El general nazi que estrelló su avión en España y se refugió en un pueblo sevillano

Léon Degrelle aterrizó en La Concha en 1945, cuando el nazismo ya estaba derrotado. Vivió en España durante 50 años, escapando de la justicia al calor del franquismo

EL CONFIDENCIAL | ANA RAMÍREZ | 11-10-2019

Mayo de 1945, playa de La Concha (San Sebastián). Eran las seis de la mañana, la marea y el sol de la costa vasca todavía se desperezaban. Los donostiarras madrugadores que paseaban por la arena divisaron una mancha que se abría paso en el cielo metálico. Un avión caía a la bahía en picado. En un accidente aparatoso, el bimotor dio dos vueltas de campana y se hundió en el Cantábrico, muy cerca de la orilla. Los curiosos pudieron distinguir una gran esvástica pintada en la cola del avión siniestrado.

Todos conocían la noticia: Hitler se había suicidado hacía apenas una semana y el fin de la Segunda Guerra Mundial estaba anunciado. Los donostiarras fantasearon con la idea de que, en realidad, el Führer no había muerto. El rumor comenzó a extenderse en la perla del Cantábrico: quien pilotaba aquel avión accidentado era el mismísimo Hitler que, en un intento de huida desesperado, se había quedado sin combustible. Al día siguiente, la crónica de ‘ABC’ lo desmintió: del avión “fueron extraídas hasta seis personas, vistiendo uniforme militar alemán. Una de ellas ostentaba alta graduación con distintivo de coronel y lucía en su pecho la Cruz de Hierro. Se trata del conocido rexista, jefe del partido belga, Léon Degrelle”.

Hitler había concedido la Cruz a este militar belga un año antes del accidente aéreo. Según Degrelle, el dirigente alemán se sinceró durante la ceremonia de entrega: “Si tuviera un hijo, me gustaría que fuese como usted”. Un año más tarde, el nazismo agonizaba en Berlín y Léon Degrelle se convirtió en uno de los objetivos de la justicia belga, acusado de alta traición. Viajó en busca de protección en el régimen de Franco y, aunque no aterrizó con buen pie, estuvo escondido en España durante los siguientes 50 años, hasta el día de su muerte.

Degrelle nació en 1906, en el sur de Bélgica. En su juventud defendió la renovación de los valores católicos y llegó a dirigir una compañía editorial de la Iglesia llamada “Christus Rex”. En las elecciones belgas de 1936, el joven Degrelle y sus encendidos seguidores desafiaron al Partido Católico y se presentaron a los comicios bajo la marca del Partido Rexista, una formación populista e improvisada que en pocos años tomaría una deriva inequívocamente fascista.

El rexismo y su líder, Léon Degrelle, declararon su apoyo total a la causa de Adolf Hitler. En 1941 formaron la Legión Valona, una unidad militar voluntaria que luchó con los alemanes en el frente oriental y que acabó adscribiéndose a las SS. Así, en las batallas de Ucrania, Degrelle inició un rápido ascenso hacia la cumbre del ejército nazi. La toma de Berlín por los Aliados le sorprendió en Oslo, donde se subió a un avión Heinkel-111 con el combustible justo para llegar a España.

El mismo Degrelle relató su aterrizaje forzoso en una entrevista para ‘Interviú’, en 1983: “Estaba en el frente de Noruega cuando me enteré por una radio del fin de la guerra. Mi primera idea fue irme en submarino a Japón para seguir luchando, pero no pudo ser”. El militar belga tomó el avión junto con otros cinco militares, sin mapas ni gasolina. Volaron sin luces para evitar las batidas antiaéreas. El combustible se acababa y aterrizar en territorio francés suponía el arresto inmediato. “Seguimos la costa, vimos el Bidasoa, una roca inmensa contra nosotros nos obligó a poner el avión en vertical… Nos habíamos quitado ya las botas porque pensábamos que nos caíamos al mar y, de pronto, vimos la playa”.

