Julio Diamante (cineasta): «La Transición fue de una violencia extraordinaria»

Julio Diamante / Cineasta

“La Transición fue de una violencia extraordinaria”

CTXT.ES | GONZALO DEL ARCO | MADRID | 5-4-2017

Julio Diamante debió nacer en 1931, por estética republicana y por la propia naturaleza. Pero su padre y su madre, embarazadísima, habían salido a pasear en barca. Les cogió un tormentón en la bahía de Cádiz y los arrojó a la mañana siguiente a una playa lejana, así que se adelantó el parto. Por eso vino al mundo el 27 de diciembre del 30. Y cuando se le dice que a sus 87 años sorprenden sus ganas de cantar, su manera de improvisar unas letrillas, su ironía, su lucidez, apunta que son 86, “no por nada, sino por precisión”.

Uno de los nombres más significativos de la política y la cultura españolas desde 1956. Multifacético y rebelde. Una figura muy admirada y poco conocida, aunque no es referente oculto: la gente del cine, del teatro, de la música, de la universidad, lo conoce y lo reconoce de sobra. Resistente antifranquista, director de cine, teatro y televisión, escritor, actor, hombre de radio, guionista, especialista en jazz, blues y flamenco, o al revés, a ratos cantaor aficionado. Burlador de la censura, militante comunista, republicano convencido y crítico con cómo se resolvió el final del franquismo. Su última película, La memoria rebelde (2012), recoge testimonios fundamentales para reconstruir la historia de España desde la Segunda República hasta la llamada Transición democrática. Un documento imprescindible para entender quiénes somos y de dónde venimos. Se pueden ver retazos de ella en YouTube, como de las demás. Y lo pongo en un aprieto cuando le pregunto:

¿Quién es Julio Diamante?

Qué voy a decir, no sé, bueno, vamos a ver…. Es que eso es un poco difícil, si hablas mal de ti mismo eres imbécil y si hablas demasiado bien pareces pretencioso y estúpido.

(Carraspea, sonríe, duda, se rasca la cabeza, y habla de Cádiz y de su padre).

Pues soy una persona que nació en Cádiz, lugar que amo con todas mis fuerzas y lamento no haber vivido allí más años, porque dio la casualidad de que mi padre, que era ingeniero del Puerto de Cádiz, fue trasladado a Madrid, luego estalló la guerra, cosa, como es bien sabido, que partió España en todos los sentidos. Mi padre estuvo en la defensa de Madrid, como ingeniero, luego responsable de la distribución de aguas en Madrid, después estuvo en una cosa muy interesante, lo nombraron jefe del tercer batallón de puentes, encargado de construir los puentes del río Ebro. Durante bastantes años yo no pude volver a Cádiz, hay una especie de memoria de exiliado, de modo que muchas veces tengo yo más fijación que los que han vivido allí.

Fue el primer líder estudiantil, organizó el Congreso de Escritores Jóvenes en 1955.

En la universidad entré en el primer grupo antifranquista, soy fundador, organizamos la primera revuelta estudiantil y por primera vez en el franquismo se decreta el estado de excepción. Y a causa de eso soy detenido. Además, había el proyecto del congreso universitario de escritores jóvenes. Este congreso no llegó a celebrarse porque se trataba de que sirviera como tapadera de actividades más políticas, para reuniones masivas que de otra manera no se podían hacer. Al tiempo que estudiaba Medicina, que posteriormente abandoné, estudiaba en el llamado Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Ahí monté con mucho éxito, con perdón, alguna cosa de teatro, una versión libre que hice de  La máquina de sumar, de Elmer Rice. Eso me sirvió, porque yo quería estar en la Universidad de San Bernardo que era un poco el epicentro de las inquietudes. Fui nombrado secretario general del Congreso.

Era popular…

Sí, de tal manera que hay algún informe de la policía que dice a este Diamante hay que detenerle, aplastarlo, fastidiarlo, pero tened cuidado, que es muy popular. Eso figura en los informes de la policía.

Creo tuvo una ‘magnífica’ relación con el supercomisario Conesa.

