El refugiado leonés que más recuerdan en Inglaterra

Paco Robles, el último niño de la guerra leonés que sobrevive, junto con su hermana María Jesús, rememora la llegada a la isla británica a de los 4.000 niños y niñas evacuados en 1937 tras el bombardeo de Guernica.

ANA GAITERO | SOUTHAMPTON | 24-12-2017

Por las bulliciosas calles de Notting Hill y el popular mercado de Portobello transcurre una de las películas más famosas de las muchas ambientadas en Londres. Pero antes que el barrio donde Hugh Grant encuentra al amor de su vida, este distrito y los vecinos Kensington-Chelsea y Candem ya latían con sangre española. La memoria histórica de la Guerra Civil permanece a la derecha de una puentes emblemáticos de Portobello Road, en el mural que rinde homenaje a los refugiados españoles y que inmortaliza en la capital británica la mirada de aquellos niños y niñas que arribaron a Southampton el 23 de abril de 1937 en el vapor Habana.

El leonés Paco Robles es una de las criaturas inmortalizadas en el mosaico que permanece en este barrio multicolor, al que décadas después de los españoles llegaron oleadas de caribeños. Es, junto a su hermana María Jesús, el último niño de la guerra y uno de los pocos supervivientes de aquella evacuación que cambió sus vidas.

Cuando las bombas arrojadas por los Junker de la Legión Cóndor arrasaron Guernica, el periodista George Steer no se conformó con dar la noticia con rapidez. Se adentró en los escombros del pueblo devastado y vio la desolación con sus propios ojos. Publicó el reportaje el 28 de abril de 1937, dos días después del bombardeo.

Leah Manning, con el soporte de la duquesa de Atholl en Inglaterra, llevaba en Bilbao varias semanas preparando el viaje. Estas dos mujeres, una laborista y la otra conservadora, trabajaban codo con codo a uno y otro lado del Cantábrico para rescatar de las bombas y el hambre a aquellas criaturas.

Guernica no fue la primera población civil bombardeada por la aviación alemana que tenía su base en La Virgen del Camino, pero fue laque conmovió al mundo. La evacuación cogió bríos y el número de niños y niñas se duplicó y pasó a rozar casi los 4.000.

La tragedia de Guernica, como tituló Steer su crónica, apareció en las portadas del Times y The New York Times y causó tal impacto en la opinión pública internacional que, aparte de ser la fuente de inspiración para Picasso, aceleró la evacuación de los niños y niñas vascos.

El 20 de mayo de 1937, el vapor Habana zarpó desde Santurce y tres días después avistó la costa inglesa en Southampton, la puerta de entrada a Inglaterra de sucesivas oleadas de emigrantes y refugiados. Desde los romanos hasta los hugonotes perseguidos en Francia por ser los paladines de la reforma protestante. También fue el punto de partida de los industriales victorianos en la época del imperio británico y el puerto del que zarpó el Titanic en 1912.

Aquel día en el que la ciudad vivía aún la resaca de la coronación de Jorge VI de Inglaterra, llegaron los refugiados españoles. Un niño leonés de 11 años, de nombre Francisco Robles, y su hermana de 9, María Jesús Robles, eran dos de los tripulantes del carguero que realizaría varios viajes a diferentes países con refugiados españoles durante la Guerra Civil. También había una maestra, María de Dios Fernández, oriunda de Laciana y con plaza en una escuela de Vizcaya.

La memoria de aquella tragedia ha emergido en Gran Bretaña, desde el sur hasta el norte de la isla. Durante el 80 aniversario de la evacuación, desde Southampton hasta Edimburgo, han recordado este capítulo del que España apenas guarda memoria.

La Universidad de Southampton custodia la memoria documental de aquel episodio que supuso la llegada del «mayor flujo de refugiados en una sola expedición en toda la historia británica y el único compuesto entera y exclusivamente de niños y confiado al cuidado de voluntarios», señala uno de los reportes.

