En busca de los restos de 381 fusilados en Jerez, para “cerrar heridas” y hacer justicia

Álvaro Caputto y Diego Yesa, nietos del sevillano Antonio Ruiz Terán que fue asesinado en 1936, afrontan con esperanza y satisfacción el trabajo de localización por georradar en el parque Scout

Claudia González Romero Claudia González Romero 18 de noviembre, 2018

“Has escogido a las peores personas para hablar de este tema”, adelanta Álvaro Caputto Ruiz (Jerez, 1958).   “Yo no puedo decir que mi abuelo fue represaliado porque fuese un bandido, un ladrón… No, lo mataron porque le tocó”, continúa. “Mi abuelo fue asesinado. Represalia es que una persona, por una represalia, tenga que marcharse de su casa por una necesidad, abandonar su puesto de trabajo… Eso sí es un represaliado. Una persona a la que le pegan un tiro en la cabeza es asesinado de la forma más horrible y más cochambrosa que hay”, enlaza con rabia su primo, Diego Yesa Ruiz (Jerez, 1959).

Ambos llevan diez años intentando darle una digna sepultura a su abuelo Antonio Ruiz Terán (La Puebla del Río, Sevilla, 1892), quien fue asesinado por el bando nacional el 23 de noviembre de 1936, en Jerez, desde que vieron que su nombre aparecía en una lista de personas ejecutadas en aplicación por la pena de muerte del Consejo de Guerra, en el número 306, junto a otras 380 víctimas. Se piensa que todas ellas fueron sepultadas en una fosa común junto al antiguo cementerio protestante de Santo Domingo, “por su cercanía”, dicen. La existencia de esta fosa común es conocida por todos los jerezanos, pero no es hasta ahora, el próximo 19 de noviembre de 2018, cuando técnicos de la Diputación de Cádiz y la UCA van a buscar, a través de georradares, los restos de las víctimas de la Guerra Civil en la zona, donde actualmente se encuentra el parque Scout.

“Después de 82 años, ¿ahí qué van a encontrar?”, se pregunta Álvaro. “Es muy complicado”, lamenta su primero Diego, quien se muestra ilusionado y, sobre todo, satisfecho con la acción que van a llevar a cabo a partir de este próximo lunes, hasta el 21 de noviembre en el parque Scout. “Yo no quiero hacerme muchas esperanzas. Pero la satisfacción la tengo”, dice.

Si bien el cementerio de Santo Domingo fue erigido hace más de 150 años, los cuerpos que allí descansaban —soldados británicos caídos durante la Guerra de la Independencia española— fueron trasladados al actual cementerio de la Merced, inaugurado en 1945. Eso sí, los restos de las víctimas de la “caza de brujas” que se produjo en Jerez en 1936, pudieron ser manipulados, o quizá se quedaron enterrados allí, intactos. “No se sabe el sitio exacto porque no hay documentación escrita de donde se hicieron los enterramientos. Superponiendo los planos, y lo que hoy es el parque, parece que está sobre esa zona… Aunque yo tengo serias dudas”, comenta Diego, miembro de la asociación Familiares de Víctimas del Franquismo de Jerez.

Tanto Álvaro como Diego recuerdan cómo sus madres guardaron un silencio sepulcral sobre la muerte de su abuelo, Antonio Ruiz Terán. Ambos han tenido la inquietud de saber sobre él, “por el silencio”. “No se hablaba del abuelo, quizá en alguna fiesta familiar, que salía su nombre, pero al momento todos se callaban. El miedo sigue existiendo hoy, no pensemos que el miedo ya ha pasado”, estima el menor de los primos. Según han podido recuperar, Antonio trabajó de camarero en el hotel Los Cisnes, “donde se reunía la crème de la crème“. Hasta que un día, tras el estallido de la Guerra Civil, se lo llevaron preso, “posiblemente porque fue el vicepresidente del sindicato de camareros de Jerez”. No obstante, pudo librarse de la muerte gracias a que un cura lo conocía y le liberó. “Antonio, vete de aquí que te van a matar”, le dijeron. “¿Yo? Si yo no he hecho nada”, palabras que sentenciaron su muerte.

Antonio Ruiz Terán estuvo preso dos días en el Alcázar de Jerez, hasta que fue fusilado a los 44 años de edad, dejando una viuda embarazada y cinco hijos. Y esto último es lo que más destaca su nieto, Álvaro Caputto, lo que él llama “daños colaterales”. “Mi abuela tuvo que hacerse cargo de toda su familia, ella sola. Y más en las circunstancias en las que le había tocado vivir: siendo señalada por todos, con hombres que querían beneficiársela y siendo vetada del mundo laboral, sin poder trabajar”, cuenta. Hasta que una persona se apiadó de ella y pudo conseguir un puesto en una bodega. “Su madre —la de Diego—, con seis años, tuvo que coger a su hermano pequeño recién nacido y bajar la cuesta para que mi abuela se escapara del trabajo y por la reja, darle el pecho al niño”, narra Álvaro.

 “En Jerez no hubo ni guerra, sino que llegó un militar al Ayuntamiento y le dijo que, para evitar un derramamiento de sangre, iba a tomar las riendas del Consistorio. Y el alcalde, para evitar el derramamiento de sangre, le entregó el bastón de la ciudad, y a continuación le dijo al militar que llevaba al lado, pégale un tiro. Y se cargó al alcalde —Antonio Miguel Oliver Villanueva—. Esa fue la guerra que hubo en Jerez. Y a partir de ahí fueron casa por casa, quitando a todos los que le incomodaban: sindicalistas —como mi abuelo—, los maestros… todo aquel que promoviese esa nueva sociedad, culturizada y democrática”, explica Diego, sobre cómo se vivió en la ciudad jerezana el inicio de la Guerra Civil.

Ambos han llevado a cabo una investigación sobre la figura de su abuelo materno, mantiendo a su familia totalmente al margen. “Mi madre no sabe nada, no le he dicho nada. Sé que ha hecho un esfuerzo extraordinario por aparcar todo ese sufrimiento y no quiero reactivarlo. No quiero ilusionarla, porque volverte a ilusionar para luego volverte a llevar el chasco, no me apetece…”, dice el pequeño de los primos, quien dice que “esto no es un tema de recuperar restos mortales, lo que hay al final son huesos, lo que habrá es pudredumbre; pero quizá la pudredumbre la tengan otros en el corazón”, sobre todos aquellos que piden “dejar a los muertos tranquilos” o “trabajar para los vivos” (en referencia a las actuaciones de memoria histórica).

“A mí me jode enormemente cuando hablan de reabrir heridas. Esto no es reabrir heridas, esto es que la herida lleva abierta 80 años y que ya ha pasado tiempo más que suficiente para cerrarla como hay que cerrarla, con dignidad, con justicia y con la verdad de lo que pasó”, denuncian los nietos de Antonio Ruiz Terán, víctima en Jerez de la Guerra Civil. “Estamos criando a las nuevas generaciones contando las mismas mentiras y los mismos embustes de lo que pasó. Ya es hora de que se cuente a los niños lo que pasó para evitar que esto vuelva a ocurrir, entre otras cosas”, apostillan.

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