El pensamiento que resquebrajó el Franquismo

Ante la pérdida de influencia de la Filosofía en los planes de estudio, varios académicos reconstruyen cómo desde sus facultades se contribuyó en los sesenta a la lucha por la democracia

ELPAIS.COM | PILAR ÁLVAREZ | 29-8-2016

La facultad estaba tomada por la policía tras las últimas protestas. Unos 3.000 estudiantes acudieron a una asamblea en Filosofía y Letras. Exigían la disolución del sindicato franquista SEU (Sindicato Español Universitario). Los agentes golpearon a los estudiantes. Hubo detenciones. Las revueltas de aquel 24 de febrero de 1965 culminaron con la depuración de los catedráticos que apoyaban a los alumnos, como José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván o Agustín García Calvo.

Medio siglo después, la Filosofía pierde peso en los institutos con la reforma educativa y hay un extenso debate sobre cómo la reestructuración de sus estudios pueden suponer también una amenaza para su futuro. Respecto a su pasado, la presencia de intelectuales que trajeron a España nuevas corrientes filosóficas desde las universidades en la década de los sesenta e influyeron en las generaciones posteriores les otorgó un papel significativo para abrir camino a la democracia.

“Las facultades de Filosofía fueron fundamentales en la lucha contra el Franquismo”, explica Cristina Hermida del Llano, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y autora de dos libros y artículos sobre la obra de Aranguren. También destacaban otras Facultades como Derecho, pero la Antropología, la Lógica, la Historia del Pensamiento Político o las Cátedras de Ética y Sociología, se impartían en Filosofía, recuerda Hermida del Llano.

“Ejercer como intelectual implicaba para Aranguren no dejar de lado la triple crítica, moral y utópica. Porque, en primer lugar, el intelectual es un crítico y si abandona la crítica se convierte en un conformista parasitario. En segundo lugar, porque ha de ser conciencia moral de la sociedad. Y, en tercero, porque la tarea utópico-moral del intelectual es inseparable de la crítico-moral”, reflexiona la autora. Desde las cátedras de estos intelectuales comprometidos “se iba gestando dentro del ámbito universitario una red social de oposición a la dictadura que vendría a ser una pieza clave para la transición democrática”, escribe Hermida del Llano en su artículo La Lucha intelectual contra el Franquismo: Aranguren y Tierno Galván.

Esperanza Rodríguez, miembro de la Red Española de Filosofía, recuerda que, aunque grandes figuras salieron de estas aulas, no fue un núcleo tan revolucionario. “El Franquismo se ocupó de que las facultades de Filosofía tuviesen cátedras proclives y controladas por el régimen”, añade Rodríguez. En aquellas aulas, se distinguía a los policía que acudían de supuesto incógnito a escuchar la clase. “Era muy fácil reconocerlos. Generalmente eran mayores que nosotros y desentonaban totalmente”, recuerda Juan Manuel Navarro Cordón, decano de Filosofía de la Complutense entre 1998 y 2010. Fue alumno de Aranguren, testigo y participante de las protestas. “Había muchas manifestaciones y la policía entraba en la facultad con relativa facilidad. La asistencia a las asambleas era generalizada y llamaba la atención la significación de intelectuales como Aranguren”.

Navarro Cordón rememora las lecciones y las charlas del catedrático de Ética y Sociología abulense. Fue la “punta de lanza” de la entrada en España de corrientes filosóficas modernas que sacaron a su facultad de la Edad Media. “Tenía una actitud de crítica abierta a lo que sucedía en España y fuera. Recuerdo el día del atentado de John F. Kennedy y cómo comentamos con él lo que iba a significar su muerte”, prosigue este catedrático emérito.

Depuraciones en otras facultades

El control del régimen sobre los intelectuales y filósofos se extendió también a otras facultades. Miguel de Unamuno ya había sido depurado en 1936 por orden de Franco de su cargo de rector de la Universidad de Salamanca. En 1939 se exilió también Pedro Bosch Gimpera, que había sido decano de Filosofía y Letras y después rector de la Universidad de Barcelona. “El profesor Miquel Tarradell, que en aquellos años era estudiante, explicaba que entrar en la facultad de Filosofía y Letras en los cuarenta era como entrar en una casa donde ha fallecido alguien”, dice Josep María Fullola, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona.

Las movilizaciones que se vivieron en Barcelona al tiempo que se producían las revueltas de Madrid “fueron más un movimiento político que académico”, añade Fullola. Barcelona vivió la Capuchinada en 1966. Los estudiantes se concentraron en el convento de Capuchinos de Sarrià para aprobar los estatutos del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Estuvieron cercados durante casi 72 horas. En un tono más académico, llegó un cambio que resultaría crucial para la apertura de la Universidad. El decano de Filosofía y Letras, Juan Maluquer de Motes, aprobó, en 1968, un nuevo plan de estudios que abrió las carreras a las materias optativas. “Rompió con la idea franquista del control sobre todos los estudios y favoreció la entrada de nuevos docentes, los penenes [profesores no numerarios], una serie de jóvenes con expectativas políticas no franquistas que traían un aire nuevo”, recuerda Fullola.

A finales de los sesenta abrieron la Autónoma de Madrid y la de Barcelona, que tomaron el relevo en los últimos años del Franquismo. Aranguren fue resarcido finalmente de su expulsión por intervenir en la manifestación de febrero de 1965. En 1976, la Universidad Complutense recuperó la cátedra de Ética y Sociología y fue recibido por los alumnos. Sobre su expulsión, dejó escrito: “Que la conducta oficial fue inhábil y que no consiguió sino radicalizar el movimiento estudiantil es algo que hoy a nadie, franquista o no, pero con un mínimo de sensatez, ofrece la menor duda”.

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