Enseñar antifascismo en EEUU: la memoria de la guerra civil española.

“Más allá de las definiciones de diccionario, resulta más productivo poner a los alumnos en contacto directo con las percepciones, análisis y experiencias de las y los que vivieron el auge del fascismo de primera mano y se levantaron contra él”, defiende el autor

Sebastiaan Faber /04 junio 2020

“Son una pequeña panda de degenerados, enloquecidos en su afán por el poder,” afirmaba Canute Frankson. “Se les reconoce más fácilmente por su perversión deliberada de la verdad y de los hechos”, decía Henry Wallace; “sus diarios y su propaganda cultivan esmeradamente cualquier fisura de división”. Es más, “se sirven del aislacionismo como lema para esconder su propio egoísmo imperialista”. Aunque “pretendwn ser súper patriotitas… si pudieran, destruirían todas las libertadas que nos garantiza la Constitución”. “Son nuestro problema”, agregaba Hy Katz. Lo que representan “puede que nos llegue a nosotros, así como ha llegado a otros países”.

Por más actuales que suenen, estas advertencias tienen más de tres cuartos de siglo de antigüedad. Canute Frankson nació en Jamaica en 1890; había emigrado a los Estados Unidos cuanto tenía 27 años y trabajaba como mecánico en una fábrica de coches en Detroit (Michigan). Hy Katz, nacido en 1914, era hijo de inmigrantes polacos en Brooklyn (New York). Henry Wallace, el mayor de los tres, nació en 1888 y sirvió como vicepresidente con Roosevelt (1941-45) y, antes, como ministro de Agricultura (1933-40) y Comercio (1945-46). Los tres hombres pertenecían a generaciones, etnias, clases y culturas diferentes. Lo que tenían en común era una aversión del fascismo y la convicción de que urgía luchar contra él.

Tanto Frankson como Katz se alistaron como voluntarios en la Guerra Civil Española. Los pasajes citados provienen de las cartas que enviaron desde España. La de Frankson, fechada en el 6 de julio de 1937 y escrita en Albacete, estaba dirigida a un amigo. La de Katz, del 25 de noviembre del mismo año, era para su madre, que acababa de enterarse de lo que su hijo hacía en Europa. (“Claire me escribe que sabes que estoy en España”, le dice. “Supongo que sabes que la razón por la que no te dije nada es porque no te quería causar dolor”). Las citas de Wallace provienen de un texto posterior y de carácter mucho más público: una tribuna de 1800 palabras publicada en el New York Times el 9 de abril de 1944, en que el entonces vicepresidente se propone advertir contra lo que él llama “el fascismo norteamericano”.

Estos tres textos se leen y discuten en numerosas clases de Historia y Español en escuelas secundarias en todo Estados Unidos. No porque estén incluidos en ningún libro de texto, que no lo están, sino porque las y los profesores están interesados en el legado del activismo antifascista en Estados Unidos y porque ese interés les ha llevado a uno de los talleres didácticos ofrecidos por Archivos de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA), una organización sin fines de lucro afincada en Nueva York.

En noviembre de 2016, la palabra más buscada en la web de Merriam-Webster, el diccionario más popular en Estados Unidos, era “fascismo”. Fue la segunda palabra más consultada de ese año. Desde entonces, el concepto ha vuelto una y otra vez para describir las tendencias políticas de nuestro presente —como lo hacen en libros recientes Madeleine Albright, ex secretaria de Estado o el historiador Timothy Snyder. El 2 de junio, un artículo de Adam Weinstein en The New Republic, escrito a propósito de lo ocurrido estas semanas, lo dejaba claro: “Esto es fascismo”.

¿Cómo verter estas reflexiones en un formato didáctico apto para adolescentes? Más allá de las definiciones de diccionario, resulta más productivo poner a los alumnos en contacto directo con las percepciones, análisis y experiencias de las y los que vivieron el auge del fascismo de primera mano y se levantaron contra él. Los análisis, por ejemplo, de un maquinista negro de Detroit nacido en Jamaica o un joven judío de 23 años que decidieron viajar a España para defender la Segunda República; o de quien fuera mano derecha del presidente Roosevelt en la invasión aliada del 6 de junio de 1944.

