Franco está muerto, pero mal enterrado
Es un chiste viejo. Un visitante pasea por el cementerio cuando de pronto oye los gemidos de alguien que, sacando la mano de su tumba, repite una y otra vez ‘¡Que no estoy muerto, que no estoy muerto! El paseante solitario se acerca a la tumba y le pisotea la mano para volver a ocultarla bajo tierra mientras le dice ‘¡Tú lo que estás es mal enterrado!’.
A Franco le ocurre algo parecido: sí que está muerto, pero sigue mal enterrado. Nadie lo diría teniendo en cuenta el entierro que tuvo, pero así es. De hecho y paradójicamente, la prueba incontestable de lo mal enterrado que está es justamente aquel impresionante y multitudinario entierro que tuvo.
Cuarenta años después sigue tan mal enterrado como lo estaba en aquel frío noviembre de 1975 en que una parte significativa pero no mayoritaria del país lloraba su muerte mientras la otra respiraba aliviada de que por fin el viejo canalla la hubiera palmado. ‘Franco ha muerto’, decían los titulares de todos los periódicos, aunque no pocos de los periodistas que escribían en ellos hubieran preferido titular ‘Franco YA ha muerto’. Como el precio ese adverbio era la cárcel, nadie lo escribió.
MUCHAS COSAS BIEN Y ALGUNAS MAL
La Transición hizo bastantes cosas bien y algunas mal, pero no porque quienes las hicieron fueran ciegos o estuvieran particularmente equivocados. Más bien lo contrario: se hicieron muchas cosas bien porque –y solo porque– se hicieron algunas mal. Pudieron hacerse muchas cosas bien solo porque ciertas cosas que también había que hacer se dejaron, de manera consciente, de hacer precisamente para poder hacer otras que de otro modo no habrían podido hacerse: o tal vez sí, pero a cambio de otra guerra civil, justamente la única cosa que todo el mundo estaba de acuerdo que no había que hacer. ¿Al precio que fuera? No, no al precio que fuera, pero sí a un precio elevado: tal vez mucho más elevado de lo que imaginaron sus voluntariosos artífices de la izquierda. ‘El precio era alto’, había titulado Fitzgerald un volumen de cuentos cuya traducción se publicaría bastantes años después.
Parte de aquel precio fue, como diría el del chiste, enterrar mal a Franco. No había más que oír este jueves a Bertín Osborne en la radio “encabronándose” al mentarle las víctimas republicanas o contemplar hace unas semanas al ignorante senador por Murcia José Joaquín Peñarrubia proclamando que “ya no hay fosas que descubrir”, para concluir que, en efecto, el dictador sigue, cuarenta años después, mal enterrado.
EL SENADOR Y EL CANTANTE NO ESTÁN SOLOS
Como ni Peñarrubia ni Osborne son unos cráneos privilegiados pensarían, si leyeran esto, que qué diablos tiene que ver una cosa con la otra. Pero sí que tiene que ver. Y no es que tenga que ver algo: es que tiene que ver todo. Ese modo de pensar –y sobre todo de sentir– del cantante ligero y el senador murciano, pero también de unos cuantos millones de españoles de todas las edades que son fieles e inequívocos votantes del Partido Popular, es parte del alto precio que se pagó entonces para evitar males mayores y conjurar el espectro de la guerra.
Pero a la derecha le gusta creer que el hombre-que-gobernó-España-durante-40-años-con-sus-cosas-buenas-y-sus-cosas-malas no solo no está mal enterrado, sino que tuvo el mejor entierro posible, el que merecía una figura histórica providencial como la suya: con todos los honores y con un prestigio entonces en declive pero más tarde recuperado y hoy intacto para millones de españoles gracias principalmente al Partido Popular, cuyos reproches al dictador fueron siempre –y con sospechoso retraso– tímidos, oportunistas y poco sinceros.
Lo que ha cambiado con respecto a 1975 es que hoy sabemos que lo que impide la correcta exhumación de las víctimas del franquismo es, ni más ni menos, que la incorrecta inhumación de los restos del dictador. Mientras no enterremos bien a éste no podremos desenterrar debidamente a aquéllos. ¿Pero si cambia el Gobierno sí que podrán hacerse de nuevo exhumaciones con fondos públicos, como se viene haciendo en Andalucía y en algunos otros lugares, no? Claro que podrán hacerse, pero seguirá ocurriendo que el partido que hasta ahora ha representado a toda la derecha española no dejará de mirar con benevolencia y comprensión al abuelito de Carmen Martínez Bordiú.
CIUDADANOS Y LA CIUDADANÍA
Por cierto, que estos efectos tal vez –solo, solo tal vez– ayude a mejorar un poco las cosas la presencia poderosa de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados: y no porque en Ciudadanos no sean de derechas, sino porque parecen –solo, solo parecen– serlo de otra forma, de esa otra forma en que nunca lo fue el Partido Popular.
Dado que es una tarea que la izquierda jamás podrá, lo acepte o no, completar en solitario, Ciudadanos podría, si se atreviera a ello, contribuir al enterramiento irreversible y definitivo del muerto; si lo hiciera, que más bien cabe dudarlo, el dictador vería significativamente mermado en la memoria colectiva del país un prestigio cuya llama, como la lucecita de El Pardo, todavía se mantiene encendida en los bizarros corazones de Bertín, de Peñarrubia y de tantos, tantísimos otros.
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