Las grandes matanzas del franquismo y el olvido intencionado
Muchas fake news, noticias falsas, dicen que ambos bandos mataron de igual manera en la Guerra Civil: es mentira. Mucha gente dice que el franquismo simplemente se defendía del bando republicano: tampoco es cierto. Hay también quienes dicen que las muertes eran inevitables: mienten. Incluso los hay que afirman que la represión tras la guerra fue igual para todos: el problema de afirmar sin saber, de hablar sin conocer, es que se dicen estas barbaridades con total convicción.
Se intenta ocultar numerosas masacres, muchos asesinatos en masa, bien para limpiar conciencias o sencillamente para atribuir a la cruel Transición el apelativo de “modélica” y que se olvide lo que pasó. Lo que pasó no se olvida porque las masacres sucedieron, muchas de ellas en supuesto tiempo de paz, y a día de hoy no han sido juzgadas ni enmendadas. No se deben olvidar porque el fascismo que las provocó vuelve a estar muy presente hoy en día en nuestra sociedad.
Empezaremos mencionando algunas de las masacres que tuvieron lugar por todo el país y que no se deben olvidar porque ocurrieron y no hace tanto tiempo de ello. Mucha gente inocente murió asesinada y no todos mataron mucho: el bando franquista masacró, asesinó vilmente a miles de personas porque consideraban que no todos tenían cabida en su España.
La matanza de Atocha ocurrió el 24 de enero del 77, hace unos días celebramos su aniversario. Un grupo de extrema derecha asesinaron a tiros a tres abogados laboralistas, especialistas en derecho laboral, a un empleado del despacho donde trabajaban y a un estudiante de Derecho. Los abogados asesinados fueron Enrique Valdelvira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier. El administrativo era Ángel Rodríguez y el estudiante de derecho, Serafín Holgado. También fueron gravemente heridos Alejandro Ruiz Huerta, Miguel Sarabia, Luis Ramos y Lola González. Esta oficina, situada en el número 55 de la calle Atocha, en Madrid, era un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras (CCOO) y del Partido Comunista de España (PCE). Los ultraderechistas irrumpieron en él abriendo fuego para asesinar a todas estas personas.
El atentado transcurrió sobre las 22:30 y las 23:00 horas. Buscaban al sindicalista comunista Joaquín Navarro, secretario general del sindicato de transportes de Comisiones Obreras en Madrid por aquel entonces. Joaquín Navarro fue el convocante de unas huelgas anteriores que lograron desarticular lo que llamaban la “mafia franquista del transporte”. Llamaron al timbre del piso para que les abrieran y así ocurrió pero, al no encontrarle allí, ya que se había marchado unas horas antes, decidieron matar a todos los presentes.
Nos remontamos ahora a los inicios de la Guerra Civil en tierras extremeñas: la matanza de Badajoz. El genocida Francisco Franco intentó borrarla de la historia dos veces pero no lo consiguió.
La guerra empezó el 17 de julio del 36, cuando Franco y el general Mola provocaron una sublevación militar para derrocar el Gobierno de Segunda República, elegido democráticamente en las urnas. Casi un mes después, el 14 de agosto del 36, el general franquista Yagüe y sus tropas entraron en Badajoz: querían acabar con la resistencia republicana que plantó cara al golpe de Estado, procedente en su gran mayoría de organizaciones obreras y partidos de izquierda. Cuando comenzó el asalto franquista a Badajoz la resistencia se encontraba en la catedral, que al final cayó en poder de los legionarios, que fusilaron a todos los antifascistas.
Los moros que acompañaban a Yagüe en este asalto a la ciudad, reclutados por el ejército del general golpista que más tarde sería dictador, se cebaron con la población civil: mataron a todas aquellas personas que estuvieran por las calles, a todos quienes les mostraran oposición. Robaban todo lo que encontraban. Degollaron a muchas personas, violaron en masa a muchas mujeres y mutilaron numerosos cadáveres. Según algunos estudios, se habla de 1.200 a 2.000 ejecuciones durante las primeras horas de la ocupación. Una vez tomada la ciudad, la represión siguió: en el cementerio pacense de San Juan fueron fusiladas muchísimas personas.
La plaza de toros de Badajoz fue un centro de reclusión y de asesinato de miles de personas. La masacre de Badajoz fue un aviso para la población de lo que la represión franquista era capaz de hacer. Al mando estaba Yagüe, conocido como “el carnicero de Badajoz”, y apuntan que entre 1.400 y 3.800 personas fueron ejecutadas en esta plaza de toros. Algunos testigos afirmaron que la sangre brotaba por debajo de las puertas hacia el exterior, dada la enorme cantidad de gente que estaban fusilando.
