Granada. Eugenio Ruiz Rueda, luchador por mejorar la vida de los demás

Eugenio Ruiz Rueda, luchador por mejorar la vida de los demás

BlogForo de la MemoriaAmalia Gijón Ruiz – Sábado, 29 de Mayo de 2021…
Un relato estremecedor por Amalia Gijón Ruiz, para reparar la memoria de su abuelo, Eugenio Ruiz Rueda, ‘un hombre trabajador, un fontanero granadino, republicano, de izquierdas, libertario y generoso. Que no hizo otra cosa que luchar por lo que creía que era justo y que pasó sus últimos años velando por su familia desde el tejado de su casa’.
 
‘En este País nadie quiere ya una guerra civil, 

nadie tiene mentalidad de revancha,

nadie tiene mentalidad de venganza,

           aunque nadie tiene tampoco,

no nos engañemos, mentalidad de olvido…’  

                               Francisco Tomás y Valiente    

Mi madre se llama Encarnita Ruiz Sánchez y es la hija de un hombre bueno.

Eugenio Ruiz Rueda, fue ante todo un luchador. Nació en 1902 y nunca tuvo una vida fácil; ya que, huérfano desde muy joven, se tuvo que hacer cargo de sus hermanos menores trabajando muy duro, pero con una inmensa inquietud por la clase obrera y una clara conciencia del tiempo que le había tocado vivir

Mi madre no creció con su padre, pero sí con un vago recuerdo. 

La historia no le permitió heredar el orgullo o la dignidad, pero sí un miedo aterrador y el frío en los huesos.

Eugenio Ruiz Rueda, fue ante todo un luchador. Nació en 1902 y nunca tuvo una vida fácil; ya que, huérfano desde muy joven, se tuvo que hacer cargo de sus hermanos menores trabajando muy duro, pero con una inmensa inquietud por la clase obrera y una clara conciencia del tiempo que le había tocado vivir. 

En 1925 se unió con Dolores Sánchez y en 1931, con la República, vinieron también sus primeros cinco hijos, que llegaban a un mundo en el que Eugenio trataba de cambiar las cosas. El entendimiento de lo que ocurría a su alrededor se traducía en una lucha incansable por mejorar las condiciones de vida de los demás. Desde reuniones en la Casa del Pueblo para luchar desde el sindicato por los derechos del gremio de fontaneros, hasta convertirse en el único hombre al que permitían entrar en el Convento de clausura de la Jerónimas, en la calle Santa Paula, para poner inyecciones a las monjas cuando era necesario o arreglarles un grifo que goteaba. 

Pero las acciones de un hombre bueno en un país cada día más enfermo, son como una embestida y, en septiembre de 1934, lo arrestan, junto a su cuñado, Manuel Segura Reyes, por reunirse en la Casa de Pueblo de la calle del Aire con otros anarcosindicalistas, socialistas y comunistas de Granada

Era necesario cambiar las cosas y, dentro de él, se encendían cada vez con más intensidad los ideales libertarios. Pero las acciones de un hombre bueno en un país cada día más enfermo, son como una embestida y, en septiembre de 1934, lo arrestan, junto a su cuñado, Manuel Segura Reyes, por reunirse en la Casa de Pueblo de la calle del Aire con otros anarcosindicalistas, socialistas y comunistas de Granada. Sin embargo, días después, sería el propio gobernador civil, el Sr. Duelo, quien pone en libertad a muchos de ellos por no encontrar razón para este encarcelamiento. 

Pero Eugenio ya estaba fichado y hay papeles que no pueden romperse.

Eugenio era un hombre inquieto, amante de la lectura, de Dolores, de sus hijos, de su pequeña casa de la calle Santa Paula y sobre todo de sus principios. Pero el levantamiento del 18 de julio de 1936 llegó como una tormenta y el amor no pudo frenar lo que terminaría por marcar el resto de su vida. Las noticias informaban del asesinato de otros compañeros sindicalistas con los que había compartido lucha y amistad y, temiendo por su vida, construyó en el altillo de su vivienda un zulo, donde él y su cuñado vivieron día y noche durante dos largos años. 

La subían al techo por la noche para que Eugenio la besara y achuchara, ya que, por sus escasos meses de vida, no podía hablar y por tanto, no revelaría el escondite de su padre y su tío Manuel

Ya en ese entonces habían nacido dos hijas más. Mi madre, la más pequeña, vino al mundo en noviembre de 1935. Ella era la única de los hijos que pudo ver a su padre durante el tiempo que estuvo encerrado. La subían al techo por la noche para que Eugenio la besara y achuchara, ya que, por sus escasos meses de vida, no podía hablar y por tanto, no revelaría el escondite de su padre y su tío Manuel.

Durante esos años toda la familia tuvo que vivir con la cautela de no revelar su paradero, pues no podían fiarse de nadie. Dolores contó en el barrio que Eugenio y su cuñado habían salido para Madrid a por género de fontanería y allí les había pillado el levantamiento del 18 de julio y no habían podido volver a Granada. Pero ella volvía a casa aterrada, sabiendo la realidad: que vivían encerrados, tumbados y sin hacer ruido en el techo de su vivienda, y así estuvieron desde 1936 a 1938.