Sí. En el 1955 soy secretario general y consigo que me nombren director del teatro de la Universidad Central, donde empiezo a montar una versión libre de El Proceso, de Kafka. Entonces muere Ortega y Gasset, y con ese motivo hay un acto muy bonito y muy importante, organizamos una marcha, yo suelto un discurso allí de partida, que sirvió para que la policía me llamara ‘El orador de San Bernardo’. Fuimos desde San Bernardo, cortando la Gran Vía, pasando por la Puerta del Sol, hasta la sacramental de San Isidro. Ese acto tuvo muchísima repercusión, poco después se prohíbe el Congreso por un lado y por otro la representación de El Proceso. Entonces pensamos hacer en la universidad elecciones libres, que hasta ese momento controlaba el SEU, una cosa bastante delicada. En febrero de 1956 se produjo un enfrentamiento terrible entre los estudiantes y se decretó el estado de sitio. Cayeron el ministro, que era Ruiz Jiménez, y el rector de la universidad, que era Laín Entralgo.

Y es cuando lo detuvieron.

A raíz de eso me detienen y me llevan a la DGS. Allí estoy bastantes días, porque al decretar el estado de sitio me podían tener el tiempo que quisieran. A partir de ahí fue un poco cómico, como me habían detenido dos veces salí de Madrid prudentemente, me fui con un tío a Huesca. Iba a mi casa la policía y era tan agobiante que decidí volver y entregarme. Fui a la DGS y me dijeron “qué quiere”, “hablar con alguien de la `político social”, “pues espere ahí”. Al cabo de un buen rato apareció uno de la brigada. Y, “qué quiere”, “vengo por el asunto de la universidad”, y “cuál es su nombre”, “Julio Diamante”. Entonces el tío sale corriendo hacia el pasillo y grita: “Ya tenemos a Diamante”.

Era usted un tipo peligroso.

Y además tiene gracia porque me llevan por el pasillo y nos encontramos con el comisario Conesa, que entre la pregunta y la afirmación dice, “a ti te gusta mucho Ortega, y Unamuno y kafkán” (así llamó a Kafka). Y ya empezaron los interrogatorios, que eran bastante duros.

¿Cómo eran?

A ver, felizmente no fueron lo que yo entiendo por torturas. Como en la radio extranjera te citaban, pues no era el tratamiento tan violento como con los obreros. El 90 por 100 me los hizo el famoso supercomisario Conesa. Me sacaba fotos con tíos muertos o ensangrentados, “¿eso es lo que tú quieres?”, me agarraba, me zarandeaba. Y viendo que ese era mal camino empezaron a ser más sutiles. Te decían “¿esto no te gusta?”. “Pues no, podría mejorar”. “Y qué país te gusta”, “No sé, Suecia, Francia”. ” Sí, claro, socialistas”. Era un disparate. Yo, “bueno, por las francesas, que tienen mucho encanto, y los vinos”. Un día me metieron en una estancia y llega Conesa y dice, “a ti te gusta mucho el cine”, digo “sí”, y añade, “el cine ruso”. Dije “es muy interesante, sobre todo por el montaje”. “Ah, te interesa el montaje”, digo “sí, aunque hay otras cinematografías que casi me interesan más”. “Cuáles”, dije, “pues la alemana, y el cine sueco”. “Ah. ¿El sueco? Pues háblame de cine sueco”. Estaba yo en la mesa, él enfrente y detrás, absolutamente en penumbra, tres más. Entonces empecé a soltar un speech que si Victor Sjöström, que si tal. Y cuando llevaba ya un buen rato, pensé que de un momento a otro me dirían, oye te vas a reír de tu padre, y se liarían a darme porrazos. Y yo entonces prudentemente me callo. Y me dice Conesa, “¿por qué te callas?”. “Porque ya he hablado del tema”. Dice, “No, no, sigue”. Y yo, “pues Mauritz Stiller, y hay otra generación también interesante…”. 

Le dio una lección magistral.

