Los 200 cuerpos que se estiman hay en la fosa de Nerva pueden llegar a multiplicarse por tres

  • Las exhumaciones en la fosa más grande de la España rural llegarán a 80 en los próximos días

  • Las tomas de muestras genéticas continúan con la prueba al nonagenario Antonio Marín

Huelva Información. Juan A. Hipólito 23 Mayo, 2021 – 06:05h

El equipo de arqueólogos que trabaja en las fosas comunes del cementerio de Nerva, la más grande de la España rural, alcanzará en los próximos días la cifra de 80 exhumaciones tras el último afloramiento de un grupo de 10 esqueletos humanos en la fosa norte con evidentes signos de violencia.

Este nuevo depósito colectivo se encuentran en un segundo escalón a más de un metro de profundidad. Al igual que los recuperados en el primer nivel, los restos aparecen interrelacionados de manera irregular, unos con otros, lo que demuestra que fueron arrojados de forma simultanea sin el más mínimo cuidado. Las suelas de los zapatos de algunos sujetos son visibles junto a los cráneos de sus compañeros, lo que también indica que fueron arrojados a la fosa de cualquier manera, unos boca abajo y otros boca arriba.

El director del equipo de arqueólogos, Andrés Fernández, espera encontrar otros dos niveles bajo este segundo en el que trabajando ahora. “La prospección geofísica del terreno realizada con georradar en febrero de 2020 marca una profundidad de dos metros. Así que, como mínimo, podemos encontrarnos con otros dos niveles. Ahora mismo podemos estar en torno a un 10% del proceso de exhumación, con lo que las primeras estimaciones realizadas sobre unas 200 víctimas podría llegar a duplicar o triplicar esa cifra. Solo el tiempo y la continuidad de los trabajos lo determinarán”, avanza.

De los estudios antropológicos realizados a los 70 esqueletos ya exhumados, a falta de hacerlo a la decena que tienen ahora mismo en planta, se confirma que 11 pertenecen a mujeres, junto a otros 13 a los que aún no han podido determinar su sexo a causa del mal estado en el que se han recuperado los restos óseos debido a la fuerte acidez del terreno minero. “En cualquier caso, Nerva supera ya con creces, con un 20%, la media andaluza (5%) de restos de mujeres encontrados en fosas comunes de la Guerra Civil, con lo que algunos registros documentados empiezan a quedarse cortos en el caso de esta localidad”, aclara el responsable del equipo de arqueólogos.

Fernández aprovecha para agradecer la colaboración que están prestando los familiares de las víctimas en esta nueva fase del proyecto iniciado en Nerva en noviembre de 2017 con sus muestras genéticas. “Sin su ayuda sería imposible completar el puzle tan grandísimo que nos hemos encontrado en Nerva. Pero poco a poco lo vamos cuadrando, entre otras cosas, gracias a los testimonios de los descendientes, como el último que hemos recogido en Sevilla de Antonio Marín, empeñado a sus 93 años en encontrar los restos de su padre, Onofre Marín Pernil”, subraya.

De forma paralela a la exhumación en Nerva, el equipo de arqueólogos continúa con la toma de muestras biológicas a familiares de víctimas del franquismo iniciada a comienzo de abril con la esperanza de hallar los restos de sus seres más queridos en las fosas de la localidad minera. La mayoría de las tomas de ADN la realizan en el mismo cementerio donde llevan a cabo el trabajo de campo. Solo en casos muy concretos, como el de Marín, los arqueólogos se desplazan hasta la vivienda del familiar para tomar las muestras.

