Franco contra las mujeres

Los escalofriantes testimonios de las represaliadas aportados por la querella argentina

Interviú | Ana María Pascual | 18-4-2016

Las hermanas Dària y Mercè Buxadé Adroher crecieron entre pasteles, frutas confitadas, bombones y peladillas, en la confitería que regentaba su familia en Santa Coloma de Farners (Girona). Ambas se formaron como técnicas sanitarias, favorecidas por los nuevos vientos de progreso que supuso la República para muchas españolas que querían ganarse la vida por sí mismas. En agosto de 1936, recién estallada la sublevación militar, Dària, de 23 años, y Mercè, de 18, se presentaron como enfermeras voluntarias de la Cruz Roja para una expedición republicana a Mallorca, donde la insurgencia había triunfado.

A bordo del buque Ciudad de Tarragona, fletado por la Generalitat de Cataluña, viajaron las hermanas Buxadé junto con otras tres jóvenes enfermeras cargadas de solidaridad. Fueron destinadas al hospital de campaña de Son Carrió, donde pasarían veinte días sin dar abasto entre heridos y muertos. Ante el avance de los sublevados, las tropas republicanas abandonaron repentinamente el frente de guerra, dejando a su suerte a una buena parte del contingente.

A las pocas horas, las cinco enfermeras fueron apresadas por un pelotón falangista. Primero las llevaron a la Escuela Graduada de la localidad de Manacor, utilizada como prisión. Allí, en el patio, repleto de macetas floridas y de prisioneros apelotonados, les sacaron una foto, como un trofeo de guerra; las cinco mujeres posaron con la vista clavada en el suelo.

Lo que sufrieron después las muchachas está relatado en la querella de la organización internacional Women’s Link Worldwide, incorporada a la causa contra los crímenes del franquismo que instruye en Argentina la jueza María Servini. Pide la entidad que se investigue bajo la perspectiva de violencia de género la cruel represión que sufrieron las mujeres republicanas durante la sublevación militar y la dictadura franquista hasta la llegada de la Transición. “Fue una violencia específica contra las mujeres, de una brutalidad inusitada, que incluyó la agresión sexual, la tortura, el robo de bebés y el escarnio público”, afirma Glenys de Jesús, directora legal Internacional de Women’s Link, una organización formada por mujeres juristas que trata de erradicar las desigualdades que sufren las mujeres.

Las cinco enfermeras no pasaron mucho tiempo en la improvisada prisión. Las subieron a un camión y las condujeron a la sede de Falange, en el centro de Manacor. Un médico, acompañado por varias monjas, examinó ginecológicamente a las jóvenes. Los falangistas las tildaban de prostitutas, y querían saber si eran vírgenes. Después las violaron repetidamente. Al día siguiente fueron fusiladas en el cementerio de Son Coletes. Sus restos se encuentran en una fosa común que aún no ha sido abierta.

La represión en Mallorca se saldó con dos mil hombres y 27 mujeres asesinados. “Pero pese a la diferencia cuantitativa, podemos decir que la represión contra ellas fue más dura –sostiene el historiador Bartomeu Garí Salleras, miembro de la Asociació Memòria de Mallorca–: violaciones, vejaciones, torturas, como en el caso de Pilar Sánchez Llabrés. A esta mujer, un grupo de falangistas, después de violarla, le ataron los pies a la parte posterior de un coche y la arrastraron hasta un bosque, donde la ejecutaron”. Garí ha colaborado como perito en la querella de Women’s Link, que incluye seis casos de represión franquista contra las mujeres.

En el infierno, cualquier salida parece buena. Matilde Landa Vaz, destacada militante del PCE, a la que conmutaron la pena de muerte por la de 30 años de prisión, prefirió suicidarse a doblegarse ante los ganadores. Tenía 38 años. Pacense de nacimiento, Landa acabó en la prisión de Can Sales, de Palma de Mallorca, una de las más terribles de la posguerra, regida por monjas.

Las autoridades penitenciarias se empeñaron en adoctrinar a Landa y convertirla al catolicismo, y vender luego la conversión como un éxito del “glorioso Movimiento Nacional” de Franco. Incluso habían previsto un reportaje gráfico con el bautizo de Landa en el semanario penitenciario Redención, que se distribuía por todas las cárceles del país y en el que se vieron obligados a escribir los periodistas republicanos encarcelados.

Sin embargo, Matilde Landa se resistía a su propia redención. “Las monjas la chantajeaban con no dar comida a los niños de la prisión hasta que se bautizara”, explica Garí. Al final, la reclusa aceptó el bautismo. Pero pidió permiso para acudir antes a la enfermería, ubicada en el último piso de la prisión. Y allí saltó por la ventana. Estuvo casi una hora agonizando, momento que aprovecharon para bautizarla in articulo mortis.

El escarnio público en las plazas de los pueblos supuso uno de los ultrajes más crueles que sufrieron las rojas. Peladas, obligadas a hacer el saludo fascista, a fregar los suelos de la iglesia y del local de Falange y a beber el maldito aceite de ricino, un purgante muy popular en la época, usado como laxante, que en grandes dosis provoca graves diarreas y dolores.

Luisa Rodríguez, conocida como la Serrana sufrió el escarnio público en la plaza de Montellano, una localidad sevillana de 9.000 habitantes, por ser madre soltera y jornalera de familia de izquierdas. Luisa murió en 2013, a los 105 años de edad, arropada por su familia y su pueblo, que la homenajeó en 2010; el mismo pueblo en el que sufrió la vejación más grande de su vida. Fue pelada por los falangistas y le dieron de beber una gran cantidad de aceite de ricino, al igual que a otras vecinas.

