Hambre, agotamiento y muerte: refugiados republicanos en Almería tras la Desbandá

Casi 100.000 refugiados, procedentes de la columna de la Desbandá en febrero de 1937, llegaron exhaustos a Almería. Una investigación inédita de los historiadores Eusebio Rodríguez Padilla y Francisco Colomina Sánchez refleja la otra cara de aquellos días, la desesperación por la supervivencia de estos refugiados en una ciudad sumida en el caos.

PÚBLICO | MARÍA SERRANO @marserranov | 17-2-2019

Madrugada del 7 al 8 de febrero de 1937. Hace ahora 82 años. Miles de ciudadanos huyeron desde la ciudad de Málaga ante la llegada de las tropas sublevadas y la propaganda radiofónica que infundía Queipo de Llano a todos los vecinos de la provincia. Más de 300.000 ciudadanos hicieron la carretera a pesar del peligro, de las terribles consecuencias que significaba partir sin equipaje ni recursos a ningún parte.

Pegados al mar, perseguidos y bombardeados por las tropas franquistas, huérfanos, ancianos, mujeres y hombres desconsolados por tantas pérdidas llegaron a una de las últimas ciudades republicanas al final de la guerra, Almería. El gobernador civil Morón Díaz acogería a más 100.000 refugiados. “Venían la mayoría de la Desbandá. Era una huida hacia ninguna parte“, apunta el investigador Eusebio Rodríguez Padilla a Público. En menos de un mes, la provincia de Almería triplicó sus habitantes. “Pasaron de 50.000 a una cifra desorbitada, 150.000 personas para las que no había apenas recursos”.

Era una estampida hacia el abismo. Desde la caída de Málaga en enero de 1937, Andalucía Oriental estaba movilizada en una huida masiva para sobrevivir. “Solo queríamos escapar de las bombas y las muertes diarias de demasiados vecinos y amigos que sembraron de muerte. Los cuerpos se encontraban descuartizados en plena carretera”, alegan los testimonios. De aquellos supervivientes, ya solo quedan las vivencias de los niños que reconstruyen el terrible episodio. Los investigadores Eusebio Rodríguez Padilla y Juan Francisco Colomina Sánchez han elaborado una investigación inédita en el libro La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería (editorial Círculo Rojo). Ambos historiadores señalan a Público cómo en aquella España republicana, una de las provincias más alejadas de los combates fue Almería, que “se convirtió en un destino idóneo para los refugiados. Un lugar donde la guerra no llegaría nunca”. El libro cuenta cómo recayó en los Comités locales y los ayuntamientos, la atención a los refugiados encargados de procurarles alojamiento, atención sanitaria y alimentación.

Padilla y Colomina afirman que “la actuación de los refugiados malagueños en su deambular por la provincia reflejaba lo padecido en el viaje”. Tenían un fuerte estado de indignación. Demasiadas muertes vividas en el camino.

Así lo reflejaba también la prensa local ante la llegada de la primera oleada el 8 de febrero de 1937. “No podemos negar la congoja que nos invade al ver desfilar por las calles de nuestra ciudad esa interminable caravana de evacuados. Todos estamos obligados a poner nuestro esfuerzo para evitar lo que tan sólo es una simple consecuencia de la lucha (…)”.

La llegada de 100.000 refugiados a una ciudad colapsada

La auténtica avalancha de los malagueños plantea a las autoridades almerienses un grandísimo problema humanitario. La cifra oficial más certera que se baraja es la dada por la corresponsal de Holanda Het Voll, que eleva hasta los 150.000 la población refugiada a partir de 1937.

Hay una pregunta clave en medio de este escenario y es si se acabó el sufrimiento para los refugiados al llegar a suelo republicano. Rodríguez Padilla remarca que “la intención de las fuerzas sublevadas y la aviación italiana y alemana era hacerles aún más la vida imposible a estos refugiados“. En la tarde del día 12, cuando las calles estaban repletas por una cola de más de cuarenta mil refugiados en estado de agotamiento empezaron a caer bombas. La sirena sonaría treinta segundos antes de que cayera el primer bombardeo. La calle quedaría convertida en una auténtica carnicería.

En la documentación del gobierno civil de Morón Díaz consta cómo en aquella jornada negra se “arrojaron cuarenta bombas graduadas de gran potencia, causando medio centenar de muertos y cerca de cien heridos”.

