Las heridas de Mauthausen que aún sangran
Familiares de deportados coruñeses rinden homenaje a Arturo García Lagares, asesinado en el campo de Gusen, y a otros represaliados de la ciudad con los que compartió presidio
Hay reencuentros que tardan décadas y heridas que nunca dejan de sangrar. Contra estas, no hay mejor medicamento que la memoria. Gemma Guitián se reencontró con su bisabuelo, Arturo García Lagares, muchos años después de la muerte de este en el campo de concentración de Gusen, junto a otros cientos de inocentes. García Lagares, afiliado al sindicato anarcosindicalista La Cosmopolita y enfermero marino de profesión, había sido trasladado allí desde Mauthausen.
Hasta ahora, su bisnieta no había podido contar su historia. “Por circunstancias familiares, todo fue ocultismo, supongo que por protección, por miedo, por la vida. Nos llegaron muy pocas cosas de él. Me gustaría poder contar más cosas, pero no puedo. Es una pena”, lamentó ella. Gemma Guitián pudo descubrir el hombre que fue su antepasado gracias a la investigación de David Lozano y Adriana Pereiro, que bucearon en el archivo hasta dar con los pasos de aquel coruñés asesinado en los campos de exterminio nazis. Al final, dieron también con Guitián, que ahora podrá conocer la historia de aquel hombre cuyo recuerdo se llevó el silencio y el miedo. “Empezamos a buscar a los familiares y tuvimos la suerte de encontrarlos, por si fuera poco, nos contactaron familiares de Adrián del Castillo, otro coruñés deportado”, contaron los investigadores, este viernes, en un acto de homenaje a todos ellos celebrado en el Circo de Artesanos.
La Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (AHRM), impulsora de estas investigaciones, rindió tributo a García Lagares a través de una ofrenda floral en uno de los recuerdos tangibles de su paso por el mundo: el stolperstein dorado con su nombre grabado en el suelo de la calle San Andrés.
Fue Alamán, nieto de Martín Ferreiro, el que puso una de las notas más emocionantes del homenaje, al leer las cartas que otro preso, Alfonso Bregua, remitió a la familia de Ferreiro para informar de su muerte en el campo de exterminio. Bregua, a diferencia de los demás, salvó la vida, pero nunca olvidó al amigo que dejó en el campo. “Estuvimos juntos hasta el final. Le quería como si fuese mi padre. Nada pude hace para evitar el desenlace. Solamente quiero que su mujer y sus hijos tengan resignación y calma, convencidos de que su marido nunca hizo daño a nadie […] murió como los hombres, por una idea”, escribió Bregua a la viuda de Martín Ferreiro.