Internacional. Reconstrucción de la memoria en Alemania, un ejemplo para Colombia

En el país germano, monumentos y recuerdos impiden olvidar a las víctimas. ¿Qué desafío nos espera?

El Tiempo | Ginna Moreno | 5-1-2015

Cuando todo arde, queda la memoria. La que no se borra. La que siempre estará viva. Eso pasa en Berlín, luego del nazismo. Así lo confirman los variados monumentos que hay en esta ciudad y así lo ha escrito en un sinnúmero de reportajes Michael Sonthheimer, de Spiegel, un historiador de 55 años que se hizo periodista para contar, entre tantas cosas, las ocurridas en el Holocausto.

La experiencia de este reportero y de tantos otros, de defensores de derechos humanos, constructores de la memoria, representantes de sectores políticos y de la ciudadanía en general, cuenta que es más fácil escribir sobre estas historias, cuanto más lejos ocurrieron los hechos.

En Alemania comenzaron a hacerlo con rigor mucho tiempo después del absurdo, explicó Tom Koenigs, parlamentario del Partido Verde y expresidente de la Comisión Parlamentaria de Derechos Humanos y Ayuda Humanitaria 2009-2013.

Esta lección bien podría comenzar a acuñarse en Colombia, donde la cuenta contrarreloj marca la necesidad de que el periodismo y el Estado se ocupen de revisar el pasado, más cuando se trabaja por la firma del fin del conflicto y el camino a una época de transición.

En Alemania se han ocupado de una historia de por lo menos 11 millones de muertos desde la Segunda Guerra Mundial, pasando por la persecución del Partido Nacional Socialista y el genocidio judío, y la siguen abordando porque, según Michael Parak, experto en memoria histórica de la Fundación Contra el Olvido y por la Democracia, “los juicios no fueron decisivos, llegaron demasiado tarde”. En Colombia, cuando se toca el tema, arde.

El trabajo por reconstruir un país no solo pasa por convertirlo en una potencia económica, sino en uno que se mire a sí mismo para dejar huellas de historia bien contada a las generaciones que van a demandar explicaciones. En Alemania, por lo menos siete generaciones han tenido que reencontrarse con la memoria. ¿Cuántas deberán reconstruir la historia de Colombia?

Combatir la impunidad

En cada rincón de la fría capital alemana, los monumentos del recuerdo y también del perdón han sido, entre otros, el resultado de combatir la impunidad y hacer memoria.

Uno de los más impresionantes es el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa, ubicado en pleno corazón de Berlín, cuya construcción definió el Parlamento Federal el 25 de junio de 1999. Lo realizó durante dos años el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman.

Las 2.771 estelas de cemento (hormigón) conforman una atmósfera confusa, un abstracto laberinto de 19.000 metros cuadrados en el que no hay una meta, ni un camino, ni un fin. Adentro, el aire fluye, pero también parece acabarse cuando se recorre sin descanso y en silencio. La nueva idea de la memoria, debatida fuertemente hasta llegar a hacerse realidad, la complementa un centro de información subterráneo en el que se han documentado biografías completas de judíos exterminados.

Para Ulrich Baumann, subdirector de la Fundación del Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa, el trauma de las guerras en su país sigue estando presente. “Los efectos no hay que olvidarlos, porque fueron 300.000 personas las que participaron en los asesinatos de judíos y también de alemanes”, dice.

Calles que hacen memoria

Al adentrarse en las calles de los barrios, es imposible escaparse de la historia. Las vías perfectamente diseñadas, y que invitan a ser recorridas a pie o en bicicleta, guardan sus sorpresas relacionada con Shoá (la traducción del hebreo al español es ‘la catástrofe’). De tanto en tanto, una placa de bronce en frente de una edificación o una casa irrumpe en la hilera de adoquines. En ella figuran inscritos el nombre de un judío o el apellido de toda una familia judía que allí vivió y que fue a parar a un campo de concentración.

Las placas brillan con la luz del sol, y también en la oscuridad del invierno. Imposible esquivarlas, imposible no verlas.
Otro monumento impactante es el ubicado en la plaza de Bebel, que fue el escenario de la gran quema de libros el 10 de mayo de 1933. En ella hay una losa de cristal sobre el piso, que cubre una estantería de libros vacía. El tamaño de la estantería es el que debían ocupar los libros quemados aquella trágica noche.

