Una historia de desarraigo, olvido y abandono protagonizada por quienes defendieron la democracia. Trabajos forzados, chabolismo y recuperación de la memoria histórica popular.
Cualquier viajero, o viajera, que fuera en tren a Badajoz, o volviera desde esta ciudad, hacia mediados de 1956, podría ver a su paso por el pueblo de Montijo el improvisado asentamiento de chozos y chabolas que, parejo a la vía del tren, se concentraba entre el llamado Camino de Las Colonias y el canal de Montijo, la obra hidráulica que alimenta una presa cercana y de la que irradian, a lo largo de su recorrido, acequias y caminos, el centro neurálgico de lo que finalmente se conoció como el Plan Badajoz.
Aquel poblado se alimentaba de unos 83 chozos, en los que malvivían unas 85 familias. Habían sido construidos poco a poco junto a las llamadas Colonias Penitenciarias, el campo de concentración franquista que llegó a albergar hasta 1.500 presos entre 1940 y 1945, los llamados esclavos de Franco que excavaron, a pico y pala, el profundo surco sobre la tierra baldía y dura donde después se construirían las paredes del canal. El canal de los presos.
Los poblados de la miseria y la represión franquista
Los chozos de la Colonia, como se les conocía, se habían ido levantando desde el final de la guerra en un terreno municipal, el Charco de los Bueyes. Primero por las familias de quienes recorrieron aquella España devastada y sometida al fascismo en busca de sus familiares presos, hasta dar con ellos en el campo de concentración de Montijo. Después, por los mismos presos que fueron redimiendo penas y liberados de aquel presidio, a quienes se ofreció continuar trabajando en la obra del canal, siempre sometidos a la vigilancia y bajo la sospecha de los vencedores, por su pasado como rojos. Por último, por quienes llegaron de otros pueblos, muertos de hambre, buscando cualquier empleo que ayudara a sus familias a sobrevivir. Todos ellos contribuyeron con su trabajo, en ocasiones hasta la extenuación, a construir lo que hoy da riqueza a las Vegas del Guadiana.
Franco no inventó los “pantanos”
Tras La Victoria franquista en la guerra, en su delirio y megalomanía de dictador, Franco había anunciado en diciembre de 1945, cuando visitó por primera vez la provincia de Badajoz:
“…no he venido a veros a principios de la toma de Badajoz, ni seguidamente de nuestra victoria, porque no podía traer en mis manos todavía el instrumento adecuado para la ejecución de la justicia que la provincia de Badajoz, como tantas otras españolas demanda. Y he de anunciar a estos magníficos campesinos, a esos sufridos labradores de estas pardas tierras extremeñas que vamos a empezar la obra de su redención”.
La obra de redención no era otra más que un proyecto avanzado desde finales del siglo XIX para convertir en regadío la vega del río Guadiana, ajeno por completo a la voluntad de Franco. La ignorancia popular y la labor de propaganda del régimen hicieron creer durante mucho tiempo que dicho proyecto del Plan Badajoz fue obra del infame caudillo, cuando ya estaba en la mente de los regeneracionistas de entre siglos, como Joaquín Costa y su política hidráulica [1].
Los primeros pasos se dieron con el conocido Plan Gasset, ideado inicialmente en abril de 1900 por el gabinete del Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas del Gobierno de Francisco Silvela, cuya cartera ocupaba como ministro el periodista Rafael Gasset. En abril de 1902, siendo ya ministro José Canalejas, quedaría aprobado mediante Real Decreto el Plan General de Canales de Riegos y Pantanos.
Después, ya con la Segunda República en marcha, hacia febrero de 1932, comenzaron las obras de la presa del Cíjara, y al mes siguiente las obras del Canal de Montijo, sujetas a la presa del mismo nombre, al mismo tiempo que se inició el estudio de las obras de otro canal por la margen izquierda del Guadiana, el Canal de Lobón. Todo ello en respuesta a un plan republicano que incluía también un fin social, el de mejorar la vida de la gente mediante la contratación de mano de obra de la zona, caracterizada por un acentuado desempleo y pauperismo. El franquismo, que continuó con unas obras ya iniciadas en el período republicano, eliminó aquel fin social y lo convirtió en un castigo para los derrotados de la guerra, sustituyéndolo por la “redención de penas por el trabajo”.
