El recuerdo es no solo inevitable, sino la única forma de abordar el futuro.

María Martín murió sin encontrar el cadáver de su madre, pero prometió persistir hasta que las ranas criasen pelo; la misma ley de amnistía que liberó a presos antifranquistas bloqueó el procesamiento del torturador Billy el Niño.

Se quema Notre Dame y llegan memes de Cuelgamuros: “Buscamos al ‘chispas’ de Notre Dame. Es para un trabajo en Madrid” o “Si existeix déu, té molt mala llet. Mira que era fàcil escollir…”. Dios siempre fue de derechas y nos pasa por agua las manifestaciones. Habría que hablar de la Conferencia Episcopal y el Concordato con la Santa Sede. Hasta del Concilio de Trento tendríamos que hablar. Memoria. Memoria democrática y educación de las que parece carecer Casado al emplear “independentistas, comunistas y de Bildu” como triada maléfica para criminalizar las posibles alianzas del PSOE: tendría que repasar Casado el papel del comunismo español durante la dictadura y la Transición. ¿Sabe Casado que en Mauthausen murieron comunistas españoles? Los memes de Notre Dame me hicieron pensar en la conveniencia de establecer paralelismos entre catedrales góticas y bodrios fascistas; entre un Dios inexistente que daña y un hombre que no fue Dios pero se lo creyó cuando firmaba penas de muerte. Cuelgamuros se alza como símbolo de memoria patria, mientras la derecha quiere borrar otros recuerdos —cientos de miles de personas desaparecidas, cunetas, mujeres rapadas, secuestros infantiles, pobreza selectiva, tortura— pidiendo la derogación de la Ley de Memoria. Se defiende que los dineros para exhumaciones e identificaciones deberían emplearse en otras cosas. Nos creemos modernos, pero nuestro ADN está empapado de caldo de gallina: sobre todo, el de los que aspiran a exorcizar una historia de vencedores que hoy luchan por perpetuar privilegios heredados y recortar libertades que no sean de compraventa. Para reavivar el deseo, no de venganza, sino de justicia y reparación, vean El silencio de los otrosde Carracedo y Bahar: María Martín murió sin encontrar el cadáver de su madre, pero prometió persistir hasta que las ranas criasen pelo; la misma ley de amnistía que liberó a presos antifranquistas bloqueó el procesamiento del torturador Billy el Niño.

Se hace poesía con el difuminado de la memoria: si el recuerdo fuese una impresión permanente, la realidad se convertiría en urna funeraria; se fantasea con el extremo tecnológico de borrar los recuerdos más traumáticos —criaturas violadas por sus padres, muertes en primer plano turbulento— para facilitar el curso de la vida; el olvido es liberación… Pero yo me acuerdo, con Zúñiga, Cervera, Chirbes, Rosa, Grandes, porque sin memoria no hay relato y sin relato no hay identidad colectiva ni personal. Frente a la artificialidad amnésica, la sonriente distopía de los que renacen a diario tontamente, el recuerdo es no solo inevitable, sino la única forma de abordar el futuro. En la cafetería de una universidad un estudiante comenta: “¿Has ido hoy a clase? ¡La Guerra Civil, qué movidón!”. Aterroriza y se agradece el interés de ese alumno ante lo ignoto. Por eso, es fundamental el trabajo del Foro de la Memoria, Fundación Marcos Ana, Fundación Domingo Malagón, Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Amesde y a otros muchos colectivos. La fortuna de los descendientes —directos e indirectos— del dictador parece intocable, la Fundación Franco construye sus epopeyas y, mientras tanto, condenan al fotógrafo Clemente Bernad a un año de prisión y multa por grabar una exaltación del golpismo humillante para las víctimas. Ayer se celebraron elecciones. No tenemos bola de cristal, pero la memoria democrática del pasado, antítesis del revival reaccionario y la nostalgia, será imprescindible para que el futuro cobre una apariencia más nítida, igualitaria y justa.

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