Disparatado. Bueno, en el Festival de Benalmádena di una retrospectiva de Victor Sjöström y otra sobre la obra de Alf Sjöberg, así que me sirvió aquella conferencia.

Diamante dirigió durante 18 años, desde 1972 a 1990, la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena. Se encargó de dar a conocer buena parte del cine que se hacía en el mundo. Entre el compromiso político y la cultura, Diamante era leído, viajado y con idiomas. Desde que hizo el bachillerato viajaba a Francia, se buscaba algún trabajo de la construcción –recuerda: “Una parte de cemento y tres partes de piedra picada, lo echaba en una máquina y salían unos ladrillacos”–. Aunque su pretensión era ver cine y teatro. Y regresaba con maletas llenas de libros que aquí no se podían encontrar. También iba a la filmoteca francesa, lo que para él era estar en el paraíso. Así que volvía y le preguntaban qué había visto. Él contaba los títulos y los nombres. Conoció, por ejemplo, nada menos que a Erich von Stroheim,  “personalmente, me lo presentó Lotte H. Eisner, la gran historiadora del cine alemán, luego conocí a Fritz Lang, era una gozada”. Tiene un libro, Cine, cultura y libertad: Contra las sombras y el silencio (Berenice),  donde cuenta esas cosas, así como la historia del Festival de Benalmádena, una época políticamente convulsa, de pelea constante con la censura.

Parece que fue experto en torear a la censura.

Dirigí el festival. Yo no he sido nunca un político, ni he querido serlo, pero lo que siempre, siempre, he tenido es una inquietud entendida como compromiso ciudadano, que he mantenido profesionalmente, en la asociación de directores o en la federación europea de realizadores. En mi entendimiento del cine como instrumento de cultura era esencial la defensa de la libertad de expresión. Por supuesto tuve un enfrentamiento total y frontal con la censura, no solo la española, sino de todas partes, porque yo defendía todas aquellas cosas que me parecían valiosas, interesantes, que fuera por razones de censura económica, o política, o llámala sexual, tenían problemas en sus respectivos países. Eso provocaba enormes tensiones porque de pronto me llamaba el embajador de tal. A veces se superaba la censura por cuestiones de tenacidad. Es decir, prohibían un año una película, pues yo la presenta al año siguiente, y así colé varias.

¿En la Transición fue más fácil dirigir el festival?

Se habla de la transición como un periodo muy tranquilo y fue de una violencia extraordinaria, que se tradujo en el festival incluso con amenazas de bomba. Al mismo tiempo había situaciones cómicas. Estaba prohibida, de entrada, cualquier película donde se cantase La Internacional. Entonces se pasaba una película titulada La juventud de máximo, rusa, dirigida por Grigori Kozintsev. Una obra clásica y magnífica. Yo estaba en mi despacho y los de la censura vinieron, “Julio, no puede pasarse la película porque cantan La Internacional, así que lamentándolo mucho…”. Y entonces voy con ellos, el proyeccionista inicia la proyección y cuando llega un momento me vuelvo a los censores y les digo, pero es que esto no es La Internacional.  ‘Ah, ¿no?, “No, es La Varsoviana”. Y empiezo a cantar, “A las barricadas, a las barricadas…”. “Ah, pues entonces sí se puede pasar”. Era surrealista. Tenían la orden de prohibir La Internacional y no la conocían.

La idea que ha quedado de la Transición es distinta.

Se cuenta como una situación paradisiaca, pero la cosa fue más dura de lo que parece. Hubo muchos muertos, vinieron profesionales pistoleros de Argentina, de Italia. Puede verse un aspecto positivo porque sirvió para entenderse, pero otro no tan positivo porque el diálogo que se estableció era muy condicionado. Franco murió, pero el franquismo no había muerto. El ejército era el ejército de Franco, la policía, los jueces…

Hace poco Alberto Garzón dijo algo así como que la izquierda se había vendido en la Transición.

