La fosa del “hombre desconocido” en Aragón y el último paseo de rodillas de Sebastián Bretos

La tumba de un párroco asesinado por falangistas sirve de referencia para hallar una zanja con dos cuerpos: Sebastián Bretos y su hasta ahora “anónimo compañero”.

Foto: Sebastián Bretos y el acta de defunción del “hombre desconocido”. CEDIDA – Fernando Torralba

Sebastián Bretos hace un último paseo por su pueblo, de rodillas. Arrastra su cuerpo, camino a la muerte. Y el peso de las cadenas que le maniatan. En las calles de Riglos (Huesca) pervive la escena como una estatua de memoria desterrada al olvido. La Guardia Civil y falangistas lo detienen, por anarquista, y lo ejecutan en agosto de 1936. Una fosa con dos cuerpos en el cementerio viejo de Loscorrales apunta que, 86 años después, han sido rescatados sus huesos.

“Un hombre desconocido”. Así rezan las actas de defunción atribuidas a Sebastián y su “anónimo compañero” de desaire y sepultura. Los cuerpos aparecen tirados en un paraje natural, días después de su asesinato. El verano caliente del terror fascista aplica su canícula de sangre para dejar un país sembrado de desaparecidos.

“Lo pasearon por el pueblo a culatazos”, precisa en conversación con Público Fernando Torralba, sobrino-nieto de Sebastián Bretos. Tras abrir la tierra “todo apunta a que son ellos, son dos como dicen las actas y por cronología coinciden“, confirma. Con la otra víctima “estamos en camino y es posible que demos con la familia”, desvela. Fernando solicita a principios de este año la localización y exhumación de una fosa común clandestina de víctimas civiles de la represión franquista en el antiguo camposanto loscorralino.

Las labores arqueológicas —arrancan el 22 de julio— han sido promovidas por la Asociación por la Recuperación e Investigación Contra el Olvido (ARICO) y realizadas por el Equipo Arqueológico Forense de Aragón (EAFA). Los trabajos reciben financiación a través de ayudas de la Diputación Provincial de Huesca y de la secretaría de Estado de Memoria Democrática del ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática del Gobierno de España desde el II Plan de Fosas.

Sin última despedida

Sebastián Bretos Pérez nace en Riglos el 28 de marzo de 1900. Con su mujer, Francisca López Artieda, tienen un hijo, al que ponen el nombre de su padre. En su trabajo en la antigua fábrica del carburo de la Estación de La Peña ejerce de enlace sindical del sindicato Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

Una vida que salta en pedazos el 3 de agosto de 1936. Ese día Sebastián trabaja en su huerto y ahí va a ser detenido por la Guardia Civil de Ayerbe, acompañados por falangistas. Cuentan que días antes no quiso acompañar en su huida al maestro Mariano Constante Arán. Total, ¿qué había hecho? Nada. “El maestro consiguió huir, acabó en un batallón luchando por la República, y su hijo en Mauthausen… Era el cóctel perfecto, del maestro y el sindicalista”, en palabras de Fernando Torralba.

La fosa común en el cementerio viejo de Loscorrales. CEDIDA / EQUIPO ARQUEOLÓGICO

Encadenado, roto por el destino que vislumbra, sus captores lo pasean por las calles de su pueblo natal. Sebastián avanza arrodillado. Casi a rastras pasa por delante de casa Tornero donde su hijo dormita en brazos de su madre. Ahí, en la puerta, Francisca asiste a la secuencia. Y los verdugos niegan la posibilidad de una última despedida.

El secuestro de Bretos continúa en el Cuartel de Ayerbe. Un par de jornadas después de ser detenido, el 5 de agosto, su hermana Mercedes le lleva comida y ropa limpia… “Ya no la necesita”, recibe como respuesta. Sebastián sube a un camión junto a otros presos. Ella quiere acercarse, abrazarlo y, cuentan, acaba apartada de forma violenta por los guardias civiles del lugar. “Ella se lanzó al cuartelillo, era la única forma de saber si estaba vivo… y cuando bajábamos a Zaragoza siempre volvía la cara al pasar por ese lugar”, cuenta Torralba.

“Hallado cadáver”

El 15 de agosto del 36 aparecen dos cuerpos, muertos y abandonados en mitad de un encinar. Tras la comunicación del hallazgo, trasladan a los dos hombres al cementerio viejo de Loscorrales, donde quedan enterrados en una fosa al lado de la tapia. En los libros de defunciones queda registrado el caso.

