Entrevista a María Eugenia Castiello: “Cuando conocí a fondo la historia familiar, me di cuenta de que era una herencia dolorosa, pero también un orgullo”

Se habla de Memoria, pero en todos estos años nadie reivindicó, puso en valor ni mostró el más mínimo interés por tantos hombres y mujeres, algunos más conocidos, otros anónimos, que lucharon para conseguir la libertad.

Sol Gómez Arteaga / 21.12.2021 / nuevarevolucion.es

María Eugenia Castiello Canal, residente en Gijón, es hija de José Manuel Castiello Carriles, una de las pocas personas que aún quedan y que vivieron de primera mano las consecuencias de una guerra tan incivil como cruel. Natural de Peón, Villaviciosa, de 94 años de edad, José Manuel narra en primera persona, en el honesto y entrañable libro “Los Castiello, la lucha por la libertad” la historia de su vida. Contaba nueve años cuando, al estallido de la guerra, su familia fue duramente represaliada por el hecho de tener una ideología de izquierdas. Los fascistas del pueblo (alcalde, jefe de Falange, incluso el cura) no solo se conformaron con acabar con la vida de varios familiares, sino que también les arrebataron su holgada hacienda. Su hija, en el prólogo al libro que no dejará indiferente a quien lo lea, empieza diciendo: “José Manuel Castiello era un niño feliz que disfrutaba de su niñez entre el campo, los animales y el cariño de toda su familia –se habla también de una relación especial del narrador de esta historia con su abuelo, un ser que despierta mucha ternura-, pero por circunstancias no deseadas vio como le arrebataban su niñez, teniendo que enfrentarse a unos hechos que marcarían su vida para siempre”. Cuéntanos, Mª Eugenia, para Nueva Revolución, cuales fueron esos hechos.

Con el triunfo del golpe de Estado a mi abuelo José, y a dos hermanos mayores, Eduardo y Corsino, vienen a buscarlos para su detención, ya que habían defendido los colores de la libertad en la contienda. Se ven obligados a huir al monte en una marcha que no tendrá vuelta atrás. A mi abuelo le dan muerte al poco tiempo en una emboscada. Mis tíos, después de sobrevivir once años en el monte, fueron vilmente asesinados en la playa de la Franca el 27 de enero de 1948, tras acudir a una cita en la que esperaban que les abastecieran de armas.  No ocurrió así. Ambos serían abatidos a bocajarro por los disparos de la metralleta que un traidor simulaba estar probando.

En esos once años en los que mis tíos están huidos, mi familia, formada además por mi bisabuelo materno, mi abuela Eugenia, mis cuatro tías, Amelia, Florentina, Teresa, Pilar y mi padre, que era el menor de los hermanos, sufre todo tipo de represalias. Las mujeres de la casa son detenidas y deportadas al campo de concentración de Figueras, en Castropol, mi tía Teresa será desterrada a Valladolid. Nos expropian todo lo que teníamos (mi abuelo era carpintero, disponía de una pumarada y elaboraba sidra, tenía algo de terreno para el cultivo del maíz, alubias, patatas, también seis vacas, un burro y dos o tres cerdos que les permitía vivir en una situación holgada). Mi padre, siendo un niño, quedó solo al cuidado de su abuelo inválido, postrado en cama tras fracturarse la pierna y la cadera por trajinar en el lagar. Un día los sacaron a los dos de casa. Mi bisabuelo, aullando de dolor, fue trasladado en un carro a una casucha que pertenecía al alcalde falangista. No les permitían que la gente les acercara alimentos. Muchos lo hicieron y fueron castigados por ello.

Para mayor dolor, una mañana vieron desde allí como quemaban su casa.

Tu padre, a pesar del acoso a que fue sometido -en el cuartel de la Guardia Civil le hacían constantes interrogatorios, y hasta sería utilizado como rehén para que los hermanos Eduardo y Corsino, huidos en el monte, se entregaran- demostró gran capacidad de resistencia y resiliencia, consiguiendo importantes logros a nivel laboral en la empresa alemana española en la que trabajó, que le permitirían viajar por todo el mundo, dar estudios a los hijos, cosas de las que se siente, así lo manifiesta en el libro, muy orgulloso. Háblanos de él y también de tu madre, hija de exiliados. ¿Qué valores os transmitieron a los hijos?