Los comités refugiados piden ayuda desinteresada a los vecinos de Almería

Los Comités Locales de Refugiados, las organizaciones sindicales, el Socorro Rojo Internacional o la organización anarquista Solidaridad Internacional Antifascista empiezan a funcionar sin descanso para dar cobertura en medio del caos. 
El Comité lanzaría un mensaje a la población civil en el Diario Adelante. “Rogamos a todos los ciudadanos de Almería y a los comités locales de la provincia que nos faciliten camas para poder atender a las familias que vienen huyendo del terror fascista”.

Estos Comités tenían una misión clara, liberar a los Ayuntamientos de sus obligaciones con los desplazados y también se encargaron de la distribución de refugiados entre las familias para su alojamiento. La ley obligaba a los vecinos a dar comida y cobijo a los recién llegados. Y es que el problema de los refugiados en la retaguardia republicana fue asumido por el Gobierno como un problema de Estado.

Cayetano Martínez Artés era presidente en 1936 del Comité Provincial del Socorro Rojo Internacional en Almería. A pesar de su ayuda desinteresada y su escasa vinculación política, al finalizar la guerra fue condenado a muerte y ejecutado el 6 de septiembre de 1939. Su única significación era estar afiliado al PSOE. Su profesión era oficial de correos.

El comité también atendía guarderías Infantiles junto al Socorro Rojo Internacional. Sofía Plaza García regentaba una de ellas. Esta protagonista anónima tenía solo 20 años de edad. Era soltera, enfermera, natural de Fiñana y vecina de Almería. A la finalización de la guerra fue condenada a la pena de 12 años y un día de prisión por su ayuda a los refugiados durante la guerra civil.

Ante el desplazamiento de refugiados hacia otros puntos de la provincia el gobernador Morón Díaz, iba también distribuyendo a los recién llegados entre todos los municipios de la provincia.

José Gutiérrez fue uno de aquellos alcaldes que se volcó en el pueblo de Dalías con los refugiados. “Este alcalde republicano se acercaría al domicilio del maestro de escuela y levantó un inventario de los muebles, propiedad del maestro, para que fueran trasladados y así acoger a una familia de refugiados. También requisó algunos muebles a personas de significación derechista en el pueblo para atender a los que no tenían medios”, destacan testimonios orales del municipio.

“No se pudo dar cabida en el cementerio a todos los cadáveres”

El deplorable estado físico en el que llegaron los refugiados queda constatado en el libro de urgencias del Hospital de Almería. “Mayoritariamente llegaban con llagas con úlceras en piernas y pies, agotamiento físico y heridas de metralla”. Hay que destacar que, del total de ingresos, un mínimo de 152, se corresponden a menores de 16 años. Seis de ellos era bebés.

Uno de los episodios más negros y desconocidos que se documentan en la investigación “La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería” fue la enorme columna de refugiados que llega hasta el municipio de Adra. Miles de ancianos, mujeres y niños. Sin embargo, el 8 de febrero vivieron el peor asedio de las bombas de la Legión Cóndor. La aviación alemana quiso hostigar a los refugiados que se encaminaban a Almería. Centenares de evacuados cayeron muertos en la propia vía por la metralla. “Fue tan grande la dimensión de la masacre que el cementerio municipal no pudo dar cabida a todos los cadáveres. Se hizo necesario abrir zanjas en los alrededores de Puente del Río (Adra-Almería)”, aclara la investigación.

Refugiados desplazados a Ciudad Real, Murcia, Alicante, Valencia

Los refugiados menos afortunados tuvieron que improvisar refugios en las calles de Almería durante meses. Hicieron su vida diaria en la intemperie hasta el 23 de abril de 1937. En aquella fecha el Delegado de Evacuación procede a la re¬cogida de refugiados por las calles de Almería para enviar a los hombres a Fortificaciones y a las mujeres, niños y ancianos a otras provincias donde se les podría dispensar mejor calidad de vida. Otros fueron trasladados a zonas costeras del levante, así como las provincias de Ciudad Real, Murcia, Alicante, Valencia, Castellón, Tarragona y Lleida.

Hay documentación que refleja que incluso algunos niños de aquella Desbandá fueron llevados a la Unión Soviética, en la expedición que sale del puerto de Valencia el 21 de marzo de 1937 en el buque Cabo de Palos
Otra de las últimas soluciones fue llevar a los jóvenes a las columnas, ya agotadas, del Ejército Popular de la República, concretamente al “Batallones Antonio Coll y el Batallón Floreal” casi al final de la guerra.

La República logró evacuar a todos los refugiados, aunque aquello también significó para muchas familias y niños la separación durante un largo tiempo. Muchos estuvieron sin verse hasta finalizada la guerra y bien entrada la posguerra. 

https://www.publico.es/politica/hambre-agotamiento-muerte-refugiados-republicanos-almeria-desbanda.html