León. Y Emilio abrió la primera grieta del silencio

La de ‘los trece de Priaranza’ fue la primera fosa de represaliados excavada con técnicas forenses, y su exhumación, de la que se cumplen 21 años, desencadenó el movimiento por la memoria histórica que puso fin a años de silencio / Emilio Silva, asesinado en el 36, fue el primer desaparecido identificado genéticamente aunque su viuda murió con un panteón vacío

ALICIA CALVO | VALLADOLID 2 de noviembre de 2021, 7:30

«Le obligaban a financiar a la gente que lo acabaría matando». Emilio tenía que aportar 75 pesetas, lo que venía ser más de la mitad de sus ingresos al mes, para «el sostenimiento de las milicias de Falange, que tan importante servicio prestan de guarnición y vigilancia nocturna de esta Villa».

Este berciano regentaba en su pueblo Pereje la tienda ‘La Preferida’. Con frecuencia, los falangistas pasaban por allí y se servían sin poner una peseta en el mostrador. Luego, le llamaban desde el ayuntamiento y le entregaban unos pagarés. Los pagarés vencieron de golpe una tarde de otoño del 1936, el 15 de octubre. Emilio, que fue interventor electoral y militaba en el partido de Manuel Azaña, pasó de extorsionado a estar detenido.  

Solo dejaron entrar a verlo a su pequeño Manuel. Tenía seis años y desde su casa hasta la que había de todos los ciudadanos, el Consistorio de Villafranca del Bierzo, iba de la mano de su madre. Pero tuvo que cruzar sin compañía hasta el calabozo por delante de los falangistas que mantenían retenido a su padre.

Manuel portaba una cesta de ropa limpia y algo de comida. Tras unos minutos, salió con el recipiente de mimbre vacío, pero con el bolsillo lleno. Al vaciarlo y ver el contenido, su madre Modesta ya lo supo. «Sacó un reloj de oro de cadena y un anillo tipo sello con las iniciales que le había dado su padre». Fue la forma que encontró Emilio de despedirse. «De decirle que lo van a asesinar», relata ahora su nieto, de mismo nombre y apellido: Emilio Silva. Aquella tarde, ni verdugos ni víctimas sabían que el niño portaba un legado trascendental: su memoria y sus genes.

Emilio no sobrevivió a esa noche. A él y a otros catorce detenidos los metieron en una furgoneta de gaseosas Olarte cuando cayó el sol. El camión paró y dejó las luces encendidas. Un prisionero, Leopoldo, echó a correr. Pudo huir hasta esconderse. Desorientado, pasó de nuevo por donde habían ejecutado a los demás y vio cómo faltaba un cadáver que pensó que se habría llevado su familia. Regresó a Pereje y le contó a un amigo lo sucedido.

A la mañana siguiente, las familias de los otros trece amanecieron sin noticias. Hasta 64 años después. El nieto de Emilio, periodista que estaba escribiendo una novela, se topó con la historia de su abuelo y con algunos vecinos que sospechaban dónde arrojaron los cuerpos. Uno de ellos recordaba esa noche en la que los estruendos por los disparos le sobresaltaron y saltó a acurrucarse al cuarto de sus padres. «Aquí hay más muertos fuera del cementerio que dentro», comentó otro paisano.

Uno de los entonces tres chavales con simpatías de izquierdas a los que la Falange les obligó a cavar la fosa y a enterrarlos le señaló a Emilio el lugar. Un viejo nogal, en lo que los niños de la localidad llamaban «el paseo del corro porque lo cruzaban con miedo sabiendo que había muertos». Llevaron al nieto Silva, que desde allí llamó a su padre, el mayor de los seis hijos de Modesta Santín y Emilio Silva: «Estoy sobre la fosa del abuelo». Modesta ya no vivía para escucharle. Tres años antes de aquella llamada del año 2000, a los 93, había fallecido y su cuerpo habitó con un panteón familiar vacío.

Ahora se cumplen 21 años desde que los restos de ‘los trece de Priaranza’ se exhumaran en unos trabajos que comenzaron el sábado 21 de octubre del año 2000, siendo la primera fosa de la guerra civil, con los restos de trece republicanos, exhumada con técnicas arqueológicas y forenses.

El domingo, tras una jornada desoladora en la que no había aparecido nada, el cazo de la retroexcavadora se sumergió en una tierra menos compacta. Sacó una bota. «Pensé en mi abuela». Y su abuelo, Emilio Silva, fue el primer desaparecido de la represión franquista identificado genéticamente. En 2003 lo enterraron junto a Modesta.

Ella sacó adelante a seis hijos que tenían entre seis meses y diez años cuando fusilaron a su padre. «Sufría ataques de pánico» día y noche y trabaja, como sus hijos, de lo que podía para llevar un mendrugo a casa. «Días después de quedarse huérfano, el mayor salió de la escuela y no volvió a pisarla nunca más», recuerda sobre su padre Emilio, el nieto, que ahora preside la Asociación para la Recuperación de Memoria Histórica (ARMH).

