La sonrisa que no pudo borrar Billy el Niño

La sonrisa que no pudo borrar Billy el Niño

Ainhoa Pawlowsky Echegoyen / 23 diciembre, 2019

A mi madre todo el mundo la conoce como Kutxi. Aunque no se llama así. Su verdadero nombre es Felisa. Felisa Echegoyen. Supongo que de pequeña ya le preguntaría por qué tenía dos nombres y supongo, también, que me contestaría lo que sé hoy: que nunca le gustó su nombre. Siempre la vi, desde bien pequeña, presentarse a todo el mundo como Kutxi, que es el sobrenombre, el apodo, que le pusieron sus amigos de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) durante los años de lucha antifranquista. Por aquel entonces todos tenían un apodo. Supongo que serán las cosas de la clandestinidad. Lo cierto es que mi madre se quedó con el apodo y así se llama ahora para todo el mundo: la Kutxi.

Contaros en estas páginas quién es mi madre es francamente complicado. A ver cómo lo digo. Mi madre es, ante todo, un terremoto. Un culo inquieto. Una mujer que no se cansa. Una luchadora con la sonrisa siempre puesta. Cuando nos vemos siempre tiene algo que contarme. Una asamblea con los amigos de La Comuna (una asociación de expresos y expresas de la dictadura), una lucha, una manifestación. Siempre hay algo que la mantiene activa. En continuo estado de alerta. Es decir, es muy de contar batallitas pero no de las de la abuela. Mi madre sigue luchando hoy como lo hizo durante la dictadura.

A ver. Es que quizá el lector no lo sepa. Mi madre fue detenida y encarcelada durante la dictadura franquista. Como tantos y tantas otras, mi madre pasó por Yeserías. La verdad es que nos lo contó tanto a mi hermano como a mí cuando éramos bien pequeños. No puedo decir que me causara sorpresa o que me resultara extraño. Simplemente crecí sabiendo que mi madre había luchado contra Franco y que eso le había costado un tiempo en la cárcel. Recuerdo que un día pasamos por delante de la antigua cárcel de Carabanchel y nos dijo: “Aquí es. Aquí estuve yo”.

Pero sería mucho tiempo después cuando me enteré de más detalles. Yo crecí sabiendo que mi madre había estado en prisión, que no es poco, pero nada más. Creo que en aquel momento ni siquiera pensé en las implicaciones que tiene estar en la cárcel durante una dictadura. Fue hace tan solo unos pocos años cuando supe que había sido torturada por Antonio González Pacheco, al que seguro que conoceréis como ‘Billy el Niño’, uno de los policías más violentos de la dictadura.

Me enteré cuando ella y otras víctimas de la dictadura decidieron poner una querella en Argentina para intentar acabar con la impunidad del franquismo en España. Fue en ese momento cuando me mandó su testimonio y me informó de que se iba a querellar y que quería que supiéramos cuál era su testimonio. Nunca me había imaginado tal cosa. Nunca me había imaginado que cinco policías entraron a su casa tirando la puerta abajo, que comenzaron a darle puñetazos, a tirarle del pelo, a darle patadas… Nunca imaginé que sacaron su cabeza por la ventana, que ‘Billy el Niño’ le metería un trapo en la boca, hasta la garganta. Nunca pude imaginar que mi madre, en ese momento, pensó que su vida se acababa ahí.

Porque yo lo que sabía es que mi madre había sido detenida por tener propaganda política en casa. Y no pensaba que por ese delito fuera a recibir un trato así. Así que leí cómo mi madre contaba en un papel que ‘Billy el Niño’ la insultó, que la llamó puta con ese aliento apestoso a alcohol, que le preguntaba cosas morbosas. Y no pude hacer otra cosa que sentir mucho asco. Asco infinito. Pero la parte más dura de la declaración estaba por llegar. Leí que mi madre había sufrido golpe tras golpe hasta colapsar. Hasta quedarse completamente rígida. Sin poder mover ni un solo músculo. Y todo ello por no saber dónde tenían guardada una multicopista.

Me duele pensar que hoy día ese señor sigue teniendo medallas que le felicitan por su trabajo, por las torturas a mi madre, que le permiten cobrar más dinero de pensión que el que le corresponde. Me duele pensar que las torturas a mi madre le han supuesto ascensos y promociones profesionales. Me cuesta creer que alguien pudiera haber apalizado de esa manera a una muchacha de 26 años.

Pero todo aquello sucedió. Y leerlo me ha permitido entender y conocer mejor a mi madre. Entender mejor su lucha, su deseo de acabar con la impunidad de la dictadura. Su deseo de obtener justicia. Y ahora me gustaría que fuera ella quien, cuando mi hijo pequeño crezca, le pudiera contar todo aquello. Que le cuente lo que vivió, las razones por las que luchó, las batallas que ganó y también las que perdió.

Sé que mi madre considera que esta democracia que tenemos hoy es imperfecta. Que la Transición no fue lo que nos contaron en la escuela y en la televisión a la gente de mi generación. Y yo, gracias a ella, gracias a su testimonio, también creo que se tendrían que juzgar los crímenes de la dictadura, que para poder pasar página tenemos que reconocer que se hizo mucho daño a personas que estaban luchando contra el franquismo. Que tenemos que juzgar a los torturadores, sacar a las víctimas de las cunetas y recuperar la memoria.

Espero que mi madre, Felisa y Kutxi al mismo tiempo, pueda contar algún día todo esto y mucho más a su nieto, a mi hijo. Pero quizá sea mucho pedir. No lo sé. Y que al final de esa historia le cuente que, por fin, ha obtenido justicia.

La sonrisa que no pudo borrar Billy el Niño