La primera abogada de León tenía expediente de «roja»

DIARIO DE LEÓN | ANA GAITERO | LEÓN | 28-3-2017

Ya habían pasado más de 100 años desde que se creó el Colegio de Abogados de León, en 1844, cuando la primera mujer se propuso traspasar sus puertas y ejercer la abogacía en la provincia. Se trata de Rudesinda Fernández Pereiro (Villafranca del Bierzo, 1910-?), una mujer que por entonces ya contaba con 36 años de edad y estaba casada.

Poco se sabe de esta berciana que obtuvo el título de Licenciado en Derecho —como se ponía y se pone aún en muchas titulaciones oficiales— en la Universidad Central de Madrid aquel mismo año en el que el país trataba de salir de la posguerra a duras penas.

En el archivo del Ilustre Colegio Oficial de Abogados de León (Ical) consta la solicitud de puño y letra de esta pionera, junto con una copia de los pagos al Estado por el título provisional de letrada.

Pero su rastro se pierde entre estas dos hojas que se guardan en una carpeta verde. No se ha podido constatar si se le autorizó la colegiación, aunque parece que no había ningún obstáculo para ello, y si llegó a ejercer como abogada en León.

Su rostro permanece aún en el anonimato. De Rudesinda Fernández Pereiro se conocen, sin embargo, otros datos de su vida debido a que durante la Guerra Civil fue detenida en León «por haberse negado a saludar en el momento en que la banda de música de FET interpretaba el himno nacional y era arriada la bandera frente al monumento a los Caídos».

Así se desprende del expediente rescatado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Esta asociación busca desde hace tiempo a familiares de Rudesinda Fernández Pereiro para entregárselo. Su nombre forma parte del listado de víctimas F junto a varias decenas de personas de las que la asociación tiene información y busca a familiares.

El expediente de auditoría de guerra que abrieron a Rudesinda Fernández Pereiro desvela que en 1938 vivía en León, más en concreto en la plaza de la Pícara Justina, y que por entonces era estudiante de Derecho.

Rudesinda es tachada de «izquierdista» y se le reprocha que aconsejara a su hermano, Domingo Fernández Pereiro, que no declarara nada en contra de su voluntad antes de ser fusilado. De su conducta se dice que se atiene a los cánones morales aceptados y se deja constancia de que, antes de ser fusilado el hermano, asistía alguna vez a la iglesia católica.

La auditoría de guerra se cerró sin propuesta el 29 de julio de 1938, un mes y diez días después de su apertura. El comandante juez instructor concluyó que los hechos que se aportaban no eran hechos que «ofrezcan la apariencia de delito» por lo que se acordó el sobreseimiento provisional de la causa.

No obstante, el auditor de guerra deja la posibilidad de que le sea impuesta a la joven, que por entonces contaba con 28 años, una multa de doscientas pesetas. Si le obligó a pagarla o no, también es un misterio.

Lo que sí parece, a tenor de sus declaraciones, es que era una mujer valiente. Rudesinda Fernández Pereiro declaró que se dirigía a su casa cuando, al pasar a la altura del colegio Carmelitas de León, casi en la esquina de Alfonso V, «oyó tocar la marcha real y no levantó el brazo ni se paró para saludar por considerar que dada la distancia al monumento de los Caídos y por no verlo, no tenía esa obligación». Relató también que «un señor desconocido de una manera imperiosa y grosera le mandó pararse y levantara el brazo».

Rudesinda aseguró que obedeció la orden, pero que al hombre «no le gustó» y le ordenó levantarlo de nuevo y rectificar la posición, a lo que se negó porque le pareció que la intención del desconocido era «únicamente molestarla». El hombre tomó sus datos y la mujer siguió su camino. Según su declaración oficial, cuando llegó a la altura del comercio de Lubén, en Ordoño II, «le mandó que le acompañase a las oficinas de Falange» donde fue interrogada. Luego la dejaron irse a casa.

Al día siguiente se presentó en su casa la delegación de orden público para comunicarle que tenía que personarse en San Marcos. La mujer declaró que como no le precisaron la hora pensó en hacerlo a las cinco y media, cuando iba a dar clases de las asignaturas de Derecho que cursaba, para no alarmar a su madre. Sin embargo, pocos minutos antes se presentaron los guardias en su casa y la llevaron a San Marcos.

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