La biblioteca revolucionaria de Prado del Rey que la represión aniquiló en 1936

“Una biblioteca pública integrada en gran parte por libros de revolucionarios y de herejes”, informó el sacerdote de Prado del Rey (Cádiz), Eduardo Espinosa, al arzobispo de Sevilla.

PÚBLICO | MARÍA SERRANO | SEVILLA | 23-4-2020

El sacerdote de Prado del Rey (Cádiz) Eduardo Espinosa, informó rápidamente al arzobispo de Sevilla en vísperas del golpe militar de una “biblioteca perversa”. Describía el ambiente libre y anticlerical que tenía la biblioteca de su pueblo, un espacio que aportaba “temerosamente” felicidad a sus vecinos. “No hay que perder de vista en Prado del Rey que los más son refractarios a toda autoridad. En su mayoría son jóvenes, víctimas de perversas doctrinas que se difunden en ese desgraciado pueblo por medio de una biblioteca pública integrada en gran parte por libros de revolucionarios y de herejes“.

Prado Libre, un pueblo volcado por la cultura y su biblioteca

Los revolucionarios, calificados así por aquel cura, describía a un pueblo volcado en el auge cultural de la Segunda República, y al que llamaban antes de la guerra, Prado Libre. Sus vecinos gozaban de una vida cultural similar a la de una ciudad española de aquellos días, en un municipio donde vivían apenas 4.000 habitantes en el corazón de la sierra de Cádiz.

Fernando Romero, investigador, aclara a Público cómo se toparía con esta historia en su estudio de la represión de la provincia en Cádiz sin pasar desapercibida. “La biblioteca se inauguró en mayo de 1918, pero las actas que se han conservado de las sesiones celebradas por su junta directiva comienzan justo un año después”. Dos décadas de cultura y alfabetización que tuvieron lugar gracias a la Sociedad La Cultura Pro Biblioteca fundada por los emigrantes de Prado del Rey que desde Argentina sufragaron la creación de este espacio, a miles de kilómetros de distancia.

La biblioteca salía a la luz bajo el lema “La instrucción y la educación, base de la felicidad humana”. Estos emigrantes, residentes en Buenos Aires, organizados por Juan Martín Gutiérrez, sufragaron un fondo de que llegó a tener casi dos mil libros y que en muy poco tiempo tuvo más de doscientos treinta socios.

Frasquito, el carpintero autodidacta, alma de la biblioteca 

Juan Martín ideó una biblioteca que pudiera “contribuir al progreso cultural y social de su pueblo natal”. Aquellos emigrantes tenían que buscar una figura que lidiara en el día a día de este espacio por la lejanía de su lugar de residencia. Fernando Romero declara a Público que pronto encontraron un candidato. “El alma de la biblioteca en el pueblo fue Francisco Gutiérrez Oñate, un carpintero autodidacta, a quien todos conocían como Frasquito“. Aquel jornalero que militaba en organizaciones anarquistas se volcó en los libros. “Siempre estuvo presente en los órganos directivos de La Cultura ocupando diversos cargos, entre otros el de bibliotecario, y durante los últimos trece años fue su presidente” aclara Romero a Público.

La Cultura siempre tuvo reticencias con el gobierno local y los alcaldes como ocurrió durante la Segunda República con el alcalde maurista y cacique del pueblo José Romero Molero. Fernando Romero señala que “vio desde sus comienzos con recelo la biblioteca y prefirió́ mantenerse al margen de ella” sin aportar ni un duro”. “Una actitud que provocó el malestar de la comunidad de emigrantes de Prado del Rey en Argentina, que no entendían desde el ayuntamiento no hacían nada por fomentar la biblioteca” ni el progreso cultural en Prado del Rey.

Veladas literarias, conferencias, teatro y banda de música

Frasquito y todos los miembros de la Cultura lucharon para adquirir “un amplio y céntrico local social” que, además de alojar la biblioteca, acogía todo tipo de actividades culturales y recreativas. “Periódicamente se celebraban veladas literarias, conferencias, actuaciones teatrales y bailes de sociedad”. Además se instituyó el Día del Libro, que se celebraba el 12 de mayo, “por ser el aniversario de la inauguración de la biblioteca, y destinaba anualmente cien pesetas para premiar a los alumnos más aplicados de las escuelas del pueblo” señala el investigador Fernando Romero.