“Las mujeres fueron ultrajadas a veces únicamente por ser mujeres. Entre 1936 y 1950 la vulneración de los derechos de la mujer, así como las vejaciones que sufrió, fueron más habituales y se realizaron con un mayor ensañamiento”, sostiene Francisco Javier Giráldez, director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía. El Gobierno andaluz ha reconocido a 114 mujeres como víctimas de la represión franquista.

De negro. Así recuerda Marisa Masera García-Redondo, madrileña de 68 años, a las mujeres de su infancia. “Todas eran viudas. Caras tristes y miedo. Mi madre no lo era, pero como si lo fuera. Mi padre estaba preso”.

Palizas a las embarazadas

En la familia de Marisa la represión franquista se cebó: su abuelo y dos tíos fusilados. Las mujeres lo pasaron muy mal. “Vivíamos en Aranjuez (Madrid). Un vecino escuchó a mi madre insultar a Franco y la denunció. La condenaron a seis meses de cárcel. Cuando salió tenía sarna”, cuenta Marisa, que acaba de pedir al Ayuntamiento de Huelva la exhumación de los restos de su abuelo paterno, Pedro Masera. “A mi tía le dieron una paliza los guardias civiles estando embarazada y la niña nació como un vegetal, con daño cerebral. Se murió con más de 40 años”, relata Marisa.

El robo de hijos fue también una forma de represión contra las mujeres en la posguerra, que luego se extendió hasta la llegada de la democracia. “Las mujeres republicanas no tenían derecho a ser madres, según la mentalidad franquista –explica Glenys de Jesús, portavoz de Women’s Link Wordwide–. Se estima que unos 30.000 niños fueron robados entre 1939 y los años ochenta. Muchas mujeres fueron violadas en la cárcel y, tras parir, les quitaron a sus hijos, que fueron entregados a familias adeptas al régimen”.

En otros casos, a las mujeres republicanas les arrebataron a sus hijos con la excusa de ayudarles en su manutención. Pero la intención era otra: los pequeños eran internados en centros religiosos donde les adoctrinaban en el nacionalcatolicismo. Esos niños acabaron perdiendo los lazos con sus familias, formando parte de la nueva España de Franco.

Lidia Falcón O’Neill: “Billy el niño me destrozó la matriz”

El otoño de 1974 fue negro e imborrable para la abogada y periodista Lidia Falcón (Madrid, 1935). Fue detenida en relación con el atentado de ETA en la cafetería Rolando, en la calle del Correo, de Madrid, el 13 de septiembre de 1974. La cafetería estaba al lado de la Dirección General de Seguridad (DGS). Murieron 13 personas.

“No tenía nada que ver con aquello. Procesaron a 22 personas por el simple hecho de que todas conocíamos a Eva Forest, que acabó confesando su participación”, explica Falcón. Franco estaba en las últimas y su policía se empleaba a conciencia para mantener el régimen.

Durante nueve días Lidia Falcón fue interrogada y torturada en los sótanos de la DGS. Su caso está incluido en la denuncia de Women’s Link Worldwide sobre crímenes de género durante la dictadura.

“Recuerdo los gritos e insultos de índole sexual: puta, zorra, tortillera, vampiresa…”, relata la fundadora del Partido Femenista. Lo peor llegó después, en los sótanos. “Me colgaron por los brazos y me molieron a golpes, puñetazos en el estómago. Lo presenciaba el comisario Roberto Conesa, y los ejecutores fueron ‘Billy el niño’ [apodo del expolicía Antonio González Pacheco] y otro más. ‘Billy el niño’ me decía: «Puta, así no parirás más»”.

Toda la fortaleza de Lidia Falcón parece quebrarse por un instante: “Nunca me recuperé del todo de aquellas palizas. Me han operado varias veces en la matriz, que quedó destrozada. No se lo conté a nadie, ni a mi familia. Al principio fue para proteger a mis hijos, evitarles el dolor. Luego lo callé, sin más. Supongo que fue un mecanismo de defensa. A raíz de la querella argentina, me animé a contarlo”, explica Falcón.

Puebla de Guzmán (Huelva): Las 15 «rosas» no estaban en su tumba

Existen hosas donde solo yacen los restos de mujeres fusiladas por ser hijas, madres y esposas de republicanos. En Puebla de Guzmán (Huelva), la fosa donde se pensaba que estaban los restos de 15 mujeres asesinadas en septiembre de 1937 por los fascistas locales no contenía nada. Los arqueólogos creen que los trabajos en el cementerio en los años setenta provocaron la desaparición de los restos.

El libro Perseguidos, del periodista Rafael Moreno, rescata del olvido la historia de las rosas de Guzmán, como se conoce a las 15 asesinadas. “Primero se llevaron a nueve, las secuestraron en realidad. Las trasladaron a la vieja carnicería del pueblo, usada como almacén municipal. Allí fueron violadas y vejadas. Había mujeres jóvenes y mayores. Después las llevaron a un callejón y las ejecutaron”, narra Moreno.

Días después, otras seis vecinas corrieron la misma suerte. “Después de los crímenes, los falangistas se fueron por las tabernas jactándose de lo que para ellos fue un hecho heroico”, apunta Moreno. José Domínguez (en la foto, junto a la fosa), hijo de una de las rosas, murió en 2015 sin poder recuperar los restos de su madre.