Hablar de los padres no es fácil ya que creo que todos tenemos tendencia a idealizarlos. De mi padre puedo decir que el sufrimiento de sus primeros años hizo de él una persona fuerte, luchadora, muy tenaz, valiente para enfrentarse a los retos que se le presentaban en la vida y en el trabajo, con gran afán de superación en todos los ámbitos.

Con el tiempo pudo disfrutar de la familia y los amigos, sentirse orgulloso de los logros en su trabajo.

La vida de mi madre tampoco fue fácil. A los dos años -corría el año 1933- se quedó al cuidado de unos tíos. Su padre, que pertenecía al partido comunista, tenía un coche descapotable y llevaba a los mandos a las reuniones. De sus muchas esperas en el coche, con el frío y de la humedad, enfermó de pulmón y se trasladó a Francia para curarse. Su mujer le siguió para cuidarlo. La última noticia que tenemos de él es que estuvo en un hospital de Perpiñán allá por el año 1939. Mi abuela permaneció en Francia, estuvo a punto de ser detenida por los alemanes durante la II Guerra Mundial. No ocurrió gracias a la ayuda de una amistad. En varias ocasiones intentó regresar a España en barco, pero al llegar al puerto y ver a la guardia civil, volvía de nuevo al exilio. Mi madre la localizó en el año 1977 en un pueblecito llamado Nevens. Regentaba un puesto de flores en un mercado, tenía muchas amistades, pero nunca rehízo su vida. A raíz de ese reencuentro vino un par de veces a España, pero ya no sintió el país como propio. Luego enfermó. Mi madre fue a cuidarla unos meses hasta su fallecimiento –años ochenta­­–. Sus restos descansan en el país vecino.

Pese a una vida forjada en las dificultades y en la supervivencia, mis padres nos educaron en el respeto a todo y a todos, en la no violencia, en la perseverancia, en el tesón, en la lucha por lo que creemos que es justo y, por supuesto, nunca en el odio y el rencor.

También habla José Manuel Castiello, y lo hace de forma muy clara, como claro es todo el libro y su lectura amena, de problemas de salud difíciles de diagnosticar que empieza a sufrir desde muy joven (con 22 años) y que más tarde se verá que tienen que ver con los traumas y secuelas del pasado. Háblanos del periplo por el que pasa tu padre en un momento en el que la psiquiatría no estaba tan avanzada como en la actualidad y cómo este dolor psíquico fue vivido en la familia.

Este episodio de su vida es terrible y lo persiguió hasta hace muy poco tiempo. Ahora, con los años, estos recuerdos se han ido diluyendo.

Su madre y también su hermana Amelia, la mayor, recorrieron con él las consultas de muchos psiquiatras que lo trataban con insulina para producirle un estado de coma, o con el cruel electroshock, que le borraba los recuerdos y le dejó lagunas que aún persisten. Fueron años de gran trasiego de consultas médicas, hasta ser atendido por el Dr. López Ibor que, con su afable trato y sus grandes conocimientos, consiguieron mitigar en gran medida sus dolencias. Pero el fantasma de la depresión crónica y los momentos de infinita tristeza no desaparecieron nunca.

Los entendidos del tema dicen que el trauma de la Guerra Civil afecta a varias generaciones. Paul Preston habla de un franquismo sociológico que afecta a tres generaciones y las psicoanalistas Anna Miñarro y Teresa Moransi en su libro “Trauma y transmisión” dicen que llega incluso hasta la cuarta generación. ¿Sientes o has sentido en algún momento que sobre ti pesa ese trauma de la guerra civil?

Siempre hay algo que te marca. Aunque nunca nos hablaron abiertamente del drama vivido y de todo lo que habían sufrido, yo de alguna manera lo  presentía. Con el tiempo, cuando conocí a fondo la historia familiar, me di cuenta de que era una herencia dolorosa, pero también un orgullo.

Tu padre haciendo balance a los once años de persecución sufridos “nuestra familia pagó un alto coste con la pérdida en la lucha de padres y hermanos, la destrucción del patrimonio y los padecimientos y atrocidades cuyas secuelas siguen” critica el olvido en el que quedaron relegados los verdaderos héroes de la resistencia antifranquista por parte principalmente de los nuevos políticos de izquierdas (de la derecha no se esperaba nada). ¿Qué opinas de esto?