No sé si la palabra vendido es exacta, creo sencillamente que la izquierda estaba cansada, por el número increíble de años de represión. Se abría como una ventana para poder intervenir y creo que quizá faltó un poquito de serenidad. Había mucha tensión y mucho miedo, mucha violencia, se temía que de pronto se produjera un golpe de los franquistas.  No se trataba de hacer una revolución, pero sí plantarse para ver hasta dónde se podía llegar. En ese sentido se aceptó una serie de cosas que ahora se ven, su debilidad, los agujeros que había.

¿A qué se refiere?

Por ejemplo, la ley de amnistía tal y como se entendió. Amnistía para quién, porque los llamados rojos ya habían sido castigados, condenados o fusilados, o habían perdido sus carreras. Entonces la amnistía era para los señores de la derecha que habían abusado o los crímenes o los latrocinios que habían hecho, la amnistía era para ellos, justamente para limpiarse. Y luego también desde mi punto de vista la cuestión de las elecciones, tenía que haberse visto de otra manera. Cuando los golpistas había un régimen democrático en España, con una Constitución que los historiadores consideran una de las más avanzadas y democráticas de entonces, pues al producirse la muerte de Franco hubiera sido necesario volver a retomar el régimen que había entonces, es decir, la República, o al menos haber hecho un referéndum, monarquía o república. Y ninguna de las dos cosas se hizo, algo bastante impresentable.

¿Cree que es el momento de hablar de la República?

Hay que ver que el rey Juan Carlos fue nombrado a dedo por el dictador y hoy ya van quedando pocas monarquías, pero en ninguna de ellas ha sido el rey elegido así. Por un dictador sanguinario y fascista, como si en Alemania Hitler hubiera nombrado a dedo a un rey que estuviera ahora, o en Italia, Mussolini, o Salazar, en Portugal. Es un poquito surrealista. No se hizo al llegar la Transición algo esencial, y es que debería haber vuelto a la república o referéndum. Entonces habría que estudiar la manera de dar una legitimidad a la monarquía o por el contrario darlo a la república. Es una opinión que no pretendo imponer a nadie, pero yo pienso que la monarquía estaba muy bien en la Edad Media, cuando el  rey tenía una misión centralizadora frente a los señores feudales. Hoy ya en función de qué, ¿de la sangre? Llevan sangre de Recaredo, o sangre de Fernando VII, uno de los personajes más viles y canallescos de la historia de España o de la Chata. Yo lo veo como una cosa cronológicamente pasada.

Hay historiadores que reescriben la historia del levantamiento y la guerra.

Durante cuarenta años la historia de España ha estado contada por historiadores franquistas, por tanto, tergiversada. Y eso, aun después del franquismo, se ha mantenido. No se ha hecho una auténtica lectura profunda y verdadera. Continuamos con una especie de conspiración de silencio.

Otros dicen que mejor no remover.

Claro, no tocar. Es como una herida que tú la tapas, pero sigue el pus ahí. Los vencidos de la Guerra Civil no han tenido la oportunidad de explicarse.

El Tribunal Supremo echa atrás la propuesta de Garzón de sacar a Franco del Valle de los Caídos.

Justamente al final de mi película La memoria rebelde, Jiménez Villarejo dice que la existencia del Valle de los Caídos es una bofetada para la democracia. Y ese monumento debería convertirse en un museo del horror y recoger en él lo que fue toda la miseria.

En esa película reconstruye la historia de España desde la II República hasta la Transición.

Es una película en la que, por ejemplo, no hay ni una sola frase en off, para no condicionar. Es un documental, de largo metraje, que empieza en la II República, la guerra, la posguerra y la Transición. Me apetecía hacer una reflexión de ese largo periodo, cosa que no se había hecho en cine. Elegí una amplísima serie de personajes, de una manera muy abierta, donde hay personas de la cultura, del cine, Rafael Azcona, varios sacerdotes, el padre Díez Alegría, monseñor Iniesta y muchas otras personalidades, todas ellas aceptadas como personas de prestigio.

¿Hubo algún personaje que no pudiera meter?

No, hubo alguno que había muerto. Por ejemplo, el padre Llanos. Tuve bastante relación con él. Cuando iba al Pozo del Tío Raimundo y había gente de la izquierda que me decía por qué tienes amistad con ese cura. Y luego, claro, el padre Llanos se convirtió como el brazo de Santa Teresa de la izquierda.

