El castigo de llamarse Libertad en el franquismo y no renunciar a tu nombre

► Libertad González, hija del alcalde republicano de Zafra asesinado en 1939, narra en un libro la represión que sufrieron los familiares de las personas ajusticiadas por el franquismo

► “Mataron a nuestros seres queridos, pero también la vida que estábamos comenzando (…) Nos arrebataron todo, nos dejaron en la calle y estuvimos siempre marcados”

► Con 85 años sigue buscando el cuerpo de su padre, encarcelado y asesinado en el campo de concentración de Castuera 

ELDIARIO.ES | JESÚS CONDE | 26-5-2018

“Me llamo Libertad porque mis padres me lo pusieron. Jamás renuncié a mi nombre, pese a los problemas que me acarreó a lo largo de 40 años de dictadura”. Este es el relato de Libertad González, hija del alcalde socialista de Zafra asesinado en 1939.

Es el testimonio vivo de las otras víctimas del franquismo: las familias de las personas ajusticiadas. Condenadas al ostracismo, despojadas de todas sus pertenencias.

Les arrebataron hasta su nombre. José González Barrero tuvo tres hijos: España, República y Libertad. A ella el régimen la bautizó como Rosario. Así ha estado inscrita en el registro civil hasta 2016, cuando recuperó oficialmente el nombre con el que siempre se identificó. Consiguió que en su DNI pusiera Libertad. 

Represión a las familias

Es la única superviviente de los tres hermanos. A sus 85 años habla de una vida marcada por el golpe que supuso la ejecución de su padre. “Eras represaliado no solo porque mataran a tu ser querido. También mataron la vida que estabas empezando a vivir. Es una historia negra de España, es una pena que se ocultara durante tantos años”. 

Destaca que su padre era un hombre bueno, “al que querían hasta las personas de derechas. Asesinado sólo por ser favorable a la República”.  “Nunca he sentido vergüenza ni miedo de hablar de mi padre. Al contrario, me siento muy orgullosa de ser hija de quien soy. Nunca me acobardé con Franco, ¿cómo iba hacerlo ahora?”.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en Extremadurapresentó este jueves en la Diputación de Badajoz el libro  “Memoria de libertad”, de Cayetano Ibarra.

La memoria, la vida personal y los acontecimientos de su padre conforman el libro dedicado a Libertad, una de las precursoras del movimiento por la recuperación de la memoria histórica en la región. Tras regresar de Madrid y establecerse en Zafra abanderó la lucha por dignificar la figura “de todas aquellas personas que habían luchado por la libertad y la democracia”. “Señores, la República fue la democracia en España, es cuando comenzaron a ser demócratas los españoles”.

“Casi que sigo pensando que no merecía la pena escribir mis memorias, porque yo no dejo de ser una hija más de los malos momentos españoles. Soy una más de la historia negra que hubo en este país”.

La ley del silencio

José González Barrero regentaba el hotel Cabañas del municipio, y la familia tenía una vida cómoda. Con su ejecución se vieron despojados de todo. “Nos quitaron todo: la casa, el negocio, el dinero. Todo intervenido porque mi padre era republicano”.

Su madre se quedó viuda y sin un hogar para darles refugio. Una mujer a la que cierran todas las puertas, que tiene que sacarles adelante con todo en su contra. Y con figuras franquistas empeñadas en que su devenir siguiera siendo negro.

Destaca que la situación era mala para el 90 por ciento de los españoles, “pero la de mi familia fue devastadora. Vivimos bajo unas míseras condiciones”. Recuerda una España gris, con una sociedad que ‘estaba hecha una pena’. “Todo era pecado, la rigidez era el modo de vida. Yo siempre he sido rebelde y he huido de todo aquello que no me gustaba. Se vivía muy mal en todos los sentidos”.

Tras un periodo en Fregenal de la Sierra, en casa de su abuela materna, la familia se desplaza a Madrid, donde siguen estando marcados. Se les niega el acceso a la educación. “Cuando mi madre solicitaba una plaza lo primero que le preguntaban era que dónde residía en el año 36. Al regresar a la escuela, dos días más tarde, ya no había plaza para mí. La historia se repetía de colegio en colegio”.

Es una dinámica que les acompaña siempre. En sus idas y venidas a Extremadura y la capital española. Tras una nueva estancia en Fregenal, Libertad se establece de manera definitiva a Madrid con 17 años. Comenzaba una nueva vida bajo el peso de plomo de la dictadura, en unos años marcados por el silencio y una calma social fingida.

