Hacia un 8M con memoria. Porque somos, serán.

Desde este blog vamos a dar caña contra la impunidad del franquismo que increíblemente sigue perpetuándose 40 años después de la muerte en la cama (y en el poder) del dictador genocida. La misma motivación por la que un grupo de represaliadas y represaliados supervivientes de aquellos años creamos en su día La Comuna, asociación desde la que ofrecemos el testimonio directo de las luchas y la represión que caracterizaron el tardofranquismo, y que está abierta a cualquiera que se identifique con los principios de verdad, justicia y reparación. Porque una democracia plena es incompatible con esta herencia de impunidad e injusticia. Web: La Comuna
 

7 marzo, 2020 / Por el Grupo de Mujeres de La Comuna.

Hace tres semanas comenzamos a publicar en este blog una serie de artículos sobre memoria feminista con motivo del 8 de marzo. Partíamos de la semilla y denunciábamos el despliegue franquista para enterrar la lucha de tantas mujeres en la República y la guerra civil, y para ocultar su combate contra el franquismo. Pero, como recogía el 15M, no sabían que éramos semilla.

Para crecer, hicieron falta esas luchas. Para hacernos fuertes, nos hace falta conocerlas y difundirlas. Para que ese totalitarismo contra las mujeres no pueda repetirse, tenemos que afianzar raíces.

Ahora estamos empezando a saber cómo actuó el totalitarismo franquista contra las mujeres desde la cuna hasta la tumba. Porque desde que nacías podías ser víctima de que te robaran de tu madre nada más nacer, o tener que sufrir con ella la cárcel hasta que tenías 3 años, en las peores condiciones de supervivencia, para ser arrebatada de sus manos a partir de esa edad y ser entregada a familias o instituciones en las que, entre vejaciones y humillaciones, se te obligaba a renegar de tu familia.

Siendo una niña, podías pasar una temporada en un preventorio, presuntamente creados para evitar la expansión de algunas enfermedades como la tuberculosis, pero en los que existen testimonios de haber sufrido un trato inhumano. O sufrir acoso y violencia sexual a manos de adultos de tu propia familia, vecinos, desconocidos, maestros, eclesiásticos, sin poder recurrir a la ayuda de nadie porque sabías que no te creerían.

Según tu situación en la escala social, quizá tuvieras que limpiar tu escuela para las niñas más ricas. O bien, si tenías entre 16 y 25 años y te consideraban rebelde o díscola o bien estabas embarazada sin estar casada o ejercías la prostitución podías caer en manos del Patronato de Protección de la mujer, que velaba “por las mujeres caídas o en riesgo de caer” (vamos, casi por cualquiera que no se sometiera al restringido margen de la moral nacionalcatólica). Si eras mujer y tenías más de 17 años, también debías hacer el Servicio Social para poder estudiar en el futuro u optar a tener pasaporte.

Si eras mujer, podías ser acusada de adulterio sin necesidad de pruebas y condenada a prisión.

Si eras mujer y terminabas con un embarazo no deseado o lo intentabas, o ayudabas a otra mujer, podías ser condenada a duras penas de prisión.

Si eras mujer y querías utilizar métodos anticonceptivos o los prescribías o los vendías, podías ser multada.

Si eras mujer no tenías potestad sobre tus hijos, solo la tenía el padre.

Si eras mujer separada de tu marido y tenías un hijo con otro hombre, el Estado no te permitía darle tus apellidos ni reconocerte como su madre.

Todo ello regado de rezos, clases de religión, labores, economía doméstica, dificultad para obtener ingresos propios, obligación de encargarse de los cuidados y tremendos programas radiofónicos que recomendaban a las mujeres aguantar en silencio los maltratos y las violaciones ejercidas por sus maridos.

Trataron de borrar unos derechos recién adquiridos en la República por los que tuvimos que volver a luchar y tenemos que volver a hacerlo una y otra vez.

Pero aquí, lo importante, es conocer.

Conocer qué pasaba a las mujeres, conocer que no podían estudiar o trabajar sin consentimiento de sus padres o maridos, conocer a qué profesiones podían dedicarse. Por ejemplo, es necesario que las arquitectas sepan que, entonces, no podrían haberlo sido. Ni las médicas, las científicas, las ingenieras, las juezas o las policías.

Es necesario conocer que las mujeres que lucharon políticamente fueron duramente represaliadas, torturadas y encarceladas. Muchas fueron violadas.

Saber que, si no tenías marido, no era solo que tenías el estigma (entonces lo era) de “solterona” sino que tus recursos económicos podían quedar muy limitados. Que no eras un quién, eras un qué.

Hace falta que no caiga en el olvido, que la semilla enterrada germine y se convierta en un bosque de árboles fuertes que no puedan ser enterrados por futuras mentiras que nos prefieren en la parte oscura de la Luna antes que en igualdad.

Fueron muchas las que lucharon y las que luchamos. Somos muchas las que seguimos esa estela que nos convierte en defensoras de nuestra libertad, de nuestros derechos, de la naturaleza, de la justicia, de la educación… Y muchas las que siguen muriendo por ello: por querer divorciarse, en España y muchos otros lugares del mundo; por defender su libertad y dignidad, como en el Kurdistán; por defender la naturaleza y lo común y, por lo tanto, la vida, como en Colombia u Honduras; por poder educarse, como en Arabia Saudita; por evitar la castración sexual, como en Somalia o la violencia sexual, como en todo el planeta.

Seguiremos luchando para que no caigan en el olvido las luchas, ni tampoco las represiones.

Porque la única manera de seguir avanzando, es hacerlo juntas.
Porque si las mujeres no avanzan, la sociedad entera se estanca.
Porque fueron las semillas que nos han convertido en árboles.
Porque serán bosques que no podrán ser enterrados.
Porque somos, serán.

Hacia un 8M con memoria. Porque somos, serán.