Julia Rufo, la mujer que se metía en la fosa para salvar vidas

Podría ser para la historia lo que fue, una mujer que arriesgó su propia vida para salvar la de los demás. Pero Julia Rufo, violada con 15 años y harta de limpiar mierda, no sale en los libros de Historia.

10 abril, 2019 /

Julia Rufo fue una mujer valiente. Nunca dependió de nadie. Siempre hizo lo que quiso. Nació a finales del siglo XIX. En 1888, vivió el terrible año de los tiros, primera gran huelga minera española, que acabó con la muerte de dos centenares de personas. Tuvo miedo, claro. Era una niña. Y una niña era también cuando se fue a trabajar para llevar a su casa algo más que una taza de cebada. Podría ser la protagonista de cualquier novela, de cualquier película. Podría dar nombre a una calle de una gran ciudad. Podría ser para la historia lo que fue, una mujer que arriesgó su propia vida para salvar la de los demás. Pero Julia Rufo no sale en los libros de Historia.

Todo lo que van a leer a continuación lo sabemos por su bisnieto Carmelo Rufo, que ha querido hacer justicia con su bisabuela. Nunca faltaron flores se llama el libro, editado por Niebla, en el que narra de manera sencilla, cariñosa y dolorosa, a la vez, la Historia de esta mujer con nombres y apellidos de un pueblecito de Huelva, Higuera de la Sierra. Una mujer que, sin permisos de paternidad ni de maternidad, puso como condición a su primera pareja que cuidara de su hijo para que ella pudiera trabajar. “Como ya saben ustedes, está de moda ser feminista. Pero el feminismo no es una moda. Es una revolución necesaria. Esta cuarta ola del feminismo que estamos viviendo, Julia ya la defendió por nosotras y por nosotros. Entonces, cuando vayan a enfrentarse al libro, intenten verlo también desde esa perspectiva feminista, desde todo lo que hemos tenido que pasar”, explicó en una de las presentaciones del libro la periodista Vanesa Navarro.

Con 15 años, Julia Rufo fue violada por el señorito para el que trabajaba. Tuvo un hijo fruto de esa violación. Fue, decían entonces, la “vergüenza” del pueblo. Se tuvo que ir a otro municipio, a Nerva, a buscar trabajo. Y nunca, nunca dejó de trabajar. Día y noche, limpiaba mierda. En las casas, en los bares, en el convento. Noche y día.

Su hijo, Santiago, creció. Trabajó en el “abujero”, a pesar de ella, que sabía que el agujero era una mina de explotación y muerte y no quería que su hijo acabara ahí. “No puedo soportar tanta muerte. Esto es un matadero de personas en una guerra sin razón”, le escribió a su madre desde el frente, más tarde, en Marruecos, en otro agujero aún más grande. Nunca volvería a pisar una guerra, se prometió Santiago. Nunca, pensó Julia. Hasta que años más tarde, llegó otro agujero, la guerra civil, del que también logra salir con ayuda de su madre.

Las calamidades, la inmundicia y la enfermedad le arrebatan a Julia la vida de su segundo hijo. Y es en esas visitas diarias que hacía a la tumba, una noche, en el cementerio, cuando Julia descubre otro agujero. Otra noche escuchó los gritos, los tiros. El agujero comienza a llenarse de cuerpos. Ya no hay guerra. Hay dictadura. Julia se mete en la fosa, rebusca por si aún hay alguien con vida y lo saca. “Me llamo Bartolomé y vivo en La Cañadilla, número 22. Mi mujer se llama Antonia”. Y allá que iba Julia, en busca de ayuda. Vio rostros muertos conocidos en aquella fosa y vio cómo a algunas mujeres las rociaron de alquitrán, les pegaron plumas y las pasearon por las calles del pueblo. En Higuera fusilaron a un grupo de mujeres procedentes de otro pueblo vecino, Zufre.

Julia Rufo fue una mujer valiente. Nunca dependió de nadie. Siempre hizo lo que quiso. Nació a finales del siglo XIX. No sale en los libros de Historia ni en la historia del feminismo. “Nadie sabía que era Julia quien ponía las flores en el camino del cementerio para honrar a los fusilados”, escribe su bisnieto.

Julia Rufo, la mujer que se metía en la fosa para salvar vidas