Jaén. Santuario de la Cabeza. Crónica de una reconstrucción monumental durante el franquismo

Un estudio repasa las intervenciones en la recuperación del patrimonio tras la Guerra Civil: entre la protección y la propaganda folclorista

MANUEL MATEO PÉREZ / @manuelmateop / 15 diciembre 2021 – 18:01

A finales de abril y principios de mayo de 1937 las tropas republicanas rindieron finalmente el santuario de la Virgen de la Cabeza, asediado desde el principio de la contienda hacía nueve meses. En él se habían atrincherado unos doscientos guardias civiles de distintos pueblos y ciudades de la provincia de Jaén y casi mil personas entre mujeres, niños y resto de familiares.

Los bombardeos de la aviación echaron por tierra el santuario y la entrada de las tropas republicanas fue pregonada por el poeta Miguel Hernández, desplazado aquellos días hasta Sierra Morena como cronista del semanario Frente Sur. El santuario quedó destrozado, la talla original gótica de la Virgen de la Cabeza desapareció para siempre y los vencidos fueron hechos presos y dispersados a pueblos próximos

Pero un lugar como aquel se convirtió recién acabada la guerra civil en hito simbólico e ideológico del nuevo régimen. Una de las primeras tareas de la recién creada Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones fue reconstruir el Santuario del Cabezo, antes incluso que el Alcázar de Toledo, el otro gran templo de la resistencia nacional.

El proyecto lo asumió el arquitecto granadino Francisco Prieto-Moreno Pardo, que llegó a ser director de la Alhambra. El significado, el propósito, la simbología, los verdaderos propósitos de aquella reconstrucción y de otras muchas llevadas a cabo durante la dictadura del general Francisco Franco están expresados en el libro Reconstrucción y restauración monumental en la provincia de Jaén durante el franquismo del profesor José Manuel Almansa Moreno, editado en el Instituto de Estudios Giennenses.

Sus cerca de seiscientas páginas encierran un trabajo profuso, documentado y riguroso alrededor de los trabajos de recuperación del patrimonio monumental destruido durante la guerra civil. El alto valor del libro reside en el análisis que el autor realiza del contexto político e ideológico en que estas obras se realizan, la lectura que del patrimonio se hizo durante los años 1931 a 1936 y el sesgo propagandístico que cobró terminada la guerra.

El profesor José Manuel Almansa Moreno se queja de que la historia de la restauración ha pasado de puntillas cuando se habla de las intervenciones realizadas en la España franquista: “Se ha reducido la experiencia de estos años a un mero retroceso respecto a épocas pasadas como consecuencia de la imposición de un sistema autárquico y a las carestías del momento que impedían la realización de proyectos de magnitud”.

Es cierto, como subraya el autor del libro, que durante el franquismo se produce un empobrecimiento teórico en el campo de la restauración, pero como recuerda el autor ese retroceso es común en el resto de los países europeos que sufren las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.

“La restauración arquitectónica viene determinada por la necesidad de propaganda política del régimen (…), por el deseo de crear un escenario monumental adecuado a la ideología dominante y por la necesidad de remodelar las destrucciones de la guerra”. Por primera vez, el patrimonio se convierte en un engranaje de la nueva economía, un instrumento al servicio de un incipiente turismo que busca trasladar amabilidad hacia el exterior.

A partir de los años sesenta, Almansa Moreno subraya la tímida adhesión de España a los nuevos postulados de la Carta de Venecia. Pero “no sería hasta la llegada de la democracia cuando nuestro país vuelve a situarse en línea con las medidas de conservación y restauración internacional”.

El libro, además, es un repaso por las obras más significativas de tres arquitectos: Ramón Pajares Pardo, Francisco Prieto-Moreno y José Antonio Llopis Solbes. Sus obras religiosas y civiles son analizadas con atino y detalle. Uno de los valores de la obra de Almansa Moreno es contextualizar los ejemplos de una provincia esquinada y pobre como Jaén en el marco de una nueva realidad técnica, política e ideológica adscrita a una dictadura. De ahí, el énfasis que el autor pone en trazar caminos paralelos respecto a lo que se hacía en Jaén frente al debate abierto y la política de obras del resto del país.