Julio Diamante, el gaditano que se siente exiliado de su ciudad, ha sido durante muchos años referente de la izquierda y de los movimientos ciudadanos. Y al mismo tiempo faro de la cultura por su condición de hombre polifacético, alguien que en el Renacimiento no habría desentonado. Por sus películas –Los que no fuimos a la guerra, Tiempo de amor, El arte de vivir, Sex o no sex–, por sus guiones para televisión, por sus montajes teatrales, por su labor de profesor en la Escuela de Cine, por sus libros, por sus poemas, por las lecciones de música en sus programas de radio. Un maestro del jazz –él pronuncia yaz– y el flamenco, porque además fue actor…

Su papel de Don Estrafalario, con Don Manolito, interpretado por otro director de cine, Jesús Franco, en Esperpentos el tríptico Martes de Carnaval, de Valle-Inclán, es de esas rarezas como perlas en la historia del cine español.

José Luis García Sánchez había sido alumno mío en la Escuela de Cinematografía. Yo había hecho algunas veces de actor en el teatro, pero en cine poco, un papel curioso de monje trombonista, iba con mi burro y mi trombón. Total, que lo vio José Luis y me vino, joder no sabía, eres un actor cojonudo. Y entonces me dio el Don Estrafalario. Y bueno, pues con Jesús Franco me divertí mucho. Le ayudé porque estaba entonces físicamente fastidiado, yo felizmente entonces no había tenido la caída que me fracturó la cadera y estaba fresco y boyante. 

Cada martes acude puntual a su comida-tertulia con gente del cine, del periodismo y del teatro, donde es admirado, bien recibido y aclamado cuando aporta una improvisación, unas letrillas o un cante. Y de su voz y su talante y su humor puede salir unos tanguillos republicanos o un solo de trompeta, o trombón o clarinete, que improvisa con su swing, sus ojos vivos y traviesos y su aparente fragilidad. No es casual que escribiera unos poemas que tituló Blues jondo, o que tuviera un bar donde se escuchara blues.

¿Que le sale mejor, el jazz o el flamenco?

Es que para mí el flamenco y el jazz son dos músicas que tengo incorporadas desde la infancia. Tenía 15 años cuando fundé Hot Club de Jazz. Entonces el jazz estaba bastante mal visto por las derechas y también por la izquierda, que le parecía una cosa más frívola y americanizada. Y yo siempre he defendido lo contrario. Siempre hay que hablar del auténtico flamenco y el auténtico jazz y el auténtico blues. El problema es que hay cantes de estos que son canción popular, y no es flamenco. Y en el jazz, muchas cosas frívolas y chorras.

¿Estar por la autenticidad es ir contra la fusión?

Yo soy de Cádiz y Cádiz es justamente uno de los lugares esenciales del flamenco. Se entendía tradicionalmente que había tres puntos, Cádiz, Jerez y Triana. Pero Cádiz y los Puertos, de donde eran los grandes cantaores legendarios, el Fillo y el Planeta, con dos estilos distintos, el Planeta más fino, con letras, el Fillo con la voz más rota. A ver, durante mucho tiempo el flamenco ha sido una cosa bastante cerrada, que se transmitía casi familiarmente.  La fusión, algunas cosas me parecen interesantes, pero no estoy de acuerdo con la fiebre-fusión que se ha vivido.

La música, el cine, la transición, la guerra, su padre, la censura, Francia, Franco. Y la República. Julio Diamante está lleno de historias vividas, de nombres con los que ha tratado, de recuerdos, y de cantes. “Incluso en la película de Esperpentos, de García Sánchez, le dije si quieres echo un canto ahí. Improvisamos bastante, dentro de la fidelidad a Valle: ‘Qué bonita esta Triana cuando ponen en su puente, banderas republicanas”.

http://ctxt.es/es/20170405/Politica/11998/Julio-Diamante-franquismo-cine-transicion-republica.htm