Los presos republicanos y su uso como mano de obra esclava
Finalizada la guerra (1936/1939), no llegó la paz, llegó la “victoria”. España se convirtió en una gran prisión. Más de 300.000 personas de ideas republicanas fueron encarceladas y distribuidas entre las muy numerosas cárceles, algunas habilitadas como tales aprovechando plazas de toros, cortijos u otras instalaciones improvisadas, así como 300 campos de concentración. Con ello la dictadura buscaba un ajuste de cuentas político y social para con los vencidos, recordando su derrota y aprovechando su capacidad de trabajo para ser explotados laboralmente como mano de obra en condiciones casi de esclavitud. Para ello, el franquismo se había inspirado en un precedente: los campos de concentración nazis.
El nuevo régimen, desde los primeros momentos de la guerra, se había ido dotando de una serie de normas para aprovechar el trabajo de tantos presos como iba acumulando en sus prisiones. El 15 de diciembre de 1938 se constituyó en Vitoria el Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo, obra inspirada y controlada por la Iglesia católica. Entre otras, la Ley del 8 de septiembre de 1939, instaba a la “utilización de los penados en la ejecución de obras públicas o particulares” a través de la Ley el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, con diferentes Agrupaciones.
El objetivo de estos centros de reclusión y trabajo era centralizar el uso y abuso que el franquismo hizo de los presos republicanos como trabajadores forzados. Estas Agrupaciones se encargaron de llevar a cabo el trabajo con presos políticos, en la construcción de canales y presas en los ríos Guadiana, Tajo, Guadalquivir, Alberche y Jarama. Desde 1939 a 1942 se implantaron seis Agrupaciones: la 1ª y 6ª Agrupación trabajaron en el canal de Bajo Guadalquivir, con campamento en Los Merinales, a 8 kilómetros de Sevilla; la 2ª Agrupación en el Canal de Montijo (Badajoz); la 3ª, en el canal del Bajo Alberche; la 4ª estuvo destinada en la Real Acequia del Jarama y la 5ª se destinó a la construcción de la Academia de Infantería de Toledo.
En el caso de “Las Colonias” de Montijo, estuvieron vigentes desde 1941 hasta 1945, y por ellas pasaron, aproximadamente, 1.470 reclusos. Casi un 20% fueron presos extremeños, un 29,5% presos andaluces, y un 12,4% presos catalanes, entre otras procedencias. Contaban con una serie de infraestructuras a lo largo de las obras del conocido como Canal de Montijo y sus ramales. En centro de este sistema represivo se estableció en la finca “Majadilla”, que fue adquirida en 1939 por el Servicio Central de las Colonias. Los terrenos tenían una extensión de unos 35.000 metros cuadrados y costaron en su momento 20.500 pesetas.
El gran negocio de la dictadura y la corrupción del régimen
Se suponía que los presos recibían un salario y, además, redimían pena por el tiempo trabajado. Así, el 28 de mayo de 1937 se establecía que el penado cobraría un jornal de 2 pesetas diarias, de las cuales 1 ’50 se destinaban a su manutención y 0′ 50 con destino propio. En caso de tener familia en la zona nacional percibiría 2 ptas. más para su mujer y 1 por cada hijo o hija menor de quince años. Ahora bien, solo tendrían derecho a la percepción del subsidio “Los reclusos que están legítimamente casados y los hijos que tengan la calidad de legítimos o naturales”. Es decir, los que estaban casados por la Iglesia, teniendo en cuenta que durante la II República se aprobó la Ley del divorcio y que muchos militantes de partidos y sindicatos se unían o casaban en los propios centros obreros, sin más documentación que los testigos presentes. Todas estas parejas quedaron en tierra de nadie tras la abolición de todos los avances sociales de la República, que el franquismo derogó. Los presos vivían una existencia desarraigada, lejos de sus habituales lugares de residencia y en condiciones infrahumanas. Además, el trabajo que realizaron, sobre todo en los primeros años, fue de gran dureza por la falta de instrumentos técnicos y por la propia situación de los campamentos.