Francisco Prieto-Moreno Pardo fue uno de los más eximios representantes de la restauración en tiempos de Franco. Fue militante de la Falange, íntimo de Antonio Gallego Burín (su legado ha sido revisado por Mateo Revilla, Antonio Jara y Alejandro Víctor García) y se hizo cargo de la dirección del principal conjunto monumental granadino cuando el régimen depuró a don Leopoldo Torres Balbás, padre de la Alhambra moderna.

Prieto-Moreno fue director de la Alhambra desde 1939 hasta su jubilación en 1977. En esos años le dio tiempo a resolver el Palacio de Carlos V, remodelar el antiguo convento de San Francisco como sede de un parador de turismo y concluir la trama de los jardines altos del Generalife. Pero la larga sombra de Prieto-Moreno como director general de Arquitectura se proyecta en las cuatro provincias de Andalucía oriental. En Jaén, además de su conocida intervención en el santuario de la Virgen de la Cabeza, trabaja en otros ocho municipios entre 1955 y 1956, en obras religiosas la mayoría de las veces.

Almansa Moreno advierte con acierto la cercanía que Prieto-Moreno mantuvo con los postulados de su maestro Torres Balbás. No oculta las fases históricas por las que atraviesa el monumento, pero a veces sucumbe a los postulados restauradores a fin de acercar la obra a una unidad de estilo.

En 1958 la Dirección General de Arquitectura asume las funciones de la Dirección General de Regiones Devastadas. Al amparo de la recuperación económica, la nueva institución comenzará a preocuparse por la ordenación de los conjuntos históricos, el énfasis hacia un urbanismo más moderno y un sesgo de rentabilidad económica frente a la valoración cultural del monumento y su entorno. Úbeda y Baeza en Jaén o Santa Fe en Granada serán algunas de las ciudades andaluzas donde la nueva dirección ponga su acento en la búsqueda de revalorizar sus atractivos turísticos.

Son los años en que la dictadura, a través del Ministerio de Información y Turismo, quiere ofrecer al mundo un rostro de amabilidad, atractivo y apertura. Pero como bien recuerda el profesor Almansa Moreno aquellos años traerán intervenciones historicistas y folclorista que poco tienen que ver con la restauración científica que imprime los trabajos arquitectónicos en buena parte de los países de la Europa de aquellos años.

Lo que se busca es transmutar la identidad local en identidad turística. Pero no todo serán desaciertos. El libro pone un ejemplo que el autor tiene cerca. La plaza Vázquez de Molina, conocida en el vecindario como la plaza de Santa María, es el solar asimétrico a la que asoman los monumentos más importantes de Úbeda.

Entre 1951 y 1959 los arquitectos Rodolfo García Pablos y Ramiro Moya Blanco subdividen la plaza en tres ambientes de distinto carácter, enlazados entre sí, cuya disposición con ligeros cambios ha sobrevivido hasta hoy. No hay que salir de Úbeda para percibir otros cambios: la plaza del general Leopoldo Saro o los miradores de El Salvador son otros ejemplos de intervención en aquellos años.

Muy cerca de allí, en Baeza, se remodela por esos años la plaza del Pópulo y se traslada la antigua Carnicería, mientras en Jaén los resultados obtenidos en sendas ciudades renacentistas anima a acometer remodelaciones en la plaza de Santa María y en el entorno de la iglesia gótica de La Magdalena, germen de la primera ciudad romana, donde con los años intervendrá, entre otros, el arquitecto Luis Berges Roldán.

Para evitar la mala praxis restauradora de la que fue objeto buena parte de la arquitectura y el urbanismo de aquella época, Almansa Moreno propone en sus conclusiones “la creación de equipos multidisciplinares en la restauración monumental en la que arquitectos, arqueólogos, historiadores y técnicos de bellas artes trabajen de manera conjunta, buscando las medidas adecuadas para asegurar la correcta conservación de los bienes”.

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