A 10 km de Valencia se encuentra el paredón de Paterna, en una zona conocida como El Terrer, donde 2.238 personas procedentes de muchas provincias de nuestro país fueron asesinadas por no tener cabida en la España que Franco había ideado. Cientos de hombres y mujeres que simplemente defendían la libertad del pueblo y el sistema de gobierno de la República fueron detenidos, encarcelados, masacrados y arrojados a fosas comunes, algunas con más de 6 metros de profundidad; todo ello, con la guerra dada ya por terminada. En la mayoría de casos el ejército franquista no permitió despedirse a sus familias.
A lo largo del cauce del riu Sec de Castelló de la Plana fueron fusiladas 970 personas, 530 de las cuales fueron lanzadas a fosas comunes. Procedían tanto de esta misma población como de otros lugares y su supuesto delito no fue otro que el no pertenecer al bando que no se sublevó contra el Gobierno legítimo.
Volvamos a la Guerra Civil: el 23 de agosto del 36, varios camiones salieron en dirección al corral de Valcadera, al 70 km de Pamplona. Allí, falangistas —militantes del partido fascista Falange Española, todavía vigente a día de hoy— y requetés —las fuerzas navarras que participaron en el bando nacional durante la Guerra Civil— fusilaron a 53 presos republicanos simplemente por querer conservar la libertad que tenían en España. Varios sacerdotes presenciaron la escena fatal. Sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común.
Una de las masacres más conocidas por su brutalidad y su inhumanidad fue la Desbandá. El 8 de febrero del 37, en plena Guerra Civil, las tropas franquistas se disponían a entrar en la Málaga republicana. Miles de personas quisieron huir hacia Almería para no sufrir la represión franquista, para evitar que sus familias y ellas mismas fueron víctimas de las violaciones y los asesinatos que estaban cometiendo los franquistas en otros lugares.
La ciudad de Málaga resistía al asedio del ejército de Franco, seguía siendo republicana, por lo que se sabía que la represión iba a ser muy fuerte allí. Por eso, entre 10.000 y 20.000 civiles quisieron abandonar sus hogares de Málaga y partir en dirección a Almería, protagonizando así uno de los mayores éxodos que se han conocido. Su destino estaba a 200 km a pie por un único camino.
Durante este largo trayecto, miles de niñas y niños, hombres y mujeres, embarazadas entre ellas, y gente anciana fueron bombardeados por los barcos que el genocida Francisco Franco dispuso en la costa andaluza. Todo el camino quedó cubierto se sangre y muerte. Miles de personas civiles fueron asesinadas a sangre fría desde la descomunal superioridad de un buque de guerra, por su sensato deseo de exiliarse, de buscar protección junto con sus familias.
Uno de estos barcos fue el Baleares, al que el poco democrático y decente alcalde de Madrid ha decidido volver a dedicarle una calle de la capital para que todas las personas que pasen por ella se sientan orgullosas de la masacre que ocasionó gracias a los franquistas. Qué orgullo, decir que has quedado o que vives en la calle de un buque que arrasó una carretera llena de familias enteras, desarmadas e inocentes; nótese el sarcasmo. El sadismo es una de las cualidades que más ostentan quienes deciden ignorar la memoria histórica, habitualmente bajo la cobardía del anonimato.
La actual calle franquista madrileña del Crucero de Baleares reemplazó a la del Barco Sinaia. En la imagen podemos ver el Baleares, un buque militar imponente, acorazado, con artillería del máximo calibre y de gran alcance, frente al Sinaia, un barco de vapor francés atestado de republicanos exiliados que pudieron llegar con él a México.
Es una vergüenza que en un país democrático se consienta que se dedique otra vez una calle a un hecho histórico en el que se masacró a varios miles de víctimas inocentes; y es que lo que nos vendieron como “democracia” en el 78, después de morir el genocida, no era tal cosa. España no condenó el fascismo como hicieron otros países que lo sufrieron y ahora se van cayendo las máscaras. España nunca será un país democrático mientras esto se consienta, mientras se permita y la ley no haga nada por evitar ni reprimir estas exaltaciones fascistas. En la Desbandá hubo cerca de 160.000 personas que huían de Málaga hacia Almería, más de 12.000 de las cuales perdieron su vida en esa carretera. Fue un genocidio. Y quien se sienta orgulloso de un genocidio, no sea capaz de empatizar con el dolor humano y crea conveniente enaltecer a sus verdugos no está capacitado para representar a un pueblo, y mucho menos la capital de un país.