De aquel barco llamado Habana que recaló en Southampton, del que ya solo queda el ancla, bajaron 3.861 niños y niñas mareados y llenos de miedo. Iban acompañados por 95 maestras y 15 religiosos católicos. Un campesino de Eastleigh (North Stoneham) prestó los terrenos para preparar el campamento. Esperaban a 2.000 criaturas, pero tres días antes de su llegada tuvieron noticia de que el Gobierno de Baldwin, reticente a admitir a los niños en los meses anteriores, había autorizado otras dos mil plazas a condición de que el Commitee for Spanish Refugee se hiciera cargo de su manutención.

Una cooperativa donó un pan por niño durante el tiempo que permanecieran en Gran Bretaña. «Íbamos por tres meses y nos quedamos 80 años», recuerda Paco. A principios de 1938 empezó el retorno, pero se determinó que era imposible la vuelta de 577 niños y niñas. La mayoría porque sus padres estaban exiliados, en paradero desconocido o en prisión. Otros habían muerto en la guerra o fusilados.

No les faltó el pan en el campamento ni en las numerosas colonias en las que vivió hasta que finalizó la II Guerra Mundial. Desde Wherstead Park, Ipswich County, a donde fue trasladado con su grupo a las tres semanas, hasta Holland Park, en Londres, vivió en una docena de lugares. Llegaron a habilitarse cerca de 100 colonias para los niños españoles, cuya manutención semanal se estimaba en 10 chelines. «El Gobierno dijo que no iba a poner un chelín y no lo puso. Eran tiempos de depresión, la gente había perdido su trabajo…», explica Carmen Kilner, hija de una de las maestras y el motor de la Basque Children Asociation en los últimos años.

Wickman Market, en la vieja casa del trabajo, Escocia, Margate, Birmingham, donde no soportó la explotación de una familia de granjeros; Margate, de nuevo, Carslton, Barnet, donde volvieron a ser testigos de la destrucción de las bombas alemanas, New Banet, Bayswater, ya en Londres, Woodside Park… guardan recuerdos de aquellos niños y niñas.

A Paco y a María Jesús acabaron por separarlos. Y sus vidas discurrieron por diferentes caminos. Ella, como otras niñas, logró estudiar y se convirtió en trabajadora social. La familia de adopción llegó a convertirse en su familia. Paco renunció a seguir estudios superiores por no separarse de los amigos. Fue apadrinado por los filántropos y humanistas LLoyd Mary Morain, que quiso llevarle a Boston, pero prefirió quedarse en Inglaterra. «No me quería alejar de España, creía que iba a volver», explica. En 1952 vino por primera a España, pero nunca ha vuelto a pasar una Nochebuena en el país que dejó atrás al subir al Habana.

Se casó con una andaluza y tuvo un hijo y dos hijas que le han dado nietos y nietas. La Universidad de Suffolk le convocó a celebrar el 80 aniversario en uno de los numerosos actos que se han celebrado a lo largo y ancho del país durante 2017.

Paco Robles no se cansa de contar su historia, entre la tristeza de ser un expatriado y el orgullo de haber salido adelante en un país extraño, donde le respetan vecinos y políticos. Robles trabajó años en una lechería como vendedor y acabó jubilándose tras un accidente laboral en la Bristish Airways en los años 80. El diputado laborista Stephen Pound le saluda con efusión cuando se encuentran mientras espera el autobús para dirigirse al Parlamento. Mr. Esteban, le llama Paco familiarmente. Colaboraron en transformar en parque y zona verde los escombros que llegaron a Northolt de la construcción del estadio de Wembley.

Sus palabras impresionaron a los nietos de Mrs. Chloe, una de las hermanas Vulliamy, que jugaron un papel crucial para el uso de la mansión de Wherstead Park para la colonia y se involucraron en el Comité de Ayuda a los Niños españoles.

Del Habana ya no queda más que el ancla y una reproducción que se encuentra en el Acuario de Donosti. En Inglaterra el nombre de este barco que llegó cargado de niños refugiados se multiplica en placas de homenaje y recuerdo en calles, plazas y museos. En las universidades y el corazón de los descendientes de quienes pusieron dinero, ilusión y coraje para acoger a aquellos 4.000 niños.

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