El inminente estreno de ‘La virgen roja’, de Paula Ortiz, recupera la historia terrible de la joven asesinada por su madre en 1933
Carmen G. de la Cueva 21/09/2024
El criminal halla siempre quien le defienda, y hasta cuando es más monstruoso halla un eco de admiración, no exento de terror, en la masa que conoce sus gestas. La víctima es siempre el pobre cuerpo muerto que pasa al ayer de los recuerdos.
‘Caín y Abel’, Hildegart, La tierra, 19 de mayo de 1933
Aurora Rodríguez engendró a su hija Hildegart con el propósito de que fuera la mujer que redimiera al mundo. Pero acabó con su vida la mañana del 9 de junio de 1933, cuando la joven contaba con tan solo dieciocho años. La directora Paula Ortiz recupera esta historia en la película que se estrenará próximamente, La virgen roja.
El cuerpo de Hildegart fue encontrado con dos tiros en la sien, uno en la mejilla y el último en el pecho, “los cuatro mortales de necesidad”, según el informe forense. Para saber por qué Aurora actuó así, dándole la vida a Hildegart y quitándosela a su antojo, debemos conocer cuáles fueron los antecedentes de su locura. Por qué Aurora Rodríguez Carballeira quería ser Dios.
Pensemos que esta historia de terror comenzó con el nacimiento de Aurora en abril de 1879 en El Ferrol. Toda la familia que tuvo fue un hermano un tanto vicioso con el que nunca se relacionó, una hermana que la despreciaba desde que nació, una madre que la “baldaba a golpes” y un padre abogado y lector que supo hacerla heredera de sus actitudes políticas y sociales. Aurora nunca fue a la escuela, pero pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia en la biblioteca del padre instruyéndose sobre música, arte y política. Influenciada por su padre y por los amigos de éste, siempre fantaseó con la idea de llegar a transformar la sociedad.
Uno de los recuerdos más exactos que Aurora conservaba fue del día en que su padre le regaló una muñeca filipina: “Yo tenía cuatro años y, cuando mi padre me la enseñó, quedé deslumbrada: tenía unos zapatos de tacón de color rojo que terminaban en punta aguda. Dejé todos los juguetes y únicamente jugaba con la muñeca: yo conocía el cuerpo y la sexualidad, pues los amigos de mi padre hablaban ante mí sin tapujos”. Desde aquel momento supo que quería una muñeca de carne con la que poder estar de verdad, pero su padre le dijo que no la tendría hasta que se casase y a ella la horrorizó tanto la idea del matrimonio que sintió entonces que traería al mundo a una hija solo para ella y para nadie más.
Su hermana Josefa tuvo un hijo de soltera pero nada más dar a luz, se fue a vivir a París dejando al niño al cuidado de su familia. Aurora tenía entonces catorce años y sintió que debía cuidar a esa criatura como si fuera propia. Lo bautizaron con el nombre de Pepito Arriola y desde los primeros meses Aurora, haciendo uso de su innata intuición pedagógica, intentó iniciar al bebé en la música sentándolo en sus rodillas mientras ella tocaba alguna pieza en el piano. Pero un día volvió su hermana y de nuevo quiso hacerse cargo de su hijo y se lo arrebató de los brazos. Pepito llegó a ser un niño prodigio que alcanzó fama internacional como pianista. En el cincuenta aniversario de su muerte, Gregorio Marañón llegó a escribir en La Vanguardia que “fue la leyenda viva más importante de la música española. Nadie subió tan rápido y tan alto, y nadie tampoco desapareció en la bruma del olvido con la facilidad que le sumió a él”.