El trabajo de estos presos suponía un gran negocio para jerarcas de la dictadura y las empresas privadas que concurrían para la reconstrucción de las infraestructuras públicas destruidas por la guerra. Los presos redimían penas a razón de 3 días por día trabajado como esclavo en unas condiciones muy duras. Aunque los salarios se habían ido incrementado a lo largo de los años y se suponía que las empresas que contrataban a los presos pagaban al Estado un jornal de 14 ptas. al día, lo cierto es que se quedaba con 13,50 ptas., en concepto de “gastos de los presos” (alojamiento, alimentación, vestido…), a pesar de la miseria en la que vivían los penados.
Buena parte de las grandes empresas constructoras actuales tienen su origen en este sistema: el Estado aportaba presos, cobraba por ellos y, además, sacaba a concurso obras que se adjudicaban a empresas privadas, que cobraban del presupuesto público pero que pagaban por el uso de los presos y cuyos beneficios, al final, se repartían para mantener la corrupción de la dictadura. Muchas empresas y empresarios crecieron en aquellos años: José Banús, San Román (filial de Agroman), A. Marroquín, Huarte… Uno de los casos más conocidos fue la construcción del anteriormente conocido como “Valle de los Caídos”, el gran monumento de exaltación de la dictadura fascista española.
Todo ello bajo la atenta mirada de la Iglesia que se ocupaba de que los presos recibieran su ración espiritual para su “reeducación” y reconducir sus extraviadas vidas. En el caso de Montijo, a partir de 1946, este proselitismo se realizaría mediante el “Apostolado de Empresa”, la obra creada por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), consistente en dedicar la primera media hora del trabajo, cada 15 días, a charlas religiosas y oraciones impartidas por sacerdotes en el mismo lugar de trabajo, al comenzar la jornada laboral.
Franco visita Extremadura: el intento por ocultar la miseria
En octubre de 1956 Franco volvió a visitar la provincia de Badajoz. El día seis recorrió la zona regable del Canal de Montijo, donde inauguró el poblado de Barbaño. Después visitó la fábrica de Conservas Vegetales del industrial y empresario emeritense Felipe Corchero, que emplearía a una amplia mano de obra femenina (las niñas del pimentón), con sueldos bajos y condiciones laborales deplorables. Dado que la fábrica de Corchero se encontraba cercana al campo de concentración de las Colonias, entre esta y la estación de ferrocarril, el nutrido poblado de los chozos era visible a simple vista, por lo que aquel día se ocultó al paso de la comitiva oficial con una valla y con ramas y árboles plantados para la ocasión, mientras solo se acondicionaba la carretera que llevaba desde el pueblo a la fábrica. Como dejó escrito Antonia Gómez Quintana, archivera de Montijo, “el régimen volvía la cara ante estas edificaciones provisionales y vergonzantes, consecuencia del Plan Badajoz al que faltó planificación social y sobró paternalismo” [2].
Aquellos chozos, junto a la carretera de la Nava de Santiago, estaban construidos con bloques de tierra, alicatados con cal y con techos de paja seca, por la que se filtraba el agua en días de lluvia. Algunos, los menos, contaban con dos habitaciones y la mayoría solo con una, un único habitáculo sin ventilación donde se hacinaban familias muy numerosas. Su disposición era aleatoria, sin seguir trazado o plan alguno. Los había adosados en grupos de dos, cuatro o seis chozos, buscando cierta estabilidad en la construcción conjunta. Carecían de cualquier tipo de desagües o sanitarios, obligando a sus habitantes a hacer sus necesidades en los campos de alrededor. Se disponían alrededor de un gran charco de agua estancada, que se secaba en verano y se volvía a llenar de agua con las primeras lluvias. El suelo quedaba embarrado en invierno y era un pedregal en verano. El núcleo urbano más cercano, Montijo, quedaba al otro lado de la vía del tren.
