En el barranco de Víznar

Un panel informativo recuerda que en aquel paraje «vivió sus últimos momentos» Federico García Lorca, como si hubiera fallecido de los achaques de la edad. Ninguna referencia a su asesinato ni al millar de vecinos accidentales que le acompañan

HOY | CÉSAR RIBA SIMÓN (HISTORIADOR) | 27-8-2017

Hace unos días me propuse visitar el barranco de Víznar. Pensaba que sería un lugar recóndito, perdido entre las lomas de Granada. Me consolaba imaginar que el aislamiento explicaba su abandono, su atroz desmemoria. Pero nada más lejos de la realidad. Al barranco se llega por dos caminos muy sencillos. El primero y mejor señalado es la carretera que une Víznar y Alfacar, convertida estos meses de verano en la ruta del colesterol de centenares de paseantes anestesiados ante la barbarie que aquellas laderas encubren. Justo a la altura de la acequia de Aynadamar, manantial que abastecía de sangre y agua el Albaicín, un gran panel de la Junta de Andalucía señala que allí fueron asesinados miles de granadinos. Y lo poco que de ellos quede allí sigue, aullando bajo la tierra. Sin embargo, el panel no acongoja ni llama la atención. En dos horas nadie tomó la pequeña vereda que conduce a la olla donde se estima que mantienen la vigilia millar y medio de personas.

El otro camino que llega al barranco está hoy disfrazado de ruta medioambiental por la Sierra de Huetor. Fue el que tomé. Los huesos de Lorca se encuentran a apenas dos kilómetros de la A-92, en la salida 253. La carretera serpenteante se convierte en camino de tierra y llega al centro de visitantes Puerto Lobo, donde desciende una senda de kilómetro y medio en dirección al barranco. Un panel informativo recuerda que en aquel paraje «vivió sus últimos momentos» Federico García Lorca, como si hubiera fallecido de los achaques de la edad. Ninguna referencia a su asesinato ni al millar de vecinos accidentales que le acompañan. La ruta cruza un siniestro pinar, con matorrales que arañan y se vengan del olvido. No parece muy transitado. Cuando las tórtolas escuchan mis pasos huyen despavoridas, me reconocen miembro de una especie dada a fusilar y a despeñar cuerpos. Esto es un cementerio. Impone caminar por un suelo abonado de sangre, donde la putrefacción de la muerte ha dado un verde especial a las espinas afiladas de los árboles. Hay un silencio incómodo. La oreja en el suelo siente el rumor fantasmagórico de la tierra maldita, profanada de hormigas y falta de voluntades. La guerra no ha acabado en este paraje. Quien habla de no reabrir las heridas del pasado no ha caminado por este lugar. Solo cribando esta tierra de huesos y piedra se puede lograr la paz.

La vereda acaba en una hondonada donde varias catas arqueológicas han localizado varias fosas comunes. Un monolito con el lema «Lorca eran todos» preside un escenario con varias losetas horizontales donde de forma espontánea se han ido colocando placas metálicas a modo de lápidas. Una gran cruz de flores de plástico desgastadas por el viento descansa sobre la tierra. El lugar presenta abandono, como una urbanización a medio construir que ha sido comida por la maleza. Parece mentira que en este paraje estén los restos del poeta más vendido y traducido de la literatura española, el icono cultural de la modernidad, aquel cuyas letras han inspirado canciones que tararea medio país, cuyas obras se representan en todos los teatros, aquel cuyo rostro se vende como souvenir en todas las tiendas de Granada, cuyos libros leen todos los niños de España en la escuela. A título individual, no cabe duda que todas las víctimas son iguales. Cada familia tiene el derecho humanitario de enterrar a sus muertos, de dignificarlos y sacarlos de aquel barranco de los horrores. Pero además, la ciudadanía y los gobiernos no pueden permitir que su poeta siga sin enterrar, nutriendo de fuegos fatuos la tierra. Su exhumación sería un estímulo para iniciar un movimiento a escala nacional de localización y recuperación de las víctimas, un ‘Plan E’ de la dignidad.

No hay certeza de que en el barranco de Víznar siga el cuerpo de Lorca. El terreno ha sido alterado y removido en sucesivas ocasiones. Claude Couffon, el primer investigador del asesinato, recorrió este lugar en los cuarenta, constatando una diferencia sustancial en su vegetación. Por entonces, las fosas comunes eran bien visibles y no había pinos. Esto mismo se puede comprobar en las fotografías de los homenajes a la muerte que hizo el franquismo en este lugar. Sobre el millar de cuerpos se plantaron pinos, árboles de rápido crecimiento cuyas profundas y fuertes raíces trituran y devoran aún hoy los huesos. En la década de los cincuenta se sacaron algunos cuerpos para que continuaran chillando en el Valle de los Caídos. Agustín Penón, el investigador que mejor se ha acercado al asesinato de Lorca, insinuó que la dictadura podría haberlo trasladado a otro lugar para evitar que su hallazgo desprestigiara internacionalmente el régimen. En los años noventa, Isabel García Lorca pidió por escrito al alcalde de Alfacar que detuviera la construcción en el barranco de un campo de fútbol por respeto a los asesinados y a su hermano. Las obras se paralizaron pero ya habían movido bastante tierra. Desde la muerte del dictador, sólo ha habido tres excavaciones fallidas en busca del poeta, lo cual no sorprende ante la falta de interés institucional, la ausencia de apoyos económicos y la oposición de parte de la opinión pública. Apenas removieron una mínima parte de la extensión del barranco.

El país jamás podrá recuperar la concordia mientras encabece, junto a Ruanda o Camboya, los listados de fosas comunes. Ni tampoco supuraran las heridas mientras su escritor más universal siga en paradero desconocido. Hay que dar con Lorca y enterrarlo con honores en la Alhambra, o en la Plaza Nueva de Granada, donde llegó detenido un infausto día de agosto de 1936. Y más cuando uno de los responsables de su muerte, el que mandó «darle café», Queipo de Llano, descansa con honores en la catedral de la religiosidad popular española. Así lo soñó Antonio Machado en ‘El crimen fue en Granada’, el otro poeta que representa la derrota de España y que ochenta años después de su muerte sigue en el exilio.

http://www.hoy.es/culturas/barranco-viznar-20170828210940-nt.html