El diputado Manso, asesinado por el franquismo, tuvo calle durante la dictadura

La calle estuvo y está en Gijón, en memoria de quien defendió a los presos de la revolución de octubre de 1934 y fue estoqueado en una cuneta junto al alcalde republicano de Salamanca.

Félix Población / www.diariodelaire.com /2019-12-16 09:39

Junto con el diputado de Izquierda Republicana, catedrático de Anatomía, alcalde de Salamanca y amigo de Miguel de Unamuno, Casto Prieto Carrasco, fueron asesinados el mismo día por las tropas sublevadas que dieron lugar a la Guerra Incivil -en expresión del escritor vasco- otros dos defensores de la segunda República, residentes ambos en la ciudad del Tormes y de los que apenas se habla. Ocurrió a las pocas fechas de iniciarse en aquella provincia una represión que tuvo como balance en torno a 1.300 víctimas mortales, la mayoría de ellas ejecutadas extraoficialmente, con haber sido casi nula la resistencia ofrecida al golpe militar. Esa inmediata oleada represora in situ es algo que se nos escamotea a los espectadores en el film de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, aun versando sobre los primeros meses del conflicto en Salamanca, con Miguel de Unamuno como protagonista.

Sobre el alcalde de la ciudad, cuya esposa acudió a ver a don Miguel en petición de ayuda después de ser detenido -según vimos en el film mencionado-, publiqué un artículo hace meses (Unamuno se traicionó a sí mismo, según Casto Prieto, alcalde de Salamanca), en el que me servía del diario del alcalde en prisión para da a conocer sus ideas y sentimientos antes de su asesinato. De Julio Barbero, directivo de la Casa del Pueblo de la ciudad, no se sabe nada, y del diputado del Partido Socialista Obrero Español José Andrés Manso (1896-1936), abogado y catedrático de Lengua y Literatura Española, muy poco.

Se conoce una única fotografía de carné de este militante socialista, del que también tenemos algunos rasgos biográficos. Fue hijo de una familia modesta -su padre era zapatero remendón-, y como tal hubo de cursar sus estudios de Magisterio y Derecho gracias a las correspondientes becas. En 1925 era ya catedrático de Lengua y Literatura Española en la Escuela Normal de Maestros. Al año siguiente obtuvo la licenciatura en Derecho y publicó un libro, del que posiblemente será muy difícil encontrar la correspondiente edición, aunque sí se puede consultar su portada en los mercadillos digitales de segunda mano. Se titula Castilla: leyendas y poesías.

Casado con Fe García Encinas, de la que tuvo una hija que falleció en 1946 para colmar las desgracias familiares, su labor como letrado se volcó en la defensa de los trabajadores. Director del periódico salmantino Tierra y trabajo, con la instauración de la segunda República era presidente de la Federación Provincial Obrera de Salamanca. En el congreso extraordinario del PSOE de 1931 representó a la Agrupación Socialista de Salamanca. Durante el periodo republicano fue intensa su labor a lo largo de la provincia para impulsar la acción de las sociedades obreras locales. Eso le reportó la animadversión declarada del muy afincado y reaccionario caciquismo salmantino, dado que la nueva legislación laboral de Largo Caballero (jornada de 8 horas, bases de trabajo, jurados mixtos, ley de términos municipales), unida a la le ley de reforma agraria de 1932, era motivo de enconados enfrentamientos. También ejerció como abogado defensor de los procesados por la revolución de octubre de 1934 en Asturias.

Es de señalar en este sentido que el diputado socialista Manso realizó un viaje a esa región, encargado por la comisión parlamentaria socialista, a los pocos días de sofocada la revuelta, tal como cuenta en su libro In illo tempore el también diputado por Esquerra Republicana por Valencia Vicente Marco (1880-1946). Los dos querían tener un conocimiento directo de los hechos, ajeno a las macabras y violentas versiones oficiales de la prensa conservadora con relación a las acciones de los revolucionarios, a la que Marco enfrenta la generosidad y sentido humanitario del movimiento. Sí coincidían ambos en lo riguroso de la represión, que costó la vida al periodista Luis de Sirval (Luis Higón), con el que coincidieron en una pensión ovetense, al pretender contar en sus crónicas la masacre llevada a cabo por las tropas gubernamentales en la localidad de Villafría. Otra versión habla de que la crónica de Sirval versaba sobre las circunstancias de la muerte de la joven libertaria Aida Lafuente. Tres oficiales del Tercio acallaron para siempre a Sirval en la comisaría en donde estaba detenido, sin que pagaran por ello la pena proporcional con su crimen.

