En el año 1949 las presas políticas de la cárcel de Segovia comenzaron una histórica huelga de hambre en solidaridad con el aislamiento de una presa, que había denunciado las pésimas condiciones de vida que sufrían en la prisión.
MADRID /15/03/2020 09:11 / ALEJANDRO TORRÚS
Lugar: cárcel de mujeres de Segovia. Fecha: 25 de febrero de 1949. La abogada chilena M. Klinfel visita el espacio acompañada de un buen número de funcionarios de la dictadura franquista para conocer el estado del sistema penitenciario. La letrada pregunta a las presas. Hay tensión en el ambiente. Primero responde María Salvo. Enumera irregularidades. Klinfel toma nota y pregunta a otra presa. Es Mercedes Gómez Otero. Rompe a hablar. No hay quien la pare. Habla de las inyecciones con jeringas que no han sido hervidas tras tratar a tuberculosos. De los váteres dentro de las celdas. Del hacinamiento. La falta de sábanas, de abrigo, de alimento. Y la puntilla:
– “Estamos en la cárcel por luchar contra el régimen de Franco“, exclamó Mercedes Gómez Otero.
– “En un régimen comunista, por eso que está usted diciendo, la fusilarían“, respondió el capellán de la prisión, que también acompañaba a la visitante.
– “No sabemos lo que pasará esta noche cuando se vaya esta señora”, responde Mercedes Gómez Otero.
La respuesta por parte de los responsables de la prisión no se hizo esperar. Esa misma noche la Junta de Disciplina acordó que el castigo sería individual y que Gómez Otero sería recluida en una celda de castigo por tiempo ilimitado. La decisión fue comunicada al día siguiente. Por la noche solo había dos funcionarias en la prisión y las autoridades temían un motín.
Mercedes Gómez Otero era la única castigada por denunciar las condiciones de todas las mujeres encerradas en la prisión. El resto de mujeres no lo aceptan. Comienza el jaleo. Gritos, golpes y toques de timbre. Las presas políticas exigen la vuelta de Mercedes o el castigo colectivo. Era sencillo: o todas o ninguna. La dirección de la cárcel se niega. Castigarlas a todas era reconocer una acción colectiva, de raíz política, por parte de las presas. El motín ya está formado.
“Nos subimos a las ventanas y empezamos a dar gritos, a llamar al pueblo de Segovia, les decíamos: ‘Pueblo de Segovia, por favor, nos están castigando, nos están matando a palos, avisad a nuestras familias. Avisad en este hotel, a esta señora, y decidle que están torturándonos por haber hablado'”, relató la presa política Antonio García a Tomasa Cuevas, que plasmó sus palabras en la obra Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas.
La situación superó a la dirección del centro, que pidió ayuda a la Prisión Provincial. Llegaron trece nuevos funcionarios para meter a cada presa en su celda. Porras, golpes y autoridad a base de sangre. Pero las políticas ya habían acordado una respuesta al castigo a Mercedes Gómez Otero. Quedaba convocada una huelga de hambre de cuatro días. Otra vez: o todas o ninguna. La dirección de la cárcel reflejó que 171 reclusas de un total de 383 se unieron a la huelga de hambre. Es decir, la práctica totalidad de las políticas más alguna presa común.
“A cada hora de la comida pasaban con las calderas del rancho que traían las comunes y se volvían con ellas intactas. Ninguna política claudicó. Cuando nos daban una escoba para barrer la celda, mientras duraba la operación la funcionaria María Sacristán se ponía en un lugar bien visible con un bocadillo en la mano comiéndolo delante nuestro. Hasta ahí llegaba su sadismo”, relató la presa María Salvo a Tomasa Cuevas.
El libro Lucha tras las rejas franquistas, de Santiago Vega Sombría y Juan Carlos García Funes, refleja las consecuencias de la decisión de las mujeres de esta manera: “La escasez de esos días dejaría posteriormente graves secuelas en ellas. Sus condiciones de vida se endurecieron: no se les daba abrigo hasta las diez de la noche (en pleno invierno segoviano), se les dejó sin utensilios de aseo, no se les dio toalla en cinco días, se les retiró íntegramente la comida particular (del exterior o del economato), las labores, hilos, ropa, papel…; era imposible sentarse en el suelo de las celdas por la humedad y durante el día no tenían los petates, debiendo permanecer de pie hasta la noche”.
La reacción colectiva y contundente de las presas políticas ante las autoridades carcelarias no había sido casualidad. Había sido espontánea, sí. Pero la solidaridad entre las presas llevaba años fraguándose. Su funcionamiento en prisión es descrito por el catedrático en Historia de la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes como “economía identitaria”. “Desde el inicio de su cautiverio consideraron que la acción política básica consistía en salvar la vida, sobrevivir. Pero sobrevivir colectivamente para impedir las relaciones selváticas de un entorno y situación cuya estrategia de poder consistía en generar competencia por los bienes escasos. Ese esfuerzo por el bien común significó constituir un espacio de civilización en el que habitar según sus costumbres éticas, opuestas a las de funcionarías y religiosas”, describe Vinyas.
Mercedes Gómez Otero había denunciado las condiciones, sí. Pero no había sido una decisión individual. Las presas políticas de la cárcel de Segovia estaban organizadas políticamente según su partido y la visita de la abogada había sido preparada como una acción política. Comunistas, anarquistas y socialistas dialogaban dentro de la prisión a través de un comité de enlace. No queda claro si este comité había elegido a Mercedes como portavoz o fue el propio azar el que llevó a la jurista chilena a preguntar a Mercedes. Pero de ninguna manera podía pagar una sola por una acción colectiva. O todas o ninguna.