La organización Archivos de la Brigada Lincoln, ALBA, lleva más de diez años organizando talleres para profesores de secundaria en Estados Unidos. Fundada en 1979 por un grupo de veteranos de la Guerra Española, ALBA se dedica a mantener viva la memoria histórica de la lucha antifascista de los años 30 y 40. En los talleres, se usan materiales provenientes del enorme archivo de la Brigada Lincoln en la Universidad de Nueva York: no solo cartas sino también fotos, autobiografías, carteles, panfletos, y grabaciones audiovisuales.

Estos archivos cuentan un relato que en los libros de texto norteamericanos suele brillar por su ausencia. Si apenas se toca la Guerra Civil Española, menos todavía se habla de los casi tres mil norteamericanos que participaron en ella. Esa ausencia no es difícil de explicar. Para empezar, la actitud de Estados Unidos ante el golpe de Estado de julio de 1936 —una política de neutralidad— no casa con lo que sigue siendo la narrativa dominante del relato nacional: la “generación más grande” se levantó contra el mal absoluto que fue el nazismo y logró librar al mundo de Hitler y sus secuaces. Enfocarlo en los norteamericanos que se movilizaron contra el fascismo en 1936 o 1937 plantea una pregunta incómoda: ¿por qué el gobierno estadounidense tardó unos cinco años más —¡hasta diciembre de 1941!— en sumarse a la lucha?

Pero, además, las biografías de las y los voluntarios norteamericanos en la Guerra Española son complicadas de narrar. Muchos eran comunistas o compañeros de viaje, por lo que en los años 40 y 50 fueron objeto de las cazas de bruja macartistas. Muchos de ellos siguieron una vida de activismo político poco conforme con los poderes de su momento: se involucraron en la lucha por los derechos civiles, por ejemplo, ya en los años 30 y 40. Como indican los expedientes que mantuvo sobre ellos el FBI, el simple hecho de que un blanco se asociara con amigos afroamericanos ya era motivo de sospecha para los hombres de J. Edgar Hoover. Otro dato significativo: el batallón Lincoln estaba racialmente integrado; oficiales negros mandaban a soldados blancos. El ejército norteamericano en la Segunda Guerra Mundial, en cambio, seguía estrictamente segregado, hasta el punto en que los servicios sanitarios tenían prohibido “mezclar” sangre en las transfusiones.

Para voluntarios afroamericanos y judíos como Canute Frankson y Hy Katz, además, su participación en la Guerra Española estaba íntimamente ligada a su experiencia como minorías raciales en un Estados Unidos profundamente racista. “¿Cómo podría quedarme sentado a esperar a que las bestias lleguen a la puerta de mi casa?”, escribió Hy Katz a su madre. Porque, además, “como judío y progresista, sería entre los primeros en caer bajo el hacha de los fascistas”. “Solo hace falta”, escribía Frankson, “considerar las páginas de la historia de Estados Unidos manchadas por la sangre de los negros, envueltas en el hedor de los cuerpos quemados de nuestra gente colgando de los árboles, impregnadas de la amargura de los gemidos de nuestros seres queridos torturados cuyos cuerpos, orejas, dedos de la mano y del pie fueron amputados como recuerdos”. Katz murió a los 24 años cerca de Belchite; fue unos 800 de los voluntarios norteamericanos que cayeron en suelo español. Frankson regresó vivo de España pero falleció uno o dos años después en un accidente de carretera.

Por más que compliquen la historia, las experiencias norteamericanas en la Guerra Española tienen una enorme efectividad pedagógica. Resuenan con los jóvenes. Para ellos resultan enormemente emocionantes testimonios como el de Abe Osheroff, que en un vídeo de cinco minutos explica no solo por qué decidió sumarse a la Guerra Española sino por qué le costó no poco hacerlo ya que no se atrevía a decirles la verdad a sus padres y porque estaba enamorado hasta las cejas y acababa de perder la virginidad

Además de proporcionar modelos de activismo político, entrar en contacto con la memoria tangible, humana de las luchas políticas del pasado les permite a las y los alumnos plantear y debatir una serie de preguntas esenciales: ¿Por qué debería una preocuparse por cosas que ocurren en otra parte del mundo o que ocurrieron hace mucho tiempo? ¿Cuáles son nuestras obligaciones ante la injusticia? ¿Qué significa ser antifascista?

Una versión más larga de este texto se publicó, en inglés, en la revista Hispania, publicada por la Asociación Norteamericana de Profesores de Español y Portugués (AATSP), en marzo de 2019.

Enseñar antifascismo en EEUU: la memoria de la guerra civil española