El olvidado pasado franquista del Parador de Alcalá de Henares

Por el lugar pasaron miles de presos políticos durante la dictadura que esperaban el consejo de guerra que les juzgaría. La fuga de Juan March durante la República, altercados durante la Guerra Civil y su uso como centro de tortura y represión posterior fueron algunos de los hechos que acaecieron en el emplazamiento.

Madrid / 28/11/2021 08:39 / Guillermo Martínez

“La cárcel era el único lugar en el que podías hablar libremente de política”. Con estas palabras recuerda el eminente historiador Nicolás Sánchez-Albornoz su paso por la prisión de Alcalá de Henares, a donde fue devuelto tras ser interrogado en la franquista Dirección General de Seguridad. Le detuvieron, en 1947, cuando pertenecía a la Federación Universitaria Escolar (FUE) al pintar “¡Viva la universidad libre!” en la pared de la Universidad Central de Madrid. La prisión de Alcalá albergó a miles de presos políticos que esperaban en ella su juicio ante los tribunales militares durante el franquismo. Decenas de ellos murieron en las celdas por la falta de salubridad. A día de hoy, el edificio es el moderno Parador de la ciudad complutense. Ninguna placa recuerda las torturas y castigos que en ese lugar sufrieron los encarcelados a manos del régimen dictatorial.

La historia se remonta al siglo XVIII, cuando cierra la antigua Universidad de Alcalá. El consistorio perdía, poco a poco, todo su pasado cultural forjado durante el Siglo de Oro. “Los Gobiernos de la época van a compensarlo con el establecimiento de acantonamientos militares, nuevas órdenes religiosas y una prisión”, explica Julián Vadillo, historiador especializado en el movimiento obrero en la mencionada ciudad. Era la ciudad de las tres C: conventos, cuarteles y cárceles. El edificio que nos ocupa, situado en la céntrica calle Colegios, era uno de estos inmuebles abandonados hasta que se convirtió en prisión estatal.

“Durante la Segunda República, el único hecho reseñable de la cárcel es la fuga de Juan March, aunque estuvo encarcelado a cuerpo de rey”, agrega Pilar Lledó, historiadora especializada en la Guerra Civil en Alcalá. Este acusado por conspirar contra la República se fugó a Gibraltar poco después. Más tarde, se convirtió en una de las personas que financió el golpe de Estado de Francisco Franco. “Rehabilitaron su figura durante la dictadura de tal forma que acabó siendo un prestigioso empresario, y ahora una Fundación que lleva su nombre es paradigma de la cultura”, relata la historiadora.

Defensa de los presos de derechas

Desde el inicio de la Guerra Civil hasta su término, la Prisión Central de Alcalá de Henares se nutrió de presos políticos de derechas que apoyaron el golpe de Estado franquista, dice Vadillo. “Cuando comienza la sublevación, algunas personas acudieron a la cárcel para liberar a los presos encarcelados por la huelga de 1934, y lo consiguen”, comenta Lledó. Es en esos años cuando ocurre uno de los hechos que mayor consenso ha suscitado casi un siglo después.

Tras un bombardeo en la ciudad en el que habían muerto varios civiles, el pueblo alcalaíno quiso asaltar la cárcel para vengarse de los reos, tal y como ya había sucedido unos días antes en Guadalajara. Melchor Rodríguez, apodado como el Ángel rojo, lo impidió. Este anarquista era el director de Prisiones: “Se enfrentó a la multitud, que iba armada. Este hombre les intentaba decir que si querían vengarse y luchar contra los fascistas, se fueran al frente. Después de varias horas de forcejeo les dijo que si querían asaltar la cárcel, adelante, pero no sin antes darles armas a los presos para que se pudieran defender. Y la gente reculó”, narra Lledó.

Cuando finaliza la contienda, “las nuevas autoridades franquistas triunfantes convierten el lugar en uno de los centros de represión de la dictadura”, en palabras de Vadillo. Desde 1939 hasta 1942, esta ciudad tuvo tribunal militar propio. “Si se les condenaba a muerte, se producían las sacas en la prisión. Se les fusilaba en el campo de tiro de El Val o en el cementerio de la ciudad, donde todos eran enterrados”, completa el historiador. Así pues, por las celdas del enclave en el que actualmente se encuentra el Parador pasaron comités federales del PSOE, UGT y el PCE, aunque también numerosos anarquistas. “Como decía Marcos Ana, aunque él se refería a la de Burgos, la cárcel era una universidad”, recuerda Vadillo. En la actualidad, cerca del mismo municipio se encuentra la cárcel Alcalá-Meco, construida en 1981.

Vívida imagen de la prisión

Nicolás Sánchez-Albornoz, una de las dos únicas personas que logró fugarse victoriosamente del Valle de Cuelgamuros, donde fue destinado dentro del programa de redención de penas por el trabajo, recuerda su paso por la prisión alcalaína. Sus 95 años no le han nublado la memoria: “Antes de pasar a las galerías, los nuevos reos se quedaban unos días en cuarentena. Eran unas celdas en las que teníamos unos 50 centímetros para dormir las cinco personas que allí estábamos, al lado de un retrete”, rememora el que más tarde, ya en democracia, sería el director del Instituto Cervantes.

Esos días de cuarentena se vieron alterados, dice Sánchez-Albornoz, por un incidente durante la misa del domingo: “Parece ser que habían postergado el fusilamiento de un preso al 14 de abril, por la fecha señalada. En un momento de la misa, una voz potente de un joven dijo: ¡Y el quinto, no matar! Se formó el follón, se interrumpió la misa y el director de la cárcel ordenó que todos los reos pasaran por lo que llamábamos el tubo de la risa. Los guardianes formaban en dos filas y los presos teníamos que pasar entre medias mientras nos golpeaban”, se explaya el nonagenario.

