermenéutica de algunos personajes o episodios históricos. Sin embargo, en ambos casos, su final feliz se levanta contra el propio proyecto novelístico. En La voz dormida, por ejemplo, el final feliz se construye desde la asunción de una de las estrategias propagandísticas del franquismo como era el indulto, que permitía ofrecer una visión de Franco como misericordioso. El indulto salva a uno de los protagonistas de La voz dormida, asumiendo la novela de forma acrítica lo que no fue sino una estrategia de lavado de cara del franquismo.

Por su parte, Inés y la alegría termina en plena transición, en una España moderna y muy iluminada, donde ya todo lo malo pasó definitivamente. El final feliz también es ideológico porque da por cerrado un episodio histórico que, en realidad, continúa abierto. En estas novelas, que se proponían rescatar del olvido un episodio silenciado de nuestra Historia, se termina reproduciendo la idea de que aquello ya pasó, que aquel pasado ya está cerrado y que ya no forma parte de nuestro presente, plácido, tranquilo, «aburrido y democrático».

Frente a los libros de estos autores que se consideran de izquierdas y hasta republicanos, que en el fondo asumen una visión conformista del conflicto y del presente (no tiene nada de literatura comprometida porque es cómplice, aseguras), propones recuperar otra memoria, una memoriaviolenta, que se oponga de forma radical al sistema. ¿Podrías profundizar un poco esta idea de memoria violenta?

Tomo la idea de Walter Benjamin. Creo que la memoria tiene que ser un instrumento de oposición al presente. ¿Por qué? Porque nuestro presente está lleno de pasado, nuestro presente es heredero de aquel pasado que ganó la guerra. Creo en una noción de memoria que visibilice la relación de continuidad que existe entre aquel pasado y nuestro presente. Hay que mostrar esa continuidad para romperla. Nuestros novelistas ocultan esa relación de continuidad y por lo tanto, a partir de la lectura de sus novelas, difícilmente podremos romper algo que ni siquiera somos capaces de ver, porque no nos lo enseñan. La memoria tiene que servir para cambiar el presente, para hacer añicos un presente que es heredero del pasado que perdimos en la Guerra Civil.

En ese sentido empleo la noción de “memoria violenta”: una memoria que no se conforme con la recordación del pasado, sino una memoria que nos permita romper con un pasado que sigue instalado en nuestro presente.

Con tanto hablar de conflictos pasados, en el fondo se evita tratar conflictos presentes, dices: “Evocar un pasado conflictivo, como es el caso del de la Guerra Civil española, se pone en funcionamiento el mecanismo ideológico que desplaza la posibilidad de concebir nuestro presente como asimismo conflictivo”. ¿Dónde ves la novela contemporánea, la escrita hoy y sobre temas de hoy, con respecto de los conflictos sociales y políticos actuales? ¿Se estudiará en el futuro la novela del siglo XXI sólo para descubrir que no hay novelas que hablen del presente porque todas están muy ocupadas hablando de otra cosa?

Hay novelas ambientadas en el presente, pero que no hablan del presente. Eso lo traté en otro libro, al que antes hacía mención: La novela de la no-ideología. Novelas que, como éstas, interpretan todo conflicto desde el yo, todos los problemas de los personajes son individuales, nunca políticos, sociales o colectivos. Esta forma de desplazar el conflicto –siempre encontrando la explicación en el yo– es lo que define, en mi opinión, la novela española actual, se ambiente en la Guerra Civil o en la actualidad. Sin embargo, hay excepciones y hay novelistas que sí visibilizan los conflictos. Belén Gopegui, Marta Sanz o Isaac Rosa, entre otros, y señalo sólo los más conocidos, sí reconocen que nuestro presente es conflictivo y ese conflicto, que sí es político, es abordado en la novela.