Campos de concentración

Pero el esfuerzo de los historiadores e investigadores no paró ahí. Han hecho un trabajo minucioso, e incluso severo, al convertir cárceles y campos de concentración en museos abiertos. Lugares donde el visitante se horroriza, se sobrecoge e indefectiblemente vuelve siempre sobre la misma pregunta: ¿cómo pudo suceder?

Sachsenhausen, un campo de concentración ubicado en la población de Oranienburg, fue levantado por los nazis en 1933 en lo que anteriormente era una fábrica de cervezas.

Primero fue una cárcel a donde fueron a parar los opositores políticos del régimen nazi. Luego, en 1936, se hizo campo de concentración con no menos de 3.000 prisioneros, que soportaron los abusos en 388 hectáreas dispuestas para ello, lo que equivale a unas 400 canchas de fútbol.

Una de las guías del campo relató que, para la época, ubicaban en fila india a los prisioneros todos los días para el conteo, que podría durar once horas. En medio del frío pasaban lista para reconocer a quienes llevaban el símbolo rojo, que eran presos políticos; quienes portaban el verde eran criminales, los del color rosa eran homosexuales; los de lila, testigos de Jehová; los negros, antisociales, y los la estrella amarilla, judíos.

Si faltaba uno, no se desbarataban las filas hasta que este apareciera. En época de nieve, algunos prisioneros murieron en medio de la formación porque no soportaban las temperaturas, de hasta 20 grados bajo cero.

Las barracas donde dormían apretujados los prisioneros, los baños comunes, todo ha sido conservado. En un museo están las fotos del horror, el vestido de rayas blancas y azules, las máquinas torturadoras, los hornos incineradores, las fosas de fusilamiento, la cámara de gas. Sachsenhausen es un espacio abierto rodeado de muchos árboles por donde pasaron 520.000 turistas en el año 2013, 165.000 de ellos estudiantes.

Los archivos de la Stasi

Y para que en verdad tenga sentido la frase “nunca más”, una de las mejores vías es abrir los archivos. Es una forma de hacer justicia, cuando el aparato judicial tarda en llegar. El parlamento alemán aprobó en 1992 una ley que le permitía a todo ciudadano consultar si había sido espiado por la policía secreta, conocida como la Stasi, creada en 1950, cinco años después de terminada la Segunda Guerra Mundial.

Para la época, la policía secreta tuvo una red de informantes de 180.000 personas, y unos 90.000 fueron considerados sus empleados directos. Todo el mundo fue espiado para determinar su actividad contrarrevolucionaria y subversiva, y lo más agobiante de entre tantas historias que se han llegado a confirmar es que hasta padres espiaban a hijos y rendían información que en muchos casos condujo a interrogatorios y persecuciones que generaron más prisioneros de guerra y muertes en Alemania.

Para tener una idea, en una antigua cárcel de la Stasi, Hohenschönhausen, hoy un museo, uno de sus guías, Jorge Luis García Vásquez, cuenta que fue detenido durante cinco días debido a que, estando en Alemania, intentó desertar de Cuba. Posteriormente supo que su archivo en la Stasi llegó a tener 400 páginas y fue armado gracias a la información suministrada por un amigo, que era espía.

En Alemania existen hoy el Museo de la Stasi y también el archivo, que llegó a compilar unos 111 kilómetros de expedientes, agrupados hoy en siete millones de fichas. Cada mes, por lo menos 5.000 personas visitan este lugar, ubicado en un sector de Lichterberg, que significa luz y montaña.

Curiosamente, en los alrededores viven algunos nazis, el sector posee pocos árboles y su arquitectura la caracterizan bloques de edificios soviéticos donde prima el color gris.

“Una sociedad sí puede transformarse cuando conoce su pasado”, dice convencido un joven botones de un hotel en Berlín. Estudia música mientras trabaja medio tiempo haciendo aseo en las habitaciones. Ni sus padres ni él vivieron situaciones de horror. Sin embargo, sí se siente responsable de que no haya olvido.