La cultura dominante desde la transición se ha encargado de convertir la muerte del poeta Federico García Lorca en algo similar a uno de sus romances; una muerte lorquiana, una tragedia contada con rima asonante y oscura. Los intentos por despolitizar su asesinato han conseguido, durante años, mantener su terrible crimen como una tragedia digna del folclore popular, llegando a narrar con romanticismo la visión del paraje en el que pudo ser asesinado.
publico.es | Emilio Silva | 25-9-2015
¿Qué le ocurre a una sociedad incapaz de mirar como un crimen lo que les ocurrió a los 144.226 desaparecidos del franquismo de los que se tienen referencia sin inmutarse? ¿Spain is different? Es el franquismo el que construyó esa especie de visión costumbrista de la violencia, la interpretación descafeinada de la dictadura, la aceptación mediante la mala educación de cuatro décadas de miedo y la reconstrucción de una democracia con aluminosis
Llama la atención la falta de un relato criminal acerca de su muerte. Mientras en Chile se han hecho dos autopsias de la muerte de Víctor Jara y ha sido enterrado con honores de Estado, la muerte del poeta granadino ha vivido alejada del derecho.
Hace unos meses la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) recibió de forma casi anónima un informe en el que se relataba el asesinato del poeta; el primer documento en el que el gobierno de la dictadura reconocía el asesinato del poeta y las razones políticas y homófobas por las que había sido asesinado. La versión que dio el dictador Francisco Franco a un corresponsal argentino del diario La Prensa, en plena guerra, fue que el “famoso poeta” había muerto en un altercado causado por las armas que el Gobierno republicano había entregado al pueblo. Incluso la fundación que lleva sus nombres llegó a restar importancia al hecho de que hubiera sido rojo y homosexual, en un intento por normalizar la vida del poeta con respecto a la despolitización del pasado en la que colaboraron numerosas élites culturales, políticas y académicas durante la transición.
La ARMH lleva quince años buscando a los desaparecidos de la dictadura, tratando de construir una visión de los crímenes del franquismo que incorporen la visión de los derechos humanos y del derecho penal internacional. Por eso en abril de 2010 promovió la denuncia de las desapariciones forzadas que llevó a la puesta en marcha de la querella argentina. Ahora está preparando la denuncia con la que presentará el informe policial recientemente aparecido sobre el asesinato de Lorca. Lo hace por el deber de denunciar ese crimen y para que la jueza que investiga desde Buenos Aires sepa que en los sótanos de algunos ministerios españoles se oculta documentación que podría ser extremadamente útil para su investigación y para que la sociedad conozca su pasado.
Los huesos de Lorca, allá donde estén, son el esqueleto de un enorme silencio que camina por nuestro país a sus anchas; un silencio sordo y retorcido que protege a los asesinos, a los torturadores, a los ladrones de bebés nacidos en la posguerra de los vientres de las presas republicanas y que hace vivir a buena parte de la sociedad como si hacer justicia por el asesinato y la desaparición de más de 113.000 hombres y mujeres fuera algo superficial. Aquí, mientras no haya justicia para tantas familias, la democracia seguirá siendo todavía una palabra escrita con letras minúsculas.