Tras las dos vueltas de campana y el aterrizaje forzoso, Degrelle permaneció ingresado en el Hospital Mola de San Sebastián durante un año, recuperándose de las heridas. “Todas las semanas venían los embajadores de Estados Unidos, Inglaterra y Bélgica para comprobar que yo seguía allí”, contaba el militar a Interviú. Bélgica lo condenó a muerte en 1945, le retiró la nacionalidad y pidió su extradición a las autoridades españolas. Protegido por las altas esferas de la Falange y el propio Franco, que simuló la expulsión del criminal de guerra, Degrelle huyó y permaneció escondido en España bajo el pseudónimo de Juan Sanchís. Primero en Madrid, hacinado en el cuarto de la criada de un matrimonio de jubilados durante año y medio, sin luz ni ventilación. Allí se enteró de la muerte de sus padres en Bélgica y su salud volvió a recaer. Tras otro periodo de hospitalización, Degrelle llegó hasta José Antonio Girón, ministro franquista de Trabajo, que le buscó un escondite en una villa próxima al pueblo de Constantina (Sevilla). Y durante 14 años, el militar nazi hizo su vida entre los habitantes de aquel pequeño pueblo de la Sierra Morena.

Don Juan de La Carlina

Según contaba él mismo, Degrelle subsistió en aquellos años gracias al comercio internacional de lana y hierro. En el transcurso de esos negocios conoció a una anciana llamada Matilde Ramírez Reina. “Esa señora me quería mucho y me adoptó”, explicaba a Interviú. El militar belga adquirió así el pasaporte español y un nuevo nombre: José León Ramírez Reina.

En 1954, Degrelle se trasladó a Constantina y compró una viña, La Carlina. Construyó una finca con una casa señorial que en el pueblo se conoce como “el Castillo Blanco”. Un arco de piedra anunciaba la entrada a los terrenos con una inscripción en francés: “Me aprovecharé del bien presente, tomaré las cosas dulces a las que soy sensible lo más abundantemente que me sea posible”. La finca corona Constantina desde una loma del pueblo y durante años fue el templo de las pasiones del excéntrico Degrelle: la arquitectura, el arte y la arqueología. En ella se mezclaban los estilos romano, cordobés y su añorado flamenco.

Para los habitantes de Constantina en los años 50, Degrelle se hacía llamar Don Juan de La Carlina. “No creo que durante el franquismo muchos supieran quién era Don Juan y cuál era su pasado. Años más tarde sí, durante la Transición se empezó a hablar de Léon Degrelle”, explica Ana Ávila, historiadora nacida en Constantina. “Era una figura envuelta en misterio. Recuerdo los rumores o las leyendas que escuchaba en el pueblo cuando era pequeña. ‘A Don Juan lo han intentado asesinar, lo han intentado secuestrar…’. Pero nunca se supo si era cierto”.

Ávila participó en el proceso de investigación de ‘Don Juan de la Carlina. La cara oculta de Léon Degrelle’, un documental sobre la vida del dirigente nazi en España. “Fue difícil encontrar testimonios críticos sobre Degrelle en el pueblo. Hubo mucha gente que no quiso hablar, creo que lo recordarían como un benefactor. Como en otros lugares, en Constantina todavía existe un silencio sobre la época de la guerra y el franquismo. La investigación es dura porque la gente no quiere remover esos recuerdos”.

Don Juan de La Carlina fue el alter ego de Léon Degrelle en Constantina: un belga misterioso, culto, histriónico, que vivía en un palacete imponente. “Eran grandes fiestas, y el palacio eran precioso, costeado, y mucho… Decían que tenía incluso algunas salidas de escape en forma de pasadizos. […] Eran años donde era complicado vestir de esmoquin y, sin embargo, allí todo el mundo estaba de rigurosa etiqueta. […] Aquella fue una época dura que, desde luego, en Don Juan no se notaba”, recuerda Francisco García, padre del escritor José Manuel García Bautista. Su familia vivía en la finca colindante a La Carlina y llegó a asistir a las fiestas de Degrelle. En su libro ‘Nazis en Sevilla’, García Bautista recoge también los recuerdos de su madre: “Don Juan era un hombre serio que difícilmente esbozaba una sonrisa pero que sin embargo estaba siempre rodeado de jefes de la Falange con sus uniformes y otras personalidades del régimen. […] Las fiestas eran impresionantes y no le gustaba que faltara de nada”.