“Había terror y miedo, seguían los fusilamientos. Las cárceles seguían llenas de presos políticos. Las reglas sociales estaban muy claras”. “Yo no estaba adaptada a la época. Mis ideas no se adaptaban en absoluto a toda esa mediocridad. Me traían sin cuidado las repercusiones. Yo vivía a mi aire”.

Se refiere a una juventud española coartada, donde las ansias de rebeldía se topaban de frente con el nacional catolicismo. “Recuerdo que cuando tomaba un aperitivo con mi novio y una cerveza tenía que decir en casa que no había cenado. Estaba muy mal visto que una ‘señorita’ hiciera cosas así”.

Con la búsqueda de trabajo siguieron los problemas. Oficialmente se llamaba Rosario, pero siempre tuvo presente su nombre. No dudaba en rectificar, en dejar claro que era Libertad. Algo que le costó varios quebraderos de cabeza.

Entrados los años 60 logró un trabajo en el hotel Palace de Madrid para hacer facturas de la ropa planchada a los clientes. “Antes de entrar dije mi nombre, Libertad. Me quedé sin trabajo”. La situación se repitió más veces.

Tiene muy claro los motivos: “La guerra no había terminado en el 39 como decían. Es mentira. Continuó con nosotros, arrebatándonos nuestra identidad. No terminó hasta bien pasada la muerte del dictador. Las represalias continuaban y puedo dar buena fe”.

Pasaron los años.  Siempre trabajó como dependienta, en una tienda de discos y de juguetes. También estuvo en un conocido restaurante. “Y así fuimos saliendo del paso, sobreviviendo”. 

La muerte del dictador le pilló en Madrid con su marido. “No te creas que el ambiente fue de alegría, porque cinco días antes de morir firmó sentencias de muerte”. “Las cárceles seguían llenas, el miedo continuaba. Por un lado estaba contenta. Por otro lado tenía un sentimiento de pena. Franco no había muerto como yo hubiera querido: juzgado por sus crímenes”. “Deseaba que se sentara en un banquillo ante un juez y fuera castigado por sus crímenes. Murió hecho una pena, pero en su casa… perdón, en la casa de todos los españoles, de la que se adueñó”.

Recuperación de la memoria histórica

Cuando regresa a Zafra, en el 2.000, se une al movimiento incipiente que reclamaba verdad y justicia para las víctimas del franquismo. Comenzaron a trabajar “para dignificar a las personas que dieron la vida por la República. La figura de mi padre y la de las casi 200 personas asesinadas en Zafra”.

Tiene claro que no se ha hecho justicia. “Todavía no he sacado a mi padre de donde lo tiraron para enterrarlo con mi madre”. “Yo soy una de las privilegiadas, porque en la plaza en la que vivo está el busto de mi padre. Pero eso no paga el mal que nos hicieron. Cuando llegó la democracia no hubo un homenaje a quienes dieron su vida por la democracia en 1936. Continuó el silencio, igual que en la dictadura. Sigo aquí, estoy bien y sigo trabajando para rememorar la figura de las víctimas del franquismo”.

Critica que buena parte del trabajo, que correspondía a las administraciones, ha sido asumido por el movimiento civil. Por las asociaciones. “Mira al gobierno central y su completo silencio. Sin dotar de presupuesto la memoria histórica. Estamos hablando de recuperar el cadáver de nuestros padres, de nuestros hermanos”.

Desecha aquellos argumentos que afirman que hablar de memoria histórica es reabrir heridas. “Le digo yo a todas las personas que hacen esta afirmación. Le digo a Rajoy que las heridas siguen abiertas desde que pasó todo. Sacar los huesos de una cuneta es cerrar las heridas”.

“Hasta que no encuentras a tu ser querido, como me pasa a mí, no se cerrarán. ¿Por qué no me ayudan a localizar a mi padre? No sé dónde está. Las heridas siguen sin cerrarse. Yo me voy al otro mundo sin cerrarla”.

“Cuando abrieron las fosas del campo de concentración de Castuera la imagen era aterradora. Con cuerpos amontonados, con las manos atadas a la espalda con alambres, unos boca arriba y otros a la inversa. Unidos, unos con otros… Siguen tirados en cunetas. ¿Cuándo vendrá la justicia? Yo ya no la veré. Pero estaría bien”.

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