A pesar de los 85 años transcurridos, Marín recuerda como si fuese ayer las penurias pasadas desde el día en el que a su madre le comunicaron que su marido ya no se encontraba en el cuartelillo donde iba a llevarle la comida, tres días después de su detención el 25 de noviembre de 1936: “Mi madre y mi abuela materna se pasaron días recorriendo los alrededores de Nerva con un ataúd cargado en un burro por si localizaba el cuerpo de mi padre porque sabía que lo habían matado. Lo estaban haciendo con todos a los que detenían. Nos quedamos solos, viviendo del auxilio social, mi madre, mis dos hermanos menores de 5 y 6 años, y yo, con 8 años. Después vinieron en busca de mi madre para que firmara que su marido había fallecido de muerte natural. Al negarse en rotundo nos quitaron las comidas del auxilio y mi madre tuvo que marcharse a Sevilla a servir, con mis dos hermanos pequeños. Yo me quedé en Nerva sobreviviendo como podía. Pasé todo tipo de calamidades hasta que con 16 años pude instalarme también en Sevilla”.

A Marín se le han quedado grabadas en la retina imágenes como las de las tertulias políticas que se organizaban en su casa (su padre era ugetista y su tío Ezequiel, comunista), o la salida de la columna minera hacia Sevilla en defensa de la democracia tras el golpe de Estado perpetrado por los militares rebeldes el 18 de julio del 1936, o la de los terribles días sangrientos que siguieron a la entrada de las tropas en Nerva el 26 de agosto. “Tengo unos folios con 640 nombres y apellidos de hombres y mujeres asesinados sin juzgarlos y sin decirles por qué. Entre ellos están los nombres de los dos hermanos menores, los Lancharros”, relata en sus memorias, Triste historia (Atrapasueños, 2021).

Antonio Marín

“Mi madre pasó días con un ataúd cargado en un burro buscando el cuerpo de mi padre”

Tampoco puede olvidar la figura de su padre, Onofre: “Era un hombre muy trabajador. Cuando lo asesinaron tenía 36 años. Lo recuerdo bajito, pero fuerte, con un brazo que no podía enderezar del todo porque se le partió, y con una dentadura incompleta por falta de dientes. Era un hombre muy culto, al igual que mi tío y mi abuelo, que llegó a ser concejal del Ayuntamiento en la II República”.

El alcalde de Nerva, José Antonio Ayala, presente en la recogida del testimonio del nonagenario, junto al equipo de arqueólogos, tuvo la sensación de estar viviendo aquellos episodios en primer persona por la lucidez con la que lo contaba Marín gracias a su prodigiosa memoria. “Desgraciadamente la mayoría de los testimonios que se están consiguiendo son de segunda y hasta tercera generación. Pero en este caso estamos ante el familiar de una víctima que lo vivió en primera persona. Me llama poderosamente la atención la claridad con la que recordara episodios como el de la salida de la columna minera hacia Sevilla en defensa de la democracia”, comenta.

Según la investigación realizada por Alfredo Moreno y Gilberto Hernández, basada en fuentes documentales de registros civiles, entre otras muchas, y publicada en Memoria Vindicada. 1936-1939 (Masquelibros, 2020), los restos de Onofre Marín Pernil, padre de Antonio, están en la fosa del cementerio de Minas de Riotinto (cuya apertura se inició en el 11 de mayo pasado), junto a los de otros 15 nervenses, tres zalameños, seis campilleros, y 95 riotinteños.

Por el cementerio de Nerva ya han pasado durante el último mes más de medio centenar de personas en busca de los restos de sus antepasados, sin saber muy bien si podrán encontrarlos en las fosas del cementerio de Nerva, pero con la esperanza de que sea así para poder darles una digna sepultura y recuperar la identidad arrebatada de forma violenta hace 85 años.

Las muestras de ADN que se están tomando a los familiares se enviarán a la Universidad de Granada para cotejarlas con la de los restos aparecidos en las fosas, y así poder determinar su identidad. Por el momento, la inmensa mayoría de los nombres recogidos por el equipo de arqueólogos a los familiares a través de sus testimonios coinciden con los del listado elaborado por Moreno y Hernández en su trabajo de investigación.