Volvamos a Extremadura: en Helechal, a medio camino entre Córdoba y Badajoz, se produjo la matanza del cortijo del Enjembraero. Los franquistas sospechaban que 4 hombres colaboraban con el maquis. El maquis era la guerrilla formada por gente que se oponía a la dictadura franquista. Estos campesinos extremeños fueron arrestados por motivos políticos, encarcelados y fusilados el 1 de febrero del 49 por la Guardia Civil. Sus nombres: Antonio Cortés, Silesio Calderón, Antonio Iglesias y Manuel Merino. Fueron sacados de la cárcel de Castuera, a no más de 20 km de su destino, y asesinados en el cortijo.
La simple sospecha de que una persona estuviese colaborando con el maquis era motivo más que suficiente para los franquistas para acabar con su libertad y hasta con su vida. En Alía, en el término de Cáceres, fueron asesinadas 24 personas de esta localidad y de La Calera, ambas extremeñas, por esta mera intuición. La masacre fue perpetrada el 16 de agosto del 42.
La misma suerte tuvieron los 8 habitantes turolenses de la masacre de Monroyo, en la provincia de Teruel, también conocida como la saca de Monroyo: el 11 de noviembre del 47, 8 habitantes fueron asesinados por la Guardia Civil en una carretera cercana a Alcañiz por ser acusados de colaborar con el maquis o de ser maquis.
En Asturias, más de lo mismo: varias personas fueron asesinadas junto a sus familiares en el pozo de Funeres, en Laviana, a manos de la Guardia Civil, por creer estos que pertenecían a la guerrilla antifranquista. Les llevaron hasta este lugar y allí les asesinaron. Estas tres últimas masacres ocurrieron ya asentada la dictadura franquista.
Se conoce como masacre de Azazeta a una matanza que tuvo lugar durante la guerra en el País Vasco, concretamente en Álava: 16 presos políticos, entre quienes estaba Teodoro González de Zárate, el alcalde republicano de Vitoria, fueron asesinados el 31 de marzo del 37.
Estas asesinatos en masa contrastan fuertemente con los fusilamientos de Zaragoza, los en que 3.543 personas murieron en las tapias del cementerio de la capital de Aragón por profesar la ideología del bando que no era bien recibido en España.
Por otra parte, la cifra de la represión franquista en el cementerio San José de Granada es aún mayor: aproximadamente 5.200 personas perdieron la vida en las tapias de este cementerio por sus ideas políticas.
Simplemente hemos nombrado algunas de las matanzas, fusilamientos o asesinatos que ejecutaron los franquistas, ya fueran durante la guerra o tras ella. Una considerable mayoría de las tapias de los cementerios de España están cubiertas por agujeros de las balas que mataron cualquier anhelo y esperanza de volver a la democracia. Algunas de ellas, de hecho, están reconstruidas para eliminar los rastros de la represión franquista y en otras, lamentablemente, ya no se pueden apreciar con claridad dichos orificios por el paso del tiempo.
Hemos mencionado tan solo unas cuantas, hubo muchas más. A lo largo y ancho del territorio español hay múltiples casos de cementerios, paredones y cortijos donde fueron asesinadas extrajudicialmente, por ser presos políticos y por tener una ideología que no compulsase con el fascismo, miles de personas.
España tuvo un régimen genocida, un totalitarismo que facilitó que una persona que quería el poder asediara pueblos y ciudades, permitiera que los moros que reclutó para que le ayudaran a conquistar el país violaran a sus mujeres, que asesinaran impunemente a miles de personas inocentes y a sus parientes; a muchas mujeres embarazadas, a muchos bebés; que violaran a niñas de no más de 14 años.
Si España fuese realmente democrática deberíamos disponer de un sitio web oficial, propiedad del Gobierno, donde podamos consultar todas las matanzas y las atrocidades cometidas; un museo, como lo tienen en otros países que fueron devastados por el fascismo, para que se sepa lo que pasó aquí. Se debe dejar ya de usar esa doble vara de medir, hablando de ganadores y perdedores sin hablar primero de sublevados y defensores de la democracia. Y si un alcalde solicita o accede a denominar a una vía urbana con un nombre franquista debería ser imputado por un delito de odio.
