HACE AHORA 80 AÑOS OCURRIERON UNOS INCREÍBLES SUCESOS EN EL TÉRMINO DE LOS CORRALES, PROPIOS DE UNA PELÍCULA DE CINE.

Los hechos tuvieron lugar entre el uno y el seis de diciembre de 1936, cinco meses después del golpe de estado fascista que provocó La Guerra Civil. Hace ahora exactamente 80 años.

Por Mnuel Velasco Haro, hhiistoriador. (Investigación realizada en el Archivo del Tribunal Militar de la 2ª Región Militar)

El origen de los ocurrido comienza en Carmona al ser ocupada por los sublevados el 22 de Julio, donde el teniente republicano Manuel Mora junto a varios cientos de milicianos comienzan una intensa actividad de resistencia y un largo recorrido. Mora entró a formar parte de la -Columna “- ASCASO”-, compuesta por afiliados y simpatizantes de la CNT-FAI, que tras la caída de Ronda se situó entre Álora y Peñarrubia, justamente en la zona de El Chorro.

En esa zona quedó establecido el frente republicano desde mediados de septiembre de 1936 a principios de febrero de 1937.

En Carmona habían quedado la compañera y un hijo de Manuel Mora, a la espera de poder reunirse con él, por lo que pidió voluntarios para rescatarlos.

La operación se concreta para los primeros días de Diciembre con dos voluntarios; el teniente Miguel Sánchez Millán de 31 años y el miliciano Francisco Prieto Morote de 25 años, quien también tiene la intención de recuperar a su esposa en la misma localidad. Ambos pertenecen a la misma columna, son naturales del mismo lugar y conocen el recorrido de ida y vuelta.

Conscientes de una durísima misión, salen a pie y bien armados, el uno de Diciembre al atardecer, para recorrer durante dos largas noches una distancia que ronda en línea recta unos 115 kilómetros campo a través.

El tres de Diciembre, tal día como hoy, alcanzan su destino, y localizan por la tarde en una choza de los alrededores de Carmona a la esposa del teniente; Rosario Pérez García, pero no tienen la misma suerte para encontrar a la compañera del miliciano Francisco Prieto, seguramente por haber huido a algún lugar desconocido.

Con la misma rapidez de la ida, esa misma noche emprenden el camino de vuelta, pero ahora acompañados de una mujer y un niño muy pequeño a cuestas que está a punto de cumplir 6 meses.

Las noches del tres y cuatro de diciembre vuelven a ser de duras y largas caminatas campo a través con una pesada carga de provisiones y armamento, junto a una manta para el pequeño y abrigos para los adultos.

Sobre las doce de la mañana del día cinco se encuentran ya en término de El Saucejo, y sobre las dos y media de la tarde, cuando se disponen a cruzar la carretera que viene de Osuna son vistos por un vecino de El Saucejo que los mira con desconfianza. Desde lejos intentan disimular, y para saber cual es su reacción le preguntan si el pueblo queda cerca, con tan mala fortuna que aquel vecino resultó ser un miembro de Falange, el cual los encañonó con una escopeta, pidiéndoles los salvoconductos, justamente en el cruce con la vaguada que conduce a la Cañada de Estepilla. (“La Cañatepilla”)

Los milicianos, evitando a toda costa no hacer ruido con los disparos, también lo encañonan, pero no abren fuego. Segundos después, todos echan a correr en direcciones contrarias; el falangista Antonio Román lo hizo hacia El Saucejo, dando tiros al aire y a toda velocidad camino del cuartel de la guardia civil para denunciarlos, y los milicianos, conscientes de haber sido descubiertos, se adentraron en la “Cañatepilla”, dejando tirada parte de la carga y las prendas de abrigo para huir más deprisa.

Los milicianos deciden dividir sus trayectorias para despistar: Francisco Prieto sigue con la mujer y el niño por la vaguada de la “Cañatepilla” en dirección a Los Corrales, y Miguel Sánchez se desvía hacia la derecha, camino de Almargen.