Miguel Guerrero Larios (67 años) es otro de los familiares de víctimas del franquismo que busca a sus antepasados, concretamente a Ubaldo Guerrero González (21 años de edad y barbero de profesión), hermano de su abuelo, y a Enrique Moya Núñez (desaparecido con 40 años de edad y barrenero de profesión). “Ambos desaparecieron el 26 de agosto del 36 sin saberse nada de ellos. Mi abuelo Miguel Guerrero era socialista, estuvo en la columna minera y fue delegado de UGT en la mina. Todos gentes de izquierdas. A mi abuelo lo detuvieron el 19 de julio y lo fusilaron el 31 de agosto. Mi tío, Antonio Guerrero El sastre hizo la guerra en Madrid. Después lo detuvieron en el 42, y tras pasar por varias prisiones lo sentenciaron a muerte en Carabanchel”.

Evitando hablar de la guerra

Al igual que otros muchos, Guerrero es uno de esos descendientes de represaliados a los que en casa se intentaba evitar por todos los medios hablar de la Guerra Civil. “Se hablaba muy poco de este episodio. Mi padre sufrió mucho. Intentó olvidar, pero lo llevaba dentro. En la familia habían visto cómo a Enrique lo sacaban ensangrentado del cuartelillo, con destino desconocido. Siempre sospechó que cuando llegaron a Nerva las tropas rebeldes ya venían con listas elaboradas de gentes de izquierdas para terminar con ellas. Pero la memoria no consiguieron sepultarla, a pesar de que el franquismo sigue todavía muy latente. Por eso no hay que cesar en el empeño. Tengo la esperanza de encontrar a mis parientes aquí, porque quiero que tengan una sepultura digna, y que no estén tirados en cualquier sitio como perros”.

El equipo de arqueólogos que trabaja en las fosas comunes de Nerva desde noviembre de 2017 es el mismo que se está encargando de los trabajos de indagación, localización y delimitación iniciados con la apertura de la fosa de Riotinto que podría albergar los restos de más de 200 víctimas del fascismo, según las investigaciones de Alfredo Moreno y Gilberto Hernández.

Más de un millar de víctimas contabilizadas en la comarca

La barbarie comenzó a finales de agosto de 1936. Nerva permanecía sitiada por las tropas sublevadas a la II República y aislada del resto de municipios de la provincia de Huelva. Hacia el mediodía del día 26 se daba cuenta de la rendición del pueblo, sin la más mínima resistencia, con la única intención de evitar cualquier derramamiento de sangre. Sin embargo, por la tarde comenzó una represión que se prolongó durante meses y finalizó con más de un millar de personas desaparecidas, según apuntan diferentes investigaciones. Según el último estudio presentado por los investigadores locales Alfredo Moreno, de Minas de Riotinto, y Gilberto Hernández, de El Campillo, en forma de publicación literaria, las víctimas contabilizadas entre 1936 y 1939 en diferentes registros documentados rondan las 1.000 para toda la comarca, siendo los nervenses los más castigados con 336 víctimas, seguidos de riotinteños y campilleros con más de 200. En Memoria Vindicada. 1936-1939, los autores realizan un pormenorizado estudio basado en fuentes documentales, aunque podrían llegarse a contabilizar decenas de víctimas más que, según testimonios orales, quedaron al margen de cualquier registro oficial. Los sucesos acontecidos en la localidad minera fueron de tal crudeza que, aún hoy día, 85 años después, es difícil de afrontar por parte de los familiares de las víctimas. La inmensa mayoría de ellos desconoce si sus antepasados se encuentran en la doble fosa común de 223 metros cuadrados ubicada tras los muros de la fachada principal del cementerio municipal. Las secuelas de aquella represión no solo fueron físicas, también psíquicas: el temor a nuevas represalias caló hasta los huesos en una población que, paralizada por el miedo, vio con impotencia cómo se anulaba por completo el carácter reivindicativo de sus gentes. Tuvieron que pasar más de 30 años para ver resurgir esa valentía minera en forma de organizaciones políticas y sindicales de corte clandestino; más de medio siglo para empezar a hablar, no sin cierto recelo, sobre todo lo ocurrido; y 85 largos años para atreverse a reivindicar la identificación y la recuperación de unos cuerpos a los que arrebataron su identidad.

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