“La huelga de hambre fue precisamente para mantener su condición de presas políticas. Fue una huelga para ser tratadas, precisamente, como políticas. A los hombres se les reconocía como “presos llamados indebidamente políticos”, pero a las mujeres se les negaba esa condición. Por eso reivindican su condición de políticas. Si desaparecía su condición de políticas, ¿qué estaban haciendo en prisión durante tantos años? ¿Para qué aguantar? ¿Por qué luchaban? Les iba la vida en ello. Se jugaban su propia identidad”.
La doctora en Historia Contemporánea y profesora en la Universidad Carlos III Matilde Eiroa señala que la huelga de hambre de estas mujeres muestra la “cohesión social que habían alcanzado”, “su alto grado de solidaridad” fruto de un trabajo previo de acercamiento realizado entre rejas y su firme voluntad de “exteriorizar su protesta”.
Y así fue. Su protesta llegó al exterior. Como consecuencia, también llegó a la cárcel el inspector Sánchez Trigueros, que convocaba y dirigía una nueva extraordinaria Junta de Disciplina, para tratar de poner orden. La primera decisión fue no aprobar el acta del día anterior en el que se decía que las motivaciones de la protesta no eran otro que “los deseos de la población reclusa de no desaprovechar la más mínima oportunidad para demostrar su desafección al régimen”. La nueva Junta eliminó esta referencia. Tal y como señala la obra de Vega y García, “una institución base de la dictadura no podía reconocer la motivación política en la acción de unas presas”.
“Esta acción política de las presas fue un gran pulso a la dictadura de quien no tiene más que sus cuerpos y su dignidad para hacer frente no sólo a la dirección de la prisión sino a todo un sistema penitenciario que había convertido a España en una prisión“, señala Juan Carlos García Funes.
“He estado todos estos años pensando que la única cosa que no me podían ustedes quitar era mi dignidad, no la voy a perder ahora porque me den la libertad”
La huelga de las presas finalizó, tal y como estaba previsto, el 30 de enero. Las 171 involucradas ya estaban en celdas de castigo y allí continuarían durante un largo período. Las sancionadas con falta grave fueron liberadas de aislamiento cuatro meses más tarde, a fines de abril. Pero al resto, acusadas de falta muy grave, las mantuvieron en la misma situación hasta junio, y sólo se les permitió hacer vida colectiva aisladas del resto de políticas, confinadas en un patio separado.
Las consecuencias se dejaron sentir de manera inmediata y aparecieron las enfermedades. “Muchísimas mujeres agotadas hubieron de ser llevadas a la enfermería y ser reanimadas con glucosa. El informe del inspector médico decía que el olor a acetona se notaba, expresión clara de que las mujeres estaban viviendo de sus últimas reservas orgánicas”, recoge la obra de Santiago Vega Sombría y Juan Carlos García Funes.
Además de las consecuencias físicas, reclusas como Antonia García, Victoria Martín y Francisca García vieron cómo la prisión suspendió las ordenes de puesta en libertad que llegaban a su nombre por haber cumplido ya condena. Si querían salir en libertad tenían que retractarse. Este es el testimonio que dejó Antonia García:
“El director me llamaba cada dos por tres para decirme que hiciera una declaración por escrito diciendo que me arrepentía y yo, cada vez que me llamaba, le decía: ‘Mire usted, yo he estado aquí once años injustamente y ahora no voy a perder la vergüenza haciendo una cosa así, cuando eso lo haría cincuenta veces que se volviera a repetir. He estado todos estos años pensando que la única cosa que no me podían ustedes quitar era mi dignidad, no la voy a perder ahora porque me den la libertad. Yo no voy a firmar eso‘”.
Antonia García no salió en libertad condicional hasta un año después, el 19 de febrero de 1950. La dirección argumentó haber levantado el castigo porque en unas y otras “se había logrado el debido arrepentimiento”. La realidad era bien diferente. Tal y como muestra el ejemplo de Antonia García, las presas fueron presionadas para que se retractasen y se negaron. “En realidad no tenían razón alguna para retractarse. Podían ganar muy poco a cambio de perder mucho: el rechazo de sus compañeras, además del sentimiento de vergüenza tan arraigado en la cultura resistente, y eso sí podía resultar insufrible”, explica Vinyes.
El historiador rescató del archivo de la cárcel la carta de una presa que en el verano de 1949, desde su confinamiento en un patio, explicaba a sus familiares las consecuencias y razones de una huelga de hambre que sólo había hecho que empeorar sus condiciones de vida. La carta señala que el castigo fue “durísimo” y que habían perdido todo cuanto tenían. No obstante, concluía de la siguiente manera: “Con nuestro ‘ruido’, creo que hemos ganado más que hemos perdido”, reflexionaba.
Para las presas políticas, habían ganado. Habían conquistado una victoria ética y moral. “Valorar como un éxito la huelga de Segovia a pesar de las brutales consecuencias que conllevó, significa que para aquellas mujeres vivir era ser, y ganar era no consentir (…). Si ‘morían’ las razones por las cuales habían sido capturadas, ¿qué quedaba de ellas? ¿Qué sentido tenía su vida entre muros, rejas, monjas y capellanes? Trataron pues de actuar afianzando, consolidando y defendiendo su identidad en un mundo organizado precisamente para destruirla, y en su defecto, ocultarla”, sentencia Vinyes. O todas o ninguna.
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