En poco tiempo surgirían en este pueblo otros dos focos de chabolismo, localizados uno en el llamado Charco de los Mártires, conocido como Chozos del Bayonal, hacia el oeste del casco urbano, donde hoy se encuentra el colegio Público Padre Manjón, y otro menor en las traseras de la calle La Legión, que antes de llamarse así, en honor del cuerpo militar que tomó y masacró Badajoz, se llamaba calle La Guita [3]. La afluencia de trabajadores que atrajo la obra del Plan Badajoz, unida a la escasez de viviendas y los altos precios de alquiler, junto a los bajos salarios, hizo que estos focos de chabolismo crecieran, contándose hacia 1957 unos 200 chozos, distribuidos en los 83 de las Colonias, 111 en los Charcos y 6 en La Legión, con un total de más de 971 habitantes. El censo de la población de Montijo pasaría de 12.100 habitantes en 1950 a 16.249 en 1959 [4].
Aquel primer foco de chabolismo de “La Colonia” había surgido, como ya apuntamos, como consecuencia de la creación de la 2ª Agrupación del Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas. El campo de concentración -que recluía en su mayor parte a comunistas, anarquistas y socialistas-, dependía de la Presidencia del Gobierno, estaba administrado por el ejército y el orden interno corría a cargo del cuerpo de prisiones. La Guardia Civil era la encargada de la vigilancia y escolta de los presos, a quienes se sacaba los domingos para asistir a misa en Montijo. Las largas hileras de presos a través del camino hicieron que aquel tomara el nombre de Camino de las Colonias, con el que aún sigue apareciendo en el mapa topográfico.
Al lado de ese camino se levantó el poblado de chozos, donde se fueron asentando las familias de los presos y estos mismos cuando quedaron liberados. La dificultad para volver a sus lugares de origen y la necesidad de encontrar un trabajo que les permitiera subsistir, les obligó a continuar trabajando en las obras del canal.
Las familias de los presos: miseria, marginación y presión social
Hacia 1945 la mayor parte había cumplido su condena, si bien aparte de su esclavitud laboral tuvieron que sufrir constantes amenazas como reclusos de Las Colonias. Así sucedió con el intento de asalto al campo de concentración, acontecido en 1943.
Por el libro pionero de Juan Carlos Molano Gragera, Introducción a la historia del movimiento obrero en Montijo, editado por el mismo autor y la agrupación del PCE en 1982, sabemos que en el año 1943 se produjo un intento de asalto organizado por los fascistas de Montijo a Las Colonias. La Gestora Municipal, la Falange y las fuerzas vivas del pueblo, integradas por personajes macabros y muy implicados en la represión, como el cura párroco Juan Pérez Amaya, temían que hubiera una insurrección por parte de los presos de Las Colonias, a la que consideraban “un nido de rojos”, sobre todo cuando el curso de la Segunda Guerra Mundial comenzó a cambiar y se vislumbraba una derrota del eje fascista, temiendo que al final de la guerra en Europa los aliados decidieran acabar con el régimen en España, invadiendo el país, liberando a los presos y reinstaurando la democracia.
Según relata Molano [5], los falangistas y demás exaltados de la derecha montijana, en un grupo bastante numeroso, decidieron asaltar una noche de 1943 Las Colonias, pero un confidente dio el aviso por la tarde a la Guardia Civil y esta se preparó para repeler el ataque, que finalmente se produjo, siendo parados los atacantes por la Guardia Civil apostada en el puente que da acceso sobre el canal al campo de concentración. Los presos, que habían sido advertidos, se armaron con lo que pudieron, organizados en grupos, dispuestos a arrojarse por las ventanas de los barracones contra los fascistas. Las mujeres, que estaban en los chozos cercanos o que habían ido a visitar a los presos, se refugiaron bajo el puente, inmovilizadas por el pánico.
Los fascistas montijanos sospechaban que, tanto en Las Colonias como en el poblado de los chozos, se trataba de organizar grupos de resistencia, en la clandestinidad. Su creencia no estaba desencaminada, pues los testimonios orales y algunos documentos de la época dan fe de que desde el primer momento en que se puso en marcha este campo de represión hubo individuos y grupos que continuaron con su labor de organización y propaganda republicana.
La resistencia clandestina de los presos bajo la dictadura
Algunos de aquellos reclusos, llegados desde diversos lugares de España para redimir sus penas y que después se quedaron a vivir en Montijo, fundando familias conocidas, fueron gente como Apolinar Camazón, Mariano Díaz, Marcelino Rodríguez, Manuel Cabañas, Andrés Almirante y otros muchos cuya nómina, muy relacionada con la reorganización desde entonces del PCE en Montijo, da Juan Carlos Molano en su libro sobre la Introducción al movimiento obrero.
