El infierno es un lugar en blanco y negro.

La periodista Mónica G. Álvarez recuerda en ‘Noche y niebla en los campos nazis’ (Espasa) a las supervivientes españolas del horror

Braulio Ortiz 03 Agosto, 2021 – 07:00h

“Dante ha descrito el infierno, pero no ha conocido Ravensbrück, ni Mauthausen, ni Auschwitz, ni Buchenwald. ¡Dante no podía ni imaginar el infierno! Yo tengo una película en la cabeza en blanco y negro, tal como era todo, porque allí no había colores”, escribió Neus Català sobre su experiencia como prisionera en Ravensbrück, una cita con la que arranca Noche y niebla en los campos nazis. Historias heroicas de españolas que sobrevivieron al horror. En el libro, publicado por Espasa, la periodista Mónica G. Álvarez reconstruye la historia de once mujeres capturadas por su lucha contra el fascismo, las vejaciones y la angustia que padecieron en su reclusión y cómo gestionaron el doloroso recuerdo de esa terrible vivencia.

González Álvarez (Valladolid, 1979) había escrito anteriormente otras obras sobre uno de los capítulos más siniestros del siglo XX, títulos como Guardianas nazis. El lado femenino del mal o Amor y horror nazi. Historias reales en los campos de concentración, pero no fue hasta que se documentaba para este trabajo cuando se atrevió a visitar, al fin, en enero de 2020, un campo de concentración. “Nunca me había sentido preparada, esa es la verdad”, admite la autora. “Y hacerlo es una experiencia complicada, en la que se te revuelve el estómago y se te encoge el corazón. Pero quería trasladar lo que habían vivido estas mujeres, lo que habían escrito o hablado en conferencias, lo que me habían contado de ellas sus familiares a través de entrevistas. Quería que Noche y niebla… fuera algo más que un libro de Historia objetivamente contada, también una narración que despertara empatía“.

El conjunto repasa las biografías de figuras más conocidas como la citada Neus Català, Violeta Friedman o Mercedes Núñez Targa, que compartieron su odisea, pero también da voz a mujeres que decidieron guardarse el espanto de lo vivido, como hizo Olvido Fanjul, que “nunca habló de aquello y cuando empezó a abrirse sus hijos creyeron que esos recuerdos no eran más que batallitas inventadas por alguien que estaba perdiendo la cabeza”, apunta González Álvarez en conversación telefónica.

Fanjul se diferencia del resto de protagonistas del libro, que se implicaron en la Resistencia francesa: ella viajó desde su Asturias natal en la expedición que llevaba a los niños de Rusia. En Leningrado se enamoró de Dimitri, un comandante de aviación con el que tuvo un hijo que los nazis le arrebataron y dieron en adopción. Fue trasladada a Ravensbrück desde la cárcel de Tallín, y figuraba en los archivos como prisionera rusa. Se reservó ante los suyos aquel martirio tal vez para no revivir tanta ausencia: la de ese bebé que le habían robado, la de Dimitri, al que tampoco volvería a ver nunca.

“Muchas mujeres se guardaron su historia para que sus hijos no heredaran el dolor ni el resentimiento, pero también porque se encontraron con que sus familias no las entendían“, asegura la escritora, que narra, por ejemplo, el rechazo con el que se topó en su entorno Català, a la que la suegra culpaba de la muerte de su marido y sus allegados le recriminaban que se había “buscado” lo que le había ocurrido por “aventurera”.

Noche y niebla… detalla las crudas escenas que se sucedían ante los ojos de las presas. Elisa Garrido no olvidaría nunca el despiadado remedio por el que optó un médico ante una niña de pecho desnutrida, golpearla en la cabeza con la culata de una pistola hasta matarla. Alfonsina Bueno quedaría impactada por otra muestra de la barbarie más absoluta: vio cómo mataban “a palos a una muchacha, la hicieron trocitos”. Varias protagonistas del libro recuerdan cómo los nazis experimentaron con ellas “como meros conejillos de Indias” para evitarles la menstruación y que así fueran “más productivas”.

“Pero también en ese campo de concentración hubo escenas de solidaridad, las mujeres se apoyaban entre ellas, se pasaban ropa o algo de alimento, se daban cariño”, señala González Álvarez. “Ellas tenían muy claro que se enfrentaban a un enemigo común, y se unieron en ese calvario. Incluso en el infierno más absoluto, también ríen, recuerdan, hablan de recetas de cocina. Tenían sus contados momentos de diversión”.

