El puzle del olvido: el relato del primer monumento memorialista del País Valencià.

La historia que llevó a dos centenares de personas a acabar repartidas en 50 bolsas de plástico bajo un panteón dedicado a los represaliados franquistas

Maria Toldrà / 7 ago 2024 08:43

“Queridos padres, les envío estas cuatro letras por última vez, pues me van a fusilar con los otros tres”, redactaba Federico Benavent unas horas antes de ser puesto frente a un pelotón de fusilamiento, junto con su cuñado y dos hombres más del Pla de Corrals, una pedanía de Simat de la Valldigna (València). “No tengan que afrontarse de nada, pues ni hemos delatado a nadie ni hemos robado ni hemos matado”, continua.

Esta carta forma parte de una historia más grande: la de 211 personas represaliadas por la dictadura franquista que fueron asesinadas entre el 1 de mayo de 1939 y el 31 de enero del 1941 en el cementerio de Alzira. Fusilados, soldados y presos que permanecieron 44 años bajo tierra y 40 años bajo un monumento memorialista hasta que la asociación Fossar de Alzira, 84 años después, ha conseguido iniciar un proceso de exhumación para llenar los vacíos que se han enmudecido a la fuerza.

En palabras de Vicent Gabarda, historiador que recorrió pueblo a pueblo en los años ochenta para documentar los fusilamientos del franquismo, se encuentran ante un “desastre monumental”. Los huesos de dos centenares de personas se encuentran desmontados y todos mezclados cómo si fueran “las piezas de un rompecabezas” que un “avispado” avanzado en el tiempo puso en bolsas de plástico en las que tal vez te puedes encontrar tres cráneos, siete fémures y varias costillas.

La cuestión que se plantea es como 211 personas han acabado bajo del que muchos expertos consideran como el primer monumento memorialista. Cuando termina la guerra muchas familias huyeron del pueblo y las que se quedaron practicaron el olvido impuesto. La memoria fue silenciada, sometida a existir en murmullos detrás de la seguridad de los hogares. Tenian miedo de transmitir los relatos que guardaban cementerios como el de Alzira.

Pero el tiempo avanzó y los hijos tuvieron criaturas, los niños, que intuyeron desde muy pequeños que en casa de los abuelos había objetos guardados con recelo: cartas en cajones, retratos invisibles y preguntas sin respuesta. Cómo cita la historiadora y escritora Esther López Barceló en El arte de invocar la memoria. Anatomía de una herida abierta, exhumar una fosa es a menudo ir resolviendo un puzle, las piezas del cual van encajando poco a poco. Biografías silenciadas que serpentean entre las rendijas en busca de luz para reparar un dolor colectivo, colectivizado.

Hilando las piezas

En la casa de la abuela de Emi Mahíques, siempre ha habido un cuadro colgado el recibidor, pero estaba demasiado alto y no se había fijado en él. Era un marco que contenía la foto de dos hombres y una carta que no había leído. Mahíques siempre había sabido quién eran: su abuelo, Filiberto Mahíques, y su tío, Federico Benavent, quienes habían muerto en guerra.

Esa era la historia que su abuela siempre le había contado, hasta que fue al cementerio de Alzira y vio un monumento donde ponía que la fecha de defunción de su yayo fue el jueves 10 de agosto de 1939. El último parte de la Guerra Civil, firmado por el dictador Francisco Franco, fue emitido el 1 de abril de 1939: “En el día de hoy, cautivo y desarmado lo ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. No concordaban las fechas.

Entonces, quiso conocer más, quería resolver el enigma e hilar las piezas. Primero preguntó a su padre, que con un hilo de voz confesó que a su abuelo lo habían fusilado y que era un tema que en su casa no se había hablado nunca. No satisfecha con la información, continuó preguntando al resto de la familia. Era cuestión de suerte si obtenía respuestas, el ambiente estaba impregnado de temor y nadie quería hablar de más.

Este es el relato que cuenta Mahíques, sentada en el comedor de su casa de Simat de la Valldigna y vestida con una camiseta negra en la que está estampada la fotografía de su yayo acompañada de un letrero en blanco con las palabras ‘no oblidem’. Entre las manos lleva una carpeta naranja dónde ha recopilado todo lo que ha podido averiguar del padre de su padre, como por ejemplo, la carta que escribió su tío y en la que se despedía su abuelo porque él no sabía leer.

Los dos hermanos vivían uno junto al otro a la pedanía del Pla de Corrales, en unas casas que todavía están en pie. Por su tía abuela sabe que el furgón de la Guardia Civil pasó por las viviendas, donde los avisaron de que se los llevarían al cuartel de Tavernes. “Id por la montaña hacia Francia”, les dijo su hermana, pero decidieron quedarse porque “no habían hecho nada mal”.

Los encerraron en Tavernes y después los trasladan a la prisión comarcal de la Ribera Alta, ubicada en Alzira. En el transcurso de los días llegó la noticia al pueblo: Federico Benavent Canet, Filiberto Mahíques Montagud, Federico Llacer Benavent y Emilio Santandreu Selfa, los cuatro del Pla de Corrals, como se los conoce popularmente, iban a ser fusilados.