Cuando su hermana se llevó a Pepito con ella, Aurora perdió a su muñeco de carne y volvió a refugiarse en la biblioteca paterna para decidir hacia dónde debía ir su vida a partir de ahora. Fue leyendo uno a uno todos los libros que había a su alcance y se hizo cargo del patrimonio familiar. Las excesivas lecturas de Aurora jugarían un papel determinante en el juicio posterior como condicionantes de su sensatez cuando asesinó a su hija. Según recoge José Valenzuela Moreno en El asesinato de Hildegart visto por el fiscal de la causa, Aurora tenía “un cerebro desordenado por la intoxicación de mil lecturas contrapuestas y mal digeridas. ¡Oh, la parte peligrosa de los libros! Sería muy provechoso un meditado estudio de esta interesantísima cuestión… es preferible cien mil veces la inteligencia natural de un analfabeto, que la mente encenagada de un lector sin previa preparación moral e intelectual”.
Aurora tenía veintitantos años y comenzaba a recibir propuestas de sus pretendientes que no le interesaban para nada
Aurora tenía veintitantos años y comenzaba a recibir propuestas de sus pretendientes que no le interesaban para nada. Ella prefería rodearse de hombres maduros con los que pudiera mostrar sus inquietudes. La escritora Carmen Domingo cuenta en su brillante investigación Mi querida hija Hildegart que, según sus psiquiatras, “hacia el sexo masculino no ha sentido nunca una atracción franca de hembra”. La atracción que sentía hacia los hombres tenía un carácter maternal. Dice Domingo que le confesó a sus psiquiatras que nunca se había masturbado y que consideraba la homosexualidad como un vicio inexplicable. Después de leer a socialistas utópicos como Owen, Saint-Simon y Fourier y conocer sus ideas de colonias agrícolas y falansterios supo que había llegado el momento de salvar a la humanidad.
Hasta aquí toda esta historia no tiene nada de extraordinario, pero a partir de este momento exacto las cosas comenzarán a perder sentido. Un falansterio es una sistema ideado por Fourier que consiste en comunidades de personas independientes de producción y consumo. Aurora tenía la intención de crear un nuevo modelo de sociedad y había ahorrado el dinero suficiente para llevar a cabo su propio falansterio. En el Manuscrito de Ciempozuelos, un perturbador texto que relata las conversaciones que los psiquiatras mantuvieron con Aurora en los años que pasó en el psiquiátrico, se cuenta que pensó en reunir a familias en una finca que tenía pensado comprar en Alcalá de Henares porque no le gustaban ni el clima ni el carácter gallego. Quería escoger a hombres y mujeres atractivos y moralmente adecuados, casarlos cuanto antes y los que mejor se portasen, los elegiría para educarlos debidamente y repartirlos por toda España. Hombres y mujeres modelo con familias modélicas a los que “pagaba la sanidad de cuerpo y alma” con dinero. Y quería que las familias se extendiesen hasta formar un “linaje especial, distinguido, distinto al resto de los españoles”. Los matrimonios no podrían tener más de dos hijos (hijo e hija), “ya sabía ella por entonces las medidas a seguir para que el feto fuese hembra o macho. Al preguntarle cuáles son, nos sonríe y dice que los comunes, los corrientes, los que yo conozco”. Pero en el momento en que le contó sus planes al padre, éste le quitó la idea de la cabeza. Aurora se inspiró en Alexis Carrel, Nobel de Medicina en 1912, quien, aunque obtuvo el premio por sus avances en lo que se conoce hoy como cirugía vascular, promovió los principios de la eugenesia, los mismos que llevaron a Hitler a querer acabar con los judíos. El origen de la eugenesia va de la mano del darwinismo social y quizá puedan sonar descabellados sus planes en este siglo, pero a finales del XIX y hasta bien acabada la II Guerra Mundial muchos científicos y médicos estaban a favor de estos métodos como forma de “saneamiento social”. La eugenesia era una posición intelectual hegemónica planteada por un amplio abanico ideológico. Para mayor asombro, algunos famosos eugenistas fueron Winston Churchill, Bernard Shaw, Henry Ford, Gregorio Marañón o Santiago Carrillo. Resulta particularmente interesante cómo los eugenistas, cuenta Carmen Domingo, “pretendían que las sociedades progresaran y mejoraran no sólo en la economía, el conocimiento o la moralidad, sino también biológicamente. Para ello había que controlar la reproducción y, con ella, el incremento de enfermedades de transmisión genética, facilitando de este modo la procreación de los más aptos y valiosos (…) Había que sanear España si se quería que tuviera un futuro ‘digno’”. Por suerte, en España no llegó a ser un movimiento fuerte, pero sí hubo debates acerca del hecho de esterilizar a los discapacitados mentales.