En ‘La Cultura’ se admitía todas las ideologías

La Cultura no hacía distinción de socios, ya que eran admitidos todos los vecinos de Prado del Rey. En su artículo 5 era considerada una organización independiente de la política. Admitía en su centro a “todos los individuos de ambos sexos amantes de la cultura y la moral, de cualquier tendencia política, filosófica, religiosa o social”.

No solo fueron las reticencias de los caciques y la derecha lo que llevó a la biblioteca a pasar por malas épocas. En medio de la revolución de octubre 1934, con la insurrección de grupos obreros en el pueblo, bajo el grito “Viva la revolución social”, cambió el rumbo de la actividad cultural de Prado del Rey. “Se adueñaron de pueblo rápidamente y quemaron los archivos del ayuntamiento, del juzgado y de la parroquia” narra Romero. La revolución no duró ni diez horas. Sin embargo, la Guardia Civil cerraría muchos centros de Prado del Rey. El acta de cierre de la biblioteca parecía inevitable. Un teniente de la Guardia Civil, justificaba su cierre diciendo que pertenecía “a los elementos avanzados y que más se han significado en los incendios y en la agresión a la fuerza pública”.

La biblioteca no pudo acoger de nuevo actividades hasta febrero de 1936. Casi dos años de cierre con una actividad cultural que se volvía a retomar a pocos meses antes de una Guerra Civil que lo cambiaría todo. “Tras la instrucción de la causa de la revolución de 1934, finalizada el 12 de enero de 1936, Frasquito pudo volver a abrir las puertas y a dar entrada libre a sus vecinos”. Aquel carpintero fiel a la cultura estuvo señalado dentro de la causa, aunque salió totalmente absuelto.

La quema de dos carros de libros a las afueras del pueblo

Juan Martín, emigrante y uno de los fundadores de la biblioteca, fue testigo antes de regresar a Argentina de cómo la violencia fascista acabó con un proyecto único en Prado del Rey. “Los libros fueron eliminados, pero no se trató de un expurgo reglamentado y burocratizado sino de una limpieza en caliente“. Martín recordaría como “las nuevas autoridades registraron la biblioteca y extrajeron y quemaron en las afueras del pueblo dos carros llenos de papeles, folletos y libros comunistas y pornográficos”.

Frasquito logró salir con vida de aquel escarnio, aunque la represión se llevó a alguno de los suyos. “Sus enemigos no habrían dudado en asesinarlo si se hubiese quedado en Prado del Rey” Mataron a uno de sus hijos y a varios familiares más. Romero aclara que Frasquito “estuvo escondido en la Sierra de Guadix con otros del pueblo hasta el final de la guerra”. Cuando regresó a Prado del Rey, nada era ya lo mismo. La biblioteca había sido arrasada. Y sus ejemplares quemados a las afueras del pueblo. Un tribunal militar lo condenaría a 12 años y un día de cárcel por sus actividades sociales y políticas. Pasaría por el Campo de concentración de Guadix, la cárcel de Prado del Rey, y la Prisión del Partido de Jerez de la Frontera.

A su salida Frasquito pidió la devolución de todas las pertenencias al capitán general de Andalucía, donde “pudo averiguar que su máquina de labrar estaba depositada en el ayuntamiento; la estantería de sus libros en el cuartel, y que lo demás se lo habían repartido entre varios vecinos del pueblo”. Romero afirma a Público que “tuvo el valor de reclamar al capitán general de Andalucía la devolución de todos los bienes que tenía en 1948”. Recuperó muebles, algunas herramientas, pero nunca les devolvieron los libros personales que guardaba en su biblioteca con más de cien ejemplares. No se quedó a vivir en aquel pueblo. Ya bastante fatigado, se trasladó a Dos Hermanas (Sevilla) para no recordar su pasado en Prado del Rey ni el triste final de su biblioteca.

Frasquito, a pesar de su atrevimiento pudo tener respuesta solo del expolio de sus libros. La Guardia Civil le informaría que habían sido “destruidos al principio del Glorioso Movimiento Nacional por acuerdo de las autoridades locales”. De la biblioteca popular de Prado Libre, que ya nunca más se llamó así, desapareció casi la mitad de su catálogo. 658 ejemplares que no aparecieron en el inventario de 1940. Obras de Marx, Lenin, Trotsky Bakunin, Ferrer Guardia, Unamuno, Zola… todos se perdieron bajo las cenizas.

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