Entre estos presos había también cenetistas, como Juan Antonio Molina Fernández, de Fuente Tójar (Córdoba) y otro al que llamaban Juan “el maño”. Gutiérrez Casalá en su trabajo sobre Colonias Penitencias Militarizadas de Montijo, menciona también la existencia de un grupo de la CNT en esta localidad que tenía que ver con los presos. Manuel Méndez, militante cenetista extremeño, nos contó a través de su testimonio que en Montijo había otros miembros, como un tal Jarque, Manuel Carmona, de la CNT de Don Benito (Badajoz) y otros libertarios, alguno de ellos, en las oficinas, por lo que tenían un poco más de libertad. La Guardia Civil de Oliva de la Frontera tenía noticias de que en la localidad podía existir algún grupo clandestino.
Así era, pues en 1944 Manuel Méndez mantenía relaciones con la Alianza de Fuerzas Democráticas de Badajoz, en la que estaba integrada la CNT de la provincia, y en la que también estaba el socialista Cándido Méndez Núñez (padre de Cándido Méndez, de la UGT). Oliva de la Frontera tenía una posición estratégica de primer orden por su cercanía a la frontera con Portugal. Según nos contó Manuel Méndez sobre aquellos intentos de resistencia en la clandestinidad “Eran ganas de que nos metieran en la cárcel, hubo unos militantes que pusieron unos carteles antifranquistas en la estación de Montijo, en este grupo estaba también Manuel Carmona, ferroviario, militante anarquista de Don Benito-Villanueva de la Serena, fue detenido, torturado y condenado a doce años. Murió poco después al salir de la cárcel”.
Otro de los militantes de esta red clandestina fue José Rech García, al que en Montijo siempre se le conocería como “el señor Reche”. En su consejo de guerra se hacía constar que era empleado de oficina, afiliado a la CNT, que durante el “Glorioso Movimiento Nacional” fue presidente del Comité Revolucionario de Partaloa (Almería). Durante la dictadura, siguió militando en la clandestinidad. Preso en Montijo, en 1947 integró por parte de la CNT la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, junto a otros presos liberados como Manuel Cabañas (PCE), Antonio Gallardo y Vega (PSOE) y Mariano Aunión (Izquierda Republicana). Ellos eran algunos de los encargados de introducir en las colonias prensa clandestina, principalmente los periódicos “Mundo Obrero”, “Solidaridad Obrera” y “Extremadura Libre”. Detenido Reche en 1947 cuando iba en tren a Mérida, llevando encima octavillas de propaganda contra el referéndum sobre la Ley de Sucesión organizado por Franco, fue torturado por la Guardia Civil en el cuartelillo de Las Colonias. Tras este suceso fueron detenidas 15 personas en Montijo, incluidos los integrantes de la Alianza, juzgados en octubre de ese año por el Tribunal Especial contra la Masonería y el Comunismo, sin garantías de ningún tipo, y condenados a 14 años de prisión por reparto de propaganda, que cumplieron primero en la cárcel de Badajoz y luego en el penal de Burgos. Jamás abandonaron su militancia, participando activamente muchos de ellos en la reactivación del PCE y de la CNT en Montijo tras la muerte de Franco.
Algunos de estos presos protagonizaron también las primeras huelgas y paros contra las empresas que les explotaban en las obras del canal. Por el libro de Molano sabemos del paro organizado contra las empresas Solana y Mototo, concesionarias junto a muchas otras de la construcción de acequias y canalillos. A principios de los años cuarenta los presos comunistas Alfonso y Miguel Serrano, que trabajaban para Solana, lograrían que cerca de 200 obreros se plantasen hasta lograr el aumento de 4 a 6 pesetas del precio del metro lineal construido. Más tarde, en 1946, Apolinar Camazón organizó un paro, logrando que los expresos no se subieran a los camiones que habían de llevarlos a los lugares de trabajo hasta que lograran el compromiso de que les subieran el precio por cada vagoneta de tierra.
