«Le prometí a mi madre que sacaría a papá del Valle de los Caídos. Me importa tres pepinos lo que hagan con Franco»

Mercedes Abril tiene 86 años. Su padre fue detenido y fusilado hace ahora 83 años. Era ferroviario. Lleva media vida luchando por recuperar los restos de su padre, que fueron enviados a Cuelgamuros en 1959 sin permiso ni conocimiento de la familia. Dice que la posible exhumación del dictador no cambia su deseo de sacar de ahí los restos de su progenitor.

PÚBLICO | ALEJANDRO TORRÚS | MADRID | 27-9-2019

Mercedes Abril recibe a Público en su casa de Valladolid. Tiene 86 años. Estamos en el salón junto a dos hijas y varios nietos. Se acomoda y nos invita a pasar. La mesa del salón está presidida por un retrato de su padre y de su madre en blanco y negro. Nos lo enseña nada más cruzar el marco de la puerta. En el centro, un contundente archivador. “Me lo mataron cuando yo era una niña. La semana pasada hizo 83 años de nuestro último abrazo, ¿sabes?”, comienza Mercedes. Está hablando de su padre, de Rafael Abril Avo, asesinado el 23 de septiembre de 1936 por las fuerzas franquistas y cuyos restos están “secuestrados” en el Valle de los Caídos desde 1959 cuando las autoridades de la dictadura decidieron trasladarlos allí sin conocimiento ni permiso de la familia.

“Le dije a mi madre antes de morir que haría todo lo posible por encontrar os restos de papá. Ella me dijo que estaba muy sola para esto… y yo le dije que no se preocupara, que haría todo lo que estuviera en mi mano. Se lo prometí. Y yo sigo. Si no puedo sacarlo no será porque no lo he intentado. Tanto ella como mi padre se merecen este esfuerzo”, relata Mercedes Abril.

La visita a Valladolid se produjo un viernes por la tarde. Un 20 de septiembre para ser exactos. El Supremo aún no había tomado ninguna decisión sobre los planes del Gobierno para exhumar a Franco. Mercedes considera una “vergüenza” que el dictador este en el Valle de los Caídos, pero tampoco se puede decir que sea un tema que le quita el sueño. “Me importa tres pepinos lo que hagan con él”, dice. A Mercedes lo que le importa es recuperar los restos de su padre. Y para eso le da igual si Franco sale, entra, permanece o se evapora. “Ya puede seguir Franco o no en el Valle de los Caídos. Quiero los restos de mi padre”, repite.

La mujer acompaña muchas de sus respuestas con documentación, recortes de periódico e imágenes de la época. Lo tiene todo guardado en un contundente archivador que descansa encima de la mesa. Ahí dentro, por ejemplo, guarda la denuncia del cura del pueblo que, según cuenta, fue crucial para la detención y asesinato de su padre. La carta es, ciertamente, desgarradora. Incluye frases como las siguientes: “Comunista extremista, perteneció a la CNT”; “acompañó a propagandistas del comunismo y asistió a mitin que se celebró en el pueblo”; “religiosamente hablando no podía ver a la Iglesia de la que siempre hablaba mal y lo mismo de cura frailes y monjes”; “era un sujeto muy malo”; “en el sentido político y religioso era un extremista”; y, por último, “no estaba casado por la iglesia”.

De todas esas afirmaciones probablemente la que más duele a Mercedes es la de que no estaba casado por la Iglesia. No por nada especial. Es que es una mentira que, además, puede desmontar documentalmente con el certificado de matrimonio de la iglesia donde se casaron. “Estaban casados por lo civil y por la iglesia. Por las dos. ¿Un cura puede decir tal sarta de mentiras para que maten a una persona? Es una difamación tremenda y gracias a eso me quedé sin padre”, sentencia Mercedes que, ahora sí, muestra su enfado y su deseo de que alguna autoridad eclesiástica le pidiera perdón por el daño causado. “Puedo jurar que no es cierto nada de lo que dijo el señor cura. Mi padre era socialista y nada más”.

Rafael Abril Avo era, concretamente, jefe de la estación del pueblo Clarés de Ribota (Zaragoza). Su puesto de trabajo también tenía asignado una casa. Allí le sorprendió el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, con su mujer embarazada de 7 meses y una niña de tres años. Allí todo comenzó a torcerse en la vida de Mercedes. Apenas dos meses después, el 17 de septiembre, la Guardia Civil se lo llevaría detenido al Mercado de Abastos de Calatayud, que funcionó como centro de detención. Desde allí escribió cada día para que su familia no se preocupara. “Estoy bien”, decía en cada una de ellas. La última misiva fue el 22 de septiembre. No llegaron más. La madre le escribió una carta ese día pero fue devuelta. En el sobre ponía ‘salió’. “Por eso creemos que lo mataron la madrugada del 23 de septiembre”, apunta.

Eusebia Alonso, madre de Mercedes, ya estaba fuera de cuentas el día que detuvieron a su marido. De hecho, dio a luz a un niño el día 19, cuando su marido aún estaba vivo y detenido. Pero el pequeño no nació bien y a los diez días murió. Rafael ya no viviría para conocer la noticia. Mercedes eran tan solo una niña y Eusebia tenía que tirar para adelante con un marido asesinado, un bebé fallecido y una hija de tres años. Y, además, las autoridades franquistas no lo ponían fácil. De hecho, expulsaron a las dos mujeres de la casa en la que residían ya que el padre ya no acudía a trabajar y el Tribunal de Responsabilidades Políticas les mandó una multa de 1.500 pesetas. La represión franquista no se reducía al asesinato. La persecución se extendía también a los vivos y a los familiares de asesinados.