¿De qué vivió Léon Degrelle durante aquellos años? En la respuesta, como en toda la biografía del militar belga, se combinan las leyendas y los recuerdos. El documental ‘Don Juan de la Carlina. La cara oculta de Léon Degrelle’ relata sus negocios como promotor de turismo rural. Dentro de su finca, construyó casas de alquiler para los norteamericanos instalados en una base aérea cercana a Constantina. Las viviendas estaban equipadas con bañera y calentador eléctrico, algo que en la España de los 50 era poco habitual. Degrelle apuntó sus negocios a los únicos turistas que podían pagar el lujo de La Carlina.

Acusado de traficar con obras de arte

Otra de las explicaciones para los ingresos de Degrelle fue el rumor que le acompañó hasta su muerte. En 1988, la Policía Municipal de Málaga encontró en un almacén varias obras de arte, entre ellas un león funerario ibérico del siglo III a. C. que, según las pruebas aportadas ante el juez, pertenecía a Léon Degrelle. Éste declaró que las compró “por 50.000 pesetas en un café de la carretera de Málaga a Sevilla”, según informó ‘El País’. El juez se inhibió del caso porque no encontró pruebas de que las piezas del almacén fueran a salir de España. Degrelle aseguró que se trataba de una campaña de difamación. Hasta su muerte, continuó eludiendo la acusación de tráfico con piezas arqueológicas.

El yacimiento arqueológico más importante de Constantina lleva el nombre de Degrelle. En realidad, uno de sus nombres: la Cueva de La Sima, conocida como la Cueva de Don Juan [de La Carlina]. Según el Museo Arqueológico de Sevilla, que conserva algunos restos allí encontrados durante una excavación autorizada en 1958, “la cueva fue descubierta por el político belga León Degrelle, y se le asignó ese nombre porque con él era conocido en la localidad”.

La investigación ‘Recuperación de la “memoria arqueológica” del yacimiento prehistórico cueva La Sima’ menciona “la aparición de restos humanos en los trabajos de captación de agua en el interior de la cavidad para una urbanización próxima”. Quien dirigía estos trabajos para abastecer a unas viviendas de Constantina, en la década de los 50, era Léon Degrelle. Según el documento, “se vaciaron, sin metodología arqueológica, importantes registros sedimentarios y arqueológicos, que dieron lugar a los cortes y excavaciones artificiales que aún perduran”.

Regreso a Madrid

En el comienzo de los 60, el negocio de los alquileres de Degrelle comenzó a decaer. En 1963, se declaró en quiebra financiera y la Caja de Ahorros San Fernando embargó La Carlina. Hoy, la finca alberga un convento de las monjas de San Jerónimo. Con la ayuda del conde de Mayalde, entonces alcalde de Madrid, el belga regresó a la capital para vivir en una clandestinidad que terminó en 1975, con la muerte de Franco y la prescripción de sus delitos en Bélgica.

Pasó sus últimos años en Madrid, en un piso de la calle Santa Engracia, escribiendo sus memorias y algunas obras históricas. Después en Málaga, donde tenía propiedades en una urbanización de Fuengirola. Degrelle nunca renegó de sus ideas ni de su admiración por Adolf Hitler. En entrevista para Interviú en 1983, recordó sus encuentros con el jerarca nazi: “[Hitler es] el genio más grande de este siglo. La gente le odia o le admira, lo que demuestra que es un genio. Hitler cambió el mundo, sobre todo Europa, que es otra desde que murió Hitler. Europa dio un giro semejante al que dio con la Revolución Francesa”.

Dos años después, Violeta Friedman, superviviente de Auschwitz, inició una batalla legal contra Degrelle por dudar de la existencia de hornos crematorios en los campos de concentración en unas declaraciones para ‘Tiempo’ (“…si hay tantos [judíos] ahora, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorios”). El Tribunal Constitucional falló a favor de Friedman en 1991.

Desde que se estrelló en la playa de La Concha, Léon Degrelle esquivó todas las peticiones de extradición para cumplir su condena. En 1994, ingresó en una clínica de Málaga por una insuficiencia cardíaca. Murió allí, a la edad de 87 años. Bélgica prohibió que sus cenizas entraran en el país.

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