Todo allí eran presos posteriores, es decir, cuyos delitos habían sido realizados una vez terminada la Guerra Civil. Sánchez-Albornoz cuantifica en 800 las personas recluidas que podía haber en la prisión, “lo que indicaba el volumen de la actividad clandestina del momento”, en sus propias palabras. Él mismo cuenta en sus memorias, Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), la composición arquitectónica del lugar: “Del portón, por donde entraban y salían los presos, hasta la capilla de la cárcel, se alzaba en dos plantas un frío pabellón moderno de celdas alineadas en ambos costados de un corredor central. El pabellón albergaba a castigados, condenados a muerte o los ingresos en cuarentena”.

Una vez superada la cuarentena, pudo ver el resto de la prisión: “Cuatro edificios flanqueaban un patio cuadrangular de tamaño mediano, salpicado con acacias de sombra escuálida. Tres naves de doble planta sin divisiones internas, usadas como dormitorios, rodeaban el patio, cerrado en su cuarto costado por un edificio de una sola planta destinado a cocina, comedor y almacén. Adjuntos al cuadrilátero se encontraban el pabellón de celdas, la capilla y dos patios contiguos irregulares”, tal y como atestigua en la publicación.

Organización clandestina en la cárcel

En realidad, los presos estaban destinados a las galerías según su ideología. “Socialistas, cenetistas, republicanos, comunistas… Cada uno tenía más o menos su galería, menos una que estaba cerrada. Esa la dedicaron a los presos que denominaron como los intelectuales, a donde fuimos a parar miembros de la Unión de Intelectuales Españoles y de la FUE, pero también jóvenes universitarios”, relata el antiguo preso.

“Mi paso por Alcalá se limitó desde el 12 de abril, más o menos, hasta el mes de septiembre de 1947, cuando nos trasladaron a Madrid para ser juzgados. Dentro de la cárcel estábamos perfectamente organizados: leíamos libros clandestinos y debatíamos sobre ellos. Fueron unos días muy activos e instructivos”, rememora el historiador, que terminó exiliándose en Francia, Argentina y Estados Unidos. Así recuerda Sánchez-Albornoz en sus memorias a una de las personas destacadas con las que coincidió: “Obligar a los presos políticos probadamente recalcitrantes a asistir a un servicio religioso tenía mucho de provocación. En Alcalá solo había un recluso que se proclamaba católico. Éste era Luis Michelena, el luego conocido por Koldo Mitxelena, miembro del PNV”.

Él mismo insiste en que “Alcalá era una máquina de represión para ese tiempo” porque se daba la combinación perfecta: militares que servían para la vigilancia de las cárceles y oficiales para los consejos de guerra, parafraseando a este histórico antifranquista. En este sentido, Lledó cuantifica en 2.400 las personas que se encontraban en la Prisión Central de Alcalá de Henares a 1 de enero de 1940. Junto con las demás dependencias de reclusión ubicadas en la ciudad complutense, como la cárcel La Galera, exclusiva para mujeres y muy cerca de la Prisión Central, los presos ascendían hasta los 8.000. Entre ellos, el poeta José Hierro, recluido en allí, o el también escritor Marcos Ana.

Algo antes de esta fecha, se inauguraron los talleres penitenciarios, “la gran baza propagandística del régimen, la regeneración de los presos”, en palabras de la historiadora. En el mismo lugar en el que ahora se ubica el Parador, se encontraban talleres de carpintería e imprenta. “En Alcalá se imprimía Redención, el periódico propagandista de las cárceles, y en la carpintería les obligaban a tallar crucifijos. Igual que el emblema de la República había sido quitarlos de las escuelas, el del franquismo fue ponerlos. Este fue uno de esos espacios en los que se tallaban por unas personas que no se caracterizaban por ser muy católicos. Esa era la reeducación de los presos”, indica Lledó.

El olvido sobre la memoria

Preguntado por este lugar de la no memoria histórica, Vadillo responde que “sería una opción que Paradores nacionales pusiera una placa en ese sitio, donde la gente va a disfrutar de una estancia agradable y que, en otro momento, fue un lugar de dolor y tortura”. La historiadora, por su parte, agrega que la falta de un recuerdo en el enclave es síntoma de “cómo se ha hecho la transición a la democracia en España, hecha sobre el olvido y no sobre la memoria, porque poner que ahí murió gente de inanición, falta de higiene y torturas queda muy mal, aunque fue lo que sucedió”. La dirección del Parador de Alcalá de Henares, preguntada la cuestión de que no hay nada que recuerde el pasado franquista del enclave, responde que su función se ciñe al ámbito hotelero del mismo.

Sánchez-Albornoz no olvida, tampoco, su segundo paso prolongado por la ciudad en la que nació Manuel Azaña. La Hostería del Estudiante, un emblemático restaurante dentro de la manzana universitaria, se encuentra ubicada en frente de la vieja cárcel y actual Parador. Allí es donde iba este represaliado franquista en su condición de director del Instituto Cervantes: “Sobre todo iba si tenía que tratar algo importante con gente que venía de Madrid. Era una paradoja que me divertía bastante, que el destino me hubiera llevado en calidad de alto funcionario a comer justo a unos metros donde había estado preso, y no dejaba de comentárselo a todos”, finaliza.

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