“Encima de que matan a mi padre…. Nos dicen que tenemos que pagar 1.500 pesetas… Pero, bueno, todo hay que decirlo. Nunca la pagamos y 20 años después recibimos una carta diciendo que se nos perdonaba la deuda…”, explica Mercedes. Ella y Eusebia no pagaron la deuda, sobre todo, porque emigraron. Marcharon a Valladolid, de donde era natural Eusebia. “Pasó lo que pasó y estábamos mi madre y yo solas. Nos tuvimos que ir donde tuviéramos un mínimo apoyo, aunque sea una vivienda”, prosigue.

En Valladolid, fue, por tanto, donde Mercedes vivió su infancia y donde residió hasta el día de hoy. “A los tres años me vistieron de negro. Menuda niñez tuve yo…. La recuerdo muy desagradable viendo a mi madre llorar. Sin alegría y con mucho miedo. Sin decir lo que le había pasado a papá (…) Recuerdo que estaba deseando regresar del colegio porque tenía miedo de que al regresar ya no estuviera mi madre. Habían matado a mi padre y eso se clava. Yo tenía solo tres años”, prosigue Mercedes.

Y es que Eusebia, su madre, se tuvo que poner a coser camisas y capotes para los franquistas, para los mismos que habían matado a su marido. “Tenía que sacar a su hija adelante y le estoy muy agradecida. Con todos sus esfuerzos me dio unos pequeños estudios. Como madre se portó muy bien y como esposa vivió una vida muy triste. La vi triste toda la vida… y la tristeza se contagia”, dice Mercedes con una mirada que se clava en los ojos de su interlocutor. El recuerdo de su madre se hace presente en la habitación. Su esfuerzo, su lucha quedó en la herencia de Mercedes. Hay una promesa pendiente. Sacar a Rafael del Valle de los Caídos, del mausoleo construido para mayor honor y gloria de “los cruzados”.

Mientras cuenta todo esto, Mercedes sigue sacando documentos de su archivador. Se encoge de hombros. Se pone las gafas y se las vuelve a quitar. “Yo no haría todo esto si no fuera por ellos, ¿sabes? Se lo merecen. Se lo merecen”, repite. Y en esta batalla Mercedes lucha junto a la Asociación de Familiares Pro Exhumación de los Republicanos del Valle de los Caídos sigue luchando para abrir el Valle de los Caídos, pero no solo para Franco. También, y sobre todo, por los miles de republicanos que allí están enterrados sin identificar. Amontonados. Sin nombre.

La victoria judicial de la familia de los hermanos Lapeña, asesinados también el 36, que consiguió que un juez autorizara su exhumación del Valle de los Caídos la siente como propia. La familia Lapeña, de hecho, también siente la lucha de Mercedes como propia. Están unidos frente a una injusticia. Frente al olvido y la desmemoria. Y pensando en ellos es como Mercedes se acuerda de las palabras del exportavoz del PP Rafael Hernando, que señaló que algunas víctimas del franquismo solo se habían interesado por sus familiares cuando había subvenciones, aunque, también hay que decirlo, se disculpó unos años después. A Mercedes ahora le arde la sangre por dentro.

“Han pasado tres años desde que un juez permitió su exhumación y ahí sigue… es una vergüenza. Bueno, es más que vergonzoso. Y todavía hay quien dice que solamente nos preocupamos de los nuestros por el dinero que nos daban. Me dolieron mucho esas palabras. Mucho. A mí jamás me han dado una peseta o un euro. Me quitaron a mi padre, que no es lo mismo. Me lo mataron”, sentencia.

En su lucha, Mercedes consiguió que el Gobierno de Pedro Sánchez le abriera las puertas en marzo de este año para visitar el interior del Valle de los Caídos, justo en el lugar donde creen que están los restos de Rafael Abril. Pero Mercedes en este punto se pone seria. Mucho. Quiere dejar una cosa bien clara. Aquella visita no tuvo absolutamente nada de reparador ni puede ser el final del camino. “Lo único que consiguió esa visita es que quiera recuperar los restos de mi padre con más ahínco. Ver que están ahí… secuestrados… metidos en grandes columbarios..”, dice Mercedes.

Es más, para dejar clara esta idea, Mercedes escribió una carta al presidente del Gobierno Pedro Sánchez. La carta fue entregada en la reunión con asociaciones de memoria que mantuvo el pasado verano en el marco de los encuentros con la sociedad civil que organizó el PSOE. La carta era demoledora. Tan solo una frase: “Muchas veces me pregunto si lo que algunos están esperando es a que nos muramos, aunque también le digo, Sr. Presidente, que nuestros hijos y nietos nos relevarán si es necesario”.

Pedro Sánchez le hizo llegar hace apenas unos días después de esta entrevista una carta de respuesta. Mercedes la lee desde su casa de Valladolid para explicar su contenido. Básicamente, Sánchez muestra su “compromiso de apoyarles en los procesos” para recuperar a sus seres queridos del Valle de los Caídos. Asimismo, también le traslada que el Ejecutivo “comparte” sus preocupaciones y “comprende” sus demandas.

Pero Mercedes Abril no tiene suficiente con una visita al Valle ni con una carta del presidente del Gobierno. Quiere hechos y, sobre todo, quiere recuperar los restos de su padre. Una situación que en 1975, cuando murió el dictador, no pensaba que estaría viviendo en septiembre de 2019: “Pensé que la democracia lo solucionaría. Pero no. Fue una mentira. Pensamos que en un primer momento no se podía hacer nada. Que de golpe no se podía. Pero han ido pasando los años y ha pasado lo mismo, que ha sido una mentira, un engaño”.

— “Mercedes, ¿siente que la Justicia haya hecho algo por usted en estos 40 años?

—​ “Realmente, no”, sentencia Mercedes.

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