La vida en los chozos era difícil. Estigmatizados por las clases pudientes del pueblo, conocidos como “los picapedreros” en los pueblos de alrededor, por su labor a pico y pala, también fueron acogidos de forma amable por buena parte de la población de Montijo y pueblos aledaños, fundándose muchas familias hoy día asentadas y reconocidas. Algunos de los trabajadores llegados con las obras del Plan Badajoz, implicados en las obras del Canal de Montijo, siguieron con su labor de activismo, como fue el caso de Antonio Cano Ortiz.
Un murciano/catalán en Montijo. El caso de Antonio Cano Ortiz
El 21 de febrero de 1995 murió en Montijo Antonio Cano Ortiz. Había nacido el 29 de marzo de 1909 en Murcia. Hijo de una familia libertaria, cuando era muy joven emigró a Barcelona, donde militó en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), al igual que el resto de su familia. Formó parte del grupo anarquista “Los Intrépidos», adscrito a la Federación Anarquista Ibérica (FAI), y fue en los ateneos libertarios, donde se formó y adquirió los conocimientos técnicos como delineante/topógrafo que ejercería durante su vida durante la guerra y luego bajo la dictadura.
Durante la guerra civil luchó como miliciano en la Columna Durruti y después en diferentes regimientos del Ejército Popular de la II República española.
En 1939, con el triunfo franquista, fue detenido por la división “Littorio” en el puerto de Alicante (Valencia) y, además del campo de concentración de Albatera, sufrió diversas prisiones. Condenado a muerte, la pena le fue “conmutada” posteriormente por 30 años de prisión. Durante su encarcelamiento mantuvo siempre contacto con la red clandestina de la CNT del interior.
Trabajó como preso para la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones. Esta Dirección se ocupó especialmente en la reconstrucción de las localidades y edificios muy dañados por la guerra, para lo que recurrió a menudo al trabajo forzado de los presos republicanos integrados en los Batallones de Trabajadores -especialmente duros fueron los batallones que construyeron carreteras y fortificaciones-. Sería la encargada de la reconstrucción del país, en especial de aquellas regiones y territorios que habían resultado significativamente dañadas por la contienda. Antonio Cano pasó por el Campamento Penitenciario de Belchite (Zaragoza), para la construcción del nuevo pueblo tras la destrucción del antiguo durante la guerra civil. De Belchite pasó a Lérida, primero a la prisión habilitada del Seminario y después a la prisión provincial.
En octubre de 1944 fue trasladado a la colonia penitenciaria del Dueso, en Santoña (Santander). El día 8 de abril de 1946 fue puesto en libertad y fijó su residencia en Málaga.
Sin embargo, su trabajo para la CNT en la clandestinidad continuó. Fue detenido por portar propaganda de nuevo en noviembre de 1946. Condenado a un año y seis meses, sería puesto en libertad en 1948, tras su compromiso para trabajar en la construcción del Canal de Montijo, donde redimiría el resto de su pena.
El campo de concentración seguía sirviendo para dar albergue a los trabajadores del canal. Los militares seguían encargándose de su mantenimiento y organización, junto al 6ª Tercio de la Guardia Civil y diez caballeros mutilados.
Debido a su trabajo “especializado” (por ser delineante), Antonio Cano tenía más facilidades para entrar y salir del campo de concentración, lo que le permitía estar en contacto con la resistencia clandestina dentro y fuera de Las Colonias.
Él nos contaba la dureza del trabajo de los reclusos, cómo eran explotados, y las miserables condiciones de vida. También nos habló de la situación de los familiares de los presos que vivían en condiciones lamentables en los chozos, para poder estar cerca de los presos, así como del desarraigo en el que vivían, el desprecio y la presión de las autoridades falangistas de Montijo, la presencia de la Iglesia y el control que ejercía sobre los detenidos. Ya en libertad vigilada, trabajó en el Plan Badajoz.
Residente en Montijo y en los últimos años del franquismo, ayudó a pasar a gente la frontera de Portugal huyendo de la policía. Para ello acogía a huidos en su propia casa y facilitaba contratos de trabajo a través de su pequeña empresa de construcción.
Antonio sufrió numerosas detenciones y presiones. Como otros muchos presos republicanos, consiguieron salir adelante e incluso casarse, quedarse a vivir en Montijo, donde pudo rehacer su vida. Siempre se mantuvo en contacto con la red clandestina de la CNT y fue afiliado de este sindicato, con cuyo carnet confederal fue enterrado, por voluntad de su familia.