Las familias se pusieron en marcha y con esfuerzo recorrieron la montaña a través las localidades de Barxeta, Manuel y Carcaixent hasta llegar a Alzira. “Un grupo de gente, cargado con pequeños y mayores, que anduvieron durante toda la noche, pero cuando llegaron a las puertas del cementerio, escucharon los disparos, era demasiado tarde”, relata Mahíques, quién recibió su relato de su tía abuela.

Al escuchar los disparos, los familiares echaron a correr, pero cuando se reunieron en la necrópolis, sus seres queridos ya estaban medio enterrados. Los tocaron, abrazaron y despidieron. Cuando terminaron, salieron y se reunieron en la fuente que preside la entrada del recinto para lavarse las manos llenas de tierra y sangre. “Mi abuela que iba a mucho al cementerio siempre se sentaba junto a la fuente porque fue el lugar donde se dejó caer”, narra.

Mahíques pudo rehacer el relato y juntar las piezas del puzle porque el alcalde socialista de Alzira, el primero elegido democráticamente después de la dictadura, Paco Blasco (Alzira, 1931-2023), mandó construir un panteón en la entrada del cementerio con los nombres, apellidos, fotos y fecha de defunción de los 209 hombres y dos mujeres a quienes se los había aplicado el consejo de guerra sumarísimo.

A través del libro de defunciones, donde se ubica en qué fosa se enterraron los fusilados, los enterradores de aquel tiempo, bajo las órdenes de Blasco, sacaron las personas con palas, recogieron los huesos y los repartieron en unos cincuenta sacos que colocaron, sin identificar, en una cripta bajo del mausoleo.

En una de las visitas que el historiador Vicent Gabarda hizo al cementerio, antes de enterarse que se iniciaría la exhumación, se encontró con un hombre que limpiaba los camafeos de los difuntos y les llevaba flores. Al preguntar quién era, el hombre respondió: “Yo soy quien mandó hacer este monumento”.

El historiador justifica que vaciar las fosas en los años ochenta era un procedimiento “totalmente normal” en muchas localidades porque tenían la necesidad de expandir la necrópolis y hacer negocio. “Es más rentable un entramado de nichos pagados, que una fosa común llena de restos que no sabes a quién cobrar”, señala.

Agustí Ferrer es el arqueólogo municipal que se encarga de seguir las tareas desde el consistorio y asegura que el monumento lo hizo el arquitecto Alfredo Andrés y que se colocó en un lugar muy significativo, en la entrada del cementerio y a la izquierda. Todo un simbolismo, como recalca, porque obliga a cualquier persona que entra a pasar por delante, verlo obligatoriamente y rendir homenaje.

Por la paz y libertad

La construcción del panteón es austera, no tiene ornamentos, sino un relieve que representa a la paloma picassiana, un atributo de paz, libertad e igualdad. Después, en la pared de mármol hay camafeos, con las fotos que llevaron los mismos familiares cuando se sacaron los cuerpos de las fosas. No están todos, porque tal como señala Ferrer, después de abrir el osario y contabilizar los restos habían más personas de las registradas en el libro de defunciones.

Los expertos consultados para esta investigación afirman que, si las fechas son correctas y se hizo en la primera legislatura de Blasco, este tiene que ser, si no el primero, de los primeros monumentos memorialistas construidos en el País Valencià y, probablemente, en España. Como también lo sería la recuperación de los cuerpos. Sin embargo, ante este hecho existe un problema: ninguna persona ha encontrado un documento oficial que date el panteón y lo ratifique como el primero.

El cronista y archivero municipal, Aureliano Lairón, cita el mausoleo por primera vez en el libro Alzira crónica del*siglo XX: 1971-1980. Concretamente, el 1 de mayo de 1980 enmienda que “en el cementerio municipal, en el monumento allí existente, se celebra un acto multitudinario en memoria de quien ofreció su vida por libertad.” En el año anterior, el cronista, en cambio, afirma que, en el 1 de mayo, “las centrales sindicales celebraron la Fiesta del Trabajo. Los afiliados socialistas se desplazaron hasta el cementerio para rendir homenaje a sus compañeros caídos por la libertad. Allí se pronuncian palabras, glosando el significado de la fecha, Agustín Motilla y el alcalde”. Es decir, la primera referencia escrita sobre el monumento data de 1980, pero según Lairón “no tiene más pruebas ni recuerda de dónde sacó la información”.

Desde que los familiares tienen memoria, siempre se han reunido el Día del Trabajador en el cementerio de Alzira. Lo hacían cuando los cuerpos estaban en una fosa y sin saber a ciencia cierta donde estaban soterrados. Aun así, les llevaban flores, las dejaban donde consideraban y recitaban un discurso para recordarlos. Esta tradición ha pasado de generación en generación. No tienen una hora estipulada, pero como si de un cuentagotas se tratara, los familiares se reúnen por la mañana. Ya casi no quedan hijos, el tiempo les ha pasado por encima, pero los nietos y bisnietos continúan el legado.