Cuando en 1914 murió su padre, Aurora estaba totalmente absorbida por la idea de creación de un ser superior
Cuando en 1914 murió su padre, Aurora había dejado atrás su intención de crear un falansterio, pero estaba totalmente absorbida por la idea de creación de un ser superior, una mujer del futuro, educada según sus técnicas pedagógicas y nacida para equipararse al hombre. Creía que podría “crear a la mujer más perfecta que, a modo de estatua humana, fuera el canon, la medida de la humanidad y la redentora final”. Y libre ya de cualquier atadura familiar, Aurora con 35 años se dispuso a buscar al padre más aceptable que, además, fuera capaz de renunciar a los derechos sobre su hija, siguiendo los métodos eugenésicos que tenía a su alcance. Nunca se supo exactamente quién fue el elegido, pero sí que, según ella, era “físicamente perfecto, de edad madura, en plenitud vital, inteligente tirando a astuto; era persona de cultura extensa, pero poco profunda”. Y “con gran repugnancia” realizó el acto sexual tres veces para asegurarse de quedar fecundada.
Cuando supo que estaba embarazada, cortó las relaciones con él con total frialdad y se mudó a Madrid
Hay tres hipótesis acerca de quién fue el padre (ella nunca quiso facilitar su identidad): un marino mercante de origen alemán o inglés, un prusiano refugiado en el País Vasco y la que cobró más fuerza de todas fue la de Alberto Pallás, un capellán castrense que vivió en Ferrol. Cuando supo que estaba embarazada, tan solo dos meses después de la muerte de su padre, cortó las relaciones con él con total frialdad y se mudó a Madrid. Desde que supo que estaba embarazada, comenzó su “higiene creadora”: siguió un plan de comidas especial, hacía gimnasia a diario, se bañaba cada doce horas en agua caliente y, durante la noche, se despertaba cada hora para cambiar de postura. Además, se rodeaba de objetos bellos y de flores y se negaba a leer la prensa para que ninguna noticia sobre la Primera Guerra Mundial que comenzaba en aquellos momentos, afectara a su hija ya que “debe estar contra la guerra siempre, porque eso es cosa de bárbaros”. Hildegart, nombre inventado por Aurora que significa en alemán ‘Jardín de la Sabiduría’, nació el 9 de diciembre de 1914.
La intransigencia de Aurora no tenía límites y para que todos supieran que su hija era fruto de un plan bien tramado, dejó constancia de ello: “Hildegart no llegó a la vida por casualidad, ni por el simple deseo de sus padres al engendrarla, como nacen casi todos los seres del mundo. No era producto de una ciega pasión sexual, sino un plan perfectamente preparado, ejecutado con precisión matemática y con una finalidad concreta. Nació con un objetivo determinado, con una misión ideal de la que no podía desviarse por ninguna debilidad humana. Yo que la creé, que la hice, que la formé a lo largo de los años, sé perfectamente dónde debía llegar”.
El primer juguete de la niña fue un puzzle con letras. Ya desde los ocho meses empezó a hablar
El primer juguete de la niña fue un puzzle con letras. Ya desde los ocho meses empezó a hablar y a los once podía formar palabras de dos o tres sílabas; al año, ya andaba, y a los veintidós meses, leía. Aurora le enseñó también idiomas y desde bien pequeñita la sentaba con ella delante de su máquina de escribir. A los cuatro años se convertía en la mecanógrafa más joven titulada por Underwood. A los ocho años ya dominaba cuatro idiomas (alemán, inglés, francés y español) y sabía mucho más que cualquiera de nosotros sobre educación sexual. Desde los doce a los catorce años Hildegart colaboró con la revista Sexualidad donde escribía sobre la educación de los hijos, la patria, la pena de muerte y el maltrato a los animales, entre otras cosas, temas que, por muy precoz y prodigiosa que fuera, hacían pensar que la mano y las teorías de su madre estaban detrás de sus textos.