La necesidad de conocer nuestra historia, conservar los lugares de la memoria y el fomento de la memoria democrática.
Son ya varios los intentos, y largos en el tiempo, los que se han llevado a cabo desde diversas organizaciones extremeñas para lograr que lo que queda de este campo de concentración sea preservado para la memoria. El tiempo pasa y quienes siempre estuvimos interesados en recordar su existencia y recordarla a otros vemos como el silencio de la administración local, autonómica y estatal va enterrando con una pátina de olvido esta parte tan importante de nuestra historia colectiva.
Las Colonias no sólo son relevantes para conocer el significado de la democracia y de las libertades cuando se pierden, defendidas por quienes creen en los derechos humanos, sino también porque están en el origen de muchas familias cuyo inicio generacional parte de la derrota, el castigo y el desarraigo. Son familias extremeñas, originarias de aquellos 1.500 presos que llegaron desde todos los puntos de España a esta parte de Extremadura y que contribuyeron, a la fuerza, a construir las presas, canales y acequias que enriquecen hoy día las Vegas del Guadiana. Sobrevivieron a la dura posguerra primero como esclavos y luego como marginados en poblados levantados en el extrarradio de las ciudades, como fue este de los chozos de Las Colonias.
Las Colonias Penitenciarias de Montijo. Un lugar de la memoria… sin memoria
Han sido numerosas las actividades reivindicativas y marchas realizadas sobre las Colonias Penitenciarias Militarizadas de Montijo, como las realizadas por el sindicato CNT Badajoz, que convocó y organizó en su día una de estas rutas. También el PCE ha manifestado en diversas ocasiones que su preservación ha sido siempre “uno de los proyectos que tenemos en mente en el Partido Comunista de Montijo desde el comienzo de la democracia”. Otra actividad fue la Ruta didáctica para conocer la represión franquista en Montijo organizada por el Centro Social Autogestionado de Montijo, conocido como «El Lokalino», e impartida por los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEX), Chema Álvarez Rodríguez y Ángel Olmedo Alonso en abril de 2023.
Por su parte, la Asamblea de Extremadura aprobó una propuesta del PSOE que insta al Gobierno y a la Confederación del Guadiana a que señalicen y coloquen una placa en recuerdo a las víctimas. Nada hay, sin embargo, a lo largo del Canal, o en lo que queda del poblado chabolista, en cuya construcción participaron forzadamente presos republicanos y sus familias, que lo recuerde o simplemente mencione. La desidia del Ayuntamiento de Montijo en este asunto va a la par de estas administraciones.
Se trata por ello de sensibilizar a la sociedad extremeña actual sobre acontecimientos del pasado que han sido silenciados de forma indigna. Es una obligación legal y democrática el reconocimiento público, al menos simbólicamente, de las personas que fueron objeto de la represión, y obligadas a realizar trabajos civiles en duras condiciones de precariedad y sufrimiento. Entre esas actuaciones está sin duda la conservación de aquel paraje natural o sitio histórico.
Desde el año 2002 partidos políticos, asociaciones memorialistas y sindicatos como la CNT vienen pidiendo que se declare el recinto Bien de Interés Cultural (BIC), con la categoría de Sitio Histórico, para después adquirir las instalaciones y reconstruirlas como un centro de interpretación, con el fin de que puedan ser visitadas por todos los que lo deseen y se explique que allí ocurrió algo que no debe repetirse nunca más en España.
Medio derruidas en la actualidad, el terreno es de propiedad privada y se destina a la explotación agropecuaria. La dejadez ha provocado que tan solo se mantenga en pie parte de la casa del comandante, el depósito y un barracón en estado precario de conservación. No obstante, se trata de las únicas colonias que poseen aún algunos elementos materiales en pie. Una vez fueron clausuradas, se siguieron usando como almacén de la explotación ganadera que adquirió los terrenos y que ha ido reacondicionando dichas instalaciones para esos fines.
Debido a estos hechos, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEX) ha solicitado que el lugar sea declarado Bien de Interés Cultural (BIC) tanto al ayuntamiento de Montijo como a la Confederación Hidrográfica del Guadiana, a la Junta de Extremadura y al Gobierno central, fundamentándose en sus respectivas leyes de memoria histórica y democrática… La respuesta, hasta el momento, el silencio.
