Eladio García Castro, el aparejador de la revolución

El histórico líder del Partido del Trabajo, hoy aparejador jubilado y activista pro derechos humanos, recuerda para ‘Público’ los años de lucha antifranquista en los que creyó posible conquistar la revolución para España.

Público | Cristina Barbarroja | Madrid | 12-5-2015

“A mi abuelo, luchador del Sindicato de los Trabajadores del Puerto, lo mataron en la cárcel, muy entrada la postguerra. Desapareció un buen día y aún no sabemos ni dónde le pegaron los tiros, ni dónde está. A sus dos hijas, mis tías, las encerraron en prisión. Conocí a mi padre con ocho años, en una comunicación en el Penal del Dueso de Santoña. Yo me llamo Eladio por un hermano de mi padre, fusilado por ser concejal del Frente Popular”.

Con aquellos biberones amargos y una cotidianeidad familiar de sólida lucha comunista, es difícil imaginar a un Eladio Garcia Castro diferente al jubilado de 71 años que, tras pasar media vida peleando contra Franco y por la conquista de la revolución de los trabajadores, hoy prioriza los filetes de atún que va a prepararle a Inma, su compañera, a nuestra cita.

“Uy, yo hace años que no hago nada con la prensa”, dice guasón el sevillano. Y ocasiones no le faltan al histórico líder del Partido del Trabajo de España, que lo mismo visita el mercado de abastos de Puerto Real como amo de su casa, que se presenta pancarta en mano, en demanda de una vivienda digna. Porque hace años que Eladio dejó la política, y su trabajo de aparejador, pero no el activismo y la agitación que sigue practicando desde la Asociación Pro Derechos Humanos de Cádiz, “la ciudad con más paro de España”, exclama. 

Ya con cinco años se dedicaba a hacer la vida imposible a la policía político-social, que, “noche sí, noche también”, irrumpía en la casa sevillana de las tías con las que se crió mientras su madre se ganaba la vida cosiendo camisas. “Cuando llegaban a medianoche; a ver si podían echar el guante a la familia que aún no había caído, mi abuela me daba una palmada en el culo para que yo les incordiara. Y cuando le decían, ‘¡Señora, este niño!’, ella les contestaba: ‘¡Este niño está en su casa, marranos!’. 

Se carcajea cuando recuerda como, años más tarde, también se convertiría en la mosca cojonera del director de la Escuela Técnica de la Universidad de Sevilla, en la que, dando clases particulares de matemáticas, se costeó su carrera de arquitecto. “Cada vez que desaparecía la multicopista, el director me llamaba: ‘Don Eladio, ¿dónde está la multicopista?’. Esto es muy grave, me decía. Y yo siempre le replicaba: ‘Mire don Aurelio, usted no puede estar descontento; la multicopista está hecha un Cristo y cada vez que desaparece, reaparece en perfecto estado de uso”.

De aquella multicopista salieron los panfletos de la cédula del PC, que Eladio y otros crearon en el seno del movimiento estudiantil. Y de aquellos años de lucha, un rebelde cuya primera desobediencia sería, precisamente, contra las consignas del Partido Comunista. 

“La culpa fue del libro Santiago Carrillo Y después de Franco ¿qué?, en el que se ya se intuía el ánimo reformista del líder del PC, que no nos gustaba… ¡un pecado en la clandestinidad!”. Aunque lo que más hirió a García Castro fue otra cosa: la orden del partido contra una huelga por el asesinato de un trabajador en la comisaría de la Rinconada. Indisciplina que terminaría con su expulsión del PC y el fichaje de Eladio por el Partido Comunista Internacional. 

En aquel destino conoció la cárcel. Durante el estado de excepción de 1969, decretado por Franco tras una masiva movilización estudiantil, fue detenido “por el soplo de un trabajador, de un compañero de CCOO”. Pasó 14 días en comisaría, de los que prefiere no hablar porque “a pesar de las palizas, hubo gente que lo pasó mucho peor que yo”. Y un año en la cárcel de Sevilla, en la que acompañó a los históricos Fernando Soto y Eduardo Saborido y que marcaría su trayectoria. 

“El fiscal me acusaba de asociación ilegal, propaganda ilegal, manifestación ilegal… en grado de dirigente, cuando yo era sólo un militante de base. Entonces me pregunté: ‘¿Con 25 años me voy a pasar la vida en la cárcel?’ Y tomé la decisión: me voy a la clandestinidad y empleo el tiempo en luchar contra esta gente”. 

El camarada Ramón Lobato 

Eladio huye a Barcelona, donde deja su oficio de aparejador “para evitar ser reconocido y trincado”. En 1972, tras nuevas detenciones de militantes, el Partido Comunista Internacional resuelve cambiar sus siglas y se convierte en el Partido del Trabajo de España (PTE). García Castro es elegido secretario general y se bautiza como el camarada Ramón Lobato. 

“El PTE era un partido basado en la rama china del Partido Comunista Internacional. Pero lo primero que hizo la nueva dirección fue dar un viraje a la actividad, que no se fundamentara sólo en escribir panfletos sino en fomentar los movimientos de masas”. De ese nuevo derrotero surgió el Sindicato Obrero del Campo (SOC) en Andalucía, con Diego Cañamero, Pepi Conde, jornaleros y dirigentes del Partido del Trabajo, y otros no militantes como Juan Manuel Sánchez Gordillo; o la Joven Guardia Roja, la organización juvenil del PTE, con fuerte implantación en la Universidad. 

“Paralelamente –explica – discutíamos sobre el objetivo del partido, que pretendía la revolución hasta que se acordó que la finalidad inmediata debía ser la conquista de la democracia. Y que la presencia de las fuerzas del trabajo sería la que determinaría el tipo de régimen y una democracia más o menos avanzada”. 

El giro político, que transformó el PTE en una de las primeras fuerzas a la izquierda del PC, unido a la creación de los movimientos de masas, desembocó en 1975 en la participación de García Castro en la Junta Democrática, a pesar de la oposición de un Santiago Carrillo “respetuoso y correcto pero que, al final, siempre nos pegaba los tiros a nosotros”. 

“La puerta se cerró detrás del Partido Comunista” con la llegada de la democracia, que no legalizó al PTE hasta después de las elecciones del 77. En los comicios generales del 79, la formación obtuvo cerca de 200.000 votos. “Muchos de nosotros vimos que no cabíamos en España y que la nuestra iba a ser una muerte lenta”. Tras la fallida fusión con la Organización Revolucionaria de los Trabajadores del ‘camarada Intxausti’, el Partido del Trabajo de España resolvió disolverse… y Eladio, abandonar la política. 

“Lo tenía muy difícil, a ver qué empresa me contrataba”. Pero el tesón del guerrero, devolvió a Eladio su profesión de aparejador y le procuró éxitos como la rehabilitación de los cascos históricos de Puerto Real o Cádiz o el impulso transformador de barriadas deprimidas como Las Tres Mil Viviendas de Sevilla o San Martín de Porres en Córdoba. “He trabajado con gobiernos de todos los colores, salvo el PP, pero siempre preocupándome de las mismas personas que me preocupaban cuando estaba en el PTE”. 

Hoy Eladio García Castro disfruta haciendo la compra en la lonja, cocinando atún gaditano para su Inma, escuchando el jazz-flamenco de Jorge Pardo y Chano Dominguez, y agitando a la sociedad desde la Asociación Pro Derechos, refugio de su activismo mamado. Dice que en las europeas votó a Podemos porque pensaba, y “sigo pensando, que es la única forma de acabar con el bipardismo y una izquierda de partidos que se han convertido en colocadores de amigotes en la administración”. 

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