Cada cierto tiempo, un grupo de la guardia de asalto acudía a la casa de Santa Paula para que las mujeres de la familia confesaran el paradero de Eugenio y Manuel. Pero el miedo es un arma poderosa y, al no conseguir una respuesta satisfactoria, se llevaron a Dolores, a su madre Carmen y a su hermana Encarna al cuartel de las Palmas a tratar de sacarles cualquier información, por cualquier medio. Las miraron a los ojos y les hablaron de fusilarlas, acusadas de auxilio rojo. Pero, reconocidas por gente de Padul, de donde era natural Carmen, fueron devueltas a su casa cagadas, sucias y aterradas, donde los dos hombres, sin poder hacer nada por aquellas mujeres horrorizadas, tuvieron que plantearse la huida.

Alicia se personó en casa como aliada y le dijo a Dolores que sabía que tenía a los dos hombres escondidos. Se sentó junto a una esposa desesperada y le ofreció ayuda para salir hacia un lugar seguro, advirtiéndole de que de no ser así, muy pronto los cogerían y fusilarían, junto a toda la familia

La idea de abandonar el zulo después de 2 años vino de la mano de Alicia Herrera, conocida en Granada como “la tía del abanico”. Alicia se personó en casa como aliada y le dijo a Dolores que sabía que tenía a los dos hombres escondidos. Se sentó junto a una esposa desesperada y le ofreció ayuda para salir hacia un lugar seguro, advirtiéndole de que de no ser así, muy pronto los cogerían y fusilarían, junto a toda la familia.

Dolores, viendo el peligro real que también corrían ella y sus hijos, quemó todos los libros de Eugenio, para que no pudieran acusarla de tenencia de material subversivo. Su miedo era tal que, en una ocasión, su hermana la encontró quemando la Biblia, tal era el pánico que tenía, que no quería conservar ningún libro.

Mientras tanto, en junio de 1938 una carta-bomba amputó el brazo de Mariano Pelayo, capitán de la Guardia Civil y Delegado de Orden Público en la provincia. Esto llevó a la detención de 46 hombres, acusados por “la tía del abanico”, que resultó ser una contraespía de derechas, amante de Pelayo. Fueron encarcelados y, tras un consejo de guerra sumarísimo del 22 agosto de 1938, treinta y siete de ellos fueron fusilados en las tapias del cementerio y otros tantos sufrieron prisión, depuraciones familiares y persecuciones.

Antes de la huida, Eugenio abrazó a Dolores y le prometió que le haría llegar unas fresas y un paquete de tabaco cuando estuvieran a salvo, para que ella supiera que seguía con vida y que volverían a verse. Pero ella nunca llegó a recibirlo

Viendo como estaban transcurriendo los acontecimientos a su alrededor y sabiendo que su paradero ya no era un secreto, unos días antes de la redada, Eugenio y Manuel, salen de su escondite camino al Sacromonte buscando el auxilio y amparo de sus camaradas, entre ellos Remedios Heredia Flores. Antes de la huida, Eugenio abrazó a Dolores y le prometió que le haría llegar unas fresas y un paquete de tabaco cuando estuvieran a salvo, para que ella supiera que seguía con vida y que volverían a verse. Pero ella nunca llegó a recibirlo. 

Una vecina, amiga íntima de la familia, lo siguió en su huida para informar a Dolores de si habían conseguido salir de la ciudad, pero les pierde la pista en el Albayzín.

***

Años más tarde, en la búsqueda continua por contarle a mi madre, Encarnita Ruiz Sánchez, quién era su padre; del que ella apenas recordaba unos besos en la sombra y el crujido de unas maderas en el techo; y con la finalidad de que no volviera a agachar la cabeza cuando la gente se dirigía a ella -y a los hijos de otros rojos- como “escoria” salvada por la benevolencia de Franco; un día encontré en el Archivo de Víznar un registro donde había un asiento: el de Eugenio Ruiz Rueda, muerto a causa de la Guerra Civil, en junio de 1938

Si bien es cierto que es dolorosa e injusta la muerte de un hombre de 36 años dejando una familia sola y desamparada, lo peor estaba por llegar. La posguerra fue hambre, miseria, silencio y humillación. Un tiempo en que los niños como mi madre, tenían que ir al colegio con la ropa donada por las familias franquistas granadinas, “generosas y caritativas”, alardeando de una bondad infinita para con los hijos de los republicanos desaparecidos en la guerra.

Ya de mayor, mi madre siguió ocultando a sus amigos quién era su padre y, algunas noches, llegaba llorando por tener que oír aquello de que “el mejor rojo es el rojo muerto”

Ya de mayor, mi madre siguió ocultando a sus amigos quién era su padre y, algunas noches, llegaba llorando por tener que oír aquello de que “el mejor rojo es el rojo muerto”. Ante una vergüenza que ha sido obligada a sentir, me pidió desde niña que no destacara en nada, que fuera mediocre, porque a los que son buenos, los matan. 

Yo no puedo olvidar y necesito reparar la imagen de mi abuelo. Para que, aunque mi madre ya no pueda verlo, pueda decir orgullosa que su padre era un hombre trabajador, un fontanero granadino, republicano, de izquierdas, libertario y generoso. Que no hizo otra cosa que luchar por lo que creía que era justo y que pasó sus últimos años velando por ella y sus hermanos desde el tejado de su casa. Un padre responsable y luchador.

Cuando hace unos días estuve en Víznar y vi las fosas con los huesos de los fusilados, fantaseé con mi abuelo y pensé que, si fueran los suyos, no los volvería a enterrar nunca más. Un zulo y un barranco son suficientes. Los incineraría y los echaría a volar, para que por fin respire y le llegue el aire y la libertad por la que luchó. 

Amalia Gijón Ruiz es nieta de un fusilado de Víznar. Este reportaje es uno de los relatos recopilados por la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica (GRMH).