Uno de los testimonios alude a esa hermandad que se generó en el grupo: “Si a una de nosotras le faltaba comida, tú le dabas un poquito de la tuya. Y procurábamos que hubiera calor, sobre todo en los primeros momentos, que son muy duros. Una caricia puede hacer mucho, puede salvar una vida, porque te permite salir de aquel mundo tétrico y ver que hay una persona que te quiere, que hay alguien humano como tú (…) Allí todas éramos hermanas, no importa cómo pensáramos. Y era posible encontrar belleza y bondad en medio de aquel horror. La belleza de los sentimientos más nobles la he conocido en el campo: la tolerancia, la solidaridad, la amistad”.

Las semblanzas de estas mujeres se detienen también en la dura adaptación al mundo después de las humillaciones sufridas en Ravensbrück. “Hubo que vencer el miedo de volver a la vida normal”, comentaría Mercedes Núñez Targa, “aprender de nuevo, como una criatura pequeña, los gestos sencillos: pagar el alquiler, ir al horno a comprar el pan, saludar a un vecino; salir del gueto moral, del yo ya no soy como los demás”.

Para la autora, sus heroínas representan los valores que hay que reivindicar dentro del espectro de lo humano. “Estas mujeres deportadas, supervivientes del Holocausto, lucharon por la libertad de todos los ciudadanos, no sólo por la de ellas. Querían una sociedad mejor”, defiende González Álvarez, que lamenta que el reconocimiento dispar que tuvieron no es “suficiente. A mí me falta el homenaje de nuestro país, de España, y no sólo de este Gobierno, que ha sido el último en llegar, también el de todos los Gobiernos anteriores que se formaron en democracia”, reclama.

La periodista cree que las tensiones en torno al asunto de la memoria histórica han dificultado las cosas. “La desmemoria nos lleva persiguiendo muchos años, por este dichoso tema de las dos Españas, un apelativo que a mí me horroriza porque creo que España es una, que dentro de un orden democrático, una tolerancia, cabemos todos, y el que no respete este orden sí debe quedarse fuera. Pero”, prosigue, “las voces de estas mujeres deportadas son las voces de la libertad, de la democracia, y no se pueden silenciar. Aunque hayan pasado décadas debemos seguir hablando de ellas, de su lucha, y no sólo en un plano institucional: contar sus testimonios, por ejemplo, en las escuelas, para que los niños sepan que existió algo tan terrible como el Holocausto y sean conscientes de los asesinatos que se produjeron dentro de los campos de concentración. Los jóvenes deberían ser resistentes, porque como dice Lise London [el seudónimo que utilizaba Elisa Ricol], otra de las protagonistas, un resistente nace cuando sabe decir que no a las injusticias”. O en las palabras de esta francesa hija de dos turolenses: “Abrid bien los ojos, no os dejéis encerrar en las certezas, luchad contra la injusticia. No dejéis que la perversión mancille los ideales comunistas. Sed vosotros mismos”.

En Noche y niebla… González Álvarez se refiere al “peaje emocional” que paga el escritor que intente aproximarse a estas vivencias estremecedoras. “Por un lado, sentía una necesidad imperiosa de pregonar a los cuatro vientos unas historias terribles para que las generaciones más jóvenes conociesen unos hechos que jamás deberían volver a repetirse; por el otro, se habían apoderado de mí la angustia y la impotencia por no poder hacer nada para cambiar un pasado que cae como una pesada losa sobre la espalda”, anota en las páginas de este libro. “Cuando escribo”, añade la autora al teléfono, “me pongo una coraza, algo que hago habitualmente porque también trabajo en sucesos, pero, claro, soy una persona, y cuando me adentro y buceo en las vidas de estos seres humanos que han sufrido tanto es imposible que no me afecte, que no me influya, que no me toque el corazón. Y más cuando hablas con los familiares de estas mujeres cara a cara, es inevitable que yo también me resquebraje. Pero puede que ese sentimiento que he tenido lo haya trasladado al papel, que esa emoción haya ayudado al relato”. Cuando el lector cierra el libro, resuenan en su cabeza frases como las que expresó Lola García Echevarrieta, otra de las supervivientes, palabras que marcan un camino: “Amemos todo aquello que tienda a humanizarnos (…) La ley del amor es la gran ley de la vida”.