Félix Población. Amadeo Gracia Bamala, el niño mutilado de los españoles del éxodo y el llanto

“No odio, aunque sí odié; no quiero revanchas, aunque en otro tiempo las deseé…No creo que nunca se llegue a hacer la más mínima justicia sobre tanto dolor, escarnio y humillación”, dejó escrito.

ELSALTODIARIO.COM | FÉLIX POBLACIÓN | 8-11-2019

Hace unas fechas nos comunicaba Xulio García el fallecimiento de Amadeo Gracia Bamala (1935-2019), protagonista con su familia de una de las imágenes más impactantes y difundidas de la desoladora diáspora republicana, aquella que se llevó entre otros al poeta Antonio Machado, fallecido en Colliure en febrero de 1939, a las pocas semanas de cruzar la frontera con Francia, incapaz de soportar un invierno con tanta tristeza y abatimiento.

Amadeo Gracia Bamala es el niño de cuatro años que aparece en la fotografía de Hélène Roger-Viollet en segundo plano, dando la mano a un hombre al que le falta una pierna. A Amadeo también le falta un pie como consecuencia de la misma metralla de la bomba facciosa que mató a su madre y segó la pierna de su hermana Alicia, de siete años, que va por delante apoyada en una muleta, dando la mano a su padre, Mariano Gracia. Por detrás de Amadeo avanza su hermano Antonio, con doce años. El hombre que va con Amadeo no es un familiar. Se llamaba Thomas Coll, un mutilado de la primera Guerra Mundial que decidió ayudar a la familia como ciudadano francés para que, una vez pasado el Coll d’Ares, los gendarmes no separasen a los Gracia Bamala.

La familia había abandonado Monzón, en el valle del Cinca, localidad en la que se casaron Mariano y Pilar, un obrero de Azucarera Española y una costurera. Mariano Gracia participó en la colectivización de esa empresa y era el encargado de hacer sonar la sirena de la fábrica en casos de bombardeo. Cuando sonó el 20 de noviembre de 1937, el vecindario salió corriendo despavorido hacia el campo. Fue en ese momento cuando Pilar encargó a Antonio que regresara a casa a buscar un dedal. ¿Qué significado podría tener aquel dedal para Pilar, por cuya búsqueda el mayor de los hijos posiblemente se libró de la muerte? Las bombas hirieron de suma gravedad a su madre, al proteger con su cuerpo el del pequeño Amadeo, pero la metralla segó su pie y la pierna de Alicia, protegida a su vez por una vecina que también murió en el bombardeo. Pilar solo sobreviviría dos semanas con el vientre destrozado. Murió en el hospital de Lleida pidiendo que le dejaran tener al lado a sus hijos.

Ya en Barcelona, Mariano trabajó como jardinero en la Fundación Negrín e internó a sus hijos en un centro de recuperación de La Garriga. Allí se enteraron de la ocupación de Monzón por los facciosos en marzo de 1938. Después, ante la inminente llegada de los sublevados a la ciudad condal, iniciaron el camino del exilio hacia Ripoll y Coll d’Ares. Fue entonces cuando Thomas Coll quiso prestarles ayuda para que no separasen al padre de sus hijos, sin que pudiera evitarlo. Los tres hermanos serán conducidos al castillo refugio de Caussade, mientras Mariano fue internado en un campo de concentración, en el que fallecerá año y medio después, víctimas de las penalidades de la reclusión y la tristeza. Amadeo guardaba muy viva la memoria de la muerte de su padre: “Estábamos en un prado frente al castillo de Caussade, en la zona de Bergerac. Yo cazaba grillos o algo similar… Se acercó mi hermano y me dijo: “Ya no verás nunca más a padre”.

Antonio, Alicia y Amadeo regresarán en un vagón infestado de piojos a Monzón, donde seguían viviendo sus abuelos. A Antonio lo pusieron a trabajar de inmediato y Alicia y Amadeo pasaron doce años en un orfelinato del Auxilio Social, donde fueron humillados y golpeados como hijos de los vencidos. Pasaron allí mucha hambre y penuria, hasta que los 18 años Amadeo entró a trabajar en Azucarera Española, de donde se jubiló como administrativo, ya en Madrid.

Los hermanos Gracia sabían desde niños de la existencia de la fotografía que determinó su niñez hasta matarla, pero guardaron silencio. Hablaron de ella en 1988 por boca del mayor, Antonio. Un periódico catalán publicó una serie de reportajes sobre la ocupación franquista en Cataluña. “Mi hermano la vio publicada y llamó a la Redacción. Nosotros somos esos, les comunicó”. Hasta entonces Amadeo se había negado a hablar de ese pasado a sus hijos, pero la fotografía primero y las declaraciones de un diputado del Partido Popular después, en las que calificaba un homenaje del Congreso a las víctimas de la dictadura como revival de naftalina, alteraron su punto de vista retrospectivo. Entendió que para hacer justicia hay que contar la verdad. “Siempre que se habla de la guerra aparecen las personalidades, los famosos…, pero ¿y la gente común? Los que más la sufrimos, ¿dónde estamos?”.

El fallecido Amadeo García Bamala, junto a su padre y sus hermanos, forman parte de esa verdad que desde hace muchos años grita contra el olvido de aquellos españoles del éxodo y el llanto, personalizados en esa fotografía de la periodista francesa Hélène Roger Viollet. Sería deseable que esta imagen recobrase en la conciencia de los electores toda la fuerza de su dramatismo el próximo domingo, no solo ante las urnas sino ante quienes se empeñan en beber en los turbios idearios del odio, aireados no hace mucho en un plató de televisión por el líder de la extrema derecha rediviva, que cuenta con la pasividad y el acuerdo de la derecha para que con ese partido “España sume”… hacia atrás.

En el año 2002, Amadeo Gracia dirigió una carta al director del diario El País en la que venía a añadir sus razones a otra publicada por ese periódico el 13 de octubre bajo el título Ni perdono ni olvido. A la misiva adjuntaba su firmante la fotografía de Roger Violet, a modo de identificación, y la última parte de su contenido decía así: “No. Yo no puedo, aunque quiera, perdonar, ni olvidar, ni… Perdonar, ¿por qué? ¿Acaso han pedido alguna vez perdón ellos? No odio, aunque sí odié; no quiero revanchas, aunque en otro tiempo las deseé. No lo deseo, pero cuando por desgracia a algún descendiente de aquellos franquistas le sucede algo irreparable, no siento el más mínimo sentimiento de pena por él; siento lo mismo que cuando pisoteo una hormiga, me quedo absolutamente indiferente. Sé que estas palabras parecerán a ciertas personas poco ejemplarizantes, llenas de rencor; pero no, no me importa lo que piensen, no siento rencor alguno, ni alegría, ni nada hacia ellos, simplemente un profundo y absoluto desprecio. Nunca fui hipócrita, ni pienso serlo; ellos, con sus hechos y comportamientos a lo largo de estos años, lo han merecido. Es mi opinión. No creo que nunca, a pesar de los esfuerzos realizados por tantas y tantas personas de bien, se llegue a hacer la más mínima justicia sobre tanto dolor, escarnio y humillación realizados sobre millones de españoles por los sinvergüenzas más grandes que este país ha tenido (sólo hay que ver los comportamientos y aptitudes cobardes y cómplices de este Gobierno del PP)… Atentamente”.

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