El eldense Vicente Machirán envío una carta a su mujer horas antes de ser ejecutado para informarle de su treta con la esperanza de que sus restos fueran identificados en el futuro
Consciente de que su vida llegaba al final con 28 años, tuvo la entereza de grabar sus iniciales V.M.M. en una pequeña chapita metálica que se ató con un alambre fino al tobillo izquierdo ocultándola de sus verdugos debajo del calcetín.
Quería transcender a la muerte y ser reconocido por su mujer y por su hijo Vicente, que entonces tenía cuatro años, cuando se restaurará la democracia y sus restos mortales fueran exhumados para poder recibir una sepultura digna. Fue un visionario y esa misma noche le escribió a su mujer una carta de despedida llena de amor y esperanza, sin atisbo de odio ni rencor hacia sus ejecutores, en la que mostrando una extraordinaria fortaleza mental dibujó incluso la chapita, para que sus descendientes pudieran identificarla en el futuro que una ráfaga de balas le arrebató.
La correspondencia de los presos estaba prohibida pero los encarcelados ocultaban las cartas en los dobladillos de la ropa que entregaban a sus familiares para ser lavada y devuelta. Así pudo conocer su viuda el último deseo del que había sido el amor de su vida. Un compañero ideal con el que disfrutó de la igualdad que otras mujeres coetáneas no tuvieron.
Ochenta años después la chapa con las iniciales V.M.M. ha aparecido tal y como Vicente la dibujó en forma de beso en su carta de despedida. El equipo de arqueólogos que está realizando las exhumaciones en el Cementerio de Alicante la ha encontrado en la fosa XVII, en los restos óseos de un cadáver que ya han sido enviados al laboratorio de Aspe para analizar su ADN.
Cuatro cartas y una pequeña cajita de madera que le hizo en la cárcel son los únicos recuerdos que conserva de su padre. Constituyen el testimonio de sus últimos meses de vida. «Muero con el convencimiento de que me matan por haber sustentado ideas anarquistas y para justificar el fusilamiento era preciso acusar en falso. Muero con la frente bien alta sin tener que arrepentirme de mis actos ni acusar a mi conciencia de nada malo. Muero porque luché por un mundo mejor que el presente, por esa humanidad que sufre los latigazos del dolor, por el amor, la felicidad y la libertad de todos», indica en su última carta.
Al cabo de los años su madre contrajo segundas nupcias y él tomó el apellido Olcina de su padrastro para evitar ser “señalado” por ser descendiente de una familia de rojos. “Mi padrastro era un hombre muy trabajador y se portó muy bien con nosotros pero mi madre -falleció hace treinta años en Elda- siempre estuvo enamorada de mi padre aunque, quizá para protegerme, jamás quiso hablarme de él, de sus ideas ni de su asesinato”, explica. Por eso Vicente no tuvo conocimiento de la existencia de las cartas hasta que ella murió. “Las conservó durante toda su vida. Seguro que las leyó cientos de veces a solas. Pero siempre las mantuvo escondidas y para mi fue muy emotivo conocer la última voluntad de mi padre, y también leer esos mensajes tan cariñosos que me dedicó cuando estaba preso en Alicante“, añadía conteniendo las lágrimas al recordar que el infortunado destino le impidió a su progenitor salvar la vida en dos ocasiones.
Exilio
Al finalizar la contienda con la victoria del bando nacional Vicente Machirán Milla regresó a Elda donde trabajaba de zapatero. Amigos y familiares le aconsejaron que se exiliara antes de que lo capturaran los acérrimos de la dictadura porque ya habían comenzado los fusilamientos masivos de la represión franquista. Pero él se negó aduciendo que aunque había luchado en el bando republicano, y sus ideas eran anarquistas, no había matado a nadie ni cometido ningún crimen.
Finalmente su cuñado le convenció para huir juntos a Orán pero en el puerto de Alicante fue detenido justo en el momento en el que iba a embarcar. Primero fue internado en el cine Cervantes de Elda, habilitado como centro de detención y cárcel improvisada en la que se seleccionaba a los detenidos para su posterior traslado a otros lugares de encarcelamiento tras obtener información y confesiones bajo tortura y continuas palizas. Posteriormente lo confinaron en la hacinada plaza de toros de Monóvar y su último destino fue el entonces llamado Reformatorio de Adultos Alicante, del que solo salió al alba para ser fusilado.
Indulto
A los quince días de su ejecución llegó a casa el indulto que Franco le había concedido. Otro revés de la suerte que, sin embargo, no altera lo más mínimo el mensaje conciliador y ausente de venganza del hijo huérfano. “La Guerra Civil fue inevitable y el sufrimiento se vivió en los dos bandos. Pero los valores de la República son los de la libertad, el respeto a las ideas y las creencias y la solidaridad entre las personas…son buenos valores alejados de la guerra”, subraya.
“Los delitos ficticios de los que se acusó a esta víctima de la dictadura era haber participado en asesinatos, lo cual no era cierto, puesto que no había ninguna prueba de ello. Los juicios sumarísimos eran meras farsas jurídicas para justificar los fusilamientos. Bastaba el simple testimonio de alguien del nuevo régimen, especialmente falangistas, para conducir a alguien al paredón. Para ello se aplicaba la legislación militar y se les acusaba del delito de adhesión a la rebelión, que llevaba aparejada la pena de muerte. La justicia al revés, pues precisamente los que se habían rebelado eran los que juzgaban a los vencidos”, explica Antonio Gisbert añadiendo que “cualquiera que hubiera sido miliciano, pertenecido a sindicatos o partidos de izquierda y se hubiera significado corría el riesgo de ser encarcelado e incluso fusilado, dependiendo del grado de inquina que despertara entre las nuevas autoridades y miembros del régimen franquista”.
Alicante: El último mensaje antes de ser fusilado en el franquismo (informacion.es)