Tan podrida por las ideas de su madre estaba que su primer trabajo de clase fue un ensayo sobre la eugenesia
A los catorce años, con una dispensa ministerial, se matriculó en Derecho en el curso 1928-1929. Tan podrida por las ideas de su madre estaba que su primer trabajo de clase fue un ensayo sobre la eugenesia –Una mujer moderna ante el problema eugénico– que se publicó posteriormente como libro en 1930. Pero Hildegart sentía también mucho interés por la política y no dudó en afiliarse a la Juventud Socialista Madrileña en enero de 1929. En España se vivía un momento político muy interesante y la joven supo integrarse en él. En mayo de ese mismo año se estrenó como vicepresidenta en el tercer Congreso de la Federación Nacional, comenzó a escribir en El Socialista y la acompañaban en los mítines nombres tan conocidos como Santiago Carrillo y el doctor Gregorio Marañón. Fue entonces cuando comenzaron las breves separaciones físicas de madre e hija. Hasta entonces, Aurora había acompañado a Hildegart hasta para ir a clase sin tener en cuenta el escarnio al que la sometían los compañeros de su hija. No solo estudiaba y escribía en prensa, también publicó en aquellos años libros sobre temas tan intocables para la sociedad de aquellos momentos como el sexo, la condición de la mujer, la maternidad en términos de eugenesia y el suicidio de raza (disgenesia). Vamos a detenernos un momento a pensarlo: Hildegart tenía tan solo catorce años y que planteara estas cuestiones públicamente y con la seguridad y el arrojo de alguien que lleva muchos años haciéndolo, no puede dejar de asombrarnos. Cuenta Carmen Domingo en su libro que Hildegart, además, promulgaba la esterilización obligatoria de todas aquellas personas que representasen un riesgo para la sociedad, algo que ahorraría en gastos de beneficencia. El amor y la libertad no eran cuestiones que el individuo debiera manejar sentimentalmente, pues tenían que trascender en la mejora de la especie.
Hildegart se hizo famosa. Conferencias, mítines, artículos de periódicos, libros. Corría el año 1931, la República había sido proclamada y la joven se esforzaba por trabajar para la causa. Ella tenía claro que era el momento de cambiar las cosas, pero había algo sobre lo que dudaba: el sufragio femenino. Aquel año se enfrentaron dos posturas contrarias, las que estaban a favor y las que estaban en contra del mismo. Hildegart pertenecía a las segundas. En una entrevista que le hicieron en El Heraldo de Madrid dijo que “no ha salido aún el período en que abandonando al director espiritual o al confesor, se acoge al jefe de partido como supremo árbitro de vidas y voluntades”. Finalmente se logró el apoyo de la cámara, una vez finalizadas las discusiones entre las dos posturas encarnadas en Clara Campoamor y Victoria Kent, y se incluyó el sufragio universal en la constitución republicana.
Madre e hija comenzaron a distanciarse hasta que un día se atrevió a decirle: “Ya estaremos muy poco tiempo juntas. Pienso marcharme pronto, viajar mucho, vivir mi vida. Libremente, sin imposiciones de nadie, pudiendo hacer en todo momento mi voluntad. Si eres tan inteligente como crees, no te será difícil rehacerte y acometer personalmente la pesada tarea que quisiste echar sobre mis hombros. Y si te sientes impotente, vencida, hundida en el más completo fracaso, haz lo que te parezca. Tu vida es tuya y puedes hacer con ella lo que quieras. Yo, por mi parte, estoy dispuesta a vivir la mía y ser completamente feliz”. Aquello fue determinante para que a Aurora se le pasara por la cabeza la idea más terrible de todas: solo una de las dos podía seguir viviendo. Tenía que matarla o suicidarse.