Si España quiere ser democrática necesita un país donde todas y todos tengan cabida, donde la justicia sea igual para todos y todas. No se puede permitir que cualquier alcalde de cualquier ciudad —como ha hecho el de Madrid, que todo lo que tiene de enano lo tiene de malo— se dedique a poner calles de matanzas que provocaron miles de asesinatos de inocentes. Por eso mismo, y para ser realmente democráticos, a toda persona negacionista del genocidio republicano, de las masacres en España, que use fake news para decir que todos mataron por igual, que es mentira lo de Badajoz o cualquier tontería que niegue la historia, se le debe ajusticiar por negacionista y por delito de odio.
Cualquier vestigio franquista que no quiera ser retirado por la autoridad competente a nivel local o provincial debe ser retirado por la Justicia. De lo contrario, es probable que llegue un día en que la población se tome la justicia por su mano y derroque con sus propios medios cualquier cruz o cualquier vestigio cuya retirada la Justicia ignore. Y no estamos alentando a las masas: las masas ya están hartas de que la justicia no sea igual para todas y todos; de que alguien vaya caminando y tenga que toparse con la calle dedicada al verdugo de la matanza franquista de la Desbandá, donde murió un familiar suyo; de tener que comérsela con patatas porque alguien que no es demócrata, que no es íntegro y que tiene antepasados fascistas y está orgulloso de ello decidió poner ahí ese nombre, pensando solo en una parte de España e ignorando deliberadamente a la otra.
No podemos seguir consintiendo que el franquismo campe a sus anchas por España, que España siga teniendo restos de un régimen genocida, asesino y sanguinario. Es ya hora de que España tenga un museo para que la gente joven conozca lo que pasó en este país, que tenemos páginas y sitios web gubernamentales con información veraz y públicamente accesible. Es hora de que la justicia sea por fin igual para todas y todos, de que se imponga el delito de odio a toda aquella persona que quiera ensalzar, defender o negar el genocidio franquista que asoló España.
Es hora de cambiar la ley para que si alguien quiere poner una placa franquista a una calle pueda ponerla en el pasillo de su casa pero no en un sitio público de un país supuestamente democrático. Si quieren que todas y todos nos sintamos parte de España tienen que hacer, entre otras cosas, que sea un país donde las calles sean recordatorios de la libertad, de la cultura y de los valores sociales, no de los asesinatos. Queremos sentirnos parte de España. Queremos calles libres de sangre, queremos calles de libertad.
La represión franquista ocurrió y nadie en su sano juicio puede negarlo. Las cunetas, las fosas, los pozos y las tapias de cementerios ametralladas se cuentan por miles. Hay gente aún traumatizada, cientos de testimonios que nosotros mismos estamos recuperando y mucha a gente a nuestro lado: asociaciones memorialistas, sobrinos y sobrinas, hijos e hijas de gente represaliada.
Estamos hartos de que la justicia solo esté de un lado. Se mencionáramos todas las matanzas provocadas por el dictador y sus partidarios nos llevaría más de 20 páginas; y eso que estamos hablando de las masacres, sin tener en cuenta los abusos de muchas mujeres a quienes violaron en masa, las miles de mujeres que iban a llevar la comida a su marido, a su hijo, a su padre o a su hermano y fueron violadas. Como tampoco tenemos en cuenta a esos moros que se cagaban dentro y fuera de las iglesias que tanto defendía el franquismo, estando a su servicio; que quemaban las cruces, se bebían el vino y se tomaban las hostias. O a esa hija o ese hijo a quien se robó con edad muy temprana para ser entregada o entregado a otra familia. O a esas mujeres embarazadas a quienes se les pegó un tiro a ellas y a sus vientres para que no pariera porque era roja. O esos experimentos inhumanos que hizo el doctor Mengele en los campos de exterminio nazis a los españoles deportados.
No hemos hablado de todos los españoles de los que Serrano Suñer, más conocido como “el Cuñadísimo” —cuñado de Carmen Polo, esposa de Franco el genocida—, ordenó que se les quitara la nacionalidad española. Hitler le preguntó qué quería que hicieran con ellos y este propició que acabaran en campos de concentración.
Todo esto es lo que se vivió durante años y es lo que se tiene que conocer para superar el pasado pero repararlo bien. Reparar el pasado es conocer lo que pasó para saber reconocer situaciones similares y poder evitar así que no vuelva a suceder; es recordarlo para aprender, no para ponerlo en las calles como recordatorio de un tiempo feliz entre la miseria y la muerte. Más calles “Ana María Matute”, “García Lorca” o “Miguel Hernández” y menos “Baleares”, “General Yagüe” o “Queipo de Llano”, que las calles del pueblo no deben exhibir sangre y asesinatos sino progreso, vida y libertad.
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