Manso fue por dos veces diputado por Salamanca en representación del Partido Socialista, tanto en los comicios de 1933 que dieron la victoria a la derecha como en los de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular. Se le detuvo en su ciudad natal el 19 de julio y fue ingresado dos días después en la prisión provincial junto a Julio Barbero y Casto Prieto Carrasco. Por medio de una orden suscrita por el comandante militar de Salamanca, el general Manuel García Álvarez, un piquete sacó a los tres de la cárcel con la excusa de conducirlos a Valladolid para ponerlos a disposición del capitán general de la VII División Orgánica, general Andrés Saliquet Zumeta, en cuya prisión provincial deberían ser internados.

No llegaron a su destino. En la noche del 28 de julio de 1936, según recoge la información aportada por la Fundación Pablo Iglesias, los tres presos fueron salvajemente torturados. Después de ser atados a una camioneta y arrastrados varios kilómetros, fueron finalmente ejecutados en la pequeña localidad de La Orbada, en el punto kilométrico 89,2 de la carretera de Valladolid, a media hora de Salamanca. Se dice que Julio Barbero fue decapitado, que a Casto Prieto Carrasco lo mataron a tiros y a José Andrés Manso lo asesinaron con un estoque, como macabra burla de su apellido por parte de sus verdugos.

Fue muy tarde, a pesar de la peticiones solicitadas por la asociación Memoria y Justicia, en diciembre de 2012, cuando los trabajos de organización del fondo histórico del Gobierno Civil, que estaba llevando a cabo el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, permitieron a la Junta de Castilla y León identificar los documentos gubernativos de 1936 relacionados con la muerte del que fue alcalde de Salamanca Casto Prieto Carrasco, y con la depuración de Filiberto Villalobos González, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en la II República. La documentación se encontraba en un legajo identificado o rotulado como ‘Peritos calígrafos y varios, despachados años 1939-1941″. En uno de los textos da cuenta del hallazgo el 29 de julio de 1936 de los cadáveres del entonces alcalde y de José Andrés Manso (nada se dice de Barbero) en el punto kilométrico 89,9 de la carretera de Valladolid a Salamanca, en el término de La Orbada. En el mismo expediente hay una nota manuscrita de Filiberto Villalobos al gobernador civil con la relación de los nombres de la familia Prieto Carrasco, al objeto de que fuera autorizado el traslado del cadáver para su enterramiento en Valverde del Fresno, de donde era natural Ana Carrasco, esposa del alcalde republicano.

Tras el hallazgo de las víctimas no se siguió investigación alguna. Al contrario, muy pocos días después, el 6 de agosto de 1936, el general faccioso Emilio Mola emitió una orden por la cual todos los cadáveres hallados en los campos y caminos, con signos de muerte violenta, miles en todo el territorio controlado por Mola, debían ser enterrados sin más averiguaciones, como producto de “hechos de guerra” o “enfrentamiento con la fuerza pública”, expresiones ambas habituales en los certificados de defunción de miles de víctimas del franquismo. Esta ordenanza supuso una total impunidad para el asesinato, de la que está bien nutrido el mapa de fosas de nuestro país, y también la ocultación durante decenios de la brutal represión llevada a cabo por los vencedores.

En Madrid hubo un batallón durante la guerra que llevó el nombre Andrés Manso. Estaba formado por milicianos republicanos de Salamanca y Zamora, organizados a través de las casas regionales. Con el diputado socialista salmantino se da una circunstancia en verdad insólita entre las víctimas republicanas: posiblemente su caso sea el único en España en que la víctima, habiendo sido asesinada por el franquismo, tuvo calle en una ciudad durante toda la dictadura y hasta el día de hoy, según cuenta en su libro Las calles de Gijón Luis María Piñera. Los vencedores, a lo largo de casi cuarenta años, no repararon en que la céntrica calle Manso de la ciudad asturiana respondía a la memoria del catedrático salmantino que defendió a los revolucionarios de octubre en 1934. La dictadura nunca anuló el acuerdo tomado por el Ayuntamiento de Gijón el 28 de noviembre de 1936. Muchos gijoneses nos preguntamos entonces y más de una vez por la identidad de ese Manso, sin imaginar ni remotamente que pudiese ser la que es.

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