“Hallado cadáver en El Carrascal”, queda escrito en el acta. Las mismas palabras describen en el otro documento a quienes mueren a consecuencia de “heridas producidas al parecer por balas de fusil”. Las páginas ponen luz al doble crimen: “Que el desconocido fue hallado muerto en El Carrascal de este término sin que pueda precisarse el tiempo que lleva cadáver por hallarse en descomposición”.

Torralba: “En las aldeas rurales iban ya escabechando a la gente”

Y cuentan, también, quienes eran: “Vestido como los labradores del país, con chaqueta de lonilla clara, pantalón de pana oscuro y alpargatas blancas”. La comarca aragonesa de la Hoya de Huesca sucumbe también a la pedagogía del terror. “En las aldeas rurales iban ya escabechando a la gente”, describe Fernando Torralba. Como cuenta la tierra.

La zona sur del cementerio centra los trabajos arqueológicos. Ahí, junto a la tapia, señalan los testimonios orales recabados por las familias de víctimas del franquismo. Un punto de referencia clave que determina la ubicación es la tumba del párroco de Loscorrales, mosén José Pascual Duaso, asesinado por falangistas el 22 de diciembre de 1936.

“Tenía que haber escapado”

“El trabajo en la fosa lo llevo con mucha alegría, como que me puedo ir al otro mundo pasando una página, cumpliendo, y lo que le dije a mi madre, que falleció hace tres años, que lo encontraríamos y se lo llevaríamos“, relata Fernando Torralba. La voz, entrecortada, transmite emoción desde el otro lado del teléfono.

Con la tierra abierta, y los huesos al aire, “un familiar decía que se tenía que haber escapado, pero claro, cómo lo iba a hacer si su mujer tenía a su hijo en brazos y él no había hecho nada”, lamenta. La memoria, al final, es una herencia que trasiega sus propios vericuetos. “Sebastián Bretos es uno más, uno de los miles que como él fueron asesinados por el fascismo en este país”, coincide.

“Decían que se ponía a defender a los obreros, que hacía buenas migas con el maestro republicano… esto como justificación”, narra. “Hubo un tabú en la familia, en Riglos, muy serio”, prosigue. O la “transmisión oral negra” que queda en el pueblo, señalando a Bretos como autor del descarrilamiento de un tren “y sí es cierto que ocurrió, pero a él lo matan en el 36 y el atentado fue en el 37”.

La “transmisión oral y cronológica” que vive su familia está mezclada, por esto, “con el duelo y el silencio”. Una mezcla que Torralba hereda de su madre, Engracia Lasheras Bretos. “Ella siempre decía ‘tu tío como Jesucristo, murió por todos’, como un reflejo claro de la huella del nacionalcatolicismo”, aprecia Fernando. Sebastián, aparte de tutor legal de Engracia, “era el eje de la familia, el que sabía leer y escribir“.

Torralba: “Era el eje de la familia, el que sabía leer y escribir”

Y los golpistas quisieron borrar de la historia a aquel sindicalista amigo del maestro republicano. “Desaparecieron todos sus objetos, incluso sus fotos, la que tenemos la conseguí después de más de 80 años y cuando se la enseñé a mi madre tuvo una reacción… tan triste“, confiesa. En ese momento Engracia toma la instantánea, la besa, llora. “Sebastián también está muy majo, eh, y tan joven”, dice, como queda registrado en el vídeo que ha podido ver este redactor.

“Mi madre siempre lo tuvo en su recuerdo y fue quien me trasladó todo. Quisieron apartar a la persona, hasta sus objetos, y esto es un silencio muy jodido. Si hay duelo, tienes la oportunidad de llorar al menos, aquí no hay ninguna, los mataron y los hicieron desaparecer sin dejar que las familias al menos tuvieron un sitio donde ir”, denuncia Fernando Torralba.

Aquí está, pese a todo, Sebastián Bretos Pérez. Y el de su compañera, Francisca López Artieda. Y el hijo en común, Sebastián. O su hermana, Mercedes. Y Engracia, y Fernando, y todos los nombres. La intervención que ha rescatado los restos óseos de la tierra ha sido llevada a cabo por el Equipo Arqueológico Forense de Aragón (EAFA), bajo la dirección de los arqueólogos e historiadores Javier Ruiz y Cristina Sánchez, la arqueóloga Ana Rubio y la antropóloga Annika Fieguth, además de Miguel Ángel Capapé Garro, en representación de ARICO.

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