Las cruces a los caídos por Dios y por España: así recordó Franco su victoria.

La dictadura dispuso de un equipo especial que controlara todos estos monumentos, ubicados en decenas de municipios. Lugares de exaltación al régimen, acompañados siempre por la participación de la Iglesia católica, que ahora se releen como elementos históricos que necesitan ser democratizados.

La moneda que se incrustó en España en abril de 1939 cayó de canto. Durante los cuarenta años de dictadura y las décadas que la siguieron, la cara de Franco continuaba impertérrita. En el reverso, la cruz de la Iglesia católica que legitimó la contienda y apoyó una política de memoria histórica interesada, que eliminaba cualquier diferencia entre sus propios muertos. Todos ellos habían caído por Dios y por España. Los del otro bando, el democrático pero perdedor, también habían caído pero aún no se sabía dónde, o no se podía decir, o no se quería saber. Solo los primeros fueron recordados por el régimen en monumentos sobrios, como la mayoría de la parafernalia que desplegó el franquismo. Esta es la historia de la cruz que ensombreció España hasta que el sol volvió a salir en el siglo XXI.

Ya en el siglo XIX empezaron a construirse monumentos a importantes personajes, ilustres, intelectuales. Una tradición tanto europea como española, relacionada con el nacimiento del liberalismo y nacionalismo, es que las efigies se dedicaban a héroes que habían dado su vida por un ideal, el único correcto. Todo eso cambia, dice Miguel Ángel del Arco, con la llegada de las dos guerras mundiales. España, que las esquivó de aquella manera, tuvo su particular punto de partida en esta tradición con la Guerra Civil, un hecho histórico a partir del cual los monumentos metamorfosean hacia el recuerdo colectivo de aquellos que murieron en la retaguardia republicana o en el frente.

Del Arco es el autor de Cruces de memoria y olvido. Los monumentos a los caídos de la guerra civil española (1939-2021) (Crítica, 2022), además de director del departamento de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. Así inicia su explicación: “El franquismo se adueña del mito del soldado caído y unifica a todos los fallecidos que considera suyos”. Es decir, se apropia de la muerte de miles de personas para sus propios fines políticos con esa pátina, inmaculada por décadas, de los que murieron por Dios y por España.

Esa memoria pétrea, uniforme y homogénea queda petrificada en las cruces a los caídos, con una estética muy similar y características determinadas, que evita que hubiera otra memoria sobre la Guerra Civil. Así, unifica las memorias personales y familiares que podían tener los que pertenecieron al bando franquista durante la contienda, se adueña de ellas”, explica el docente universitario. La doble significación está servida, aquí, en piedra, pues esa muerte de los caídos sirve para legitimar la cruzada, una cruzada entre el bien y el mal, para salvar a la verdadera España que es católica, castellana y única, frente a otra que se considera ajena, comunista, atea y masónica, parafraseando al experto.

España vuelve a ser católica

Esas cruces, rápido, se convirtieron en monumentos nacionales que definieron lo que es la nación española. “No puede haber España sin catolicismo, eso es lo que nos dicen, y esa lucha por Dios y por España es lo que justifica la salvación de todos los caídos”, agrega Del Arco. Jugada maestra donde las haya por parte del franquismo, ya que ese relato pueril de salvación católica también sirvió para dar una explicación a los propios familiares que sufrieron la pérdida de un ser querido.

Querían tener todo bajo control, hasta las cruces de piedra. La Dirección General de Arquitectura, dependiente del Ministerio de Gobernación franquista, determinó el estilo de estos monumentos. Construidos con la idea de permanecer en el tiempo, la cruz siempre es de piedra. “Además del escudo franquista y el de Falange, incluían la leyenda de Caídos por Dios y por España, y seguía una lista de los caídos en cada pueblo o comunidad, normalmente encabezada por el caído más importante, José Antonio Primo de Rivera”, completa el autor de la monografía.

El listado tampoco estaba ausente de jerarquía. Primero, los nombres de alcaldes o sus hijos, después militares y sacerdotes y, por último, todos los demás. “El franquismo estaba desarrollando unas políticas de memoria muy activas respecto a la Guerra Civil”, arguye el profesor de Granada. El régimen, además, no se limitaba a sufragar los monumentos con dinero público, sino que en ocasiones forzaban suscripciones populares para su construcción, un elemento de coacción muy importante en aquella época. Suya era la ocupación del espacio público, pues la ubicación se localizaba en plazas concurridas o lugares que permitieran cierto recogimiento para rezar y honrar a esos caídos.

Primera oposición a las cruces

Las cruces jugaron un papel muy importante, al igual que la del Valle de Cuelgamuros lo sigue haciendo. El franquismo marca un calendario patriótico, en donde sobresalen el 18 de julio, inicio de la sublevación; el 1 de abril, día de la victoria; el 29 de octubre, como conmemoración a los caídos; y el 20 de noviembre, por José Antonio Primo de Rivera. “En esas fechas, las cruces juegan un papel determinante, sobre todo en los años 40 en los que se suceden concentraciones y desfiles”, expresa Del Arco.

