‘La caja roja’ de la Guerra Civil española.

Comer con ganas. Pobres comiendo en el restaurante del Casino de Sant Sebastià de la Barceloneta en el verano de 1936.
 

Seguimos escudriñando la Guerra Civil española porque en ella seguimos encontrando tantas respuestas como interrogantes sobre lo que somos como país, como sobre lo que somos como sociedad y seres individuales. Seguimos sumergiéndonos en las instantáneas que la retrataron porque fue el primer conflicto bélico en el que el fotoperiodismo empezó su divorcio de la fotografía propagandística bélica para convertirse en el oficio dirigido a registrar pruebas documentales: los negacionistas tendrían las alas mucho más amplias si solo conserváramos crónicas escritas de lo ocurrido. Seguimos queriendo ver cómo saltó todo por los aires porque, como advirtió Primo Levi sobre el Holocausto, “si ha sucedido, puede volver a suceder”. Y, de hecho, no ha parado de repetirse a lo largo de la historia de la humanidad.

Y una nueva obra nos permite seguir viendo nuestro reflejo en aquel espejo. La caja roja, de Antoni Campañà, editado por comanegra, nos da a conocer por primera vez el trabajo cotidiano de este fotógrafo catalán sobre los tres años de la contienda en Barcelona. Tras cincuenta años escondidos en dos cajas en su garaje, una selección de aquellos 5.000 negativos nos permiten ahora algo poco habitual: apreciar, paso a paso, cómo la guerra transforma una misma ciudad y a sus habitantes: la polarización política previa, los curiosos observando las momias de monjas disecadas expuestas ante las iglesias, los civiles examinando las primeras barricadas, el entusiasmo de milicianos y milicianas –uno incluso marchando al frente con su perro en la mochila–, el multitudinario entierro del líder anarquista José Buenaventura Durruti, las expectativas de militantes independentistas cargando con sus esteladas, los escombros de los primeros bombardeos fascistas, la búsqueda de supervivientes, el traslado a los hospitales de los niños heridos, los grafitis propagandísticos de los leales a la II República, un motín de mujeres pidiendo el aumento de la ración de pan ante una Consejería… Y atisbar cómo los rostros son cada vez más tensos, angulosos y contritos, hasta llegar al paisaje tras la batalla: los restos de la retirada republicana en Portbou.  

Pero Antoni Campañà Bandranas (Arbúcies, 106-Sant Cugat del Vallès, 1989) es en sí una figura que nos habla de la complejidad que hay tras el blanco y negro de sus fotografías. Este simpatizante de Acció Catalana Republicana, es decir, republicano nacionalista catalán de centroizquierda e intelectual, era también un católico practicante. Marcado políticamente por su trabajo documental de la Barcelona republicana, consiguió permanecer en su ciudad tras la victoria de los golpistas después de que un conocido limpiara su expediente. A partir de entonces, se volcaría en la fotografía deportiva y en su negocio de venta de cámaras. Evitaba hablar de política y de su trabajo durante la guerra, pero puso su vida en peligro al desobedecer la orden del régimen de entregar las fotos a Falange. Las mantuvo ocultas durante toda su vida, incluso tras la llegada de la democracia.

Ahora, gracias a su familia y a la labor del periodista Plàcid Garcia-Planas, al historiador Arnau Gonzàlez i Vilalta y el fotógrafo David Ramos, gozamos del privilegio de poder volver a aquellos años, desde una mirada que se posa en la vida ordinaria de la urbe, en la población civil que se convierte poco a poco en actor armado y en víctima de aquel laboratorio de la II Guerra Mundial, en la derrota de la democracia resumida en esas multitudes que dieron la bienvenida a las tropas fascistas con el brazo en alto. Entre ellas, seguro, muchos hombres y mujeres sonrientes que evitaban así ocultar el terror que hacía temblar sus manos.