Cuando dieron con la fosa de ‘los trece de Priaranza’ por el empeño de Silva, que lo emprendió como «un asunto familiar», no intuían «lo que se estaba desencadenando».

Se corrió la voz. De repente, la tierra no era una tumba y las bocas, tampoco.  Surgió un movimiento social por la memoria histórica que permitió a miles de personas recuperar a los suyos. Y a otros miles más tener esperanza para algún día poder hacerlo.

«Priaranza abrió un agujero en un silencio terrible. La exhumación es una conversación y lo que esta hizo es que hablaran la tierra y los muertos, que están ahí enseñando sus orificios de bala, sus alambres en las muñecas… Inició una conversación donde han ido incorporándose distintos interlocutores», subraya quien tras ese hallazgo bajo aquel nogal en el cruce de Priaranza enfocó su camino hacia recuperar la memoria, individual y colectiva.

Y así lo resalta también la placa colocada en 2010 como homenaje donde aparecieron los cuerpos: «Esta cuneta fue, durante 64 años, la fosa anónima de trece civiles republicanos, víctimas de la represión franquista. Su exhumación rompió el silencio sobre miles de desaparecidos y dio lugar al nacimiento de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica». Y concluye con un mensaje casi que el paso del tiempo ha convertido en una suerte de lema: «Su dignidad y su tragedia deben formar parte de nuestra memoria».

Con ‘los trece de Priaranza’ arrancó un movimiento que dio su siguiente paso un año después. Sin salir del Bierzo –no en vano la provincia leonesa es junto a la burgalesa «en las que más se han exhumado, decenas y decenas»– se inició la búsqueda de Isabel Picorel.

En el 36, con su marido en el frente luchando por la República, le avisan de que la van a detener. Huye a la montaña con sus tres hijos, de 11, 13 y 16 años, y pasan la noche los cuatro solos al raso. Al día siguiente, Isabel vuelve  con su hijo mayor a hurtadillas a su hogar en Langreo en busca de algo de dinero y de ropa. Él pudo escapar. Ella nunca regresó con sus hijos, que siendo unos críos cruzaron el frente y engrosaron el número de niños enviados a la Unión Soviética. A Isabel la encontraron los falangistas y el 28 de agosto de 1936 la asesinaron junto a tres hombres. Los arrojaron a una cuneta de una curva en Fresnedo.

Su hijo Vicente pasó toda la vida buscándola. Su insistencia ayudó a que la de su madre fuera la segunda fosa común de la Guerra Civil exhumada con la ayuda de arqueólogos y forenses voluntarios. Emilio Silva recuerda que todavía no se había producido el estallido definitivo que llegó al año siguiente. En 2002 volvieron a Fresnedo a abrir dos fosas y los medios nacionales y extranjeros se hicieron eco. Cientos de personas empezaron a llamar y llamar aportando la información que tenían de sus familiares. Pronto recopilaron la información de varias decenas de casos, que nunca han dejado se subir. «Abrimos una grieta y empezaron a aparecer muchas cosas».

En Castilla y León ya son más de 200 las fosas exhumadas por esta y otras asociaciones provinciales gracias a las que se han hallado a dos millares de víctimas.

«Hasta el año 2003 nadie mencionó en el Parlamento a los miles de desaparecidos que arrastraba España. Se abrió un debate sobre el pasado, sobre qué significado le damos hoy a ese pasado de la dictadura que durante muchos años no existió», añade Emilio Silva, que explica que esta actividad en busca de los desaparecidos de la Guerra Civil y del franquismo «ya se normalizó». «Al principio íbamos a un pueblo a hacer una exhumación y había tensión. Es un gran tabú. Pero esa tensión ya ha desaparecido aunque haya gente que no comparta nuestra visión».

La excepción es tan reciente como estrambótica y tiene nombre de localidad leonesa: Villadangos del Páramo, donde una veintena de vecinos se inventó una votación que no tenía amparo legal, pero que entorpeció y ralentizó los planes de la ARMH para recuperar a los 71 de Villadangos. Hay familiares, como Rufino que buscaba a su progenitor y falleció a los pocos días de esa insólita votación, que no podrán ver a sus seres queridos descansando con su familia.

El tiempo corre y «como no existe un organismo que se encargue de atender estos casos», el teléfono de la ARMH sigue recibiendo nuevos. «Vivir con un desaparecido es no poder cerrar el duelo». Por ello, relata Silva, una mujer vino desde EE.UU., porque necesitaba encontrar a su padre. Y cuando lo hizo se expresó como tantos otros en una situación parecida: «Ahora ya me puedo morir tranquila». Veintiún años después, la grieta de Priaranza sigue abierta.

https://diariodecastillayleon.elmundo.es/articulo/leon/emilio-abrio-primera-grieta-silencio/20211101194630035162.html?fbclid=IwAR2s7IwcNs3q3-9ZsnxEyrcclTdbMrnnZDEOUQWHuNVCMoKa9BUNzgXSCKw