En tu ensayo aseguras que el fenómeno que rodea la actual novela de la Guerra Civil no es algo exclusivamente español ni producto de la Transición, sino que se puede apreciar por ejemplo en la literatura y el cine sobre la Segunda Guerra Mundial y su visión “humana” de los nazis, lo que permite despolitizar lo sucedido y, entre otras cosas, convertir a verdugos en víctimas. ¿Qué tiene el boom de las novelas de la Guerra Civil de fenómeno propio español y cuánto de corrientemainstream global?

Efectivamente, no es un fenómeno español. A veces creemos que somos el ombligo del mundo y que todo se puede explicar desde nuestra concreta coyuntura histórica. Y lo analizamos todo en clave Cultura de la Transición. Y creo que ese análisis no es errado, pero sí incompleto. Los mismos discursos que aquí denominamos Cultura de la Transición se dan en otros contextos muy distintos. ¿Por qué? Porque en realidad es cultura –o mejor: es la lógica– del capitalismo avanzado. La despolitización, la equidistancia o poner el foco en lo humano para desplazar lo político y lo social –lo histórico–, elementos constitutivos de nuestra narrativa última, también están presente en novelas y películas europeas y estadounidenses. Luego, y respondiendo a la segunda parte de tu pregunta, lo que tiene propiamente de español este fenómeno es el escenario –la Guerra Civil– y la visión cainita o fratricida de la misma.

“Las novelas sobre la Guerra Civil española funcionan como respuesta literaria al pacto del olvido que supuso la Transición”, escribes, citando a María Corredera. ¿Te interesaba también con La guerra civil como moda literaria sumarte a la actual crítica a la Transición?

Me interesa, pero, como te decía, tiene sus limitaciones. Porque, insisto, yo no creo que la cultura no-conflictiva (o lo que en otro lugar he denominado “la novela de la no-ideología”) sea fruto de la Transición, sino del capitalismo. Es el capitalismo el que nunca se nombra, es la burguesía la clase innombrable. Centrarnos en la Transición me parece limitar en exceso dónde está la causa que provoca los efectos que hoy padecemos.

Por cierto, tras la invasión de las novelas de la Guerra Civil, avanzas el siguiente fenómeno literario en ocupar librerías y secciones de cultura de los medios de comunicación: las novelas sobre la Transición. ¿Es aplicable a esta nueva novela de la Transición las críticas que haces a la de la Guerra Civil?

Todo parecía indicar que, una vez agotada la moda literaria de la Guerra Civil, ésta iba a dejar el relevo a novelas sobre la Transición. Los primeros síntomas mostraban que iba a ser así, que se iba a poder aplicar el mismo análisis, porque el esquema novelístico iba a ser parecido. Sin embargo, desde que el relato de la Transición ha entrado en crisis, creo que va a ser más complicado que se conforme esta nueva moda y, llegado el caso, si se conforma, creo –y aun espero– que irá por otros derroteros.

Estamos en un momento histórico en que el relato de la Transición se viene abajo y eso dificulta que la Transición se convierta en moda literaria. Pueden salir novelas contra el relato de la Transición –de hecho están saliendo, y destaco Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz y El tiempo cifrado de Matías Escalera– pero difícilmente saldrán otras que lo legitimen. Aunque, quién sabe, quizá haya un repunte del relato cuando los poderosos disparen su última bala, y bien podría ser posible que ésta viniera acompañada de novelas que traten de relegitimar un relato que está en crisis. Pero esto sólo es especulación, y sólo el tiempo lo dirá.

Para terminar, ¿qué responsabilidad tienen los medios de comunicación de masas en esta visión conformista del pasado, de la Guerra Civil y el franquismo, en esta “desactivación política del lector”? Los medios son altavoz de la visión dominante, pero además dan cabida a este tipo de novelas en sus suplementos y secciones culturales sin cuestionarlas.

Los medios de comunicación operan, como la literatura, en la transmisión ideológica. Pero además tienen el poder de poner en circulación unos discursos y no otros. Evidentemente, han utilizado su poder para difundir discursos que coinciden con los dominantes, con aquellos que participan en la desactivación del lector.

“Debemos exigir que las novelas de la Guerra Civil trasciendan la función de entretener”