Granada. Antonio Gallego Burín, luz o tiniebla

Granada. Antonio Gallego Burín, luz o tiniebla
MANUEL MATEO PÉREZ /@manuelmateop / Granada / Lunes, 23 noviembre 2020 – 19:31

Un libro escrito a cuatro manos indaga en la obra y la vida del ex alcalde franquista de Granada, respetado y despreciado a partes iguales

Luz y tiniebla es el título de un libro que retrata la Granada de Antonio Gallego Burín. Alcalde y gobernador civil en los primeros años de la posguerra, director general de Bellas Artes durante la dictadura franquista, Gallego Burín ha sido un personaje controvertido al que la historia ha tardado en enjuiciar. Cincuenta y nueve años después de su fallecimiento, un libro editado por la Diputación de Granada recupera las luces y sombras de una personalidad poliédrica y oblicua, que ha contado por igual con defensores y detractores.

Luz y tiniebla está escrito a cuatro manos: Antonio Jara fue el primer alcalde de Granada en tiempos de democracia, heredero directo, para lo bueno y para lo mano, de la Granada de Gallego Burín al que considera un erudito al servicio del autoritarismo. El historiador de arte José Vallejo detalla el trabajo del intelectual al servicio del régimen como creador e impulsor del Festival de Música y Danza, allá por la década de los Cincuenta. Mateo Revilla fue durante diecinueve años director del Patronato de la Alhambra y Generalife y es de los cuatro el más crítico. Considera que Gallego Burín escamoteó a la ciudad su declaración de Conjunto Histórico Artístico y que, en realidad, no acometió un solo proyecto propio y coherente-

El periodista y escritor Alejandro Víctor García, que ha coordinado la edición, abre el libro abundando en el carácter contradictorio del personaje. Se pregunta: “¿Ángel o demonio? ¿Hombre de luz o tinieblas? ¿Quién fue y qué lado estético y moral debe prevalecer a esta altura de los tiempos?”. Responder a estas preguntas es una tarea complicada. Los cuatro autores del volumen han indagado en la personalidad de aquel licenciado en Derecho, catedrático de Literatura, intelectual leído, admirador de las tesis de Ángel Ganivet y Pedro Antonio de Alarcón, maurista en sus orígenes, regionalista después, falangista en su madurez y comisario adscrito sin fisura alguna al franquismo. Antonio Gallego Burín diseñó buena parte de la ciudad que hoy aún existe, fue amigo (mejor sería decir que fue conocido) de los García Lorca y del resto de miembros del Rinconcillo, impulsor del turismo monumental y creador del gran certamen de música y danza que arrancó con una inequívoca vocación nacional para abrazar con los años un carácter internacional.

Alejandro Víctor García introduce al personaje y lo analiza desde la dualidad que lo acompañó en vida. Sus interrogantes llevan implícitas veladas respuestas. “¿Qué fue Gallego Burín, un intelectual de fina intuición y vastos conocimientos artísticos e históricos o el colaborador de primera hora que ejecutó órdenes cruentas de los militares franquistas?”. Y añade: “Y si fue ambas cosas ¿cómo casa una con otra? ¿Son compatibles? Cómo lo debemos juzgar: ¿por sus soflamas falangistas plagadas de disparates o por su guía histórica y artística de Granada que aún se vende en las librerías?”.

Antonio Jara, en los últimos párrafos de su escrito, reconoce que las intervenciones urbanísticas de Gallego Burín, salvo excepciones, no deben ser tenidas como grandes invenciones. “Granada -asegura el ex alcalde refiriéndose a aquel tiempo- es entendida como arquitectura y diseño, y prescinde de cualquier referencia a las necesidades sociales“. Jara recuerda además a Julio Juste y su libro sobre Granada y Gallego Burín para acabar el texto asegurando que en realidad su actuación política ha de ser entendida como la erudición puesta al servicio del autoritarismo.

Mateo Revilla, en cambio, no tiene compasión y sitúa su legado como el de “un oportunista siniestro” que tanto él como sus acólitos trataron de disimular construyendo un artificio de alcalde ejemplar e historiador del arte riguroso. En su ensayo, Revilla desmenuza uno a uno sus proyectos icónicos. No duda en tachar la mayor parte de ellos de castizos, historicistas o pintorescos, ajenos en el segundo tercio del siglo pasado a la cultura histórica avanzada. La Manigua quedó destruida y la calle Ganivet fue una solución urbanística equivocada, a juicio del ex director de la Alhambra. “Ganivet -escribe- es una operación que niega la historia de la ciudad al destruir su tejido y carecer de razón funcional o representativa (…). Es un claro ejemplo de operación urbanística determinantemente especulativa”.

En su corpus literario Gallego Burín caía en contradicciones. Criticaba la intervención que en su día abrió la Gran Vía de Colón, que destruyó un valioso patrimonio histórico, al tiempo que acometió Ganivet, una calle que “carece de justificación alguna, no vertebra o conecta ni funcional ni eficazmente la ciudad”. Es en las pequeñas intervenciones donde sus contradicciones quedan más expuestas. Mateo Revilla recuerda que recreó ambientes urbanos falsamente históricos en Oficios, en la plaza de los Tiros o en la plaza de Santa Ana donde llegó a ubicar el pilar del Toro de Diego de Siloé justo al lado de su vivienda particular.

Frente a tanto desatino, a Revilla no le duelen prendas al reconocer los aciertos del alcalde. Y pone dos ejemplos: La plaza de las Pasiegas y la plaza de Alonso Cano, las inmediaciones de la Catedral y el Sagrario, resueltas de modo satisfactorio “con una discreta y sobria operación de nivelación y pavimentación”. Otro acierto es la plaza de Santo Domingo, donde ubica la estatua que antes estuvo en Bib-Rambla.

Pero lo más grave, a juicio de Revilla, es que dejara de tramitar y hacer efectiva la declaración de Granada como conjunto histórico-artístico. ¿Cómo un solvente intelectual e historiador pudo perpetrar un olvido así? Revilla tiene una respuesta para esa pregunta: “Gallego, como el resto de los alcaldes franquistas, subordinó el interés general a los intereses económicos privados. La dictadura privilegió el valor de cambio del espacio urbano sobre su valor de uso como espacio de la ciudadanía”, asegura.

Cabe hacerse otra pregunta: ¿Cómo es posible que se haya tardado tanto tiempo en analizar la obra y el legado de un personaje tan importante como Gallego Burín? “Lo cierto es que la calificación de su vida y obra no ha hecho más que empezar”, asegura Alejandro Víctor García. Intelectual y hombre del régimen. Historiador de arte y polémico urbanista. Impulsor de un festival que aún pervive y a la vez contradictorio defensor del patrimonio que decía olvida. Seis décadas después de su fallecimiento la figura de Gallego Burín sigue despertando interés.

Hay episodios que, en todo caso, cuesta olvidar. Como recuerda Alejandro Víctor García, Isabel García Lorca nunca lo perdonó. En sus memorias la hermana pequeña de Federico escribe: “A Manolo (Fernández-Montesinos) le sucedió en la alcaldía su amigo Antonio Gallego Burín con quien habíamos estado en el circo apenas un mes antes, por el Corpus. Aceptar suceder a Manolo en aquellas circunstancias fue algo indigno, tan horrendo como el propio crimen”. Y una cosa más: La última pregunta que cabe hacerse es dónde estaba Gallego Burín las horas en que Federico fue arrestado y fusilado, y solo los Rosales salieron en su defensa.