El último barco del exilio español: de Casablanca a la libertad.


EFE / E
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“Atrás dejábamos la guerra, el infierno de los campos de concentración y el hambre”. Begoña tenía 19 años cuando embarcó hacia una nueva vida alejada de la muerte. Compartió cubierta con otros 750 españoles que huían de dos guerras en el último barco del exilio, que zarpó hace 80 años de Casablanca con destino América.

Era el 22 de septiembre de 1942. El vapor portugués “Nyassa”, con 850 refugiados a bordo, sobre todo republicanos españoles pero también judíos, ponía rumbo a México y de ahí a Nueva York, siguiendo la ruta a través del Caribe que llevó a miles de personas a la libertad.

El historiador José Luis Morro ha dedicado cinco años de su vida a recopilar historias como la de Begoña para ir montando el puzle del exilio marítimo español, en el que los barcos de Casablanca son una pieza imprescindible.

“Para el exilio español y europeo, sobre todo a partir de 1940, Casablanca va a tener una importancia enorme. Junto con Lisboa, se convirtió en uno de los dos puertos de esperanza para miles que lograron salir hacia América y llegar desde Canadá hasta Argentina”, explica Morro a Efe desde su casa en el pueblo español de Segorbe.

AYUDADOS POR “EL SCHINDLER MEXICANO”

Hasta junio de 1940 era relativamente fácil coger un barco a América para huir de la Segunda Guerra Mundial, pero a partir de esa fecha las cosas se complicaron con la firma del armisticio que supone el sometimiento de Francia a la Alemania nazi.

Se prohibieron las salidas desde puertos franceses salvo excepciones motivadas por el envío de víveres a las colonias francesas y acuerdos bilaterales que permitían embarcar a refugiados a países como Estados Unidos, Argentina o México.

Se inició entonces una ruta a América pasando por Casablanca, convertida en la ciudad refugio que inspiró la película homónima de Michael Curtiz. Bajo protectorado francés, allí había cientos de refugiados esperando su momento de zarpar, venidos de Europa y de campos de trabajo en Marruecos y Argelia.

Morro cuenta que desde junio de 1940 hasta septiembre de 1942 entre 3.000 y 5.000 españoles se embarcaron en esos buques a través de Casablanca, sin contar a miles más de judíos.

Entre los pasajeros había intelectuales como Max Aub -que viajó en septiembre de 1942 llegado de un campo argelino-, diplomáticos y políticos republicanos, ayudados en muchos casos por el entonces cónsul de México en Marsella, Gilberto Bosques, “el Schindler mexicano”, que les conseguía visados para viajar a su país.

Los que salían de puertos galos embarcaban después de estar presos en campos en la Francia de Vichy y eran los más afortunados: se las habían arreglado para conseguir salvoconductos, pagando, eso sí, grandes sumas porque los billetes habían cuadriplicado su precio.

“EL VIAJE DE LA LIBERTAD” DE BEGOÑA

Las rutas que pasaban por Casablanca salían de Lisboa y del sur de Francia y llegaban al Caribe para partir luego a Argentina, República Dominicana, México o Nueva York.

A México, recuerda Morro, llegaron alrededor de 20.000 exiliados españoles. Entre ellos Begoña Alonso, una de las pasajeras del “Nyassa”. Lo cuenta en un diario que dejó escrito en 1990.

Después de partir con sus padres y sus tres hermanas de Bilbao a Francia en 1937 huyendo de la Guerra Civil española, ser detenidos en Bretaña por los alemanes y pasar dos años en campos de concentración galos, consiguieron embarcar rumbo a Marruecos y de ahí a México en lo que denomina “El viaje a la libertad”.

“Por fin nos avisaron de que ya nos esperaba el ‘Nyassa’, barco portugués, y por lo tanto neutral. Y menos mal que así lo era, porque al pasar por las Islas Canarias nos salió un submarino alemán”, relata sobre el comienzo de la travesía.

Fue el último embarque colectivo de refugiados a América, una ruta frustrada luego por el desembarco aliado en el Norte de África y la elección por muchos judíos de Israel como destino final.

“La travesía duró un mes, ya que el barco era viejo y navegaba lentamente. Pero el viaje fue una delicia”, escribe Begoña, porque comieron “azúcar, pastelillos” y “pan blanco” tras años de malnutrición.

800 “NOVELAS” A BORDO DEL “NYASSA”

Los barcos a la libertad, cuenta Morro, que ha hablado con decenas de familias de exiliados, eran un “microcosmos” donde hubo “polizones, nacimientos, noviazgos, casamientos, divorcios y entierros”. Cada persona tenía una historia, “una novela”, dice.

En el último trayecto del “Nyassa” también viajaba Pedro Tordesillas, preso en un campo de concentración marroquí construyendo el ferrocarril transahariano que alimentaría de minerales a los nazis.

Consiguió dinero de su familia en España y se escapó: compró dos camellos, contrató a un guía y llegó a Casablanca “bebiendo la orina de los animales”, cuenta Morro.

El pasaje incluía al diplomático dominicano Porfirio Rubirosa, yerno mujeriego del dictador Rafael Trujillo, un “señor muy bien vestido con abrigo y sombrero”, recuerda una pasajera.

Todos ellos vivieron las “fiestas” que narra Begoña en su diario. “Los oficiales maquinistas nos cantaban fados y tocaban la guitarra. El mar, como balsa de aceite todo el tiempo. Así que éramos felices. Casi no queríamos llegar”.

Pero llegaron. Y lo primero que les llamó la atención de Veracruz fueron los colores del puerto, de los trajes, de la fruta, de las casas, dice Morro. “De una España y Europa en negro, llegaron a un país en color”.

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