El tiempo pasó y la sociedad también cambió. Llegó la primera generación de jóvenes que no habían vivido la Guerra Civil y a quienes el mito de la salvación se les quedaba lejos. Por eso, el régimen intentó esquivar la realidad dejando de hablar de cruzada para referirse a la paz, su concepto de paz. “Esta estrategia también fracasa, al igual que la de construir monumentos algo más modernistas. Especialmente en Euskadi o Catalunya algunos son atacados”, reflexiona el autor. De hecho, las primeras actividades de ETA consisten básicamente en destruir este simbolismo franquista. Pero no solo la banda terrorista, sino algunas personalidades del clero, en los años 60, se niegan a juntar política con religión y se niegan a oficiar misas por los caídos.

“Cuando llega la Transición estos monumentos no tienen ningún sentido. A nivel nacional vemos que las políticas de memoria son inexistentes por el pacto del olvido, aunque algunos ayuntamientos sí empiezan a tomar medidas”, continúa Del Arco. La primera fase de este periodo se materializó en la retirada de algunas cruces que terminaron en los cementerios municipales y la reconfiguración de la leyenda franquista. En ese momento, algunas de ellas empezaron a velar por todos los caídos en la Guerra Civil.

La derecha y la resignificación

El movimiento memorialista que eclosionó en torno al año 2000 fue un revulsivo para estos lugares de recuerdo a la dictadura. Desde entonces, reivindican acabar con ellos, o al menos con la idea con la que el franquismo los construyó. “En ese momento se produjo una reacción por parte de la derecha política de España, que no quiere que esto suceda. Intentan declararlos bien de interés cultural para que no se puedan tocar o incluso defienden que solo son cruces, que no representan nada, tan solo un símbolo cristiano, cuando claramente son construcciones franquistas en la calle”, agrega el historiador.

Del Arco, además, considera que “es una pena no tener una memoria plural, porque única es imposible”. Y continúa: “Creo que es importante, reconociendo la necesidad de una memoria histórica, que haya espacio para otras memorias, dejando muy claro que deben ser democráticas y no den lugar a una exaltación del franquismo”. De esta forma, llega a una conclusión que pasa por recordar a los caídos de ambos bandos: “Aunque ahora prevalezcan los republicanos que han estado olvidados, no todas las personas que murieron en el bando sublevado lo hicieron por Dios y por España“.

El experto opina que estos monumentos deberían eliminarse del espacio público al exaltar el franquismo. “Ahora bien, si eliminamos el pasado, nos quedamos sin elementos para explicarlo. Esto lo digo por el Valle de los Caídos, que no se puede destruir porque es un cementerio con muchos cuerpos de ambos bandos. Además, es un instrumento único para explicar lo que supuso la dictadura porque allí está en estado puro: campo de concentración, de trabajo, alianza con la Iglesia al ser una basílica, tumba del dictador…”, se explaya el profesor de Granada.

La última cruzada católica, en España

Alfonso Botti, experto en la relación entre el régimen franquista y la Iglesia católica, además de catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Módena y director de la revista Spaña Contemporanea, añade que la unión católica con la dictadura comienza incluso antes de la Guerra Civil. “Es la Iglesia quien facilita al régimen la explicación de la cruzada religiosa. En una guerra moderna como esta, la guerra también es de propaganda y la Iglesia gana la guerra de las interpretaciones”, en sus propio términos.

Frente a la apostasía de las masas que temía el catolicismo, los sublevados salvarían España. Esa es la teoría que proyectó la Iglesia y que el régimen compartió durante todos sus años de actividad. “Tenían que recuperar el control del espacio público que perdieron con las políticas de laicización republicanas”, agrega el hispanista. Con la mirada puesta en la actualidad, Botti señala que “la memoria histórica de la Guerra Civil no corresponde a una memoria pública, es decir, institucionalizada”. Así lo explica: “El franquismo duró 40 años en los que solo se pudo hablar de la memoria de sus caídos, y cuando llegó la Transición se negocia la ruptura en la que colaboran sectores sociales y políticos que han sido franquistas hasta hace muy poco y que no están de acuerdo con una ruptura total con el régimen”.

El historiador italiano también apunta que “la memoria histórica siempre tarda mucho en aparecer porque necesita un tiempo para volver”. Aun así, desde su punto de vista, lo paradigmático del caso español fue la larga duración de la dictadura en donde el llamado nacional-catolicismo no deja de tener un gran peso hasta la década de los 60. “Eso no quiere decir que haya muerto, porque sigue habiendo una visión de la historia española a partir de una valoración de esta fe religiosa como hecho identitario, que sirve para plasmar una realidad, y eso sigue vigente”, concluye Botti.

Foto: Cruz de los Caidos en Córdoba capital.

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