Media hora más tarde, el Teniente Francisco Pujalte sale de El Saucejo con tres guardias hacia Los Corrales y Martín de la Jara, con la idea de organizar varios grupos y cercarlos. A las cinco y media de la tarde, parte de Los Corrales una patrulla, compuesta por el cabo Teofilo Sánchez, los guardias; José Vargas, José Pachón, Trinidad Gómez y los falangistas José Morón y José M. Hidalgo, dispuestos a recorrer todos los ranchos y cortijos cercanos a la Cañada de Estepilla.

Toda la noche del día 5 es de búsqueda y rastreo, pero la oscuridad ayuda a los fugitivos a refugiarse.

Tras una fría madrugada sin prendas de abrigo, sobre las siete la mañana, el llanto del niño delata su escondite en las proximidades del cortijo “Las Alcaidias” . Los cazadores encuentran así a sus presas, que corren perdidas hacia las retamas del regajo más cercano. Enseguida comienza un intenso tiroteo al que acuden los que andan más alejados. Al poco tiempo, el guardia José Pachón, a escasa distancia, consigue atravesarle el cuello con un proyectil al miliciano Francisco Prieto, que aun con vida, recibe dos nuevas descargas en el pecho y en la cabeza. Mientras tanto Rosario Pérez, apenas a dos metros del cadáver, grita horrorizada: ¡¡Mi hijo, mi hijo!!. Acabada la operación, regresan a Los Corrales con el objetivo cumplido.

En uno de los caballos viene el cadáver de Prieto amarrado al lomo del caballo. Detrás, en otro animal, traen a la mujer con el niño entre sus brazos que no para de llorar. Se detienen en la misma puerta del ayuntamiento viejo, donde bajan a la mujer para dejarla allí

El miliciano sigue en el caballo y un falangista le quita las botas para quedarse con ellas. Poco tiempo después Francisco Prieto es conducido al cementerio para ser sepultado en alguna fosa, de la que se desconoce el lugar, sin dejar ningún tipo de rastro.

Durante la misma mañana tuvo lugar también la muerte del otro miliciano; El teniente Miguel Sánchez Millán, quien había logrado alejarse varios kilómetros y se encontraba ya en término de Almargen, pero fue objeto de otro chivatazo. Un gañán que andaba faenando en el campo lo vio y avisó a la patrulla de El Saucejo que se había encargado de rastrear aquella zona. Esta patrulla estaba compuesta por el jefe de Falange, Francisco González Díaz, el cabo Manuel Terrón Pérez y los falangistas, Félix Delgado, Andrés Gutiérrez Milla y Juan Oliva Morilla.

El gañán les indicó el camino que llevaba y enseguida éstos salieron al galope. Tiempo después lo divisaron y el perseguido se escondió tras unas matas, desde donde comenzó a responder a los disparos que la patrulla le lanzaba. Uno de los proyectiles del miliciano alcanzó mortalmente al falangista Juan Oliva Morilla, aunque pocos minutos después Miguel Sánchez cayó también muerto.

La ira por el falangista muerto no se hizo esperar y el resto de la patrulla se ensañó con el cadáver del anarquista, destrozando su cuerpo de tal forma que, el alcalde de Almargen y jefe local de Falange, decidió que enterraran los restos allí mismo.

Los dos supervivientes, madre e hijo, permanecieron por unas horas en el Ayuntamiento de Los Corrales, hasta que decidieron trasladarlos de nuevo a El Saucejo. Desde allí llevaron a la mujer a la Cañada Estepilla para que indicara el lugar exacto donde el miliciano Francisco Prieto había enterrado la documentación que llevaba encima.

Rosario Pérez García estuvo en la prisión local saucejeña con su hijo hasta el día 20 de diciembre, día en el que ambos fueron llevados a la Prisión Provincial de Sevilla. Los informes que llegaron de la Falange de su pueblo natal no podían ser peores, calificando a la joven de 18 años de “muy peligrosa”, a pesar de que no constaban ningunos antecedentes, sin embargo le impusieron pena de muerte, a la espera de que terminara de amamantar a su hijo para ingresarlo como huérfano en un hospicio.

