León. Milagros pierde el miedo a contar que mataron a su madre.

La ARMH retoma este mes la exhumación de Vicenta López y su hijo Jesús Camuñas, asesinados en 1948 por alojar a dos guerrilleros que mataron a un agente y enterrados en Villafranca. Los cuerpos de Vicenta y su hijo Jesús están en un nicho sin identificar. La dureza del terreno y la imposibilidad de usar una excavadora en el cementerio han retrasado el trabajo, interrumpido para respetar el día de Todos los Santos

diariodeleon.es/CARLOS FIDALGO | PONFERRADA 09/11/2015

«He aguantado muchos años con la boca cerrada y ahora no me callo», decía ayer Milagros Camuñas, al otro lado del teléfono en su casa de Badalona, para contar de qué forma murieron su madre y su hermano la noche del 28 de octubre de 1948. Fue en el kilómetro 11 de la vieja carretera de Madrid a La Coruña y ocurrió durante su traslado al calabozo de Villafranca del Bierzo, después de que la Guardia Civil los detuviera por haber dado cobijo en su casa de Castañeiras (Balboa) a cinco guerrilleros que habían acabado con la vida de un agente que los había sorprendido por casualidad en la vivienda. Milagros, de 78 años de edad y recién operada de cadera, quiere que la entierren junto a su madre, Vicenta López, y su hermano Jesús, que sólo tenía 20 años, y cuyos restos reposan en una fosa anónima del cementerio de Villafranca que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) exhumará a lo largo de este mes tras un primer intento fallido. «Cuando me muera, quiero ir con mi madre. Quiero que pongan mis cenizas con ella», decía ayer, emocionada porque su historia se va a saber por fin.

A Milagros, que tenía 10 años en 1948, todavía se le nota la cicatriz encima del labio de la herida que sufrió cuando uno de los guardias que saqueaban la despensa de su casa al día siguiente de la detención la empujó contra un banco. «Pasé de ser una niña mimada entre cinco hermanos, a ser una desgraciada. Primero murió mi padre, en casa de enfermedad. Y un año después mataron a mi madre y a mi hermano», contaba ayer, convencida de que si hubiera estado vivo su padre, Aquilino Camuñas Fernández —«un hombre culto que leía mucho» y, según su hija, «descendiente de Cervantes» por la rama familiar de los Saavedra de Balboa— «todo aquello no hubiera ocurrido».

Milagros recuerda el día en que una partida de guerrilleros —Manuel Gutiérrez Abella, natural de Pobladura de La Somoza, que en 1937 había desertado del Ejército de Franco para unirse a la resistencia, Pedro Lamas Cerezales, de Cantejeira y en la guerrilla desde 1936, el gallego Oliveros Fernández Armada, que se había echado al monte el año anterior, y Adoración Campo Canedo, unida a los grupos antifranquistas después de que un combate en Canedo acabara con la vida de los combatientes que escondía— entraron en su casa y le dijeron a su madre que tenía que darles cama. Su madre no tuvo elección, asegura, y dio alojamiento a Oliveros Fernández y a Adoración Campo.

Fue la fatalidad la que llevó al policía de Balboa Sabas Andrés Pérez, conocido de Vicenta, a entrar en la casa mientras la viuda y su hijo Jesús horneaban pan en otro edificio. Milagros y su hermano Andrés, de seis años estaban «en el prado con las vacas», Aquilino hijo y Eduardo recogían castañas, y el quinto hermano, Dalmiro, trabajaba en la mina en Fabero para evitar el servicio militar. Pero Salazar confundió a Adoración Campo con una de las primas de la familia. «La mujer le disparó y lo mató a boca de jarro», relata Milagros. Los guerrilleros huyeron del pueblo y cuando ella volvió del prado con Andrés, ya se encontró a su madre detenida y el cadáver en el suelo.

Desde aquel día le tuvo miedo a los muertos y no se le ha quitado hasta hace poco. Los dos niños pasaron la noche con una vecina, que también les pidió que se fueran al día siguiente por miedo. Refugiada en casa de su madrina, Milagros no sabía que a su madre y su hermano Jesús los habían matado durante el traslado y de nuevo volvió a su casa sólo para ver a un grupo de guardias «dándose la comilona con los jamones y los chorizos». De allí salió con un golpe y una cicatriz sobre el labio.

Su hermano mayor, Aquilino Camuñas López, estuvo más de un año en la cárcel y Milagros cuenta que lo soltaron «porque había hecho la mili con el hijo del Duque de Alba». A Eduardo, de sólo 17 años, ya lo habían dejado libre a los pocos días del suceso, pero había vuelto al pueblo «con bastones, porque le habían dado un montón de palizas, y los dedos de los pies quemados de las cerillas que le ponían para preguntarle si sabía donde estaban los rojos».

Genoveva de Brabante

Y cuando a Milagros le dijeron por fin que a su madre y a su hermano Jesús los habían matado en la carretera no acabó de creérselo. De hecho, se imaginó que les había ocurrido lo que a Genoveva de Brabante, la heroína de la leyenda medieval que vivió durante seis años en una cueva con su hijo, alimentados por una corza después de ser falsamente acusada por un pretendiente rechazado. «Era el libro que estaba leyendo mi padre cuando murió», explicaba ayer, «y yo pensaba que les pasaba lo mismo».

Milagros marchó a Barcelona para vivir con su hermana mayor, Virginia, y durante setenta años estuvo callada. Callada como su hermano Aquilino, que siempre vivió en Castañeiras. «No quería que buscara a mi madre. No quería hablar de eso», contaba ayer la anciana. A la muerte de Aquilino, hace dos años, Milagros pidió un acta de defunción de su madre. Y se indignó al ver que en el certificado ponía que había fallecido «de muerte natural». Ese día decidió contactar con la ARMH y contar que Vicenta y Jesús no tuvieron el mismo final heroico de Genoveva de Brabante y su hijo, que, dice la leyenda, sí recuperaron su antigua dignidad.