El final de las obras del Plan Badajoz, hacia mediados de los años sesenta del pasado siglo, junto al inicio del fenómeno de la emigración, tanto a ciudades del interior como del exterior de España, hizo que asentamientos como el levantado junto a Las Colonias se fueran despoblando.
Los Chozos de las Colonias fueron derribados en 1974. Hasta esta fecha hubo familias enteras residiendo en ellos. El 44% de la población eran niños desnutridos, mal vestidos y sin escolarizar [6]. Muchos vecinos y vecinas de Montijo aún recuerdan estos chozos y los otros del Bayonal, donde vivía una población empobrecida, marginada, estigmatizada.
En 1969 el Ayuntamiento de Montijo cede mediante subasta pública 3.400 metros cuadrados de un terreno municipal, el Ejido de las Eras, para “la construcción sobre los mismos de 20 viviendas subvencionadas con destino a la absorción de los chozos y viviendas insalubres existentes en esta localidad”. Resulta como adjudicatario el Patronato para la construcción de viviendas “Nuestra Señora de Barbaño”, única entidad constructora que se presenta a la subasta y obtiene el terreno por el precio de 6 pesetas el metro cuadrado, un total de 20.400 pesetas. El presidente de dicha entidad era el entonces juez de Montijo, Mateo Alías Pazos. De aquella beneficiosa operación inmobiliaria resultaría el conjunto de viviendas “Nuestra Señora de Barbaño” [7].
En un pleno anterior, el del 18 de junio de 1969, la corporación municipal había acordado unánimemente “que una vez sean absorbidas las chabolas existentes en la zona conocida por Chozos de las Colonias y derribadas estas, prohibir el levantamiento de otras nuevas que como es lógico, además de ofrecer un aspecto deplorable no son aptas para el hábitat humano” [8]. Su demolición tardaría aún cinco años en llegar.
Después, durante mucho tiempo, ya despoblado el lugar y derruidos los chozos, quedó solo como recuerdo el inmenso charco donde algunos niños solían jugar a arrojar piedras contra el agua. Hoy día aún son reconocibles algunos de los cimientos de aquellos chozos, junto con el basto pavimento de baldosas rotas que en su momento fueron el suelo de algún hogar, en un intento por darle la dignidad que merece dicho nombre. Son las huellas de la memoria olvidada, convertida hoy en un vertedero de ripios, basura y maleza salvaje.
[1] Joaquín Costa, Agricultura de regadío, 1892. Después, Joaquín Costa, Política hidráulica (Misión social de los riegos en España), 1911.
[2] Antonia Gómez Quintana, Los chozos en Montijo, 1938-1974, Revista de Estudios Extremeños. Año 1999. Tomo LV. Número II, Mayo-Agosto, Badajoz, Diputación de Badajoz, 1999, págs 591-605.
[3]En un rocambolesco ejercicio de desmemoria histórica y con el argumento de cumplir con lo establecido por la Ley de Memoria Histórica de Extremadura, el Ayuntamiento de Montijo, gobernado entonces por el PSOE, cambió en 2018 el nombre de la calle “Legión” por el de calle “Legión”, ahora en honor del cuerpo del ejército actual.
[4] Antonia Gómez Quintana, Los chozos en Montijo (1940-1974), Revista de Ferias de Montijo, 1996.
[5] Juan Carlos Molano Gragera, La 2ª Agrupación de Colonias Penitenciarias Militarizadas de Montijo y la construcción del canal, en su blog Historias de Montijo, historiasdemontijo.com.
[6] Expediente sobre “Memoria de necesidad de la villa de Montijo confeccionada a indicación del Excmo. Sr. Gobernador Civil de la Provincia”, 1974. Archivo Administrativo Municipal de Montijo.
[7] Acta de la sesión ordinaria del pleno municipal de la villa de Montijo celebrada el 30 de julio de 1969. Libro de actas folio 50.
[8] Acta de la sesión ordinaria del pleno municipal de la villa de Montijo celebrada el 30 de julio de 1969. Libro de actas folio 45.