Así es. Se habla de Memoria, pero en todos estos años nadie reivindicó, puso en valor ni mostró el más mínimo interés por tantos hombres y mujeres, algunos más conocidos, otros anónimos, que lucharon para conseguir la libertad que a ellos se les negó y nosotros ahora disfrutamos, una libertad por la que llegaron a dar la vida.

Tu lucha contra el olvido y por la memoria antifascista, te ha llevado a producir, al lado de Luis Felipe Capellín Corrada, director de cine, un buen puñado de documentales sobre Memoria Histórica, entre ellos el de tu familia “Los Castiello, la lucha por la libertad”. Háblanos de esos documentales y del objetivo que persigues/perseguís con los mismos.

Conocí al director de cine documental Luis Felipe Capellín a través de mi padre, iba a visitarlo con frecuencia y hablaban de sus recuerdos. Luis Felipe leyó el libro que mi padre escribió para la familia y le animó a publicarlo. Nos puso en contacto con la editorial Trabe de Oviedo. Así empecé a conocer yo su trabajo y a colaborar con él. Posteriormente pasé a ser la productora de muchos de sus documentales y a poner voz en off en algunos de ellos. Conectamos con Casas de Cultura y con otras entidades para darlos a conocer y mantener un coloquio en torno a ellos. También los presentamos a Festivales. En concreto, el titulado “Max Aub, diario de Djelfa” nos ha dado muchas alegrías, llegó a proyectarse en la Cineteca de Madrid. Pero hay muchos: “El rescoldo de una hoguera”, “Antonio el Maqui”, “A mí me llamaban Libertario”, “Felipe Matarranz, siempre guerrillero”, “Maximo Roda, un niño de la guerra”, “El largo viaje de Marujina Castiello”, “La dura infancia de Esther”, “Descubriendo a Rosario Acuña”, “Cementerio moro Barcia”, entre otros.

Este trabajo nos permite poner voz a los que fueron silenciados y dar a conocer hechos que, posiblemente, si no es por las películas, nunca serían visibilizados. Luis Felipe, que hace años militaba de forma activa en el partido comunista y ya no lo hace, dice que ahora su forma de militancia y de seguir en la lucha es a través de su trabajo documental. Un trabajo necesario, bajo nuestro punto de vista, por el desconocimiento que hay de la historia más reciente de nuestro país y que sigue levantando ampollas.

Por mí parte, ser productora de esos documentales me permite reivindicar aquello por lo que luchó mi familia: la libertad.

La reivindicación de las asociaciones memorialistas es una reivindicación por la Verdad, la Justicia, la Reparación. ¿Que tendría que ocurrir para que, en tu caso, te sintieras reparada?

El reconocimiento de su lucha, de su sufrimiento, su empeño por reivindicar  esos ideales en los que creían y que no dudaron en defender hasta pagar con su vida. En definitiva, que se diga abiertamente lo que sucedió y que se valore lo que afectó a esta familia.

Qué les dirías a las generaciones más jóvenes como hija, nieta, biznieta y sobrina de represaliados, en materia de memoria.

Les diría que investiguen, que se interesen por conocer la historia, ya que desgraciadamente esos hechos son ignorados. Pienso que siempre es enriquecedor conocer un mismo tema bajo diferentes prismas, no conformarse con lo que nos quieren hacer que pensemos. Les diría que luchen por aquello que creen, que no se acomoden, que sean consecuentes con sus ideas y las defiendan hasta el final.

Nuestros antepasados nos allanaron el camino, nosotros solo tenemos que seguirlo.

Mi reconocimiento a ese gran hombre que es José Manuel Castiello, su memoria, su lucha, su coraje, su integridad. El 8 de noviembre fallecía a los 102 años en Barcelona Josep Sala, el último preso del campo de Concentración de San Marcos, hoy convertido en lujoso parador de turismo, a cuyo reconocimiento sé que Mª Eugenia había asistido cinco meses antes, exactamente el 5 de junio. José Manuel Castiello, como Josep Sala, es uno de esos hombres de la resistencia que ya no quedan. Verdaderos héroes de la democracia, y no los políticos de turno que se arriman a la sombra de su lucha. Él pide, en el final de su libro, un buen fin de vida. Y bien que se lo merece. Su deseo también es el mío. Testigo de un tiempo que no entendía de compasión, fiel y leal a su historia. Gratitud inmensa a José Manuel por compartir su testimonio. Y a su hija, por recoger su testigo y multiplicarlo.

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