El portero al que gritaban «rojo» o «colgadle del larguero»

Marca | Miguel Ángel Lara | 2-2-2015

El 19 de noviembre de 1998 fue el último día en la vida de Andrés Lerín. Su muerte no apareció en los periódicos, no hubo grandes homenajes a un portero que dejó su huella en el Zaragoza y en el Sporting y que jugó muchos partidos en la Liga oyendo como le gritaban “rojo” o “colgadle del larguero”. Para él, en pleno franquismo, eso no era otra cosa que un orgullo: “Yo era republicano y jamás lo negué”.

Aunque nació en Navarra (Jaurrieta, 7 de diciembre de 1913) su vida solo se entiende con Aragón como escenario. Allí llegó con poco más de 13 años y cuando su corpulencia ya le había llevado a ser el portero del Tudelano en Tercera. Él fue el primer gran portero de la historia del Zaragoza, el que defendió su portería cuando el 19 de abril de 1936, en el campo de Torrero, el equipo maño logró su primer ascenso a Primera al ganar 5-0 al Gerona. Lerín fue el meta titular desde el primer partido liguero del Zaragoza, el 7-0 en Tercera al Tafalla el 4 de diciembre de 1932.

Con el orgullo del soñado ascenso a la elite, Lerín se marchó en el 16 de julio a pasar las vacaciones a Fuenterrabía, donde vivía su hermano. Allí le sorprendió el alzamiento de los militares rebeldes del 18 de julio. Cuando a mediados de septiembre las tropas de Mola tenían controlada la casi totalidad de Guipúzcoa, decidió cruzar la frontera con Francia para entrar en la España republicana por Cataluña. Allí pudo jugar con el Badalona, equipo que, como el Sabadell, no fue admitido en la Liga Mediterránea.

Al margen de jugar al fútbol, Lerín trabajaba en una empresa que fabricaba explosivos para el frente. Como miembro de la 43 División del Ejército Republicano, llamada La Heroica, cruzó la frontera francesa y quedó internado en el campo de Saint Cyprien cuando a finales de enero de 1939 Barcelona era ocupara por la V Brigada Navarra y el Cuerpo Marroquí.

Prisionero en un lugar abarrotado y en el que las epidemias se cobraban vidas a diario, Lerín consiguió salir gracias a unos amigos que se habían instalado en Toulouse, el principal centro de republicanos españoles en el exilio. Su fama llegó a oídos de un argentino que tenía contactos con Tigre, que logró un contrato para que viajara a Buenos Aires y juagara en la Primera división argentina. Nunca llegó, porque fue reconocido en Marsella cuando tramitaba su documentación en el Consulado argentino. Las autoridades españolas, en buena sintonía con las argentinas, vetaron su salida de Francia. De esa parte de su vida le quedó el matrimonio con la enfermera Blanca Villar, a la que conoció en el campo de concentración al despertarla porque entró cantando jotas.

En Perpiñán, donde fijó su residencia, vio estallar la Segunda Guerra Mundial. Desde allí logró regresar a España. Atravesó la frontera por Cerbere. Lo hizo atado hasta Barcelona, donde fue entregado a la Guardia Civil. Quedó internado, a la espera de su proceso, en un campo de concentración en Reus donde se le obligaba a gritar varias veces al día ‘Arriba España’ con el brazo extendido. No fue condenado a prisión, pero sí sufrió un castigo de cinco años sin poder jugar al fútbol. Un viejo conocido de Tudela, que tenía un cargo importante en la Falange, logró que se quedara en una sola temporada la sanción.

Recalificado por la Federación, Lerín apareció en la lista de altas del Zaragoza en la temporada 42-43, la que iba a acabar con el descenso del equipo a Segunda. El 27 de septiembre de 1942, en Nervión, debutó como portero de Primera división. Jacinto Quincoces, entrenador del equipo maño, le dio la titularidad en una derrota contundente: 6-0 ante el Sevilla.

La capital andaluza era uno de los feudos del franquismo y Lerín lo notó pronto. Los gritos de “rojo, rojo” y alguna lindeza más como que le colgaran del larguero le acompañaron todo el partido. El trato no fue mejor en su casa y eso hizo que solo jugara cuatro partidos (Sevilla, Granada, Barcelona y Deportivo) de los que no ganó ninguno y encajó 14 goles.

Un ambiente irrespirable hizo que al llegar el verano decidiera marcharse. Dejaba en Zaragoza cinco temporadas, 122 partidos oficiales jugados y el histórico ascenso con aquel equipo bautizado como el de ‘Los Alifantes’, porque hacerle un gol era casi un milagro. Se marchó al Sporting, donde logró lo mismo que en Zaragoza: el primer ascenso a Primera en la historia del club. ‘El Maño’, como se le conoció desde que pisó Gijón, fue el portero indiscutible del equipo que el 2 de abril de 1944 logró el ascenso con un 1-1 en Jerez cuando se llamaba Real Gijón al haberse prohibido los extranjerismos.

Su pasado republicano también iba a pasarle factura en Asturias. Siempre mantuvo que detrás de su salida, que fue con rumbo a Murcia, estuvo el periodista falangista Ulpiano Vigil-Escalera. Su carrera como portero se acabó en tierras murcianas. El Zaragoza quiso que volviera, pero él, que luego sí entrenaría a equipos de la cantera maña y sería masajista del primer equipo, se negó argumentando que le habían echado por sus ideas. Con 84 años murió Andrés Lerín, quien nunca renegó de sus ideas y que solo no tener el pasaporte en regla hizo que no pudiera ser internacional. Amadeo García Salazar, seleccionador español, le había convocado para jugar con Checoslovaquia (1-0, 26-4-1936) y Suiza (0-2, 3-5-1936) en los que iban a ser los dos últimos partidos de España hasta 1941. Y eso que jugaba en Segunda.

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