Las sospechas e intrigas de Aurora crecían paralelamente a la fama y prestigio de Hildegart. La separación era inminente. Pero la madre no estaba dispuesta a repetir la historia de su sobrino. Haría lo que fuese para que nadie consiguiera alejarla de ella. Escribe Carmen Domingo que “doña Aurora comenzó a mezclar la ficción con la realidad, y a las amenazas reales se sumaron otras que, parece, eran sólo fruto de su mente y que le hicieron ver que todo a su alrededor se confabulaba contra ellas”. Hasta “los coches circulaban de forma rara por enfrente de casa y, sobre todo, se paraban como indicando a Hildegart que la esperan para llevarla”. Pero no solo eso, la criada vestía, según doña Aurora, “ropa que no podía pagar como no fuera con el dinero de sobornos”. Aurora había comprado un revólver para proteger a su hija de todos aquellos que quisieran llevársela, incluso disparó dentro de la casa para comprobar que funcionaba. Los enfrentamientos eran continuos y Hildegart llegó a decirle a su madre que “los hijos no son una propiedad de los padres, ni los padres tienen sobre ellos derecho de vida o muerte”. La hija concebida para redimir al mundo de sus errores era un fallo en sí misma. Aurora la culpó por llevar en la sangre la herencia genética de su padre “vago, mal amigo, egoísta, dominante”.
Aurora, llevada por los celos de que su hija pudiera huir con otro hombre, ya había decidido acabar con ella
Como si de un crimen pasional se tratase, Aurora, llevada por los celos de que su hija pudiera huir con otro hombre, ya había decidido acabar con ella, y como si de una sentencia de muerte anticipada se tratase, el 19 de mayo de 1933 se publicó en La tierra el famoso artículo “Caín y Abel”, un texto en el que se intuye una justificación del crimen, del parricidio, un aviso de lo que podría sucederle a Hildegart. Aunque el artículo iba firmado por la joven, según la confesión de su madre ya en la cárcel, parece ser que lo escribió ella. Aurora pensó que su hija ya no debía seguir disfrutando de la vida.
El 8 de junio de 1933 Aurora se encerró con Hildegart en su casa en la calle Galileo 51 de Madrid. Cortó el teléfono y cerró todas las puertas que daban a la calle para hacerla entrar en razón. Pero su hija ya había decidido vivir libremente y estaba planeando un viaje a Londres en los próximos días. “Había creado a Hildegart para la paz. Ella se lanzaba hacia la guerra. Esta es la causa definitiva de que yo la matara”. Esa misma noche siguieron discutiendo hasta que Aurora le dijo a su hija que aceptaba que dejara su casa a cambio de que se mudara a otra cercana con una amiga de la familia. Hildegart consintió el arreglo y se acostó.
Nunca sabremos exactamente qué pasó aquella noche. No sabremos si Aurora pasó la noche en vela a los pies de la cama de su hija y cuando comenzaba a amanecer cogió la pistola y disparó hasta cuatro veces con una frialdad asombrosa o si, como aseguró ella misma en la cárcel, fue Hildegart, de apenas 18 años, quien le suplicó que la matara para liberarse al fin de tan pesada carga.
“Me aproximaba a ella, revólver en mano, como si una fuerza superior a mí me empujase al crimen. El instinto materno habíase esfumado repentinamente ante el impulso gigante de la voluntad, que me trazaba inflexible el doloroso camino a seguir. Era mi pensamiento como una flecha lanzada que no se detendría hasta clavarse en el blanco. Y mi final, mi término, mi blanco, era la muerte de la chiquilla en quien pusiera todas mis ilusiones, de la mujer que yo soñara con alientos mesiánicos, con impulsos sobrehumanos, capaz de trazar rutas nuevas a los hombres oprimidos y esclavizados. Su muerte era en gran parte mi fracaso”.
Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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