Formentera busca a las víctimas del penal franquista de La Savina

El Govern balear iniciará la exhumación en el nuevo cementerio de Sant Francesc en busca de los 58 presos que fueron dejados morir de hambre.

La isla de Formentera saldará una deuda histórica con su más oscuro pasado. La labor de exhumación del nuevo cementerio de Sant Francesc, que se inicia este miércoles tras varios aplazamientos a causa del temporal, tendrá como objetivo hallar los restos de las víctimas de la represión franquista que, de 1940 a 1942, murieron hacinadas en el campamento militar de La Savina.

El lugar, también conocido como La Colonia o El campamento, es recordado como “el más terrible centro penitenciario de las Baleares”. Destinado a recluir a sentenciados por tribunales militares, se estima que llegó a albergar hasta 2.000 reclusos procedentes de todas las provincias de España. De todos ellos (la mayoría de Extremadura y Murcia, pero también madrileños, catalanes, canarios, valencianos y baleares), 58 murieron a causa del hambre y las penosas condiciones higiénico-sanitarias a las que eran sometidos.

Las tareas de prospección del cementerio intentarán confirmar si, como se atribuye a diversos testimonios orales (entre los que figuran los del propio sepulturero), las víctimas se encuentran sepultadas frente a la puerta principal del cementerio, bajo las tumbas ya en desuso instaladas en los sesenta y ochenta. Además de esto, El Govern, en colaboración con la Sociedad de Ciencias Aranzadi, la Junta de Extremadura, el Forum por la Memoria de Ibiza y Formentera y otras asociaciones memorialistas, ha empezado a trabajar en la búsqueda del ADN de familiares que puedan ayudar a poner nombre a las víctimas del penal.

Un estudio de la colonia penitenciaria realizado por el historiador Antoni Ferrer Abarzuza ha permitido conocer las penosas condiciones de vida de los presos de la Savina. Numerosos testimonios hablan de la enorme escasez de comida y de la proliferación de enfermedades. Cuando eran alimentados, los presos recibían dosis mínimas de pan y sopas sin sustancia, a menudo de verduras ya fermentadas, lo que llevó en alguna ocasión a que las propias víctimas pretendieran asaltar una carretilla con mondaduras de patatas destinadas a dar de comer a los cerdos. Otros testimonios aseguran que la comida enviada a los reclusos por algunos familiares se entregaba cuando esta ya estaba podrida.

El estudio de Ferrer Abarzuza hace saber incluso de un intento de fuga perpetrado por cuatro presos y de la reclusión de la colonia de un joven extremeño, Manuel Díaz Sauceda, de tan sólo catorce años. Además, se informa de la precaria e indigna labor de sepultura de los fallecidos en el penal, en el que “cuando se producía una muerte, el cuerpo del finado era trasladado en carro, desde el Penal y hasta la puerta de la iglesia, donde el párroco rezaba un responso ante el ataúd, y de ahí seguían al cementerio”. Estos testimonios afirman que “en ocasiones se ponía más de un cadáver en el mismo ataúd” y que “cuando se producía un fallecimiento, se dejaba el cadáver en el depósito de la enfermería a la espera de que se produjera otra muerte para aprovechar el viaje”. Sobre el tipo de enterramiento, algunos testimonios mencionan, además de los enterramientos individuales y colectivos, una “fosa grande” o inhumaciones en “acequias largas”.

El campamento de La Savina se clausuró 1942 ante el probable temor del régimen franquista a que la opinión pública internacional y el miedo a la intervención de los Aliados sobre la isla en plena Segunda Guerra Mundial, la cual ya resultaría familiar a los aviadores de la Italia fascista y la Alemania nazi al tratarse de un lugar donde efectuar una parada técnica antes del bombardeo de la península durante la guerra civil.

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