Mientras tanto, su compañero, el oficial Manuel Mora Torres, continuaba en el frente de Alora, en una carrera meteórica ascendente al mando de las milicias. Tras la caída de Málaga en febrero de 1937, le siguió la huida y el bombardeo por la carretera de Almería, y Mora continuó desplazándose por distintos frentes. Meses más tarde, a finales de Abril de 1937, su influencia será decisiva para que su esposa Rosario sea incluida en un intercambio de prisioneros entre los republicanos y los sublevados, posibilitando por fin su reencuentro.

El 23 de enero de 1938, con 25 años, Manuel Mora es nombrado Mayor de Milicias, el rango más alto que podía recibir un civil que no había hecho carrera militar profesional, equiparable a la de un General.

En Junio del mismo año nace la segunda hija de la pareja a la que ponen por nombre Azucena, en la localidad barcelonesa de Capellades, y cuando ya en los frentes republicanos comienza a cundir el pesimismo de cual será el resultado de la guerra.

Un mes más tarde, el 25 de julio de 1938, gran parte del esfuerzo republicano por recuperar terreno perdido se centrará en una gran ofensiva, en la que Manuel Mora quedó al mando de la 16 División del XII cuerpo de ejército, con la que participó junto a otras Divisiones en la más conocida y decisiva batalla de toda la contienda; La batalla del Ebro.

Tras la caída de Cataluña, el 3 de febrero de 1939, junto a cientos de miles de exiliados Mora y su familia cruzan la frontera francesa y son internados en distintos campos de refugiados. Meses después consiguen reunirse e instalarse en la ciudad portuaria de Le Havre, pero al poco tiempo reciben una orden de expulsión del país.

Embarcaron en un buque rumbo a la República Dominicana, pero el trayecto se alargó casi un mes más de lo previsto debido a numerosos contratiempos y peligros, ocasionados por desvíos, un choque con un barco polaco, ataques de submarinos alemanes e incluso un tifón en Las Azores.

Una vez instalado en Santo Domingo, Mora se ganó la confianza del Ministro de Agricultura que lo nombró su asesor, aunque la presión de los agentes españoles le obligaron a marcharse a Haití, donde estuvo a punto de morir en uno de los tres atentados que los agentes exteriores franquistas le tendieron.

Manuel Mora afirmó haberse librado al menos de quince atentados por su ideología y por arriesgarse a todo. Los visados de su pasaporte y las peticiones de permiso para trasladarse continuamente a distintos países latinoamericanos son prueba de ello. Las estancias mas largas fueron en Panamá y finalmente en Venezuela, recibiendo los títulos de “hijo predilecto en ambos países”, aunque fue en éste último donde encontró mayor acomodo en la selva tropical, lugar donde también montó, con otros republicanos andaluces, una gran explotación mixta hortofrutícola y ganadera de reconocido prestigio.

Al morir Franco, regresó a España en 1975 y vino a vivir durante algunos años a Carmona, pero la sociedad y la acogida que encontró una vez desaparecido el dictador, no se correspondía con la que él había imaginado en la distancia.

Manuel Mora decide entonces volver de nuevo a Venezuela, aunque por poco tiempo, ya que su hija Azucena ha contraído matrimonio con un gallego y ha decidido instalarse en La Coruña, lugar al que finalmente decide marchar con su esposa Rosario hasta el final de sus días.

Su familia queda desde entonces repartida entre dos continentes, porque en Venezuela se quedó su hijo Nardo desde la infancia, aquel niño que con solo seis meses, en brazos de su madre se refugió en el arroyo de “Cañatepilla”. En una ocasión, hace cinco años conversamos por teléfono, y su voz sonaba emocionada al otro lado del océano, al imaginar que lo llamaba desde el pueblo más próximo al lugar de aquellos sucesos.

Poco hubiera faltado para encontrar con vida a todos los protagonistas de la misma familia y de esta curiosa historia, porque Manuel Mora Torres falleció en mayo de 2005. Su esposa Rosario Pérez García había pasado ya de los noventa y vivía en La Coruña con su hija Azucena. Por último, Nardo continua soñando en Venezuela poder volver algún día de nuevo a España, incluso a recorrer de nuevo el arroyo de la “Cañatepilla”, el cortijo “Las Alcaidias” y subir otra vez con casi ochenta años por la calle Larga hasta la Plaza.

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