El 1 de mayo de 2024, se volvieron a reunir. Allí se encontraba el único hijo que queda con vida, Sebastián Fontana, quien lleva el nombre de su padre, Sebastián Fontana, asesinado el miércoles 12 julio de 1939. Con 93 años y la cabeza muy asentada, recuerda como pasaron de echar flores en tierra a ponerlas en el monumento y reconoce que se hizo en la primera legislatura de Blasco.

La conservadora y restauradora de bienes culturales, Esmeralda Pons, se encuentra haciendo una museización del recinto y recalca que no ha encontrado documentos explícitos sobre el mausoleo, pero afirma que la construcción de los panteones en la zona en la que se encuentra el monumento coinciden con la alcaldía de Paco Blasco, por el año 1980.

Con una fecha aproximada, el archivero municipal administrativo, Salvador Vercher, busca en su ordenador cualquier rastro en los archivos digitalizados que pueda oficializar la construcción del monumento, pero no encuentra nada. “Es muy muy raro que una obra como esta no tenga documentación porque las administraciones siempre tienen que justificar dónde y cómo gastan el dinero”, confiesa.

Un descubrimiento por insistencia

Una vez informado el consistorio sobre el posible hecho histórico, concejales como Xavi Fernández se solidarizan y exigen desempolvar los libros de decretos, actas y juntas. Vercher, a pesar de que no entra dentro de su competencia, favorece la investigación y pone sobre la mesa todos los documentos. En el Libro de Actas del 17 de enero al 2 de agosto de 1979, en un punto extraordinario tratado el 3 de mayo de 1979, escrito con letra irregular, aparece por primera vez citado el monumento. Concretamente se puede leer:

“A propuesta de Agustín Motilla, la comisión, tras deliberación y por mayor unanimidad, toma el siguiente acuerdo. Rotular con la inserción: ‘Ofrecieron sus vidas por la libertad’, en el monolito existente en el Panteón del Cementerio Municipal y que alberga los restos de las personas a que se refiere esta inscripción”.

Solo un mes después de las primeras elecciones después de la dictadura, los restos ya estaban en la cripta. Con esta información, Gabarda, después de enseñarle la información buscada durante meses de trabajo, señala que con esas fechas tiene que ser el primer monumento memorialista, como también lo hace el historiador e investigador de la Safor, Eladi Mainar. Así mismo, el arqueólogo de Arqueoantro, Javier Iglesias, quien ha exhumado centenares de fosas, menciona que la recuperación de los cuerpos en esa década también se trata “de un hecho único” porque hasta la fecha, las exhumaciones se habían hecho clandestinamente: por la noche y a escondidas.

La gran diferencia

La historia de Filiberto Mahíques es solo una de las miles de muertes que hubo en el País Valencià. Gabarda resalta que, a diferencia otros territorios, donde el franquismo se impuso desde el primer momento, el territorio valenciano estuvo en la retaguardia. “Por mucho que después del 1939 dijeron que la guerra había acabado, aquí no hubo guerra, hubo retaguardia y represión por parte de los dos bandos”, sostiene.

El historiador toma una postura muy clara sobre el conflicto en su libro El cost humà de la repressió al País Valencià (1936-1956): no concibe la represión como 5.515 muertos de derechas, el 2,91% de la población, y 5.306 de izquierdas, el 2,8%, sino en una cifra total de 12,831 (5,70%) porque ambas partes eran vecinos de la misma localidad, provincia o comarca. En todos los municipios, desde el más grande al más pequeño, hubo una tendencia común por parte de “las dos Españas”. Personas asesinadas a manos de vecinos del mismo pueblo y por gente venida de fuera en busca de “perturbadores”.

Sin embargo, el futuro entre los dos bandos no fue el mismo y aquí es donde reside la mayor diferencia entre las dos represiones. Una vez finalizado el “levantamiento, los familiares de los “caídos por Dios y por España” tuvieron todos los permisos y las facilidades para llevar a cabo la exhumación, identificación y el posterior traslado de los cuerpos al cementerio de su localidad. Es más, los traslados de los restos desde un ayuntamiento hasta otro eran causa de homenajes públicos de cualquier tipo.

Órdenes religiosas, colegios profesionales y consistorios empezaron a llenar diariamente páginas en la prensa local con los nombres de los “caídos”. Estos quedaron grabados a los lugares más frecuentes del pueblo, en las fachadas de la iglesia, donde se hacían misas y homenajes reiterados, o en las mismas calles que ostentaban monumentos en los pasajes más transitados.

Los otros, las víctimas de la posguerra, como defiende Gabarda, permanecerán, en la mayor parte de las ocasiones, en fosas comunes olvidadas, abiertas expresamente para recoger a las personas acabadas de ejecutar. Cuerpos manchados de sangre y desfigurados que fueron depositados sin ton ni son. Ni nombres ni fechas ni frases alegóricas recuerdan lo que les pasó. La historia de España no estará completa hasta que no se recuperen todas las piezas del rompecabezas.

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/puzle-del-olvido-relato-del-primer-monumento-memorialista-del-pais-valencia

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