Georges Bernanos: La ira de los imbéciles
Pepitas de calabaza recupera ‘Los grandes cementarios bajo la luna’, una impresionante lección de memoria historica donde denuncia la violencia irracional y vengativa de las ominosas matanzas franquistas en Palma de Mallorca en 1936
Javier García Recio
Hay una literatura militante, como aquella que salió de la pluma y la cabeza de George Orwell, ejemplar y necesaria, y otra militancia literaria más vasta, mas absoluta en su plan de airear las miserias y atrocidades de los hombres, sin vendas en los ojos. Es esa literatura, elevada y noble la que usó el escritor francés Georges Bernanos para censurar y abominar de la matanza de miserables indefensos a manos de militares y falangistas en la Palma de Mallorca de 1936, que el vivió de primera mano.
De manera que ahora que la guerra en Ucrania o Gaza sirve de excusa miserable para la matanza de indefensos seres humanos, la obra de Bernanos ‘Los grandes cementerios bajo la luna’, sigue concitando toda la incómoda vigencia que sirvió para su publicación en 1938. Esa terrible actualidad es la que ha llevado a la editorial Pepitas de calabazas a recuperar esta obra donde Bernanos expone que no puede quedar indiferente ante la muerte y la violencia que estaban delante de él.
Aparte de ser un documento de la barbarie, lo es ante todo de la forma de dar testimonio de la barbarie, del modo en que ese testimonio puede constituir una memoria de la barbarie. Es una lección de memoria.
Bernanos, un hombre de clara ideología conservadora, de un catolicismo militante y firme defensor de la monarquía, vive en Palma de Mallorca cuando estalla la Guerra Civil y, con sus antecedentes ideológicos, en principio toma partido por los sublevados: «Yo viví en España el periodo prerevolucionario. Lo viví con un puñado de jóvenes falangistas, honrados y valientes. Aunque no estaba con todo de acuerdo con su programa, notaba que a ellos y a sus jefes les embargaba un violento sentimiento de justicia social».
De modo que en principio no tenía nada que objetar a un golpe de estado falangista o requeté. Creía saber la parte legítima y ejemplar de la revolución fascista. Pero no el uso de la fuerza indiscriminada, que le parece censurable.
Pero su postura conservadora y la defensa del cristianismo no le pusieron una venda en los ojos; no concebía el sufrimiento y la violencia ejercida contra las personas, independientemente de que su ideología política estuviera alejada de la suya propia, de manera que pronto, viendo los acontecimientos, no dudó en repudiar, las ominosas matanzas franquistas, los fusilamientos en los camposantos al anochecer y los montones de cadáveres en las cunetas; también la postura de asentimiento de las autoridades eclesiásticas.
Bernanos es un intolerante de la violencia ciega. Clama contra sus autores y sus actos, a los que denomina imbéciles. Es claro y alto en su denuncia de los crímenes fascitas: «La ira de los imbéciles siempre me dio tristeza, pero hoy más bien me espanta. La ira de los imbéciles llena el mundo. Prefieren matar a tener que pensar». «Cuando, en nombre de la patria, llevéis mucho tiempo sembrando el muermo y el tifus ¿Qué quedará de la patria y el patriotismo, imbéciles?».
Describe como «durante meses, los equipos de asesinos, transportados rápidamente de pueblo en pueblo con camiones requisados para ello, mataron fríamente, con conocimiento de todos a varios miles de individuos que se consideraban sospechosos. El exterminio fue brutal. Al cabo de siete meses los asesinatos ascendían a 3.000, una media de quince ejecuciones diarias».
Bernanos, un católico de profunda fe cristiana, no duda también en apuntar su dedo acusador al obispo de Palma y otros eclesiásticos: «Esta matanza de miserables indefensos no arrancó ni una palabra de condena, ni siquiera la más inofensiva reserva de las autoridades eclesiásticas que se conformaron con organizar procesiones de acción de gracias».
La guerra de España fue una experiencia que transformó a Georges Bernanos y a otros muchos, como el caso de la joven filósofa y activista política francesa Simone Weil. En agosto de 1936 llegó a Barcelona y se integró en el grupo internacional de la columna anarquista de Buenaventura Durruti. Regresó a Francia pronto a causa de un accidente fortuito. Pero en ese tiempo tuvo ocasión de ver el ejercicio de la violencia desenfrenada en las filas republicanas.
Desencantada por ello, Simone Weil y tras leer ‘Los grandes cementerios bajo la luna’, de Bernanos, le escribió una carta a éste en la que le expresaba su vínculo con lo expresado por el escritor. «Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba» y le añadía «ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo (…), he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente».
No consta que Bernanos respondiera a aquella carta de Weill, pero debió impresionarle pues la conservaría para siempre junto a sí, hasta el punto de que, a su muerte, en 1948, la encontraran bien guardada en su cartera.