José Vidal-Beneyto (1927-2010). Del antifranquismo a la denuncia de la corrupción sistémica

Hace diez años, el 16 de marzo nos dejaba José Vidal-Beneyto, más conocido como Pepín. Un libro reciente de Irene Liberia Vayá, José Vidal-Beneyto. Sociología crítica y resistencia democrática: una vida a contraviento (Alfons el Magnànim, València, 2019), basado en la Tesis doctoral de la autora y en la ayuda que le proporcionó la que fue compañera de Pepín durante sus últimos 40 años, Cécile Rougier, recoge gran parte de la larga e intensa trayectoria vital e intelectual de esta figura singular e inclasificable. Porque, desde su independencia ideológica y partidaria, fue un activo participante en la lucha antifranquista, un pionero de la sociología crítica española y un promotor de una incontable lista de iniciativas y proyectos a lo largo de toda su vida.

Jaime Pastor / Politólogo y editor de ‘Viento Sur’ /16/03/2020

Si bien es cierto que fue más conocido por su papel como uno de los organizadores del famoso “contubernio de Munich” en junio de 1962, calificado así por la dictadura, y, luego, como uno de los principales portavoces de la Junta Democrática, antes de que su apuesta por la ruptura democrática se viera sustituida por una “reforma pactada” con Suárez y Juan Carlos I, lo es mucho menos por su persistencia en promover plataformas de investigación, pensamiento y acción política disidentes  durante toda su vida.

En efecto, tras su experiencia juvenil en el Opus Dei, muy pronto entró en contacto en París con referentes intelectuales como Edgar Morin o Merleau-Ponty para en los años 1965 a 1971 impulsar espacios de sociología crítica como CEISA (en donde, como recordaría Alfonso Ortí, se sentían por primera vez “ideológica e intelectualmente libres”) y la Escuela Crítica de Ciencias Sociales en Madrid, actividades que fueron abortadas por la dictadura. Ya en el contexto post-68, estimulado por su estancia como profesor visitante en diferentes centros universitarios estadounidenses durante 1971-1973, amplía su estudio de las nuevas corrientes de sociología crítica y empieza a priorizar su interés por el papel de los medios de comunicación de masas.

Más tarde llegaría su frustración ante lo que calificó como una “transición intransitiva” o “circular” (recordemos sus obras Del franquismo a la democracia de clase, en 1977, y Diario de una ocasión perdida, en 1981) y por la contribución que acabó jugando la línea editorial de El País (del que fue socio fundador y accionista) a su legitimación.

Una actitud crítica que le llevó a rechazar la evolución de una mayoría de la izquierda hacia su adaptación creciente a la ola neoliberal en las décadas posteriores y a optar, en cambio, por participar desde el primer momento en el movimiento antiglobalización desde las páginas de Le Monde Diplomatique y como cofundador de Attac. Una implicación, por cierto, que se vio acompañada por un distanciamiento progresivo frente a la deriva que estaba tomando la Unión Europea hasta el punto de, frente a muchas de sus antiguas amistades, pronunciarse a favor del No a la Constitución europea en el referéndum convocado por Zapatero en 2005.

Su mirada pesimista ante lo que definió como “la derechización del mundo” se vio reforzada a medida que observaba cómo la democracia liberal se veía devorada por una “corrupción sistémica” que se extendía por todas partes. Su libro Corrupción de la democracia, publicado meses después de su muerte como una reelaboración y un afinamiento, como explicaba en su Introducción inacabada, de la larga serie de artículos que publicó a lo largo de los cinco años anteriores en El País, da buena prueba de ello. Un conjunto de trabajos que, si se leen ahora, una década después, pueden sorprender por la enorme actualidad de la mayor parte de los problemas que abordan (como, por ejemplo, el titulado “Fondos buitre”) y, sobre todo, porque no se limita a analizar la corrupción como un fenómeno superficial, sino como un factor de perversión asociado estrechamente al tipo de capitalismo realmente existente. No fue casual, por cierto, que inaugurara una de sus últimas iniciativas, el Foro de Debates Ciudadanos, con la colaboración del diario Público, con un debate sobre “Corrupción y democracia” en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Insistía también en que esa “perversión de la democracia” tenía que ver en el caso español con el hecho de que “el sepultamiento de la memoria política de la transición, que se tradujo en una primera fase en una banalización de la dictadura, se ha transformado en una naturalización histórica del franquismo”, como dejó escrito en Memoria democrática (2007).

Otras iniciativas, como Resistencia crítica (en la que apelaba a un “trabajo prepolítico que por una parte refuerce los grupos de base y robustezca el movimiento social y, por otra, contribuya a la crítica ideológica y al lanzamiento de un nuevo frente doctrinal”) y la Cooperativa de ideas Walter Benjamin. En ambas tuvo la excepcional virtud de ser capaz de reunir a una gran diversidad de personas de distintas procedencias, si bien su esfuerzo no tuvo continuidad tras su desaparición. Empero, siempre quedaría su impronta en la gente a la que convocaba, su llamada de atención, en fin, ante la necesidad de “superar la impotencia teórica y oponerse a la regresión social y política que domina las sociedades civiles europeas y el espacio público mundial”.

Una regresión que ha avanzado a pasos acelerados desde entonces hasta el punto de amenazar con un colapso civilizatorio que pone en riesgo definitivamente el futuro de la vida en este planeta, convertido por la acción humana bajo el capitalismo en un lugar cada vez más inhóspito. Una cuestión que, por cierto, fue objeto de uno de sus últimos artículos, “El macabro vodevil de Copenhague”, el 2 de enero de 2010: en él se refería a la reciente Cumbre sobre el clima en la capital danesa, denunciando su fracaso y solidarizándose con la lucha del movimiento ecologista.

Otra obra póstuma, Celebración de París. Lugares y gentes (2017), también nos muestra otro rasgo de Pepín: el de un “parisino por adopción” que, como resume Juan Goytisolo en el prólogo, presenta “una tan rigurosa como amena reflexión sobre el espacio cultural y social de los cafés, pasajes y salones en donde se desenvuelve la vida literaria y artística de la ciudad”. Pendiente está también la publicación de Diciendo No. Testimonio de una lucha: apuntes de crítica y política (España, 1965-1975), periodo sobre el que tenía mucho que decir respecto a la intrahistoria de la oposición antifranquista.

Como se puede desprender de este recorrido por los hitos que he considerado más relevantes, no es fácil extraer una definición sintética de la trayectoria vital de Pepín Vidal. Son muchas las que aparecen en el libro de Irene Liberia resaltando una u otra de sus facetas: “un valencià d’honor de París”, “activista del conocimiento”, “gran conspirador”, “hombre de redes”, “comunicólogo”, “una resistencia crítica que, lejos de menguar con el paso del tiempo, se vuelve en él cada vez más radical”, son solo algunas de ellas. Quedémonos al menos con la más corta que él mismo eligió para el título de su autobiografía inacabada: Una vida a contraviento.

José Vidal-Beneyto (1927-2010). Del antifranquismo a la denuncia de la corrupción sistémica